Pesadillas

Volví a soñar lo mismo otra vez, los mismos sueños autodestructivos en los que se acaba con mi vida de diferentes formas noche tras noche, a veces era lo mismo con diferentes matices, otros la historia cambia por completo.

El último, recuerdo estando yo tumbado en la cama leyendo un libro, de golpe, se empezó a oír un leve murmullo que fue in crescendo, de inaudible a un estruendo, en el que una fantasmagórica neblina negra comenzó a brotar de debajo de la cama y súbitamente unos brazos negros brotados de ella a modo de tentáculos me aprisionaron, reteniéndome e impidiéndome moverme.

Cada vez me apretaban con más fuerza, y por más que luchase no lograba liberarme y más me apretaban.
Todo terminaba saliendo cuatro más y agarrándome de las muñecas y tobillos, tirando de ellos hasta desmembrándome las cuatro extremidades…

Me desperté de una bocanada, como quien sale del agua faltándole el oxígeno.

Ésta era la enésima noche que me sucedía algo así, no son seguidas, pero si ocurre con cierta asiduidad.

Desconozco el motivo o la razón, un trauma pasado que así se manifestaba, una advertencia de mi subconsciente de algún aspecto de mi vida escondido en algún recóndito rincón de mi memoria que clamaba por salir, a saber…

La cuestión era que levantándome a las seis de la mañana para ir a trabajar, ésto me estaba pasando factura, ya que acontecía antes de dicha hora y no me dejaba volver a conciliar el sueño y amanecer descansado.

Así las semanas pasaban y los días también, mi falta de sueño me iba pasando factura y minándome mi cotidianidad diaria hasta los límites más insospechados de mi vida.

Lo que al principio no le daba importancia, ahora era una tortura que iba arrastrando y afectaba a mi día a día, tanto por la falta de sueño, como por los flashes que me venían de ver como se acababa con mi vida, sabiendo que esas imágenes las generaba mi propia mente.

A veces no llegaba a morir, pero me sucedían fatídicas peripecias e inciertos finales no deseables para nadie.

Y saber que todo éso sale de ti.

Arrastrando ésto ya unos cuantos meses, me empezó a jugar malas pasadas la falta de sueño a diario.

Mi cabeza me hacía recordar cosas que no habían pasado, veía pasar alguna silueta por los marcos de las puertas tanto en casa como en el trabajo y allí no había nadie más, oía lejanos murmullos que me llamaban y por más que buscaba al emisor de aquello, nada.

Lo intentaba ignorar pero me estaba siendo imposible.

Cuantas veces tuve que mirar dos veces hacia atrás pensado que había alguien o había pasado uno por mi lado. Una silueta gris, eso era, no me perseguía, pero me rondaba cerca.

Pasaban las semanas y acabo siendo un hecho cotidiano que intentaba ignorar, los sueños no cesaban y la silueta gris ya formaba parta de mi día.

Simplemente la ignoraba.

Sabía que no estaba ahí realmente, era producto de mi somnolencia y la falta de sueño que llevaba arrastrando durante tanto tiempo.

Pero no había nada que hacer, estaba despierto siempre antes de que sonara el despertador. Había días que me entretenía con el móvil hasta que era la hora y otros intentaba fingir que dormía, ya que ésta es la mejor forma para conciliar el sueño.

Pero cada día a las 6 me tenía que levantar y en mi estado, la falta de sueño me estaba acarreando demasiados problemas cotidianos en menor o mayor grado.

Desde tareas simples a otras más complejas que requerían más atención y tener todos los sentidos en ella. Y créeme si te digo que en mi estado, no podía rendir al nivel que requería.

En el trabajo empezaba a cometer pequeños fallos que achaqué a algún despiste, pero cada vez iban a más, no lo podía evitar.

Los compañeros me empezaron a tomar como a un basura que no quería hacer mi trabajo y eso les hacía a ellos tener que hacer su faena y vigilar la mía que repercutía en ellos, con el consecuente mal humor de el que tiene que trabajar el doble y trabajo que no le es propio, mi pareja me notaba raro e ido.

Me tenía que repetir todo dos veces, me achacaba que no le escuchaba e iba a mi bola. Me tachaba de egoísta, de solo pensar en mí y no hacerle caso.

Todo iba sumando y la bola cada vez se hacía más gorda e iba a peor, siempre a peor…

Las primeras horas del trabajo mi cuerpo entraba en un trance como de microsueño, pero con los ojos abiertos, en el que era ajeno a todo lo que sucedía a mi alrededor y tenía la mirada perdida en un punto fijo cualquiera sin parpadear.

Cuando volvía en mí, siempre había algunos compañeros mirándome y cuchicheando por mi extraña actitud.

El fatídico día llego, el supervisor de mi sección me mando llamar a su despacho ...


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