Los impuestos, tanto los directos como los indirectos, estimulan la inflación y, de esta manera, los efectos de la misma son cada vez mayores y el Estado, atrapado en la locura del préstamo, siempre piensa que puede cubrirlos mediante la aceptación de nuevas deudas, las cuales implican nuevos intereses que, a su vez, hacen necesarios nuevos impuestos y así sucesivamente, estableciéndose un círculo vicioso de catastróficas consecuencias que termina causando el colapso monetario y su consecuente devaluación, provocando el fracaso de la legislación fiscal y el hundimiento de los ingresos tributarios; y, como consecuencia de esta obligación de abonar los intereses crediticios comprometidos con las finanzas internacionales, sangrando a la economía nacional en favor del poder financiero supranacional, para el cual, el propio Estado actúa como su lacayo, como un mero recaudador de impuestos a su servicio.