- ¡Jom!
Carlos. Carlos, y el inglés. Bien sabe Dios que no tenía la menor idea de donde había salido el interés del pequeño, pero ahí estaba. Jom. Todos los días, al llegar de sus clases. Jom. Jom quiere decir casa, por si no lo sabían. Por el sonido de su voz, hoy parece particularmente contento. Estoy segura de no haberme olvidado de nada. Últimamente estamos un poco más distanciados. Puede que tuviera un exámen o algo así, y no me lo haya dicho.
- ¡Jai!
Jai es hola. Bueno, en realidad hola sería jelo, o jelou, o algo parecido. Pero es más moderno si dices jai. Apago el televisor y me levanto del sofá. Hoy no he pasado el aspirador, espero que no les importe. Me agacho para besarlo. Tras apartarle un poco el flequillo, poso mis labios sobre su frente. Me duele un poquito la espalda desde hace unos días. Si para el lunes sigo así iré al médico. Le pregunto por sus clases.
-Fain.- me dice. -Ya sabes, como siempre.
Sus ojos se cierran levemente y su sonrisa se ensancha mientras pronuncia las palabras.
- ¿Como siempre? ¿Seguro?
- Mmmmm... ies. -acompañando su respuesta, un enérgico movimiento vertical de cabeza. Sus ojos están cerrados mientras baja, y los vuelve a abrir a medio camino de vuelta, justo al comenzar a pronunciar la e.
- Está bien. -sonrío, y sé que si pudiera verme ahora mismo, podría reconocer la sonrisa de hace un instante en la mía- El señorito sabrá lo que quiere contarle a su anciana madre y lo que no. ¿Quieres algo para merendar?
- No, voy a ver una peli que me han dejado.
- Bueno, pero podrás comer algo mientras ves la muvi. -Carlos vuelve a sonreir. Siempre lo hace cuando le sorprendo con alguna palabra inglesa.- ¿De verdad no tienes hambre?
- De verdad. Me voy al cuarto. ¿Vale?
- Vale, vale. ¿Qué tal tu tío?
- ¡Bien!
Un chico rápido. El sonido de la ene casi queda bloqueado por una de esas malditas cosas rectangulares de madera. Ahora estará encendiendo su ordenador, supongo. A saber que película será esa. Carlos siempre ha sido muy responsable, y conozco a todos sus compañeros de la academia, de modo que sé que no debería preocuparme, son buenos chicos. La maravilla probabilística que supone encontrar a trece buenos chicos y hacer que se reunan en un sólo lugar escapa de mi comprensión, pero la acepto encantada. Me volveré a sentar. No hay nada interesante en la tele, pero es un matarratos tan bueno como cualquier otro. Además, últimamente me cuesta leer. No es que haya sido nunca una devoradora de libros, pero antes si ocupaban cierto espacio en mi tiempo. Supongo que ya he leido bastante por una temporada, ya volverá la afición.
Aprieto un botoncito verde, y la estática proporciona un peculiar telón negro de escaso glamur a Rosa. Carlos no se ha dado cuenta de los montoncitos de suciedad que pululan por el suelo. Realmente no es para tanto, pero me molestan un poco.
No sé cuánto tiempo ha pasado cuando oigo la puerta de nuevo. Me levanto mientras oigo unas llaves tintinear. Creo que aún es pronto para que vuelva Ángel. Andrea habrá venido antes de lo habitual.
- ¿Hola?
No sé porque siempre tiene que añadir esas interrogaciones. Claro que hay alguien.
- Hola Andrea.
- Hola.
Andrea tiene dieciseis años. Una chica perfectamente normal de dieciseis años. No hace falta decir mucho más.
- Bueno, veo que hoy has decidido llegar antes de que los vampiros tengan oportunidad de atraparte. Te preguntaría, pero...
- Sí, ya. Yo no te contestaría, porque soy súper malvada.
Siempre, siempre, siempre. No sé como hemos llegado a esto.
