III. Nacimiento: Conocer
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Las visiones se sucedían a un ritmo vertiginoso en su delirio.
Vislumbró varias veces entre la vigilia y el sueño a gentes que se agolpaban a su alrededor y elevándola, le ayudaban a abandonar lo que pudo ser su lecho de eterno descanso. Otra vez se la había jugado a su eterna perseguidora: la Muerte.
... El agua fresca calmaba su sed. El fuego desprendido por su cuerpo era recogido por paños mojados sobre su frente. La acogedora calidez de unas caricias atusándole el cabello y el rostro de una bondadosa mujer cruzaron su mente durante su convalecencia. Dulces palabras que anheló durante muchos años de soledad abordaban ahora sus oídos. En su locura pasajera hablaba en un extraña y olvidada lengua, conocida sólo por las venerables sacerdotisas de Aris
- ¡Aque ettos xiuss...! - gritaba arrastrando las palabras con tono amenazante - ¡Gi, nouk eth kiujerty nan tagji egdor nin! - el desvarío aumentaba conforme subía la fiebre.
La joven apretaba los dientes y abría los ojos mientras parecía mantener una lucha verbal contra alguien no presente en la habitación. Se obstinaba en levantarse de su lecho para lanzarse contra la persona que había abordado su mente con amargos recuerdos. Los bruscos movimientos realizados al pronunciar las palabras asustaron a quienes la sujetaban, hombres robustos que comprobaron la fuerza con que la deplorable Naturaleza había dotado a una joven cuya raza aún era un misterio para quienes velaban por ella. A simple vista hubieran jurado que era una Dherhosz a causa de sus desarrollados colmillos y su extraña mirada bicolor: con el ojo izquierdo verde y el derecho dorado. Pero observándola detenidamente podía haber sido tomada como una hembra Andor debido a sus estilizadas manos y sus orejas puntiagudas asomando a través de su cabellera negra. Aunque de la misma forma podría haber sido considerada Humana, cuando comprobaron su constitución fuerte y la peculiar forma de cicatrizar las heridas de su cuerpo: sin duda alguna era una mestiza de las tres razas.
La calma se apoderó de la extranjera al cabo de unos interminables días de locura. Ahora había conseguido conciliar el sueño y dormía plácidamente.
“...Los Hijos de Netz bramaban a su alrededor… Era capaz de verlos a todos y cada uno de ellos con sus ojos clavados en su presencia.
La Señora de la Guadaña, Xhassa, también estaba allí, en la Nada, a su lado. Sonreía satisfecha acompañando a Netz.
Netz…
Resonaba ese maldito nombre en sus oídos mientras Él la observaba cuando ella estaba desarrollándose.
Sentía como su alma se asfixiaba y cómo le obligaban a doblegarse ante los pies del Señor del Mal.
Ella se resistía una y otra vez…
Se resistía…
Se resistía…”
Se incorporó sobresaltada. Su cuerpo bañado en sudor y su cabello cubriéndole el rostro. Los ojos bicolor clavados en una realidad irreconocible. Respiraba profundamente dándose cuenta de que lo soñado comenzaba a desvanecerse de su consciencia para hundirse en el mundo de sus olvidados recuerdos...
Oteó el entorno con mirada recelosa, desconfiada. Ocupaba un confortable lecho de blancas sábanas. La reconfortable penumbra invadía la estancia e invitaba al descanso reparador que tanto bien le había hecho. Apenas recordaba nada y mucho menos cómo había ido a parar a un lugar así...
Abandonó la cama, ocupada durante largos días de convalecencia, con la sola intención de descubrir dónde se encontraba. Sus pies descalzos caminaron sobre la fría piedra. Su atención puesta en la entrada hacia la cual se dirigía sin vacilar. Se detuvo mirando de reojo algo que suscitó su interés. Giró. Vio su imagen en aquel gran espejo. Éste le devolvía un reflejo que nunca había recordado poseer. Su rostro estaba libre de toda suciedad y la tez blanquecina aparecía sonrosada en las mejillas. Lentamente alzó su mano y se palpó la cara para comprobar si realmente era ella. Sus ojos brillaban como de costumbre de una manera especial. Le habían despojado de sus haraposas vestiduras y ahora cubría su cuerpo perfumado una especie de camisa larga hasta las rodillas. Su negra cabellera había sido lavada y peinada cuidadosamente, caía sobre sus hombros y su frente ensalzando su exótica belleza.
Se estremeció. Tuvo miedo de si misma.
Lentamente se acercaba al gran espejo con su mano alzada para resbalar por la pulida superficie. Cuando sus dedos rozaron el frío cristal una honda en la realidad deformó el reflejo que hasta sus ojos llegaba. Apretó los dientes. Una infinidad de Criaturas de la Noche surgieron entre la penumbra de la estancia reflejándose en el espejo. La chica dio media vuelta preparada para enfrentarse con quien estuviera allí. No comprendía nada, su cara se deformó con esa expresión de extrañeza tan peculiar que conseguía alcanzar su rostro. No había nadie más en la estancia. Devolvió nuevamente su atención al espejo y continuo observando una gran cantidad de monstruos cuya raza era inconfundible.
- Gurjes… - susurró con desprecio.
