La mujer que amo ha crecido en un cerezo de marzo
con la espuma de Cuaresma llena de palomas su triunfo.
Nada nace sin la pálida anunciación de sus cabellos
y de su ámbar bendito que recoge las llagas del viento.
La mujer que abrazo es el minuto de un niño
que llora de pétalos su barcarola de cometas.
Es de música la sonrisa que construye
y el beso que con miedo eterniza en la mejilla.
El silencio más hermoso muere de luna en sus ojos;
y de esa lumbre, tiembla la lentejuela del cuerpo.
Ella brota como la semilla soñada por la más larga sed
y de su amor, se guarda enamorada en la lejanía.
La ternura es firme en sus pies descalzos
y el suspenso en su presencia alimenta mis dedos
y pido el infinito, por sus dalias diminutas
que llenan de oro a la grandeza.
La mujer que amo se ha volcado en el cielo;
como el río negado donde no se hiere el sol.
Yo la amo siempre en las tardes extinguidas
cuando la gente cierra la memoria de la existencia.