Iba caminando, sin saber, por la calle Poesía.
En el cordón de los versos, sentada se quedó, perdida.
Era una esquina marcada
de besos y desengaños.
Brazos colgando, palmas hacia arriba.
Iba pareciendo, sin pedir, mendiga.
Su ropa exhudaba un aroma a vainilla.
Entonces vio venir limones arrojados.
Vio las piedras devorarse entre sí
como mantis religiosas.
Y nada más.
Un trajín de mil caras desalentadas,
de ahogada voz en cuello.
Su corazón contrito, de pronto, tuvo sueño.
Y se puso a dormir, sin querer,
de espinos perfumados envuelto.