Hace mes y medio aproximadamente mi hijo, Nacho, se puso enfermo. Como la mayoría de sus compañeros de segundo de educación infantil había cogido la varicela. Lo llevamos al pediatra, lo medicamos y cuidamos. Una semana dura para un pequeño de cuatro años, con su fiebre y sus picores. Hasta ahí todo sería normal si no fuese por una pequeña coincidencia. Carmen, mi compañera, estaba embarazada de treinta y tres semanas. Indagamos, al contrario de la mayoría, ni ella ni mis suegros recuerdan que pasase la varicela en la infancia o adolescencia.
Pedimos cita al médico de familia, (quito el nombre ante las amenazas del usuario midlancb), y esta muy preocupada nos da un volante de urgencia para consulta de ginecología recomendando que sería prudente el tratamiento con inmunoglobulina específica. Si esta se administra en las setenta y dos horas siguientes al contacto se reduce la intensidad y gravedad de la primoinfección en la madre y hay investigaciones que sugieren que el uso de esta reduce el riesgo de infección fetal.
Carmen acudió a la misma y la ginecóloga (quito el nombre ante las amenazas del usuario midlancb) lo primero que hizo es echarla al pasillo y hacerla esperar allí diciendo que podía infectar a las otras embarazadas. No le dio la más mínima importancia y afirmó que al estar en la semana treinta y tres había margen suficiente como para que el neonato no contrajese la enfermedad en los días críticos (si la enfermedad se desarrolla entre cuatro o cinco días antes del parto o dos días después se produce varicela neonatal generalizada con un veinte por ciento de fallecimientos) y que de ser necesario era mejor medicar al neonato que a la madre. Carmen le preguntó que qué ocurriría si se adelantaba el parto y esta contestó que no tenía porqué ocurrir.
Carmen tenía fecha de parto para el día quince de julio, fecha que parecía muy lejana a primeros de junio que es cuando ocurría todo esto. Sin embargo cogimos un calendario lunar y resultaba, que casualidad, que había luna llena el siete de julio, una semana antes. No me pregunten el motivo ni la explicación científica, pero en el nacimiento de nuestro otro hijo, Nacho, una planta completamente vacía de un hospital se colapsó de parturientas la noche de luna llena.
Fueron pasando los días y poco a poco nos fuimos tranquilizando, pensando que quizá sí había pasado la enfermedad o que simplemente Nacho no la había contagiado. Sin embargo a las tres semanas le aparece a Carmen un granito en la mejilla, otro en la espalda, dos en la pierna y corriendo y muy asustados pedimos nueva cita a la médico de familia. Pensando en las tres semanas que pasé con diecisiete años cuando cogí las “payuelas” y lo mal que lo pasé con la fiebre y los picores, miedo me daba mi pobre Carmen sabiendo que con su embarazo no podía tomarse siquiera una aspirina.
La doctora María José no entiende como no se suministró en su día la inmunoglobulina a Carmen, sin embargo afirma que el tratamiento de las embarazadas es responsabilidad de ginecología y nuevamente con otro volante de urgencia la remite a ellos. En esta ocasión en ginecología le dicen que vaya a urgencias y que allí la verá el ginecólogo. Después de más de dos horas de espera un médico de medicina general la recibe y se limita a hablar por teléfono, afirma que con un ginecólogo, del caso. Vuelve a insistir en que no es necesaria ninguna medicación y que está fuera de peligro al estar aun en la semana treinta y seis.
Sin otra solución y con el corazón en un puño nos vamos a casa y Carmen pasa la enfermedad con muy poca fiebre aunque con una enorme cantidad de “lesiones máculo-pápulo eritematosas pruriginosas” (granos, pupas o como quieras llamarlo que pican que rabias) concentradas fundamentalmente en el vientre.
