Quiero comentar la anécdota del día que, ahora mismo, acabo de vivir.
Salía de hacer la compra de una extendida cadena de supermercados; algún alimento y alguna cerveza. La cajera, monótamente, atendía la cola de personas que, si bien abarcaba a dos o tres personas, se renovaba inexorablemente y sin otorgar tiempo al descanso. Mientras embolsaba mis artículos observaba con suspicacia a los dos clientes que me seguían: dos policías locales de considerable estatura con una sonrisa en la cara, pienso que dibujada por la picardía de estar cobrando a precio de policía, el desempeñar sus propias tareas personales con la considerable ventaja añadida de no tener problemas de aparcamiento.
Con mis conjeturas seguí calle abajo, crucé en dirección a mi casa y oí unas voces, a las que ignoré. Un hombre apareció por mi lado como una estela que siguió corriendo delante mía. Era un ladrón sudamericano (no puedo concretar nacionalidad). Detrás, las voces. Dos chicas de nacionalidad colombiana que ahora acertaba a entender: "ladrón".
El ladrón había avanzado una manzana de las cortas, y tenía a su frente a no menos que tres hombres, por lo que, relajado, me limité a esperar que el ladrón fuese detenido a pesar de mi error. Sin embargo, debieron cometer el mismo fallo que yo al no entender la situación a tiempo, y el ladrón, dicho sea, algo regordete y no buen corredor, siguió escapando.
La cuestión dejó de hacerme gracia, si alguna vez la tuvo, y empecé a correr detrás de él, bolsa de la compra en mano. No era el primero pues de la gente de este barrio, los que estaban en la misma calle, inmigrantes todos ellos, empezamos a correr en su busca y captura.
La carrera, ciertamente bastante penosilla, me dejaba sin aliento cada 50 metros, en los que me acercaba a intervalos al perseguido. Debería haber dosificado fuerzas pues a ritmo aeróbico es sabido que se puede correr de forma indefinida, lo que hubiera sido suficiente para que el caco no viera forma de perdernos de vista. Sin embargo unas futiles ráfagas de velocidad eran las que me mantenían en la estela, al igual que el resto de perseguidores, que al parecer pecaban de la misma falta de experiencia en carrera.
Como bicho racional que soy, admito que en mi carrera no quería llegar a detener al ladrón, sino sencillamente que él no pudiera fugarse; la captura no es mi trabajo y no sé a qué tipo de persona me enfrento, ni si es violenta, fuerte, o va armada; tampoco me hacía gracia recibir una puñalada o una paliza por recuerar algo que ni siquiera sabía qué era. Así que mientras corría dibagaba sobre llamar a la policía (inútil, tardarían en llegar, más aún en explicarles la situación, identificarme, etc, y además para cuando ellos vinieran no estarían en ningún caso en el lugar correcto). Dos manzanas más abajo (o más arriba, mejor dicho, porque la calle está en cuesta) tuve miedo de que nos diera esquinazo, ya que el individuo torció a la derecha y bien sabía que la calle tomaba después dos bifurcaciones. Medité sobre la conveniencia de ir calle abajo por la paralela en la que me encontraba, ya que habían perseguidores más cercanos, pero pronto la duda se despejó cuando lo hubieron capturado.
Dos hombres, sudamericanos, lo tenían en el suelo, detenido y sin violencia, aunque punto de darle sus buenas ostias al grito (fue lo que oí cuando llegué) de: "pues no robes, trabaja". Había además un español, bastante corpulento.
El español (creo que fue él quien lo había detenido unos instantes antes) y aprovechó la situación de indefensión del chorizo, que permanecía sentado en el suelo, y le dio una patada con la planta del pie en plano en la espalda. Seguidamente y al levantarse, una contundente bofetada.
Dos mujeres gritaban, histéricas, desde su balcón. Mientras los demás intervenimos para evitar la paliza (yo me puse en medio de los dos y esto ha sido en la práctica lo más activo de todo lo que he hecho), ellas gritaban "abusón", y sinvergonzonerías semejantes, entendiendo que la "víctima" se había llevado con dos golpes no muy duros y menos aún peligrosos, y la verdadera víctima sangraba por la oreja. No mucho a decir verdad. Creo que claramente las mujeres le conocían y eran de la misma calaña, lo que se refuerza con que el ladrón corriese en esa dirección; era su casa. El español se quedó con ganas de darde más lecciones a la antigua, mientras gritaba alguna consigna anti-inmigrantes-ladrones, y se ensañaba con las defensoras del caco, invitándolas a valorar si hubiera sido de ayuda haberlas defendido en caso de ser ellas las víctimas del robo.
Llegó algún perseguidor más, todos ellos inmigrantes, en medio de esto y con el ladrón detenido se interrogó sobre los bienes robados y su recuperación; estaban a salvo los dos pendientes de oro (o imitación, no sé) que mediante tirón de orejas habían sido arrabatados un rato antes.
Al soltar al ladrón y a la voz de "corre que si no te linchan" el ladrón se fue, más avergonzado que otra cosa, a velocidad de paseo, mientras que aunque hablábamos de llamar a la policía para que "hiciera lo correcto", lo dejamos ir, humillado. No era lo suyo y se notaba. Por un lado reteníamos al español y por otra parte se le agradecía su ayuda.
Por mi parte mi actutud pasiva ante la situación se debía a que, por un lado, no quería violencia, y por otro lado sabía que la policía no iba a hacer absolutamente nada en caso de llegar; era un simple hurto, y hurto frustrado, además. Tal vez las voces y reprimendas de la "gente de la calle" fueran lo más efectivo después de todo; el mensaje, si no literal, tenía un significado claro: "aquí no queremos ladrones, venimos a trabajar".
Nos volvimos, cada uno a nuestros asuntos, mientras que los más rezagados o los que sencillamente no se quisieron complicar la vida nos preguntaban por el fin de los sucesos. Calle abajo, el hombre con el que había compartido un poco más de tiempo y la defensa del ladrón, me comentaba que unos días antes habían entrado en su peluquería estando sola su mujer, y naturalmente estaba alerta ante estas situaciones. Decía ser hostelero, pero se había montado recientemente este pequeño negocio con su familia; nos dimos la mano y le deseé suerte.