De un tiempo a esta parte he terminado tres lecturas.
Empiezo con el clásico de Kafka:
La transformación, en la edición de Atalanta y prologado, traducido y posfaciado primorosamente por Luis Fernando Moreno Claros y Pilar Benito Olalla. Una relectura que toma lugar tras échale tú veinte años buenos de la primera. Nos contextualizan la creación de la novelita, con un Kafka sintiéndose ajeno a su familia, como un bicho, devastado porque su padre quería obligarle a supervisar una fábrica, traicionado porque su hermana no lo apoyó... todo mientras exteriorizaba sus cuitas vía misivas a una muchacha de la que estaba razonablemente enamorado. El relato nos cuenta la historia de Gregor Samsa, un tratante que se ve obligado a quedarse en casa porque de un día para otro se transforma en una especie de cucaracha, para desgracia de su familia. Poco a poco se van desapegando de él, porque de sustentador pasa a sustentado, y Samsa va perdiendo su humanidad con cada día que pasa. Un título imprescindible en cualquier biblioteca que se precie.
El segundo es
Elogio de la anarquía por Xī Kāng y Bào Jìngyán, compuesto por una selección de controversias entre ellos, de formación taoísta, y otros sofistas chinos, de cariz más confuciano. Primero he de decir que me ha encantado, aunque el principio de la introducción de Jean Levi es algo farragoso. Quizá hayáis oído hablar de la práctica argumentativa de la darśana nyāyaḥ (la escuela de lógica del hinduismo) y en sus diversas partes. Pues bien, estas disputas presentan un esquema muy parecido: formulación de la tesis, reformulación por parte del oponente, presentación de la posición contraria, defensa de las objeciones y conclusión. Como cualquier debate actual de la televisión, vamos.
Por ejemplo, en la primera polémica discuten si los príncipes son necesarios o no. Bào Jìngyán, desde su punto de vista taoísta, expone que no lo son porque en la diferenciación se establecen las jerarquías, y con ellas la corrupción y la opresión del pueblo (
grosso modo), mientras que su rival contraataca aduciendo que sin los príncipes, dada su proximidad al Mandato del Cielo, el pueblo caería presa de la bestialidad por su desconexión con lo sagrado. Claro, yo aquí entiendo que Bào Jìngyán, ubicado en el centro del Tao, confía que la humanidad regrese a los tiempos innominados, donde «se podía caminar sobre la cola del tigre», pretéritos al periplo bautismal del Odiseo de Adorno y Horkheimer; mientras que su rival, resignado ya a la desviación del centro y expulsado del Edén, confía en los arquetipos más cercanos al eje vertical, en este caso los príncipes, ungidos por la sabiduría perenne. Lo mismo podría decirse de sus otras discusiones, que orbitan sobre el carácter innato del gusto por el estudio y los efectos nocivos de la sociedad para la salud, sobre todo la alimentación. Por supuesto, entre otras cosas, citan constantemente a autores consagrados de la época para apoyar su punto de vista y no dudan en burlarse del rival si lo creen conveniente. Lectura recomendadísima, y tanto más las obras que mencionan.
Termino con otra novelita de Conrad:
Amy Foster. Tenía un Brevis de Alba por ahí y a nadie le amarga un dulce. Sirviéndose de unas fiebres horribles que sufrió el autor y que le hicieron balbucir en su idioma nativo, el polaco, Conrad nos cuenta la historia de un góral, un habitante de los Cárpatos, que tras un naufragio rumbo a América empieza una nueva vida en Colebrook, un pueblito de Reino Unido. Despreciado por sus extrañas costumbres salvo por la limítrofe Amy Foster, se casa finalmente con ella, pero tras unos años en pareja, la relación se enturbia por la forma que tiene de educar a su hijo. Como siempre, la prosa del autor es bellísima y nos transporta con pocas pinceladas a esa tierra atávica de la pérfida Albión.
En mi mesa tengo otro Brevis: Amo y criado, que seguramente leeré, y quizá Carmilla de Le Fanu, aunque tengo dudas. Será por libros.