Aquí comento más detalladamente lo que pienso:
Carol
El director californiano siempre ha tenido el tema homosexual muy presente, ya sea tratándolo de manera directa o dejándolo caer. De la misma forma, sus personajes se caracterizan por ser inestables y frágiles; nunca llegan a encontrarse a sí mismos. En
Lejos del cielo, Julianne Moore interpretaba el papel de una mujer que parecía tenerlo todo: Un matrimonio perfecto, un hijo adorable, una casa gigante y grandes amigas. Era imposible que no se fuera a dormir con una sonrisa. Pero todo se viene abajo cuando se entera de la homosexualidad de su marido. La sociedad, tan conservadora como crítica, la empuja fuera de ella. Para más complicaciones, encuentra a su otro yo en un jardinero de raza negra. Así, los dos principales debates de la primera mitad del siglo XX (homosexualidad y racismo) eran analizados minuciosamente. Unos años antes, Todd Haynes habia dirigido
Velvet Goldmine, un musical inspirado libremente en la vida de David Bowie. Si bien es cierto que no se centra directamente en el tema sexual, sí que se puede apreciar cómo se retrata la vida de los años 70 y cómo se empiezan a abrir las mentes respecto a esos temas. Ya lo dejaba claro Jonathan Rhys Meyers en varias escenas al anunciar sin miedo que era bisexual y que no le importaba nada confesarlo. Claro que eso no le quita a que otra vez estuviéramos ante un personaje que acaba devorado por un mundo gigante y agresivo. Algo parecido hizo en el exquisito biopic de Bob Dylan:
I’m not there. A través de 6 personas diferentes nos cuenta la vida del cantante; una vida que está llena de huidas, polémicas, mentiras y desengaños amorosos. Tras un breve paso por la televisión, en el que realiza un drama ambientado en la gran depresión con una madre soltera como protagonista, vuelve a la gran pantalla para terminar lo que vendría siendo la trilogía del melodrama clásico.
La película empieza desde el final, en un restaurante con las dos heroínas sentadas una frente a otra. Sin hablar, mirándose fijamente con las caras serias, el ambiente está concentrado con un aire de nerviosismo palpitante. A lo lejos, un joven cree reconocer a Therese. Una vez confirmada su identidad, le pregunta si quiere acompañarle a un fiesta. Tras un silencio, Carol pide disculpas y se marcha rápidamente, apoyando previamente su mano en el hombro de Therese durante unos segundos. Ella, yéndose en el coche con el joven, mira a través de la ventanilla. ¿La volverá a ver de nuevo? Un flashback nos sitúa en el origen de todo para contarnos la historia. Carol es una mujer acomodada, vive en una mansión y tiene una hija, pero su matrimonio está en la ruina. Pronto se divorciará de su marido (Kyle Chandler), a pesar de que este se niega a aceptarlo. En vísperas de nochebuena, se acerca al centro comercial para comprar juguetes. Es ahí donde ve a Therese, una de las dependientas de la tienda. El cruce de miradas que tienen ya lo dice todo. Carol se deja ¿accidentalmente? un guante en el mostrador, cosa que aprovechará la joven para mandárselo y seguir en contacto. Se irán viendo en lugares comunes mientras que poco a poco se produce un acercamiento amoroso y, sobre todo, peligroso. Ambas siguen unidas a sus hombres. En el caso de Therese su novio le ha pedido que se marchen juntos a Europa a iniciar una nueva vida. Pero las dudas florecen y su inseguridades acerca de quién le importa más aumentan.
Todd Haynes demuestra su admiración por los clásicos. La forma en la que ha decidido iniciar el film es un grandioso calco a
Breve encuentro. En ella un hombre y una mujer estaban sentados en la cafetería de la estación cuando una amiga de ella les interrumpe y consigue romper ese silencio doloroso. El tren de él llega a los pocos minutos y se despide formalmente de las dos. Se marcha a África y ya no volverá a ver a su amor platónico. De ahí pasamos a un “plagio” del melodrama por excelencia del que mejor supo llevar al cien este género: Douglas Sirk. En una tienda y por accidente Carol y Therese se encuentran fortuitamente. La joven es una dependiente con aspiraciones de ser fotógrafa, y la otra una futura madre soltera. Un guante olvidado será el inicio de todo. En
Imitación a la vida, Lana Turner -alter ego de Carol -es otra mujer que cría a una niña sola al haber muerto su marido. John Gavin -la versión masculina de Therese -es un fotógrafo amateur que no duda en plasmar en la cámara todo lo que ve. El escenario esta vez será la playa y el detonante de aquella historia de (no)amor serán las fotografías que irá él a entregar a Lana. Lo que el azar ha querido unir, la ambición – el deseo de ser actriz que tiene Lana- o las reglas de la sociedad lo separará.
