Cuando a la vida se le podía llamar vida, no existía nada por lo que vivir y ahora que estamos rodeados, algunos sí y otros no, de lujos que nadie hubiera considerado posibles hasta hace poco, vivimos por nada. Pero así es el hombre, que no considerá las cosas hasta que las pierde, sólo se da cuenta de que el verano ha existido cuando las hojas mustías del otoño van cayendo en una lluvia marron que va dejando las aceras de las ciudades que tienen el lujo de tener arboledas como ríos a los que el viento va haciendo fluir.Vivimos anestesiados por lo que nos rodea sin ser conscientes de las riquezas incomprables que se pasean a nuestro alrededor. Lastima el no poder vivir sin la angustia, opresora de pechos, que nos va minando hasta hacernos esclavos de un sístema que no tiene en cuenta al individuo. Esta forma de vida no busca sino convertirnos en una masa muerta de compradores. Hoy nace un niño, puro, sin más deseos que el de seguir respirando, mañana estará esclavizado como cualquiera de nosotros.Sus sueños serán comprar una casa, el último coche, tener dinero y una mujer espectacular, aunque ese espectáculo sea sólo visual nunca sensual. !Ya no existe el amor¡ Ya no se regalan flores pero la sílicona adorna igualmente. Este niño, asustadizo, temeroso de la vida, criará a sus hijos para ser como el: les dará todo lo que pueda, los envolverá en la burbuja protectora del consumismo, y nunca podrán enfrentarse a la vida desnudos sin más ayudas que uno mismo. Pero justo cuando se de cuenta de que ya no puede levantarse de la silla sin coger un bastón ya será tarde para volver atrás. Ha perdido la vida sacrificándose por nimiedades con mucho valor material. Y mil y un lamentos, ya sin sentido, elevará al cielo, su grito mezclado de resentimiento, descontento, y falta de plenitud. Y se dará cuenta de que la vida ha de vivirse como se empieza: desnudo e inocente.