Día siete de julio. Han pasado trece días. Carmen va a bienestar fetal (le habían dado cita para el día quince pero insistiendo consiguió adelantarla) y en las correas todo indica que el bebe esta bien. A las tres, en casa, me comenta sin darle importancia que creía que se le había caído el tapón mucoso y un par de horas más tarde rompe aguas. Llamadas a la familia para que se hagan cargo de Nacho y corriendo al hospital de Guadix. Todo parece conducirse con naturalidad. Rápidamente atiende a Carmen. Le informan de que se intentará un parto natural que van a inducir mediante goteo y vuelven a ponerle las correas. Pasamos así las siguientes veintidós horas y a pesar de las contracciones nos vemos contentos y deseosos de tener con nosotros a nuestro pequeño. Al no producirse prácticamente dilatación nos informan que van a practicar una cesárea. Seguimos firmando documentos y entre ellos uno solicitando que, ya que se trata de la segunda cesárea de Carmen y no nos queremos arriesgar a una tercera, ya que es muy peligroso para las madres, le practiquen junto a esta una ligadura de trompas.
La operación es un éxito aunque tiene tres importantes incidentes, primero, el anestesista afirma tener problemas en encontrar una zona limpia entre tantos granos para practicar la anestesia epidural, segundo, mi nuevo hijo, Diego, a nacido con las pústulas o granos, tercero, la misma ginecóloga, le dice a Carmen que su conciencia (si es que esta “persona” sabe lo que es eso) le impide practicarle la ligadura de trompas en el estado que ha nacido Diego y que ha ido tan bien la cesárea que fácilmente podrá tener una tercera. Carmen entre adormilada por la anestesia y asustada por el hecho de que Diego tenga varicela acepta coaccionada por esta señora.
Si hasta aquí sorprende la actuación, mecánica o protocolo de este hospital agárrate bien al asiento que lo mejor está por llegar. Minutos más tarde, un muchacho delgaducho, con un ralo bigotito que no me proporciona la más mínima confianza, se me acerca afirmando que es el pediatra de Diego, que ha nacido con varicela y que lo voy a poder ver en unos minutos. No soy médico y difícilmente podré saber en algún momento el alcance de la enfermedad en Diego, lo cierto es que a simple vista puedo contar una pupita en el párpado, otra en la frente, dos más en la peluda cabeza que casi no se ven, otra en el brazo derecho, una más en la mano izquierda, otra en el vientre y dos en una pierna. Por lo demás es un niño precioso que, reconozco, me asusta lo parecido que es a su hermano cuando nació. El pediatra, del que no recuerdo su nombre (a partir de aquí lo llamaré JD por el parecido que le veía con el protagonista de Scrubs) afirma no saber exactamente como medicar a mi hijo, que la medicación probablemente se le suministre oralmente y que se iba a leer no se qué a no se donde.
Aun puedo recordar la cara de mi suegra pidiéndome que no le dijera a Carmen que Diego tiene varicela y mi enfado con ella sabiendo (en realidad imaginando) que había sido la primera en enterarse. Un ratito más tarde vuelve JD, afirma que la medicación, Aciclovir, es más efectiva por vía intravenosa y nos informa que el tratamiento va a durar entre siete y diez días y me lleva hasta la habitación donde estaba Diego. Aunque teóricamente debería estar aislado (se nos prohíbe las visitas por parte de la familia en esta habitación aunque se me permite el acceso en cualquier momento y se me da a entender que cuanto más les ayude mejor) lo primero que puedo ver en la misma habitación es a una señora dándole el pecho a su hijo. Diego está calentándose en el nido, medicado y a pesar de los cables y sonda dormido y con buen aspecto. Unas seis horas más tarde lo sacan del nido y lo llevan a la habitación junto a Carmen. Vuelven a insistir en que las visitas están restringidas y el médico y los enfermeros entran con mascarillas y batas desechables. No veo muy estricto un aislamiento en el que estamos en la misma planta que el resto de enfermos del hospital aunque como no soy médico no le doy demasiada importancia.
Pasamos esta primera noche con Diego muy preocupados y casi sin dormir aunque la alegría de tener al pequeño con nosotros no nos la puede quitar nadie. A la mañana siguiente, pensando que esta situación se va a alargar alrededor de una semana intentamos organizar nuestras vidas. Nacho, nuestro otro hijo, lleva tres días sin vernos (excepción hecha de unos pocos minutos en los que ve a su hermano la tarde anterior) y eso en un pequeño de cuatro años acostumbrado a estar siempre con sus padres es duro. Decidimos que esta tercera noche yo me iré con él y dormiré en casa (ya llevo dos días sin dormir y estoy francamente cansado) y mi madre se quedará con Carmen.
