Preludio

Tiempo hace ya que comprendí que la vida no es más que una escalera inmensa, formada por infinidad de pequeños escalones, dando forma a un edificio personal y propio, con una comunidad de vecinos innumerable que vienen y van por esos escalones, unos de una forma y otros de otra.

Hoy estoy en una planta desde la que veo todos los escalones que he subido; como siempre se me escaparán algunos, pues mi vista interior es limitada. Desde esta posición me encuentro en una situación idónea para hacer un repaso a los grandes escalones que me ha tocado subir. Nunca he esperado nada de nadie, salvo de cierta persona, pero las circunstancias mandan, y si algo tiene que ser, será, el tiempo, muy a pesar mio, manda, y yo acato su norma. Mi infancia tiene la misma importancia que la de cualquier otro, pues en ella vas aprendiendo a ver la vida, pero si algo destaca realmente de mi vida es el viaje a Galicia. Un suceso puntual que tiene un origen tan natural como ilógico: mi adolescencia. El viaje a Galicia tiene su parte previa, su parte intrínseca, y sus acontecimientos posteriores; y, puesto que no he hablado nunca de esto con nadie (ni siquiera mis amigos lo saben todo, sólo saben retazos que he soltado, pero otra vez hablaré de mis amigos, por ahora me basta con decir que los quiero a todos), ya va siendo hora de soltar un poco de todo lo que llevo dentro. Odio recurrir a la escritura, tantas veces usadas anteriormente por mi, como vía de desahogo, pero luego uno piensa, ¿y por qué no? De los pensamientos escritos siempre queda constancia en alguna parte, lo cual me hace verlo también como un arma de doble filo. No haré un relato de mis memorias, siempre he pensado que las memorias las escribe uno cuando siente el aliento de la muerte cerca, y yo no tengo pensamientos de morirme en mucho tiempo. Empezaré por el principio, que es la mejor forma de comenzar. Un saludo a todos.



Principio: la primera vez que vi la luz