![[buuuaaaa]](/images/smilies/nuevos/triste_ani3.gif "a lágrima viva")
. ETA ya intentó matarla en una ocasión, cuando era profesora en la universidad. ![[oki]](/images/smilies/net_thumbsup.gif "Ok!")
. Esto lo llega a escribir un hombre y se hubiera armado una gorda. Pero bueno, esto es el feminismo del siglo XXI. ![[poraki]](/images/smilies/nuevos/dedos.gif "por aquí!")
PainKiller escribió:Hombre, el articulo es de Mujer de hoy, que no deja ser una especie de Vale o Super pop para maduritas.
![[qmparto]](/images/smilies/net_quemeparto.gif "Que me parto!")
Bien definido. Un gay con bolso es un tontaina, sin discriminación alguna, oiga. Tanto como para mirar mal, no sé, pero para mirar raro, es. fshtravis escribió:
Es una revista de mujeres, lo veo lógico. No se va a poner a hablar del paro que no tiene nada que ver con la temática.
maponk escribió:fshtravis escribió:
Es una revista de mujeres, lo veo lógico. No se va a poner a hablar del paro que no tiene nada que ver con la temática.
Dices que es una revista de mujeres como si TODAS fueran idiotas y superficiales ... y lamento decirte que no todas son así ... tienes que salir más, y conocer a OTRAS MUJERES ...
![[carcajad]](/images/smilies/nuevos/risa_ani2.gif "carcajada")
. futuro mad max escribió:con esa cara tiene que ser de la eta
![[toctoc]](/images/smilies/nuevos2/rompiendo.gif "machacando")
Hokorijin escribió:
Una experiencia vivida hace unos días me ha llevado a concluir que estoy atravesando una época de un enorme equilibrio espiritual. Sin necesidad de un psicólogo que me lo certifique, porque he tenido una prueba contundente: mi reacción al horror de que un camarero arrojara ¡una copa entera de vino! encima de mi último dildo. Recalco lo de último porque como tal último es el más querido. Y ni así me alteré. Bien es verdad que se trataba de vino blanco y creía recordar que el blanco no manchaba y bien es verdad también que el camarero era muy guapo, datos ambos que explican parte de mi extraña respuesta.
Pero ni una cosa ni la otra restan valor a lo extraordinario de mi calmada actitud, a que no me inmutara siquiera al observar los enormes chorros de vino que caían por encima de mi dildo. Un espanto capaz de alterarme en cualquier otro momento. Y es que entre las tonterías materiales que me pueden irritar, y admito, por supuesto, que estamos hablando de pequeñeces, los accidentes de mis dildos ocupan uno de los primeros lugares, más o menos empatados con los cafés que no están ardiendo, tal como lo especifico siempre. Lo que demuestra que pertenezco a ese amplio grupo de mujeres apasionadas de los dildos que debe de ser comparable, supongo, al de los hombres amantes de los coches. Con la diferencia de que lo de los coches me cuesta un poco más entenderlo y lo de los dildos hace que sienta un poco de compasión por los hombres, por lo complicado que es para ellos usarlos, a no ser que seas gay y puedas hacerlo sin que te miren mal.
Pertenezco es ese grupo de mujeres que una amiga mía llama Barbie Putón. Y lo asumimos encantadas, nos divertimos siendo Barbies Putones, no lo vamos a negar, aunque a veces nos critiquen por ello. Piensan algunos que esa pasión por los dildos debe de tener algo que ver con la exhibición de estatus, como lo de los coches y los hombres, lo de la presunción de poder a través del coche, de su marca y de sus caballos. Puede que sí, que haya algo de eso.
Pero yo le doy más importancia, mucha más, al simple placer de la belleza, a que algunos dildos son "pequeños" objetos de increíble diseño y hermosura que puedes contemplar a lo largo de todo el día, y que, a diferencia de la ropa que llevas puesta, dejas encima de una silla y de una mesa y admiras, yo lo hago, mientras te tomas un café. Un "pequeño" objeto que disfrutas mientras lo tocas y remueves en tu interior y que mantiene intacta su belleza durante años. Y dejas encima del sofá o de una cómoda cuando llegas a casa, y su belleza, piensas, compite con un jarrón o con una escultura.
Supongo que se trata del mismo placer que siente un amigo mío, que me enseña las fotografías de la colección de coches antiguos que tiene la suerte de conducir de vez en cuando. Los mira con tanta veneración como yo a mi dildo, que, quiero tranquilizar a todas las Barbies Putones, sigue impecable, porque, en efecto, el vino blanco no mancha.
Hokorijin escribió:y lo de los dildos hace que sienta un poco de compasión por los hombres, por lo complicado que es para ellos usarlos, a no ser que seas gay y puedas hacerlo sin que te miren mal.
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. Supongo que todo esto es, porque es la ex de Wert. Hokorijin escribió:
Una experiencia vivida hace unos días me ha llevado a concluir que estoy atravesando una época de un enorme equilibrio espiritual. Sin necesidad de un psicólogo que me lo certifique, porque he tenido una prueba contundente: mi reacción al horror de que un camarero arrojara ¡una copa entera de vino! encima de mi último dildo. Recalco lo de último porque como tal último es el más querido. Y ni así me alteré. Bien es verdad que se trataba de vino blanco y creía recordar que el blanco no manchaba y bien es verdad también que el camarero era muy guapo, datos ambos que explican parte de mi extraña respuesta.
