En este corto artículo me gustaría caracterizar aquello que llamamos pensamiento racional; para empezar podríamos preguntarnos si existe algo que pueda ser llamado pensamiento y no sea racional, pues en el caso de que no fuese posible el calificativo racional resultaría un pleonasmo aplicado al pensamiento.
Los primates son capaces de engarzar dos cañas para alcanzar unos plátanos que no están a su alcance con una sola de ellas; ésta, y otras habilidades más complejas han sido estudiadas en detalle por primatólogos, así como su aprendizaje por el resto de la comunidad. Es decir, son capaces de desarrollar habilidades y de transmitir éstas a sus congéneres, y además las habilidades son aprendidas; no son congénitas ni instintivas, como ocurre con otras conductas.
¿Merece esto ser llamado pensamiento?. Al fin y al cabo, es un ejemplo más del aprendizaje por ensayo y error, que tanto nuestros ancestros como nosotros aplicamos tantas veces.
Desde mi punto de vista, el primate que para conseguir un objetivo ensaya distintas posibilidades encaminadas a su consecución está iniciando una forma de pensamiento, por muy primitiva que se quiera ver, aunque no reúna todas las características para calificarlo como pensamiento propiamente dicho. Los demás primates que aprenden esta habilidad, y la desarrollan automáticamente, ejecutan una acción útil pero no están pensando.
Nuestra especie desarrolla de forma continuada actividades sumamente complejas sin pensar en absoluto; pensemos lo sumamente complejo que es conducir un automóvil, y si no recordemos las dificultades al iniciarnos. El cirujano que realiza una compleja operación a la que está sumamente habituado y que requiere precisión está realizando una labor complicada y útil, mas no está pensando; diferente es cuando antes de entrar en quirófano sopesa los pros y contras para decidirse por utilizar una entre diversas técnicas a elegir.
Esto que digo, que podría enfadar a algunos cirujanos – precisamente a aquellos que menos piensan – es tan así que Whitehead decía que la civilización avanza a medida que se realizan de forma automática logros que había costado mucho conseguir. Si cada vez que fuésemos a encender el televisor pensásemos en los campos electromagnéticos que se generan, que se emiten y se transmiten a la velocidad de la luz para ser recogidos por una antena y ser luego decodificados en imagen, no acabaríamos de encenderlo y ver plácidamente la película que proyectan.
Los niños son quizá el más vívido ejemplo de asimilación de rutinas prácticas y habilidades diversas; observemos lo rápidamente que aprenden los vídeojuegos y su semiología propia, lo rápido que formaban el cubo de Rubik y cualquier otro tipo de habilidades que les interesen. Sin embargo pensar, lo que se dice pensar, piensan más bien poco, o al menos esa es mi impresión; si no, indaguemos un poco y preguntémosles por el por qué y el cómo de muchas de sus rutinas, y veremos qué poco saben de los fundamentos y qué poco le interesan.
Bertrand Russell decía que la gente siente pánico a pensar, a indagar por sí mismos, alejándose de los tópicos establecidos, hasta donde le lleve su propio pensamiento.
Habitualmente los grandes pensadores –no siempre – muestran una habitual torpeza a adquirir habilidades y rutinas prácticas que el común de los mortales desarrolla sin dificultad, y esto quizá se deba – es mi opinión – a su excesivo espíritu crítico, a cuestionarlo todo, a ponerlo todo en duda, hasta sus propias rutinas, las cuales tardan en desarrollar. Así los niños, sin embargo, y los hombres de acción – que se siguen pareciendo mucho a los niños – las desarrollan sin la menor dificultad.
En cierto modo encuentro una cierta oposición entre el pensar y el hacer. Se cuenta de Einstein que una vez salió de su domicilio habitual y no recordaba la dirección, por lo que se vio obligado a telefonear para que lo recogieran; Isaac Asimov se confesaba incapaz de cambiar un enchufe y Enmanuel Kant en toda su vida apenas se alejó de Königsberg, su ciudad natal. Todo el mundo maneja rutinas para vivir, aunque sean mínimas, como Juan Ramón Jiménez, y todo el mundo piensa algo aunque a veces nos parezca imposible.
Habrá quien haya sacado la impresión de que he comparado a cirujanos y a niños con primates muy habilidosos, y que sólo he elevado al nivel más humano a los pensadores, y esto requiere una aclaración ulterior.
Las habilidades que podemos desarrollar los humanos son más sofisticadas que aquellas que pueden desarrollar nuestros ancestros. Si bien pudiéramos concebir a un chimpancé conduciendo un automóvil, difícilmente nos lo imaginamos cumpliendo las normas de circulación, y esta diferencia viene marcada por algo que es característicamente humano como es nuestro lenguaje.
Si bien otras especies pueden disponer de símbolos para transmitir señales de peligro, de dolor, etc., son tan elementales que no pueden compararse a lo que el lenguaje humano constituye. Sin nuestro lenguaje, todos los avances de la civilización no podrían transmitirse a la siguiente generación. Es por este lenguaje, propiamente característico de nuestra especie, por lo que nuestras habilidades y nuestras rutinas mentales pueden ser enormemente sofisticadas, hasta el punto de ser capaces de llevar a cabo operaciones sumamente complejas sin apenas pensar.
