Salido el sol se pusieron en camino, con fuerzas renovadas y los bolsillos llenos... de ilusión. El día no pasa deprisa para el que camina, y mucho menos, para aquél que lo hace sin comida; pero todo dia tiene un final, y caída la noche decidieron buscar abrigo. Llamaron a muchas puertas del pueblo al que llegaron; exactamente cinco más de las que no se abrieron. Esas cinco más se abrieron tan sólo, para confirmar a los visitantes que no querían visitantes. Con la luna brillando en lo alto y el frío helando la respiración, se fueron a cobijar en la vieja parada de autobús. El cemento no era muy cálido y mucho menos confortable, pero era mejor que nada. Allí, acurrucados los dos, pasaron como pudieron, una noche, tan larga como lo fue su día...
A la mañana siguiente, Elena, despertó sobresaltada. Ángel no estaba bajo su brazo, y se oía a alguien, haciendo ruidos extraños. Cuando sus ojos se acostumbraron al deslumbrante sol, pudo ver al niño, sentado frente a un hombre, rechoncho y bajito, que gesticulaba y emitía aquellos extraños ruidos. Parecía que... hablaban.
- Buenos días Elena.- dijo el muchacho.
- mmmpff, atg, bmf.- dijo su nuevo amigo.
- Bu, buenos días... Ángel, ¿va todo bien?.- preguntó Ele.
- Perfectamente. Deja que te presente. Éste es Andrés, es sordomudo.
Andrés, extendió nervioso la mano en dirección a la chica, y asintió con la cabeza.
- Mucho gusto.- Dijo Elena cerrando el apretón de manos.
- Andrés no conoce el idioma de los signos, y habla a su manera.- comento Ángel con una sonrisa. - Llevamos un rato hablando, esperando a que despiertes dormilona. Vamos, que es hora de desayunar.-
Andrés asintió de nuevo, ayudó a Elena a levantarse, y los tres se encaminaron hacia casa de aquél extraño personaje.
En la mesa había de todo. Pan recien hecho, bizcochos,mantequilla, miel, piezas de fruta. Un banquete de reyes sobre la vieja madera. Comieron, bebieron y rieron de felicidad, mientras Ángel y Andrés, conversaban como si no hubiese barreras. El niño hacía de intérprete para las cosas importantes y los chistes, y los tres reían a carcajadas, cada uno a su manera...
Quizá aquel hombre, nunca sabría cuán agradecidos le estaban, aunque en su cara no reflejase otra cosa sino gratitud. A la hora de partir, Andrés les dió unos víveres para su viaje, un abrazo y un adiós, y otro amigo en el camino...
Más tarde, caminando, Ángel le contaría a Elena, la verdadera historia de quien se quedaba ese día atrás. Andrés había nadico sordomudo en el pueblo. El padre, se marchó, dejando a su esposa y a su hijo retrasado, abandonados a su suerte... Había crecido sin amigos, sin poder ir a la escuela. Marginado por su invalidez. Juzgado como retrasado nadie intentaba hablar con él. Cuando su madre cayó enferma la cuidó hasta el último suspiro, hasta que quedó muda como él, muerta en su vieja cama, bajo las lágrimas de su hijo, que nunca pudo gritar... Andrés creció, pero poco cambió. Los mayores no le querían en sus partidas de cartas; los niños le temían porque hacía ruidos raros. "El monstruo" le llamaban, y así pasaba sus días, como un monstruo, sólo... Cada mañana, iba hasta la parada del autobús, a intentar hablar con la gente que lo esperaba. La mayoría bajaba la vista, le ignoraba, o directamente le gritaba para que les dejasen en paz.
Una semana después de aquél desayuno, una joven escritora de la ciudad, se instaló en la casa contigua a la de Andrés. Verónica, como se llamaba la joven, enseñó a su nuevo vecino el lenguaje de los signos, como su madre, que murió sin haber oído una palabra, le había enseñado a ella. Y Andrés, tuvo siempre alguien con quien hablar, hasta que decidió cerrar los ojos para siempre, porque ver, ya había visto suficiente...