La raza humana, siempre taaan sobrevalorada.
Nadie podía esperarse lo que ocurrió aquel año. Los humanos, esos que construyeron rascacielos a kilómetros de altura; esos que inventaron los aviones y que cruzaban océanos en cuestión de horas; esos que encerraban entre jaulas a animales cinco veces más grandes y fuertes que ellos.
Nadie podía esperárselo, pero tenía que ocurrir. Creían que la naturaleza no se comunicaba entre sí, ¡qué equivocados estaban!. Aquel 13 de julio, jamás lo olvidaré. Bandadas de pájaros se dedicaron a predicar el mensaje: 'Llegó la hora de la rebelión'. De África a Asia, de Europa a América pasando por Oceanía. Toda la naturaleza mundial captó la alarma. ¡Era la hora!
Fue entonces cuando los simios salvajes comenzaron con su actuación, la primera y más primordial acción de este plan: liberar a los animales enjaulados. Arropados por manadas de leones, elefantes y tigres, se desplazaron hasta los zoológicos más inseguros del planeta para comenzar a abrir los candados que encerraban en vida al resto de animales. Ya se contaban por miles.
El siguiente paso del plan no era otro que el de hablar con la naturaleza para conseguir su apoyo. De ello se encargaron los delfines, inteligentes y diplomáticos. El mar no dudó en regalar su apoyo, al fin y al cabo los delfines y el mar siempre han guardado una gran relación. El aire tampoco mostró demasiados reparos, sin embargo fue la tierra la más reteciente. No le agradaba la idea de ver desquebrajado su terreno, de agrietar su corazón, de perder la forma de sus tierras. Sin embargo, la insistencia del resto de los elementos consiguió que la tierra aceptara por fin el tratado. Daba así comienzo el tercer paso: la acción.
Los primeros en actuar fueron los elementos. El agua hizo acto de aparición la tarde del domingo: una manta de agua comenzó a inundar las ciudades del mundo. Lluvias torrenciales que inundaron calles, avenidas, ciudades enteras. Tras esto, el viento arreció con fiereza. Postes de luz arrancados de cuajo, casas destrozadas... y todavía estaba por llegar la tierra. Su actuación fue rápida y aterradora: terremotos nunca vistos hasta entonces derrumbaron sin piedad casas, edificios y rascacielos. Los humanos, inútiles ante tan desproporcionada fuerza, cayeron como moscas uno tras otro, dejando un panorama desolador en las urbes hasta ahora masificadas.
Fue entonces cuando, una vez terminadas las tormentas, torrentes y terremotos, los animales, escondidos hasta entonces en la zona cero, se desplazaron ciudad por ciudad buscando supervivientes a los que encerrar en las que fueron sus jaulas hasta hace unas horas.
Y la tranquilidad llegó a la Tierra.
Y así fue como, la historia de este planeta, cambió para siempre.
No, nadie podía esperarlo, pero la Tercera Guerra Mundial, señores, fue un 13 de julio de 2007, y los ganadores no fueron ni los cristianos, ni los palestinos, ni los islámicos, ni los nazis, ni los americanos ni los chinos; los ganadores de esta guerra fueron los animales y la naturaleza, es decir: el Planeta.
Nuevo Mundo, año I. Escrito por Amedio Nelson, simio capitán del Movimiento para la Liberación Animal.