Reveladora entrevista: "No queremos que nos invada Occidente", dice un preso ruso, a la pregunta del periodista sobre porqué se alistó. "- Pero Valeri, Occidente no os quiere invadir. ¿Dónde has escuchado eso?", replica el periodista. "- [Tras unos segundos en silencio] En la televisión rusa lo dicen todo el tiempo.".
Otro preso suelta la misma propaganda que postean los prorrusos en este hilo: "genocidio de los rusoparlantes del Donbás", "el régimen nazifascista de Kiev", "la presencia de soldados de la OTAN luchando contra Rusia"... Cuando el periodista le dice que ha estado 15 veces en Ucrania y que no ha encontrado ese 3er reich del que habla Putin y que si cree posible que sea propaganda rusa responde "Sí, es posible", tras pensar un rato.
Fran, nacido en Santiago de Cuba, se siente muy lejos de su casa, pero tampoco quiere volver. "Si puedo evitarlo, no quiero regresar a Cuba nunca más. Quiero que la guerra termine y poder elegir dónde voy a vivir", dice. Junto a un preso ecuatoriano, son los dos únicos hispanoparlantes de uno de los campos de prisioneros más grandes de Ucrania. En su día a día, Fran hace piña con un grupo procedente de Sierra Leona, Sri Lanka, Nepal o Somalia, aunque casi no se entienda con ellos. Les une el color de piel, más oscuro que sus compañeros eslavos, y la sensación de ser náufragos ignorados por los mismos que los contrataron para luchar y morir en el frente. Son los mercenarios extranjeros de Vladimir Putin.
La prisión en la que nos encontramos está llena a rebosar. Tanto, que han habilitado tres turnos al día para trabajar y dormir. Ante nosotros, en el patio, vemos a los soldados rusos capturados que descansan en el turno de mañana, todos igualados por un uniforme anodino y por un corte de pelo al cero. Cabezas agachadas, conversaciones en susurros, cojeras por heridas de guerra... La mayoría se concentra en la parte en la que da el sol. "La vida en Cuba es una mierda", sigue Fran. "Vi un anuncio en Facebook, en español, creado por el Ministerio de Defensa ruso. Ofrecían unos 2.000 dólares al mes por unirse al ejército y pagaban nuestro viaje desde Cuba. Estaba tan desesperado que ni lo pensé. Con 2.000 dólares en Cuba yo viviría como un rey". El salario promedio en la isla ronda los 20 dólares.
- ¿Os dieron entrenamiento militar en Rusia antes de ir a la guerra?
- Nada. Te mandan directo. En cuanto firmas tu contrato te conviertes en su mercancía.
- ¿Cómo conseguías comunicarte con tus comandantes en ruso?
- Ellos usaban un teléfono con Google Translate.
Hay algunos presos reacios a hablar con nosotros, pero otros parecen desearlo. Dimitri es de Vladivostok, una ciudad en el extremo oriental de Rusia, bañada por el mar del Japón, a 15.000 kilómetros de distancia. Tiene una herida muy fea en la pierna provocada por un dron. Le falta un trozo de carne en el muslo, pero, aun así, sus jefes insistieron en enviarlo a asaltar una posición enemiga.
- ¿Te alistaste por dinero?
- Ni por todo el dinero del mundo me alistaría. Estoy aquí para evitar una condena a prisión por pegar a un policía que iba vestido de paisano.
- De haber sabido lo que era esta guerra, ¿qué hubieras hecho?
- Pues cumplir mi condena hasta el final. Ahora voy a quedar cojo para toda mi vida, pero al menos estoy vivo. Mis compañeros se quejan de las condiciones de esta cárcel, pero yo les digo: "Blyat [joder], hemos venido aquí a matarlos, ¿qué esperabais?".
Llama la atención la edad de los presos. Algunos superan con mucho los 50 años, una edad en la que uno ya no está para pasarse semanas en la dureza de las trincheras. Otros apenas tienen 18 años recién cumplidos. Muchos de ellos han cometido crímenes de guerra y están bajo investigación de las autoridades, como disparar a civiles, pero en el patio todos parecen tranquilos y pacíficos. Sin uniforme, sin armas y sin libertad de movimientos, la condición humana los devuelve a un estado de sumisión gregaria. Nos advierten de que, en presencia de otros en el patio, la mayoría no hablará de manera abierta porque saben que entre ellos hay informantes que, una vez intercambiados, los denuncien ante el Servicio Federal de Seguridad de Rusia o FSB.
Pero, en privado, la cosa cambia. Unos cuantos prisioneros acceden a hablar con nosotros. Valeri, de 18 años, aún con cara de niño, reconoce que se apuntó al ejército ruso por consejo de sus amigos, que hicieron lo mismo. En la oficina de reclutamiento les dijeron que estarían todos juntos, pero nunca los volvió a ver. Tampoco le dijo nada a su madre, que sabe que está preso en Ucrania por una comunicación oficial, pero con la que aún no ha hablado. "En realidad vine por dinero, para ayudar a mi familia, que son muy pobres, pero también por un ideal. No queremos que nos invada Occidente".
- Pero Valeri, Occidente no os quiere invadir. ¿Dónde has escuchado eso?
- [Tras unos segundos en silencio] En la televisión rusa lo dicen todo el tiempo.
El único soldado de Moscú que encontramos es Anton. Cuando le preguntamos por las razones para estar aquí, expone todo el catálogo de la propaganda rusa para justificar su presencia: el genocidio de los rusoparlantes del Donbás, el régimen nazifascista de Kiev, la presencia de soldados de la OTAN luchando contra Rusia...