Pero ni una cosa ni la otra restan valor a lo extraordinario de mi calmada actitud, a que no me inmutara siquiera al observar los enormes chorros de vino que caían por encima de mi dildo. Un espanto capaz de alterarme en cualquier otro momento. Y es que entre las tonterías materiales que me pueden irritar, y admito, por supuesto, que estamos hablando de pequeñeces, los accidentes de mis dildos ocupan uno de los primeros lugares, más o menos empatados con los cafés que no están ardiendo, tal como lo especifico siempre. Lo que demuestra que pertenezco a ese amplio grupo de mujeres apasionadas de los dildos que debe de ser comparable, supongo, al de los hombres amantes de los coches. Con la diferencia de que lo de los coches me cuesta un poco más entenderlo y lo de los dildos hace que sienta un poco de compasión por los hombres, por lo complicado que es para ellos usarlos, a no ser que seas gay y puedas hacerlo sin que te miren mal.
Pertenezco es ese grupo de mujeres que una amiga mía llama Barbie Putón. Y lo asumimos encantadas, nos divertimos siendo Barbies Putones, no lo vamos a negar, aunque a veces nos critiquen por ello. Piensan algunos que esa pasión por los dildos debe de tener algo que ver con la exhibición de estatus, como lo de los coches y los hombres, lo de la presunción de poder a través del coche, de su marca y de sus caballos. Puede que sí, que haya algo de eso.
Pero yo le doy más importancia, mucha más, al simple placer de la belleza, a que algunos dildos son "pequeños" objetos de increíble diseño y hermosura que puedes contemplar a lo largo de todo el día, y que, a diferencia de la ropa que llevas puesta, dejas encima de una silla y de una mesa y admiras, yo lo hago, mientras te tomas un café. Un "pequeño" objeto que disfrutas mientras lo tocas y remueves en tu interior y que mantiene intacta su belleza durante años. Y dejas encima del sofá o de una cómoda cuando llegas a casa, y su belleza, piensas, compite con un jarrón o con una escultura.
Supongo que se trata del mismo placer que siente un amigo mío, que me enseña las fotografías de la colección de coches antiguos que tiene la suerte de conducir de vez en cuando. Los mira con tanta veneración como yo a mi dildo, que, quiero tranquilizar a todas las Barbies Putones, sigue impecable, porque, en efecto, el vino blanco no mancha.
Whar escribió:Hokorijin escribió:
Una experiencia vivida hace unos días me ha llevado a concluir que estoy atravesando una época de un enorme equilibrio espiritual. Sin necesidad de un psicólogo que me lo certifique, porque he tenido una prueba contundente: mi reacción al horror de que un camarero arrojara ¡una copa entera de vino! encima de mi último dildo. Recalco lo de último porque como tal último es el más querido. Y ni así me alteré. Bien es verdad que se trataba de vino blanco y creía recordar que el blanco no manchaba y bien es verdad también que el camarero era muy guapo, datos ambos que explican parte de mi extraña respuesta.
Pero ni una cosa ni la otra restan valor a lo extraordinario de mi calmada actitud, a que no me inmutara siquiera al observar los enormes chorros de vino que caían por encima de mi dildo. Un espanto capaz de alterarme en cualquier otro momento. Y es que entre las tonterías materiales que me pueden irritar, y admito, por supuesto, que estamos hablando de pequeñeces, los accidentes de mis dildos ocupan uno de los primeros lugares, más o menos empatados con los cafés que no están ardiendo, tal como lo especifico siempre. Lo que demuestra que pertenezco a ese amplio grupo de mujeres apasionadas de los dildos que debe de ser comparable, supongo, al de los hombres amantes de los coches. Con la diferencia de que lo de los coches me cuesta un poco más entenderlo y lo de los dildos hace que sienta un poco de compasión por los hombres, por lo complicado que es para ellos usarlos, a no ser que seas gay y puedas hacerlo sin que te miren mal.
Pertenezco es ese grupo de mujeres que una amiga mía llama Barbie Putón. Y lo asumimos encantadas, nos divertimos siendo Barbies Putones, no lo vamos a negar, aunque a veces nos critiquen por ello. Piensan algunos que esa pasión por los dildos debe de tener algo que ver con la exhibición de estatus, como lo de los coches y los hombres, lo de la presunción de poder a través del coche, de su marca y de sus caballos. Puede que sí, que haya algo de eso.
Pero yo le doy más importancia, mucha más, al simple placer de la belleza, a que algunos dildos son "pequeños" objetos de increíble diseño y hermosura que puedes contemplar a lo largo de todo el día, y que, a diferencia de la ropa que llevas puesta, dejas encima de una silla y de una mesa y admiras, yo lo hago, mientras te tomas un café. Un "pequeño" objeto que disfrutas mientras lo tocas y remueves en tu interior y que mantiene intacta su belleza durante años. Y dejas encima del sofá o de una cómoda cuando llegas a casa, y su belleza, piensas, compite con un jarrón o con una escultura.
Supongo que se trata del mismo placer que siente un amigo mío, que me enseña las fotografías de la colección de coches antiguos que tiene la suerte de conducir de vez en cuando. Los mira con tanta veneración como yo a mi dildo, que, quiero tranquilizar a todas las Barbies Putones, sigue impecable, porque, en efecto, el vino blanco no mancha.
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