Copio pego.
En la Argentina de hoy, la política económica se traza en oficinas de Wall Street, el Tesoro estadounidense y el FMI. El Estado se ha convertido en un escenario de captura por redes financieras globales que extractan rentas extraordinarias a partir de información privilegiada y asimetrías estructurales (busque usted mismo su información: extraders como Bessent, Citrone, Caputo).
Cada emisión de bonos en dólares, cada swap de deuda y cada “salvataje condicionado” por el FMI no son solo operaciones contables; son movimientos de tablero donde el Estado actúa como un peón voluntario de la banca global.
Los flujos especulativos y el carry trade son otra cara del mismo fenómeno. Como muestran los datos de la Bolsa de Comercio y del BCRA, durante las últimas décadas la volatilidad financiera no ha sido un accidente del mercado, sino un mecanismo sistemático de extracción de valor. Los inversores externos capturan ganancias extraordinarias gracias a la opacidad de los mercados locales, mientras que el Tesoro actúa como garante implícito de riesgos que no asume directamente.
Analizando los documentos de Bessent, Caputo y del FMI, se observa un patrón recurrente: la toma de decisiones estratégicas pasa por un pequeño grupo de tecnócratas y consultores, cuyos incentivos están alineados con intereses globales más que con la ciudadanía argentina.
La mediación de organismos como el FMI, el Banco Mundial y el Tesoro estadounidense refuerza estas redes; la asistencia financiera condicionada, lejos de ser neutral, es un dispositivo de gobernanza encubierta.
A nivel local, el juego es igualmente sofisticado. Banqueros, consultores y algunos funcionarios actúan como nodos clave de información privilegiada, facilitando arbitrajes y operaciones de M&A sobre activos públicos. Privatizaciones estratégicas, licitaciones condicionadas y reestructuraciones de deuda no son excepciones, sino normas encuadradas en una lógica de captura. Cada operación no solo extrae valor económico, sino que refuerza la dependencia institucional del Estado respecto a actores globales.
el Estado seguirá siendo, en términos literales y figurativos, un botín para quienes saben leer los balances y anticipar los movimientos del capital global. Y, en ese festín, la ciudadanía observa desde afuera, mientras los pillos financieros brindan con el champagne de la información privilegiada.