Era una tarde de verano, de esas en que desde el suelo suben ,cuan chimeneas, columnas de aire torrido y candente y de las piedras , ni los lagartos del entorno, a encaramarse se atreven.
Bajo la sombra de un arbol que apenas maquillaba el sol de justicia que en el cielo brillaba, yo , dormitando, en la hierba lacia que en el aroma a pajizo, la muerte sedienta anunciaba; cansino observaba, de la vereda del rio apostado.
Alli, en el lecho polvoriento del otrora caudal generoso, se batia sediento un pececillo , del barro lechoso prisionero.
Y vi como sus escamas ya resecas, y sus agallas, desesperadamente abiertas, hacian un brindis al sol de plata reflejado, grito de agonia que brillante lucia.
Y observaba indiferente mientras agotado se apagaba, que la vida se le iba, que ya no se movia.
Y fue entonces cuando vi lo que es la vida, un momento de brillante resplandor en un entorno bello y hostil, que no cambia en derredor cuando llega nuestro fin.
Igual que ese pobre animal, nacemos en una corriente que no sabemos que deparará, nadar contra corriente o dejarnos llevar camino del mar, todo es igual. que el dia que las aguas se retiren has de ver el sol brillar y como su manto de luz ha de envolverte , mientras algo, somnoliento e indiferente, desde su trono imparcial, observa tu final.