Coge disolvente y un paño no muy grande o un trozo de papel absorvente, limpia el disipador y la CPU de la pasta térmica que quede humedeciendo el paño con el disolvente (sin pasarse).
Compra un tubito de pasta térmica, a ser posible de calidad, y pon el equivalente a un granito de arroz en la CPU, extiéndelo sin que sobresalga con una paleta pequeña o un palillo plano, o el dedo, procura que no te toque los ojos ni la boca ya que es tóxica.
Vuelve a montar el disipador, y al encender el ordenador notarás que ya no irá tan forzado el ventilador y las temperaturas irán bajando conforme se asiente la pasta.
Obviamente todo esto debes hacerlo con el ordenador apagado.