Suicidio concertado -relato-

No paraba de dar vueltas en la cama, esa idea me obcecaba y martillaba la cabeza a cada momento, ¡dios! pero me planteaba a la vez tantos dilemas... ¿soy un egoísta?, ¿qué sería de mi madre que tanto me quiere? Al final acabaría aceptándolo, es una mujer fuerte, todos morimos, aunque lo normal sea esperar a que vengan a ti con la guadaña. ¿Y qué más da una vida menos?, todos los días mueren miles de personas, ¿en qué me diferencio yo de ellas?, puede que lleve una vida más cómoda o satisfactoria materialmente hablando, pero interiormente estoy muerto, no tengo ningún aliciente, mi amiga me había rechazado, mi única esperanza para amar y ser amado, pero lo comprendía, ¿qué podía ver en mí?, quizá llorara unos días, quizá semanas, pero al poco tiempo se le olvidaría, puede que pensara que fue por su culpa, ¡dios! eso es lo último que querría, otro problema más, pero, ¿por qué pararme a pensar en esto?.

Lo mejor sería actuar y todo acabaría, en unos años caería en el olvido, como tantos otros; como todos. Este sueño efímero se habrá acabado, la tierra seguirá rotando sobre su eje imaginario en el universo, en este universo extraño que ejerce su poder sobre estrellas, planetas, satélites y demás, hasta que algún día se acabe, porque hay una máxima (aunque inventada por el hombre, pero muy cierta) y es que todo lo que empieza, acaba, y cuando se acabe ¿qué habrá? ¿quién habrá para ponerle nombre a eso que quede? Si es que acaso queda algo, no habrá nada, solo vacío ¿y cómo será el vacío?.

Me da miedo, me acongoja pensar sobre esto, se me pone un nudo en el estómago, es todo tan absurdo... ¿existirá un Dios? sin duda que no, estupideces creadas por los hombres, por algunos cobardes que no se atrevieron a ver la realidad y que crearon lo peor que podían crear: las religiones, que están llevando a la perdición a este mundo absurdo, fanatismo, integrismo, vida después de la muerte, cobardes, eso es lo que son. Estaba decidido, todo acabaría en unos días, sólo había que idear un plan y no acobardarse, aunque ese plan ya lo tenía en mi mente desde hacía tiempo y ahora cobraba mayor fuerza.

Al día siguiente salí de casa y eché a andar hacia la vía del tren, eran las tres y media de la tarde, crucé la vía y me senté sobre un pequeño montículo de tierra, quería saber a qué hora pasaba el tren, quería tener la certeza de que todo salía bien, seguí esperando, sumido en mi mundo, en mis ideas, en mi soledad, de pronto oí como se estremecían los raíles, se acercaba el tren, ¿y si lo hiciera ahora?, no, esperaría. El tren pasó a las cuatro menos cinco, no iba muy rápido, aunque lo suficiente para acabar con una mísera vida humana.

Pude ver como me miraba el maquinista, nuestros ojos se encontraron, fue un poco raro, pude ver como me leía la mente en ese brevísimo espacio de tiempo, me quedé un poco azorado, ¿qué pensaría aquél hombre? ¿habría presenciado alguna muerte dirigiendo a su colosal máquina? De pronto pensé que ese trabajo debía ser muy aburrido, viajando de un lado a otro viendo como los raíles se pierden en el horizonte. Hubo pasado el tren y aún estaba sentado cavilando, me levanté y subí al puente que había cerca, me quedé un rato mirando las vías. A lo lejos el tren estaba estacionado esperando a que subieran los pasajeros, con destino a no se dónde, bajé del puente y me dirigí a un descampado.

Cerca estaba mi casa, eché un vistazo, el descampado estaba lleno de matojos y arbustos secos, la tierra estaba yerma y ansiaba beber las gotas que el cielo por alguna razón no quería dejar caer aquí. Seguí mi camino a casa, cuando entré, mi madre preguntó dónde había estado ‘dando una vuelta’ respondí, mi madre no sospechaba ni remotamente las ideas que vagaban y se afianzaban en mi mente, ¡ay! que disgusto le daría, y yo no estaría para llorar con ella y consolarla, suerte que mis hermanos si estarían. Fui a mi cuarto, encendí el calefactor y me senté encima de la cama, me dolía la cabeza, tantísimas ideas me cruzaban por la cabeza...
Me tumbé, y miré el techo arrugado de mi habitación, de nuevo caí en mis cavilas, ¿y si solo era una mala racha? ¿no dicen que todo tiene solución? ¿y si me quitaba estas ideas de la cabeza? ¿cómo? ¿y seguir con mi anodina vida, carente de interés, de metas, de ilusiones...? Ni hablar, mañana lo haría.

Seguí toda la tarde acostado en la cama, pensando en cómo sería la vida sin mí, pensando en cómo hubiera sido si no hubiera nacido, pero ¿qué tonterías digo? Soy insignificante, no pinto nada, la vida sería igual, conmigo o sin mí, algunas pocas personas sabían que existía, otras ni siquiera lo sospechaban, normal...

