Pensé que el mundo se acababa en las oquedades de mi habitación.
La pintura se caía por los rincones. La humedad penetraba las paredes y el suelo ya no reflejaba brillante la luz, quizás porque el brillo y la luz se habían ido también con mi suerte.
El aire estaba viciado de penas, como mi corazón, como mi alma.
Me dejé consumir por el tiempo, presa de un tic-tac que hacía ya tiempo se había desvanecido dejando un murmullo sordo en mi cabeza, presa de los sueños que jamás tuve, de los pensamientos que nunca quise tener.
Me condené a una tragedia y egoísta me tragué las lágrimas en soledad.
Tantas llaves inútiles, tantos intentos de fuerza desesperados... para un día arrancar una sonrisa tan sólo con el reflejo de unos ojos extraños en un espejo roto oculto bajo mis lágrimas y abrir la puerta de esta cárcel llamada tristeza.