Me acabo de levantar y... sí, vamos a hablar de Melody.
Parece que la resaca de Eurovisión no se va, y justo cuando pensaba que el tema había dado lo que tenía que dar, me topo con que Melody va a El Hormiguero. Y no, no ha pasado por ningún espacio serio o mínimamente crítico, sino directo al plató donde todo se reduce a “¡qué guay todo!” y “baila un poco para nosotros”.
¿La guinda? Según medios como El Confidencial, habría rechazado 150.000 € de Telecinco para ir gratis con Pablo Motos. ¿Casualidad? ¿Gestión de marca? ¿Campaña para relanzar su imagen como la artista sufrida, maltratada por las redes pero protegida por la tele familiar?
Lo grave no es solo el plató al que va, sino lo que simboliza: mientras muchos esperaban explicaciones o autocrítica en algún espacio más honesto —sin que tenga que ser "La Revuelta", que tampoco es ningún referente de periodismo independiente precisamente— Melody prefiere envolverse en el confort de los focos domesticados. Es lo fácil, lo pactado, lo inofensivo.
Y es que al final parece que nadie quiere hablar en serio de lo que pasó. Ni de las decisiones que arrastraron a España al desastre eurovisivo, ni del papel de los medios, ni de la gestión del post-drama. Solo queda la sonrisa impostada y el meme de “Melody lo intentó pero no la entendieron”.
A mí no me molesta que vaya a donde quiera. Pero me molesta que se insulte la inteligencia del público. Porque esto no es casualidad, es estrategia. Y mientras tanto, seguimos sin entender por qué los espacios públicos pierden credibilidad y por qué los discursos valientes se quedan fuera del prime time.
Así que nada, que cada uno saque sus conclusiones. Yo ya desayuné, Melody irá a bailar a lo de Motos y las preguntas incómodas seguirán sin responderse. Pero eso sí: el relato lo manejan ellos, no nosotros.