Se abrió la puerta de mi habitación y asomó mi madre preguntando si estaba bien, ‘sí, solo estoy un poco cansado, tranquila’ y se fue, una punzada me vino al corazón y empecé a llorar, sufrirá mucho, pero ¿no sufre ya? yo sé muy bien cómo es ella, y aunque no diga nada sabe que estoy sufriendo, algunas veces me pregunta, y yo para tranquilizarla le digo que estoy bien, que solo estoy pasando una mala época, ¡ah! una mala época eterna que me está desgarrando.
Me levanté y puse música, seleccioné en el disco mi pieza favorita, el canon en D de Pachelbel interpretado sólo con piano, mi instrumento preferido, qué belleza y qué emoción transmitían esas notas, la poesía hecha música.

Ya había anochecido, me asomé a la ventana, miré al cielo, apenas se veían estrellas por causa de la contaminación lumínica, éste era el último anochecer que vería, una profunda melancolía se adueñó de mí, pensé en mi amiga, cuánto la quería... ¿por qué no me podían salir las cosas bien por una vez? ¿y por qué habrían de salirme? ¿cómo me va a aguantar otra persona si a duras penas me aguanto a mi mismo?. Pensé en llamarla, pero no quería que me notara la voz quebrada de haber estado llorando, además, ¿qué le iba a decir?, mejor no llamarla. Me acosté a las once de la noche, me acurruqué bajo las mantas y caí en un profundo sueño.

A las nueve de la mañana me desperté, fui a desayunar, mi madre me saludó pero yo estaba muy huraño y algo irascible, no tenía ganas de hablar y respondí con un gruñido. Después de haber desayunado me acordé que ese sería mi último día, de que ésta sería la última vez que vería a mi madre, me ablandé y cambié mi carácter, fui a la cocina donde mi madre fregaba los cacharros y le di un abrazo y un beso, ‘qué zalamero’ me dijo en tono cariñoso, me fui de su lado como si nada, reprimiendo las lágrimas que se empeñaban en salir de mis ojos.

La mañana la pasé encerrado en mi habitación, como la tarde anterior. Había pensado en redactar una nota, una carta, algo para que me pudieran identificar, pero no me decidí, lo haría y ya está, por unos días mi nombre sería la comidilla del pueblo, los viejos y viejas del lugar se lamentarían de que un chaval tan joven “y con tanto futuro” hubiera decidido hacer esa barbaridad, “muy desesperado habría de estar” dirían algunos... el coche de la funeraria pasaría por las calles anunciando mi nombre y apellidos a bombo y platillo como si fuera una atracción de feria, algunos no se enterarían, la gran mayoría, por no decir todos, ignoraban quien era yo, mejor así.

Se acercaba la hora, eran las tres y veinte, y le dije a mi madre que salía a dar una vuelta, mis hermanos a esa hora entraban al trabajo, no me despedí de ellos, si lo hubiera hecho habrían sospechado algo, tampoco me despedí de mi madre, ni de mi amiga. Cogí el mismo camino que el día anterior, ¡no podía ser! me flaqueaban las piernas, estaba nervioso ¿cómo era posible?, ¿dónde estaba mi determinación?.

Llegué, crucé la vía y me senté en el mismo montículo que el otro día pero mi descanso fue leve, faltaba muy poco para que llegara el tren, eran las tres y cincuenta minutos, según mis cálculos, faltaban aproximadamente cinco minutos para su llegada, miré mi reloj, me levanté y me coloqué entre los dos raíles.
Por suerte nunca pasaba nadie por allí. Esos minutos se me hicieron interminables, a los lejos se acercaba el tren, las vías vibraban ante su inminente llegada, ¡dios! de nuevo me volvían a flaquear las piernas, mi mente estaba bloqueada y mi corazón se desbocaba en mi pecho, pronto acabaría todo. Como un rayo me cruzaron pensamientos pasados, sentimientos y un sinfín de cosas que me hacían dudar de si hacía bien.

El tren empezó a pegar bocinazos, me estremecí como nunca lo había hecho, estaba paralizado por el terror, vi como saltaban chispas de las ruedas del tren, sin duda el maquinista había accionado los frenos pero el tren seguía deslizándose por los raíles sin hacer caso a las ordenes de su gobernante, estábamos muy cerca, pude ver su rostro despavorido, y él pudo ver el mío, pensaría que era un loco o un bromista, seguramente me maldijo, nuestros ojos se encontraron nuevamente. No sé muy bien qué me pasó por la cabeza en ese momento, estaba allí plantado, esperando a que el tren acabase conmigo, el chirrido de las ruedas iba disminuyendo, en ese momento me di cuenta que me había precipitado, que seguiría vivo.

El tren se paró a escasos metros de mí, yo no me podía mover, estaba todo en tensión, estaba anclado, parecía que había echado raíces en la tierra, pude ver como bajaba el maquinista y se acercaba a mí, me dijo algunas palabras que mi cerebro no supo interpretar. Se oían algunas sirenas a lo lejos, la policía se acercaba, en ese momento mi cuerpo en tensión se derrumbó y me desmayé. Había fracasado, seguía vivo, mi oportunidad se esfumó.

Desperté en el hospital, estaban mis padres y mis hermanos a mi alrededor, mi madre lloraba desconsolada, lo recordé todo, aunque tuve la extraña sensación de que todo lo vivido fue un sueño, a mi lado había un médico que me preguntó como estaba, no le respondí, no sabía como estaba, estaba muy aturdido y no podía hablar, de una cosa estaba seguro, estaba vivo. Mi madre se me acercó y me besó, mi padre me cogió de la mano y unas lágrimas empezaron a bañar mi rostro, no me pude reprimir.
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