Ángel estaba en su casa cuando se enteró de la fatal noticia. Su madre, Pilar, de 66 años, viajaba en el vagón 6 del tren que descarriló en Santiago y nunca volverá a verla. Como hubiera hecho cualquiera en esa situación, buscó el medio más rápido para llegar hasta el lugar del siniestro. Aturdido por la desgracia, a las 6.00 horas entró en el buscador de viajes por internet Rumbo y encontró un vuelo Madrid-Santiago de Ryanair. Reservó una plaza para él y otra para su mujer, Elisa, porque era el primer avión que salía. Los dos pasajes le costaron 471 euros, un precio que podía considerarse bastante elevado para un trayecto tan corto. Pero nadie piensa en eso en un momento así.
Las dos plazas estaban reservadas porque la aerolínea británica les asignó un número de localizador. Como es habitual, recibieron un mensaje de Ryanair informándoles de que en escasos minutos recibirían la confirmación en su e-mail.
El tema del transporte estaba resuelto. El vuelo hacia la tragedia despegaba en pocas horas. Así que la joven pareja no disponía de mucho tiempo para coger a sus dos hijos y llevarlos a casa de los abuelos.
Durante dos horas, Elisa miró el buzón de su correo electrónico, pero la confirmación, que normalmente tarda pocos minutos, no llegaba. «Quedaba poco para la salida del vuelo, así que llamé a Rumbo para saber qué pasaba. Les explique que éramos familiares de una de las víctimas del tren y que necesitábamos subir a ese avión», explica Elisa desde el tanatorio con la voz entrecortada.
Desde Rumbo les explicaron que se hacían cargo de la situación y que intentarían resolver el problema con la máxima celeridad. Minutos después les explicaron lo que sucedía: no podían recibir la confirmación porque Ryanair había cambiado la tarifa del billete. Los dos pasajes ahora costaban 800 euros. De las 6.00 a las 8.00 horas, la aerolínea casi duplicó el precio del vuelo que debía trasladar a los familiares de las víctimas hasta la ciudad de la catástrofe.
La agencia on line les informó de que, si querían volar, tendrían que hacerlo ahora a ese precio, marcado por Ryanair. «Le dije que anulara la reserva porque no quería que nadie se lucrara con nuestra desgracia», explica Elisa.
«Es indignante que alguien quiera hacer negocio con una tragedia así. En lugar de ayudar, poner más vuelos y dar más opciones, te lo ponen más difícil, con lo que llevas ya encima», denuncia Ángel, indignado ante la falta de humanidad de la compañía.
«Me da igual que se trate de una práctica legal, me parece igual de repugnante de todos modos. Las empresas deberían cuidar su imagen de marca ante una tragedia como ésta. No es posible que les hagan pasar por esto», comenta acalorado un amigo de Ángel.
El afectado es hijo único y, después de esta tragedia, se ha quedado solo porque ya era huérfano de padre. Con el corazón desgarrado, cogió su coche y condujo 600 kilómetros hasta Santiago de Compostela para identificar el cadáver de su madre. La reconoció por el bolso y por una huella dactilar. «Llegamos siete horas más tarde e imagina lo que es conducir en ese estado», comenta Elisa estupefacta por lo ocurrido.
Ángel no ha querido ver el cuerpo de su madre. Prefiere recordarla como la última vez que la vio. Como el miércoles, cuando la acompañó al tren. Subió su maleta al vagón y le dio un beso de despedida sin saber que sería el último.