Mientras que Douglas Sirk construía su relato a base de gritos y momentos violentos, Haynes apuesta, al igual que en Lejos del cielo, por la sutilidad y la contención. Nos situamos en los años 50, la gente vive más pensando en el qué dirán que en lo que desean en realidad. La naturalidad se hace cargo de la trama, a la cual la impregna de diálogos con dobles sentidos (“
no he pensado en él en todo el día“), de quedadas a escondidas, de una tensión sexual palpable pero a la vez invisible. Viven todavía en un mundo conservador y claramente machista, cualquier movimiento que haga balancear el régimen establecido puede traer consigo consecuencias aterradoras. La custodia de la hija está en juego y el pasado turbio de Carol puede hacer que no la vuelva a ver. Así pues, la relación que hay entre ambas parece un viaje sin fin, uno del que no hay un destino aparente, al ser el alejamiento de la cotidianidad el único objetivo a conseguir. Un viaje que se materializa en el que realizan las dos hacia la otra punta del país. Entre carreteras interminables y hoteles de paso surge lo que bien podría ser la explosión de lo implícito, pero que incluso en lo mostrado, se sigue tratando con delicadeza. Las insinuaciones de
lo que se quiere pero no se puede queda patente en una maravillosa escena entre las dos, donde los primeros planos limitarán en parte la acción. Lo inmoral está prohibido.
Lo explícito queda relegado a las relaciones personales de cada una. La incertidumbre de Therese, ya sea en el viaje a Europa o en su orientación sexual –“
¿alguna vez te has enamorado de un hombre?” le pregunta en un momento determinado-, y sus negativas continuas entorpecen una relación en el que solo su novio parece estar interesado y que terminará con una fuerte discusión. Su acercamiento al hermano de este, tampoco llegará a buen puerto y lo único que conseguirá será un puesto como fotógrafa en el NY Times; cargo que claramente consigue solo por intereses sexuales. El caso de Carol es mas complicado, puesto que el divorcio y el comportamiento obsceno que tuvo años atrás la pueden destruir. Será prácticamente solo en su casa donde veamos a una Carol desquiciada y fuera de sí. Los silencios que adornan los momentos románticos son sustituidos momentáneamente por rugidos.
El conmovedor final que tuvo la relación entre Julianne Moore y un hombre negro, aquí es cambiado por uno dulce que, aunque viene siendo emocionante y precioso, se aparta de la espontaneidad con la que se estaban desarrollando los acontecimientos. Tal vez requería algo más crudo y más característico de los melodramas clásicos de Hollywood como vendría siendo esa última secuencia desgarradora de
La heredera, de William Wilder, por ejemplo, o de la ya citada
Breve encuentro. Pero pasando por alto los pequeños defectos, a esta cinta hay que alabarla por hacer sencillo lo complejo y por prescindir, y muy acertadamente, de los artificios dramáticos típicos en nuestros días. No sobra ni un diálogo ni un plano, todo está construido milimétricamente a la perfección.
Cate Blanchett y Rooney Mara tienen una química bestial, de la misma forma que Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux la tenían en la película del lesbianismo por excelencia:
La vida de Adèle. Sin duda son dos de las mejores actuaciones del año, pero que nos lleva a preguntarnos, otra vez, sobre cuál es la linea que separa ser la actriz protagonista de la secundaria. Ni los Oscars ni los Globos de Oro parecen tenerlo claro. Edward Lachman, alma gemela de Todd Haynes, apuesta esta vez por tonos apagados y fríos para plasmar la Nueva York de los años 50 y la relación entre las dos mujeres. Carter Burwell, por su parte, compone una exquisita banda sonora aparentemente invisible para no condicionar las emociones de los espectadores.
Carol es una de las mejores películas del año, sin duda, y puede ser comparada con el resto de obras maestras que ha dado el género del melodrama. La unanimidad que ha habido entre público y crítica (la europea sobre todo) parece que no ha servido para que la Academia la incluya en la carrera por el Oscar a mejor película. Una injusticia si tenemos en cuenta que hay candidatas solo por su labor detrás de las cámaras y que precisamente ese aspecto ya se recompensa en el premio a mejor director. Al menos se han dignado en meter a
Brooklyn, otra película con aroma a clásico. El tiempo la pondrá en su sitio.
8/10