Siguiendo la pista
- Hola Luis, ¿qué tenemos aquí?
- Una chica encontrada muerta en la cama, rastros de cocaína en la mesa, condones usados... en fin, otra vez una “fiesta” que se le ha escapado de las manos a alguien
- ¡Joder!, estoy harto de estos hijos de papá que cogen a cualquier chica de la calle y se la llevan a hoteles de lujo para hacer lo que les da la gana con ellas. Sólo saber que la cocaína acabará con esos hijos de puta me hace tener esperanza en el destino, en que el tiempo pone a cada uno en el sitio que le corresponde.
Mientras algunos compañeros toman fotografías del lugar del crimen y otros toman huellas yo comienzo a interrogar a los empleados del hotel buscando alguna pista, siendo el primero de ellos el jefe de electricistas, a quien una camarera vio salir de la habitación con un destornillador ensangrentado.
El interrogatorio lo hago en una sala del mismo hotel, no quiero que se sientan incómodos, quiero acabar pronto con el caso, hoy cumplo 5 años con Sara, mi mujer, no quiero volver a faltar al aniversario, esta vez no. Tenemos problemas, paso demasiado tiempo fuera, y soy consciente de que ella me necesita. No era más que una niña cuando la conocí, yo era 8 años mayor que ella, se ha perdido muchas cosas por mi culpa.
Voy tomando notas en mi cuaderno mientras la grabadora registra la balbuceante voz del hombre. Está tremendamente nervioso. Entre sollozos jura y perjura no tener nada que ver, que se manchó al comprobar el estado de la chica, que la mujer de la limpieza lo había malinterpretado... yo me limito a tomar notas en mi cuaderno mientras le escucho. Interrumpe la sesión uno de mis compañeros, que me trae el nombre de la persona que registró la habitación: una mujer. También me dice que por la mañana un hombre había preguntado por la mujer de la habitación, pero no se sabía nada de él.
Los empleados van pasando uno a uno por mi grabadora, y las cintas nuevas por ella a la misma velocidad. El testimonio del personal de recepción resultaba ser muy interesante. Además de dar unas descripciones muy detalladas de la mujer que reservó la habitación (y que desde comisaría ya se estaba trabajando para localizarla) y del hombre que llegó con ella en la noche y que, ya de mañana, salió preguntado por ella, también observaron como la chica que ahora yacía muerta en la cama entraba sola en el bar del hotel y, al rato, salía acompañada de un chico joven muy bien parecido.
Llega el turno del barman que hubo la noche anterior. Espero sentado en mi sitio pero nadie entra en la sala, así que decido salir en su busca. Sus compañeros dicen que no le han visto en todo el día y que la noche anterior se había marchado más tarde de lo que solía hacerlo. Pido al gerente que le localice por teléfono pero nadie lo coge. Decido mandar un coche patrulla a su casa mientras desde comisaría buscan familiares y/o amigos con los que poder contactar.
Pasan un par de horas y el barman no aparece. Él es ya el único empleado que queda por interrogar y, además, la situación comienza a hacerme sospechar de él, así que empiezo el trámite de búsqueda y anuncio a mis compañeros que me voy a casa pronto, que quiero llevar a Sara a cenar. Me despiden entre risas y expresiones del tipo: “¡vamos machote!”, “¡hoy triunfas!”, o “¡no pierdas las llaves de las esposas!”
Cojo el coche dejando la grabadora con las cintas y el bloc de notas en la guantera, y me pongo camino a casa mientras pensaba en el nuevo paso que íbamos a dar. Pronto nos mudaríamos de casa porque habíamos pensado en tener hijos y el pisito que hasta ahora compartíamos no era lo bastante grande. Con un poco de suerte llegaría a casa a tiempo de poder hablar con el vendedor, que había quedado hoy con mi mujer allí.
Tuve suerte y el tráfico me acompañó. En poco más de 20 minutos ya estaba en casa. Abrí la puerta suavemente, para sorprenderla, pero nada más entrar escuché algo. Saqué mi pistola y comencé a caminar sigilosamente, acercándome al origen del sonido, unos gemidos que parecían proceder de la habitación. Al llegar a la puerta vi a mi mujer gimiendo, con el pecho descubierto y las manos agarrando la cabecera mientras alguien, bajo las sábanas, se apoderaba de aquello que yo más quería. No lo pensé dos veces, vacié mi cargador sobre los dos y salí de la casa raudo. Me subí de nuevo al coche y puse rumbo a ninguna parte, sólo quería alejarme de allí, sin saber lo que me guardaba el destino.