- No eres... ¿sabes qué? Olvídalo. Hoy no tengo paciencia para esto.
- Pues bien.
- Pues bien.
Era como tratar de comunicarse con un batallón de avispas desorientadas. No sé en qué momento empezó. No sé porqué. A duras penas sé nada de esta muchacha. Sé que es mi hija, y poco más. El televisor sigue encendido, acabo de reparar en ello. Rosa sigue allí. Andrea está cogiendo algo de la nevera, creo que uno de esos refrescos de cola sin azúcar. Afortunadamente no está demasiado obsesionada con su aspecto, dadas las circunstancias. Hay problemas ocasionales con espinillas, cortes de pelo que no resultan como deberían y cosas así. Sé que tiene un cierto éxito con los chicos, y mentiría si dijera que no me preocupa. No sé NADA. Y no debería ser así.
- Me voy al cuarto.
Andrea se lleva ese cilindro burbujeantemente insulso hacia su pequeño reino. Se conectará a alguna página de esas, y hasta mañana. Tal vez salga para cenar algo, pero es mejor no contar con ella. Miro el reloj. Ya han pasado casi dos horas y media desde que llegó Carlos y sigue en su habitación. Golpeo la puerta con discreción.
- ¿Carlos?
- ¿Sí?
- ¿Molesto?
- No, claro. -sé que está sonriendo- Pasa.
Franqueo el arco que separa el pequeño mundo de Carlos del nuestro. Está sentado frente a su ordenador, aunque no hay rastro de ninguna muvi en la pantalla. Letras.
- ¿En qué andas? ¿Ya viste la peli?
- Sí. Estaba leyendo unas cosas.
- Cosas, ¿eh? ¿Qué cosas?
- No sé, un poco de todo. Cosas. Cosas sobre cosas.
Cosas sobre cosas. Una no puede dejar de quererlo.
- Está bien -añado con una sonrisa- ¿Y la peli?
- Bien. Me he reido.
En realidad, hacía mucho que Carlos no reía. Seguramente habría sonreido en ocasiones a lo largo de la película, pero no había hecho sonoro su entretenimiento, eso seguro. No recuerdo cuándo dejó de reir. Me gustaría averiguarlo. Me gustaba su risa, eso sí lo sé.
- Ajá. Bueno, ¿y de qué iba?
- Mmmmmm... -siempre emitía ese sonidito monocorde mientras se preparaba para explicar algo- bueno, había un tipo que necesitaba de llegar a su trabajo. Espencer se llamaba. Pero estaba en el coche, de camino al trabajo, y los otros coches no le dejaban avanzar. Y llamaba a su jefe, y su jefe le decía que tenía que venir ya, que lo necesitaban, y eso. Entonces Espencer le decía a su jefe que estaba en un atasco, y que...
El teléfono interrumpió la narración. No tengo la menor idea de qué película es esa. Espero que el tal Espencer no acabara a tiros con los demás coches. Es lo que suele ocurrir.
- Un segundo cariño. Ahora mismo vuelvo y me sigues contando, ¿vale?
Asintió.
Odiaba el timbre de ese cacharro. Pachelbel. Pachelbel, eléctrico e histriónico Pachelbel. Sabía quien llamaba, claro. Podía prever, con una desviación del dos por ciento, como trascurriría la conversación. Si es que pudiera llamarse así.
- ¿Sí? -descolgué con la esperanza de equivocarme, pero con la certera resignación de la experiencia.
- ¿Lorena?
- Sí. Dime.
- Oye, que voy a llegar algo más tarde, ¿vale? Ya sabes, está -a punto de vencer el plazo, pensé, anticipándome- a punto de vencer el plazo, y tengo que terminar estos modelos lo antes posible, ya sabes.
- Tranquilo.
- Bueno, pues eso, estaré allí cuanto antes, ¿vale?
- No te preocupes. Por aquí estaremos. -sonreí sin demasiada gana.
- ¿Lore?
- Si.
- Te quiero.
- Te quiero.