De vez en cuando me toca encargarme de personas en prácticas, y parte de mi labor consiste en observar con qué dinámicas llegan para poder corregirlas y ayudarles a prepararse para el mercado laboral. No solo pensando en que puedan quedarse en nuestra empresa, sino más bien en que estén capacitados para tener oportunidades en cualquier lugar del sector, que todos sabemos lo complicado que es para meter la cabeza.
La realidad es que, de cada diez, al menos siete están más pendientes de todo lo que ocurre fuera del trabajo que de su propio desempeño. Lo que más me llama la atención, sin embargo, es lo desconectados que están del mundo real. No viven atentos a lo que les rodea, y eso les pasa factura cuando tienen que salir a grabar, por ejemplo, a un político del que ni siquiera saben quién es ni qué ha hecho, aunque sea alguien del que se habla en cualquier casa a diario.
También percibo que, en general, hay una sensación de que ahora todo es más fácil de conseguir. Como si el esfuerzo ya no fuera necesario porque hay más accesos, más facilidades. Y eso me frustra especialmente cuando veo personas con potencial, que han pasado por aquí, pero que no han querido aprovechar la oportunidad creyendo que siempre habrá otra. Y luego la realidad les golpea: hay trenes que no pasan dos veces.