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El fin de la inocencia
Hubo un tiempo en el que la radio fue tan libre como ahora es Internet y en las ondas no había ni Dios ni amo. Todas las emisoras eran piratas, pues no había ninguna legal. No hacía falta una licencia para emitir y cualquiera que tuviese el dinero necesario para comprar los aparatos podía proyectar su voz en el espectro electromagnético. Así fue hasta que el Titanic se hundió, en 1912.
Nadie escuchó a tiempo el S.O.S que envió el buque tras chocar con un iceberg y la comisión de investigación del Congreso de Estados Unidos culpó en parte de ello a las interferencias que provocaban las radios amateurs. Ese mismo año, apenas unos meses después del hundimiento del trasatlántico insumergible, Estados Unidos impulsó la primera regulación para controlar la radio, que después adoptaron otros países. Desde entonces, hace falta una licencia del estado para poder emitir. En 1912, el número de emisoras en Estados Unidos disminuyó de varios miles a unas pocas decenas. La radio pasó la edad de la inocencia. ¿Le toca ahora a Internet?
Nadie planificó la Red. El Internet que hoy disfrutamos es el fruto de una cadena de esfuerzos e inventos que no se dirigen desde un único despacho. Por eso es tan anárquica, tan incontrolable. Si la hubiesen diseñado sólo los gobiernos, en la Red no existiría el anonimato. Si la hubiesen montado sólo las empresas, no habría tantas cosas gratis y pagaríamos a cada paso: no hay más que comparar lo que cuesta enviar un correo electrónico –nada de nada– con lo que nos cobran con cada mensaje corto del móvil. Pero los intereses para que Internet cambie cada vez son mayores tanto por parte de los gobiernos como de las empresas.
El Titanic de esta generación fue la caída de las torres el 11-S y, desde entonces, los gobiernos están aumentando los controles en la Red con la excusa del terrorismo. Hace unos meses, la Unión Europea también se unió a Estados Unidos y aprobó una ley que obligará a las compañías de telecomunicaciones a guardar registro de los datos que muevan sus clientes. Esta regulación entrará en vigor en el próximo año y la impulsó Tony Blair tras los ataques terroristas del 7-J.
Las empresas de conexión, las que ponen los cables, también están presionando por su lado. Quieren que Internet deje de ser un territorio neutral para convertirse en un jardín privado donde el que pone los cables pone las reglas. Ya están apareciendo los primeros síntomas. Por ejemplo, la compañía de cable Cox, que da acceso a seis millones de estadounidenses, ha bloqueado a sus clientes el acceso a Craigslist.com, una popular web de clasificados. ¿La causa? Cox, además de cables, también gana dinero con el negocio de los clasificados en prensa y Craigslist se ha convertido en una competencia molesta.
Pero el problema no acaba ahí. Las compañías de contenidos de Internet, empresas como Google, Yahoo o Ebay, temen que los dueños de los cables les cobren con la amenaza de ralentizar o bloquear el acceso a sus servicios. Los dueños de las autopistas de la información no se conforman con el peaje de entrada, esa tarifa que ya pagan por el ancho de banda tanto los internautas que se conectan como cualquier página web que esté conectada. También quieren otra parte más de lo que mueven los camiones por sus carreteras virtuales. Sueñan con transformar el zoco árabe que ahora es Internet en un centro comercial donde sean ellos los que cobren por los mejores sitios.
Si su modelo triunfa, las páginas web que paguen un extra –las de las grandes empresas que puedan permitírselo– funcionarán a toda velocidad mientras que las webs de los internautas anónimos o de las ONGs serán más lentas. Internet dejaría de ser una sola autopista democrática y abierta a todos para convertirse en un camino de cabras para los que paguen poco y una carretera rápida y bien asfaltada para los clientes VIP. Las redes “peer to peer” de intercambio de archivos, programas como Emule, se quedarían en la vía lenta o incluso serían completamente bloqueados.
En Estados Unidos, este debate acaba de llegar al Congreso y el primer asalto lo han ganado los dueños de los cables. Hace unas semanas, los congresistas rechazaron una propuesta de ley por la neutralidad de la Red. Tim Berners Lee, uno de los padres de Internet, fue uno de los defensores de esta propuesta que no llegó a prosperar por el veto de los republicanos.
Berners Lee ha obtenido la misma respuesta por parte de los políticos que la que tuvo en su momento Guillermo Marconi, el padre de la radio. En 1912, cuando el Congreso se preguntaba por el Titanic, Marconi testificó ante la comisión investigadora. Allí defendió un modelo de radio libre y democrática, sin más normas que las técnicas, abierto a todos. No le hicieron caso.