- Nikita, ¿sigues creyendo en todas esas cosas?
- Sí.
- Nikita, soy periodista español, he estado ya 15 veces en Ucrania para informar sobre esta guerra. No he encontrado ese nuevo Tercer Reich del que habla el Kremlin. ¿Crees posible que la propaganda rusa te haya engañado?
- [Se lo piensa unos segundos] Sí, es posible.
De cerca -aunque parezca una obviedad decirlo-, los soldados rusos, invasores de un país que no es el suyo, se convierten en personas con miedos, familia a la que echan de menos y una enorme capacidad para asimilar la manipulación masiva. En cierto modo, ellos también son víctimas de la guerra de Putin. De los cuatro que hablan con nosotros en privado, dos nos ruegan poder enviarle un mensaje a su madre por WhatsApp y uno más, también a su mujer.
La vida en la prisión es rutinaria y monótona. Además de los prisioneros rusos, están los separatistas de las pseudorrepúblicas de Donetsk y Lugansk, o sea, ucranianos que aquí se consideran traidores y que son los que más tiempo llevan. Hablan ruso, pero casi no se relacionan con los prisioneros procedentes de la Federación Rusa.
Vasili, uno de ellos, nacido en Lugansk, admite mientras levanta unas pesas en el gimnasio al aire libre, que para sus compañeros los ucranianos rebeldes que han luchado a su lado se han convertido en una especie de "ciudadanos de segunda" dentro del propio campo. "Nosotros aquí vamos a lo nuestro. Yo luché por Rusia porque siempre me he sentido más cercano a ese país que a Ucrania, pero hay algunos rusos que nos desprecian", cuenta, mientras que sus cinco compañeros asienten en silencio.
Además, los separatistas son los que llevan más tiempo en la prisión. "Ellos creen que no queremos entregarlos a sus autoridades. Es falso", comenta nuestro guía. "El problema es que nadie los reclama desde el otro lado. También para eso son discriminados".
A las 12:30 de la mañana comienzan las comidas. Una alarma los pone a todos en guardia. Forman en un pasillo decorado con fotos de los fundadores del Estado ucraniano, casi todos héroes cosacos, y un gran mapa donde aparece representado todo el país, incluida Crimea, como Ucrania.
Uno a uno acceden al comedor, donde otros presos han cocinado una sopa y un arroz con carne que sirven a sus compañeros. También los invitados del día -nosotros- comeremos su misma comida. Es un menú que no está nada mal y se complementa con un pan de molde (bujanka), que también se elabora en la propia prisión por otro preso que, según cuenta, era mecánico en el ejército ruso.
Después de comer, todos ellos han de incorporarse al trabajo. Como dicta la Convención de Ginebra de 1951, no puede tratarse de tareas penosas. Entramos en un pabellón donde todos fabrican sillas y sofás de jardín. Cada uno hace algo diferente en una cadena de montaje que no se detiene. De nuevo, los mercenarios extranjeros trabajan unidos en un extremo de la sala, mientras que los rusos están en otro. Uno de ellos, de Sri Lanka, dice que él no se enroló por dinero, sino que, al no tener papeles legales para seguir en Rusia, las autoridades le exigieron enrolarse para conseguirlos.
Entonces conocemos a Yuri, un ruso educado y de modales tranquilos. Nada más preguntarle por sus motivos para combatir, él va al grano: "Yo no quería matar, yo quería morir". Ante tal frase, le pedimos que se explique. "Yo no estoy bien. Necesito ayuda psicológica, pero nadie me la da. Tengo pensamientos suicidas todo el tiempo. Pensé que ingresar en el ejército y venir a Ucrania a luchar me daría la oportunidad de morir sin tener que matarme a mí mismo".
- ¿Cuanto tiempo combatiste en el frente?
- Nada. Tres días en los que no llegué ni a disparar. Nos pidieron avanzar en dirección hacia Dobropillia [región de Donetsk]. Íbamos a infiltrarnos en grupos pequeños, de tres o cuatro. Estaba el cielo lleno de drones. Nos refugiamos en un agujero y los ucranianos nos encontraron. Empezaron a lanzar granadas al refugio y a pedirnos que nos rindiéramos. Así acabé aquí.
- Si tenías problemas mentales y tendencias suicidas, ¿cómo pasaste el examen psicológico del ejército ruso?
- A ellos eso no les importa. Sólo quieren gente para el frente.
Yuri abandona la sala llorando. Se cruza con Igor, un hombre de 44 años que aparenta 60. Su historia es la de muchos en esta prisión: estaba en la cárcel por conducir borracho por segunda vez. Asegura que tenía problemas con el alcohol y que las autoridades le ofrecieron enrolarse para pagar su pena. En las primeras misiones lo hirieron en la pierna y, a pesar de ello, lo siguieron enviando al frente sin dejarle curar la herida. "Protesté por medios oficiales y extraoficiales. No me sirvió de nada", cuenta Igor.
Hay una pequeña sala con butacas para ver la televisión (ucraniana), y habitaciones de descanso con decenas de literas. En ellas encontramos los libros que leen en su estancia en el campo de prisioneros: algunas novelas de aventuras, clásicos de la literatura universal y hasta la Biblia.
En el camino a la salida, volvemos a cruzarnos con Fran, el cubano.
- ¿Esta guerra es como pensabas?
- Claro que no. Yo aguanté tres meses vivo y me considero muy afortunado. A veces salíamos a un asalto 20 soldados y sólo llegábamos vivos a la trinchera ucraniana dos o tres. No quiero ver la guerra nunca más.