Sin tan siquiera tiempo para reaccionar y poco antes de la hora de comer acuden JD y otro muchacho que se identifica como pediatra y nos dicen que se han reunido con el director asistencial y que han decidido trasladarnos al Hospital Virgen de las Nieves en Granada ya que aquí no se le puede suministrar la atención que necesita mi hijo. Solicito en atención al paciente hablar con el director asistencial y después de enfadarme con dos funcionarios e intentar hacerles entender a ambos el problema que nos ocasionaban me llevan al despacho de un individuo que dice ser el mismo (y que ahora se que no lo es puesto que tengo un certificado del hospital de Guadix firmado por María Agapita García Cubillo, directora asistencial del hospital de alta resolución de Guadix) Este individuo se limita a repetir que el hospital de Guadix no está preparado para partos con complicaciones y que no le queda más remedio que efectuar el traslado. No entiende de suplicas, ni de ruegos y ni siquiera de amenazas.
Entre tanto los dos pediatras se dedicaban a asustar a Carmen diciéndole que hay hasta un cuarenta por ciento de muertes en neonatos con esta enfermedad (hecho del todo falso, el porcentaje es del veinte por ciento y tan sólo en los casos en que la embarazada desarrolla la enfermedad entre cinco días antes del parto y dos) y me la encuentro histérica y llorando pidiéndoles, igual que yo, que no realicen el traslado.
Llegado este punto, me gustaría saber porqué este hospital da lugar a que una embarazada enferma de varicela de a luz en este hospital si, tal como ellos reconocen, no son capaces de atender a un neonato que haya desarrollado la misma. Creo que es mucho más lógico trasladar a la embarazada antes del parto y no arriesgar la vida de un recién nacido con menos de veinticuatro horas en un viaje en una ambulancia de críticos que no estaba evidentemente preparada para trasladar a un bebe. Era bochornoso ver como intentaban poner a mi pequeño en una camilla con un arnés preparado para adultos y como finalmente optaron por trasladar toda la cuna y proteger a Diego con unas simples toallas enrolladas.
He de decir que en el materno del Virgen de las Nieves han atendido a Carmen y a mi hijo maravillosamente. Que no podemos poner el más mínimo pero a los cuidados recibidos. Sin embargo y una vez visto estos sigo en mis trece de no entender el traslado. Se usó exactamente la misma mecánica que en el hospital de Guadix. Se trató a mi hijo con Aciclovir, se le midió la temperatura a intervalos, se le hizo un frotis de una de las pupitas para ver lo avanzada de la enfermedad y un análisis de sangre. Médicos, enfermeros y demás personal entraba en la habitación con mascarillas y batas desechables los primeros días y ante la evolución favorable de la enfermedad a los pocos días veíamos como dejaban de usarlas e incluso dejaban a Carmen pasear por el pasillo.
No es lo mismo un ala de un hospital atendido por dos personas con jornadas dobles (es lo que vi en el hospital de Guadix) a un ala de un hospital atendida por nunca menos de cinco personas (lo que encontramos en el Virgen de las Nieves) Este de Guadix no es un hospital tal como lo entendemos. El edificio lo ha construido la Junta de Andalucía., sí, pero es una empresa pública la que se encarga de gestionar el mismo. La que decide si tiene en su farmacia una unidad de Aciclovir para salir del paso o la cantidad suficiente para restablecer la salud de un enfermo. La que decide si dos personas son suficientes para atender un ala de un hospital a no. Era penoso oír como varios de los enfermeros, ATS y médicos que los habían atendido en Guadix me decían que mi queja no debía quedar allí, que me moviera, es lo que estoy haciendo.
No puedo entender como tiene este hospital de Guadix cinco pediatras en plantilla y esta noche, veinte días después, cuando hemos acudido a sus Urgencias preocupados porque Diego tenía una manchita de sangre en el ombligo no había un pediatra que lo viera y nos hemos tenido que conformar con un médico de atención primaria. Una decisión política, un paritorio en Guadix, debe conllevar los fondos y medios suficientes para que los nacidos en mi ciudad no se lleven estos sustos y si no son capaces que destinen esos recursos a mejor causa y se dejen de leches. Se oye mucho estos días de los problemas de privatización de la sanidad en Madrid, parece que en Andalucía también tenemos habas que contar.
Un padre indignado.