OCCIDENTE NO TRIUNFÓ EN LA GUERRA FRÍA
La democracia no se impuso en Rusia como resultado del fin de la Guerra Fría, dice el autor. En cambio, afirma, el comunismo fue remplazado por "nacionalismos corruptos" que no se constituirán en "socios para la paz".
Alexander Haig
Ex comandante supremo de la OTAN.
Ex Secretario de Estado norteamericano.
Hasta hace poco habíamos pasado por dos ciclos revisionistas sobre quién ganó la Guerra Fría y, más importante aún, cómo la ganó.
El primer ciclo perteneció a los conservadores, para quienes la firmeza norteamericana y la acumulación militar progresiva de Reagan, especialmente la "guerra de las galaxias", extenuaron a la Unión Soviética. Luego, a medida que el pueblo norteamericano comenzaba a tomar distancia de las tensiones del mundo de la Guerra Fría, los liberales recuperaron sus voces y argumentaron que las confrontaciones y la fuerza militar, después de todo, no sirvieron de nada. Es más; que lo único que hizo el poderío de Reagan fue prolongar un imperio soviético cuya caída era inevitable, sembrando la amenaza de guerra mientras se gastaban miles de millones de dólares que podrían haber servido para satisfacer las necesidades sociales de los Estados Unidos. Ambas aseveraciones son simplistas y erróneas.
Desenlace inesperado
Hoy entramos en un tercer ciclo, cuando se alaban las virtudes de los neoconservadores por buscar la victoria sobre los soviéticos en lugar de una simple contención. Los neoconservadores, que en su mayoría eran demócratas de la Guerra Fría furiosos por la oscilación de su partido hacia la izquierda, merecen una dosis de crédito. Sin embargo, parece una exageración creer que Ronald Reagan o sus principales funcionarios de seguridad nacional necesitaban asesoramiento de parte de los neoconservadores sobre cómo conducir mejor la Guerra Fría. También es erróneo sugerir un resultado pacífico como el producto de un período tan breve de la historia.
Como veterano de guerras frías y calientes contra los soviéticos y sus aliados, me regocijé con la desaparición de la Unión Soviética.
Pero había razones para preguntarnos cuánto tuvimos que ver realmente con eso. La realidad es que no bombardeamos las trincheras. El enemigo repentinamente se levantó y se fue y la Unión Soviética ya no estaba más. Pocos en Washington, y muchos menos en Moscú, esperaban este desenlace.
El colapso no se produjo tanto como resultado de la acción occidental sino, más bien, por las contradicciones internas en el modelo soviético del marxismo-leninismo. Las tensiones en el sistema no eran secretas; como comandante supremo de la OTAN hablé de ellas a mediados de los 70, cuando el poder militar soviético parecía encontrarse en su punto máximo.
Comparado con las economías occidentales, el sistema soviético podía producir armas pero cada vez menos manteca, y eran cada vez más los rusos que lo sabían.
La contención del expansionismo soviético, buscada eficazmente por Ronald Reagan o menos eficazmente por Jimmy Carter, fue, en el mejor de los casos, un catalizador importante y oportuno y no tanto la causa central de la muerte soviética. Es más: Occidente también está en deuda con Mijail Gorbachov, no por su inclinación hacia la democracia, sino porque mientras luchaba por preservar el marxismo a través de la reforma, no recurrió a la fuerza para preservar el imperio en ruinas.
También estamos en deuda con nosotros mismos por el hecho de reconocer que la admiración rusa de nuestro sistema económico nunca fue el equivalente de una conversión en gran escala a los valores democráticos occidentales.
En un principio, los eslóganes provenientes de Moscú sugerían el renacimiento de Rusia como un país democrático de libre mercado. El presidente Clinton deseaba que Rusia, finalmente, se convirtiera en un nuevo "socio democrático". Pero ahora sabemos que nuestros valores no triunfaron; hoy no existe una verdadera democracia en Rusia, la guerra en Chechenia continúa y hasta podría producirse un retorno de los neocomunistas por elección popular. Sigue habiendo esfuerzos persistentes por restituir el control por parte de Moscú de la Comunidad de Estados Independientes. El régimen de la ley, los derechos individuales y todo lo que asociamos con una sociedad democrática aún no existen en Rusia. El logro de estos objetivos centrales no se verá beneficiado si se ignoran las violaciones rusas a los derechos en Chechenia o en otras partes.
Obviamente, la confusión sobre quién ganó la Guerra Fría y por qué, sigue estorbando el desarrollo de políticas sólidas en Europa y en otras partes.
Reagan dejó su marca, como lo hicieron muchos de sus antecesores, al reavivar la confianza norteamericana en la justicia de nuesta causa. Varias políticas diplomáticas de Reagan ayudaron a "contener" a una Unión Soviética que, peligrosamente, carecía de oposición a fines de los 70. Éste es el meollo de la historia. Pero lo que debería preocuparnos hoy, a nosotros y a los candidatos presidenciales, es el sentido de complacencia sobre el mundo y Rusia que surge de la presunción de "victoria". Nuestra política hacia Rusia ya no debería suponer que la democracia es inevitable, que Rusia es un socio para la paz y la seguridad o, incluso, que surgirá una sociedad de libre mercado.
La Unión Soviética perdió la Guerra Fría y desapareció para ser remplazada, cada vez más, por nacionalismos corruptos. Occidente no fue testigo de un triunfo de los valores democráticos. La lucha por la excelencia en los valores continúa. La complacencia combinada con la lectura errónea de la causa del colapso soviético pueden amenazar nuestra capacidad esencial para influir en los hechos globales y puede hacernos perder la paz.
Traducción de Claudia Martínez.
(c) The Washington Post y Clarín, 1996
Bueno,como te comente hay opiniones para todos los gustos.
En cuanto a lo de Hitler hablariamos de muchisimo antes de que subyugara a toda Alemania con sus ideas de limpieza racial,aunque lo demas hubiese sido igual en lo referente a este punto nunca se sabra si los demas gerifaltes hubiesen actuado igual o de otra manera.
Saludos