Me vais a permitir que pegue un comentario de un usuario de Barrapunto, sobre la historia de Alan Turing, un genio matemático, que es uno de los padres de la informática tal y como la conocemos, y que fue uno de los científicos aliados que ayudó a romper los códigos de la máquina de cifrado Enigma, utilizada por los nazis.
Pido perdón adelantado por lo sentimental del comentario. Cuando leí la biografía de Turing me conmovió especialmente la historia de su muerte, tanto que la cuento siempre que la conversación me da motivo (cosa que no es muy frecuente).
La historia de la muerte de Turing es de un insuperable patetismo histórico. La relato aquí porque siempre me ha parecido un ejemplo de cómo, para lo bueno y para lo malo, la realidad puede superar al arte, sobre todo teniéndolo como modelo.
Alan Turing era un héroe de guerra condecorado secretamente por un proyecto secreto. Lo que quiere decir que era un ciudadano normal ante los ojos de sus contemporáneos. Sobre todo ante la policía de la moral, que en los años 50 decidió hacer de Alan Turing un caso ejemplar en su guerra contra la homosexualidad.
Porque sí, Turing era homosexual. Y ni siquiera lo negó en el juicio, porque no le parecía que fuera un crimen. El principal testigo en su contra, uno de sus amantes al que Turing había denunciado a la policía por ladrón, quedó absuelto por colaborar con la policía. Turing fue condenado. El juez lo condenó a terapia hormonal, porque por aquellos años se creía que la homosexualidad era un "exceso de masculinidad" para el que se ofrecían tratamientos con hormonas femeninas, que en los varones reducen la libido. Turing aceptó este tratamiento: la otra opción era la cárcel.
Nota al margen: en Erewhon, la novela satírico-utópica de Samuel Butler, se presenta una sociedad ficticia donde a los enfermos se les castiga (30 latigazos por un resfriado, 2 meses de trabajos forzados por una pulmonía) y a los criminales se los cura. Esto, que pretendía ser una mordaz crítica a las teorías criminológicas que proponían la "reforma" de los condenados, y no su castigo, como objetivo del sistema penal, se ve reflejado en la sentencia contra Turing. La novela interesará también a muchos lectores de barrapunto, porque en ella se plantea la posibilidad de inteligencia en objetos inanimados, lo que incluye a relojes y otros mecanismos hechos por humanos. Pero volvamos a nuestro héroe.
Alan Turing, que había estado entrenando para correr la Maratón en los Juegos Olímpicos de Londres, vio como la 'terapia' hormonal le provocaba la acumulación de grasa, e incluso le crecían pechos. Su condición pública de homosexual lo incapacitaba para el trabajo criptográfico que había continuado realizando con el GCHQ, el sucesor a Bletchley Park en la post-guerra. Y el tratamiento de estrógenos también le producía dificultad para concentrarse en sus estudios como hasta entonces. Destrozado física, social y mentalmente, Turing era el gran héroe olvidado de la Inglaterra de los años 50. Le debían la libertad y la vida, y le pagaban con torturas.
Así que tramó una vía de escape. Un plan de evasión. Como no quería que su madre sufriera en exceso, decidió disfrazar el suicidio de accidente. En sus últimos años se había dedicado a estudiar química, y tenía un laboratorio en su casa, con lo que disponía de todo tipo de sustancias tóxicas. Una mañana de 1954 la limpiadora se lo encontró muerto en el suelo; a su lado había una manzana a medio comer, untada en cianuro. Sólo consiguió engañar a su madre, que durante el resto de su vida sostuvo que Alan había muerto accidentalmente. El veredicto del forense fue suicidio.
Si queréis saber más, podéis leer Turing: The Enigma, una biografía escrita por el matemático británico Andrew Hodges, y un ejemplo de cómo escribir una biografía de un científico. A mí me emocionó leerla.
Gracias a Trystero por darme la ocasión de contar esta historia. Propongo un brindis por Alan Turing.