La historia de Pacific Drive se remonta al 1995 cuando el gobierno de Estados Unidos se apoderó de una región del Pacífico Noreste por expropiación. La península Olímpica se convirtió en el escenario de nuevas tecnologías prometedoras, pero estas creaciones tenían un gran coste en forma de altos niveles de radiación, colapso medioambiental y horrores sobrenaturales. El gobierno levantó un muro alrededor del área y estableció la Zona de Exclusión Olímpica. Entre tanto misterio, no tardaron en proliferar los rumores e historias sobre la zona, así que nuestro protagonista fue a explorar y se quedó atrapado dentro.
El único aliado que tendrán los jugadores dentro de la zona de exclusión es un viejo coche, una ranchera que encontrarán en un destartalado taller mecánico que también servirá de base de operaciones. Desde el garaje se podrán organizar los viajes para explorar la península y encontrar tecnología y anomalías. “Si mantienes el vehículo en buen estado, podrás explorar, buscar recursos y conducir hasta biomas diferentes que ofrecen recompensas más valiosas”, explica Ironwood Studios. El escenario cambia con las tormentas, así que cada viaje ofrecerá una nueva experiencia como si de un roguelike se tratara.
No solo hay que fortificar el coche. También hay que instalar cualquier elemento que pueda suponer una ventaja, incluyendo depósitos de combustible, generadores de energía eólica, una baca para poder almacenar más cosas, un foco controlable, un pararrayos para mantener la batería cargada cuando haya tormenta o artilugios de alguna tecnología experimental.
Todos los recursos que se puedan sumar al coche, tanto los defensivos como los que sirven para aumentar o añadir prestaciones, se equipan en el garaje con el objetivo de abordar rutas más complicadas que permitan profundizar en la península. Además de recursos e instalaciones abandonadas, dentro de la zona hay anomalías, restos de experimentos de una organización secreta que no lo pondrán fácil a la hora de encontrar respuestas. Por otro lado, los jugadores no tardarán en descubrir que la península Olímpica no está tan abandonada como se piensa ni completamente deshabitada.