Resulta del máximo interés subrayar la idea de que la complejidad de una operación no es paralela al pensamiento necesario para desarrollarla. El pensamiento surge cada vez que uno se interroga y trata de encontrar respuestas, convirtiéndose en agente activo de la comprensión intelectual, indagando y poniendo en duda con espíritu crítico aquello que se nos ha transmitido. Es por esto que creo que no se puede hablar de pensamiento verdadero hasta una determinada edad – salvo en casos precoces – y el hecho de que los niños pregunten por qué continuamente implica una curiosidad más que una capacidad para pensar. La cuestión no está en preguntar siempre por qué, sino en saber cuándo tiene sentido preguntar por qué, pues a veces no lo tiene.
Los niños, desde que nacen están aprendiendo y esto les supone, a veces, un considerable esfuerzo como es aprender a leer, escribir, aprender las reglas de la aritmética, etc. Curiosamente hablar es algo que aprenden con mayor sencillez, y no porque sea tarea fácil, sino porque es tal su afán por comunicarse que a veces se atorrullan por su deseo de expresar cosas que no aciertan a saber como hacerlo.
Los niños aprenden continuamente y, sin embargo, según las ideas expresadas anteriormente no tienen desarrollada una capacidad de pensamiento; luego, no todo aprendizaje implica capacidad para pensar. Desde este punto de vista opino que el aprendizaje pasivo y mimético no requiere pensar, aunque sí pueda requerir un gran esfuerzo mental. El aprendizaje que requiere pensar en el pleno sentido que concedo a esta palabra es el aprendizaje activo, indagatorio, inquisitivo, creativo en una palabra.
No en vano, decía Einstein, que era más importante preguntarse que encontrar respuestas. Así pues, el pensar es un proceso mental activo por parte del sujeto; es indagatorio, en el sentido de que trata de responder a interrogantes; debe ser libre, y no estar mediatizado o manipulado; es creativo, en el sentido de que puede aportar elementos nuevos y es fecundo, porque da lugar a su vez a nuevos pensamientos; a su vez es crítico, en el sentido de que no venera lo adquirido por constituir mera tradición, sino por sus valores intrínsecos.
Pensar es situarse sólo ante las cosas y ante uno mismo, con la única ayuda de la razón y de la experiencia, para acercarse a la verdad que se supone que podemos aproximarnos, mas no siempre implica realizar innovaciones trascendentes; a veces sólo se consiguen puntos de vista más atinados y formas nuevas de aprehender una realidad ya entrevista, pero siempre exige desprenderse de prejuicios. Si se consigue unir razón y experiencia con una imaginación fecunda los éxitos son más probables.
En definitiva, la civilización se mantiene por rutinas y automatismos aprendidos y transmitidos, y avanza gracias a los esfuerzos innovadores de los pensadores, sean estos investigadores, inventores o creadores de nuevas formas de pensamiento.
Sí es cierto que la actividad de pensar – y cuanto más abstracta sea ésta, más – hay que considerarla entre las más humanas, y dado que ciertos animales desarrollan aprendizajes que pueden simular un cierto pensamiento, como anteriormente vimos, es difícil imaginar
- recononozcámoslo- a un primate pensando sobre su propio lenguaje – metalenguaje – o discutiendo sobre su propia manera de pensar. Parece que cuando más nos adentramos en este lenguaje nuestro más nos diferenciamos de los animales. En este sentido, la lingüística y la filosofía pura serían actividades muy humanas.
La lógica formal representaría el conjunto de reglas formales exigibles en todo razonamiento deductivo, y a Frege debemos el primer cálculo completo de este género, que culminaría con la obra capital de Whitehead y Russell “Principia Matemathica”, y éste, el razonamiento deductivo – aún siendo importantísimo – , es sólo una pequeña parte del pensamiento racional.
En el fondo, la lógica deductiva, puesto que los teoremas está implícitos en los axiomas, constituiría una tautología, una verdad necesaria, y la realidad hasta donde la conocemos es contingente, pues no conocemos un principio general que no la hiciera poder ser de otra manera.
La imaginación, la observación, la experimentación, la experiencia de las cosas, son realidades que amplifican nuestro conocimiento. La imaginación es algo fundamental que hasta donde conozco no ha sido rigurosamente tratada, y su importancia es tal en el avance del conocimiento que bien merecería un estudio aparte.
Este pequeño artículo no constituye más que una opinión, la mía, que puede ser discutible, mas no respetable, y digo esto porque existe una tendencia generalizada a decir : “tienes que respetar lo que digo porque es mi opinión” ó “cada uno tiene su opinión, y tan respetable es la una como la otra”.
Respetables son las personas, en el sentido de que son merecedoras de respeto, de que se las escuche, y de ponerse en su lugar, pero las opiniones son susceptibles de debate, de sopesar los argumentos de unas y de otras para rechazar las más débiles y aceptar las que mejor soporten el peso crítico de la razón.
Firmado Sócrates.