... Del grave incendio de su casa.
María mira la tele desde el sofá. Ve el programa de Juan y Medio, aunque apenas puede escucharlo por una sordera que empezó con la vejez. En la mesita tiene el pastillero y un vaso de zumo a la mitad. El esparadrapo de la muñeca le recuerda el paso por el hospital, y el infierno de su casa en llamas. Con 83 años, ha sobrevivido a un gravísimo incendio. Porque María Selles no tiene un ángel de la guarda, sino seis. Se llaman Eva, Salva, Luis, Rubén, Dani y Samuel.
Tiene visita. Los seis han ido a verla y, de paso, entregarle el botón de la teleasistencia que perdió en el fuego. «¡Mamá, estos son los policías que te han salvado la vida!», exclama su hija Loli. Ella los mira con los ojos muy abiertos, como intentando buscar algo que no encuentra, y repite una y otra vez la palabra «gracias». No recuerda sus caras en aquella noche de humo y sirenas, pero los besa y les coge la mano con ternura. «¡Qué guapos son todos!», acierta a decir. «Y yo que creía que eran ladrones...».
El turno de la noche del martes empezó tranquilo. Un par de controles rutinarios y un robo de gasolina en un camión. A la una en punto, H-20 (la sala del 091 de la Policía Nacional) emitió un comunicado por radio. Un vecino llamó para alertar de que se estaba produciendo un incendio en el número 2 de la calle Mimbre, en la barriada malagueña de Dos Hermanas. Salía humo del piso y el fuego se veía incluso desde el exterior. Y podía haber alguien dentro. Una mujer de avanzada edad que vivía sola.
Salva y Eva no son compañeros habituales, pero los cambios de turno los colocaron juntos ese día en el coche patrulla que llegó primero al lugar. Los dos policías, que pertenecen a la Brigada de Seguridad Ciudadana de la Comisaría Provincial, recuerdan la escena que se encontraron: «Había un andador en la puerta. Las llamas se veían desde una ventana y salía mucho humo de la vivienda». Reaccionaron con rapidez. Tras pedirle a los compañeros de la sala que llamaran urgentemente a los bomberos, se dirigieron al coche para coger un extintor y una palanqueta. «Llamamos a todos los pisos por el portero electrónico, pero nadie respondía. Al final, un vecino que estaba en la calle nos abrió el portal», relata Salvador.
-Fuego en la ventana--
El humo procedía de un bajo del edificio. «Empezamos a golpear la puerta, pero era blindada. Salva forzó la ventana donde se veían las llamas, rompió la mosquitera y metió el brazo con el extintor para apagar el fuego, que estaba justo debajo», cuenta Eva. El incendio se originó por un cortocircuito de la lavadora que María había puesto para una vecina. Tras sofocarlo, volvieron a la puerta para intentar derribarla. El humo apenas sí les dejaba ver. «No podíamos romperla. En ese momento sientes una gran impotencia porque hay alguien dentro y el tiempo corre. Esos segundos son eternos», continúa la agente.
A la 1.04 aparecieron Dani y Samuel, dos policías de la comisaría del distrito Oeste. «Vimos al compañero golpeando la puerta con el extintor y empezamos a relevarnos», dice Samuel. Salva se había lesionado la rodilla de las patadas. Dos minutos después llegaron Luis y Rubén, dos agentes de la misma comisaría que, como los anteriores, patrullaban de paisano. Entre los seis lograron destrozar el 'premarco' y arrancarlo -literalmente- del tabique para abrir un hueco mínimo, de apenas 30 centímetros, por el que acceder a la vivienda. Samuel, el más delgado, fue el primero en entrar: «Metí el cuerpo como pude mientras los demás empujaban la puerta, que no se llegó a abrir del todo. Conseguimos arrastrarla un poco más para dejarla encajada y que los demás pudieran pasar».
El suelo estaba anegado por el agua que había soltado la lavadora. «Había mucho humo. Podías morir asfixiado, o que saliera una bocanada de fuego. Tampoco sabíamos si había electricidad y, con el agua, sufrir una descarga», prosigue el joven agente. Aun así, no esperaron a los bomberos y se adentraron en el piso con la única guía de sus linternas. Se repartieron las habitaciones para registrar todo el piso, que recorrieron prácticamente a gatas. Dani fue a inspeccionar la cocina, mientras que Rubén y Luis se dirigieron al salón. «La primera sensación que tuve fue que, si había alguien dentro, estaría muerto y, si estaba vivo, no íbamos a poder sacarlo, porque no se veía absolutamente nada. Si te perdías allí dentro, era fácil que no salieses», recuerda Luis.
Al enfocar con la linterna hacia el dormitorio, su compañero Rubén adivinó un bulto sobre la cama. Era un cuerpo inerte. María dormía ajena a todo, aturdida por la intoxicación. «¡Aquí está!», gritó el policía. «En ese momento sientes el alivio de haberla encontrado, pero también la incertidumbre de saber si estaba viva», añade.
-«¡Señora, señora!», le dijo mientras le movía la cara. María abrió levemente los ojos y se espabiló un poco. Podía llevar más de 20 minutos respirando humo.
-«¿Quiénes sois? ¿Qué me vais a hacer?», preguntó al ver las linternas que llevaban dos hombres, uno con un gorro en la cabeza y el otro, con una braga de tipo militar hasta la nariz.
-«Tranquila, señora. Somos policías».
Rubén la cogió en brazos -pesa unos 62 kilos- y salió de aquel infierno. Al cruzar la puerta del dormitorio estuvo a punto de resbalar por los casi 10 centímetros de agua que había en el suelo. La puerta seguía medio cerrada, pero tenía el hueco suficiente para sacarla y entregársela a sus compañeros. María insistía: «¿Quiénes sois?». Ellos le preguntaron si había alguien más dentro. Cuando contestó que no, los policías respiraron, o intentaron hacerlo, tranquilos.
--Intoxicados por el humo--
Los bomberos llegaron cuando Dani, el último del grupo, salía de la vivienda. «Nos dieron la enhorabuena. Nos dijeron que nos habíamos jugado la vida, pero que habíamos salvado la suya», dice el policía. Los seis agentes acabaron en el hospital para ser asistidos por inhalación de humos, que les dejó un fuerte dolor de cabeza y la garganta irritada. A dos de ellos tuvieron incluso que ponerles oxígeno.
Se reencontraron horas después en comisaría y, tras comprobar que todos estaban bien, se felicitaron. «Nos la habíamos jugado, pero te queda la alegría de saber que esa persona vivirá unos años más por la intervención de todos. Fue un trabajo en equipo. Nos coordinamos sin hablarnos», afirma Samuel. Su compañero Dani, que acaba de ascender a oficial, apostilla: «Para mí, es una satisfacción mayor que cualquier detención que puedas hacer, por importante que sea».
Esa noche llegaron a casa más tarde de lo habitual, pero con una sonrisa en el rostro. Dani despertó a su mujer y le contó el rescate de María. Antes de irse a la cama, Eva le envió un mensaje de WhatsApp a su madre: «Mami, hemos salvado a una mujer de morir en un incendio en la barriada de Dos Hermanas, ya te enterarás mañana en las noticias». Luego apagó el teléfono. Fin del servicio.