- ¿Cómo os encontráis, mi niña? - preguntó una voz que recordaba haber escuchado en sueños.
La joven fue arrancada de su aturdimiento bruscamente. Se encontró con una mujer de mediana edad, de cabellos canosos y esa expresión en la cara de amabilidad que sólo recordaba haber visto en… ¿su madre?... una vida de dolor y sufrimientos se conseguían adivinar en su cansado rostro; la presencia de la chica lograba aliviarla...
- No debéis abandonar la cama, estáis muy débil aún... - ordenó la mujer mientras la cogía del brazo y la obligaba a meterse de nuevo en el lecho.
La señora la trató con tal gentileza que se sintió incapaz de oponerse a sus dulces palabras. La simpatía de su viejo rostro era un increíble bálsamo para su solitaria alma.
- Habéis tenido fiebres altas - explicó ella mientras se sentaba al lado de la chica -, delirabais y gritabais... pero ahora ya ha pasado el peligro. - Sonrió cándidamente con ese instinto maternal que sólo una madre puede tener - Yo soy Anmel, ¿cuál es vuestro nombre, mi niña?
- Hitsys... - el eco de su voz resonó en la estancia ante la curiosa mirada de la dueña de la casa.
- No puedo permitiros abandonar la cama hasta que estéis recuperada del todo, mi niña - sonrió la señora.
- ¿Recuperada? - inquirió confundida la joven.
- Os explicaré lo ocurrido, mi niña - habló cogiendo las manos de la chica entre las suyas, tratándola como si fuese una chiquilla -. En primer lugar os debo dar las gracias por habernos salvado de los dadnos...
Ahora comenzaba a rememorar parte de los acontecimientos. Una ladera rojiza plagada de infinidad de pacientes piedras... una avalancha de rocas... las monstruosidades de la Tierra...
- ... una de esas despreciables criaturas os hirió - prosiguió la mujer dirigiendo su atención a su brazo vendado.
La chica bajó su mirada hasta su dañada extremidad y recordó el momento en que la primera criatura se había abalanzado contra ella y la había herido mortalmente.
- ...os envenenó con sus sucias garras... - continuó con su relato pausadamente acompañándolo de las expresiones de su rostro - Perdisteis el conocimiento después de salvarnos a todos.
- ¿A todos? - indagó Hitsys por no recordar ese momento.
- Sí... - hizo una pausa -, veo que no recordáis mucho. - suspiró Anmel antes de continuar - Regresábamos de una peregrinación al Templo Memdor, cuando fuimos atacados... habíamos ido a llevar ofrendas a nuestra amada Diosa Aris pidiéndole que nos protegiera de las Criaturas de la Noche... el viaje mereció la pena porque nos escucho - clavó una extraña mirada en Hitsys, una expresión que no le gustó en absoluto - ¡Mi niña, sois la prueba de que Aris no nos ha abandonado!
Los ojos de la forastera se abrieron de par en par al escuchar la exagerada exclamación de Anmel. La joven calló durante unos instantes, no creía que los hechos hubieran ocurrido así gracias a la Diosa, había dejado de creer en ella desde hacia tiempo...
- ¿Qué lugar es este? - interrogó la forastera sin desear averiguar nada acerca de la afirmación que aquella mujer acababa de hacer de una manera tan solemne que consiguió helarle la sangre.
- Os trajimos con nosotros, a nuestra ciudad, a Oruk - explicó Anmel con la infinita bondad que la envolvía.
- Oruk... - susurró la chica mirando hacia el techo mientras se dejaba caer contra el cabezal de la cama.
- Descansad un poco más... - la mujer abandonó la estancia y la dejó a solas.
Oruk... aquella palabra resonaba en su mente. Sintió como su eterna enemiga, la Muerte, arrastraba los pies por la estancia. Volteó la cabeza instintivamente. La vio en el rincón más oscuro de la estancia, sonriéndole con esa expresión de paciencia que tantas veces había visto.
- Aún no ha llegado mi hora... - murmuró sosteniéndole la mirada sin estremecerse.
- Ya veremos... - respondió la señora de ropas oscuras como sus propósitos,- pero vuestra alma es mía…- rió a carcajadas antes de desvanecerse.
El nombre de la ciudad le auguraba sufrimiento, dolor, sumisión... Aunque esos sentimientos eran muy fuertes no consiguieron ahogar la dominante intuición que siempre le había guiado. Estaba en la ciudad que creía haber buscado durante toda su vida, y de esa misma forma, notaba la presencia de la única persona capaz de proporcionarle la respuesta necesaria para desvelarle el sentido de su vida en un mundo que no creía que fuera el suyo, sino un velo de miserables apariencias y sentimientos enmascarando los verdaderos designios, instintos y actitudes de cada una de las tres razas, las cuales, en un tiempo remoto, se hicieron llamar los Hijos de Aris. Su vanidad y osadía llegó aún más lejos cuando se atrevieron a llamarse los Intocables Hijos de Aris creyéndose así mismos como dioses...
Abandonó la estancia decidida a encontrarse con su destino, el cual le aguardaba entre Andors, Humanos y Dherhosz conviviendo como Aris siempre había deseado. Oruk se desvelaba como el final de su viaje hacia ninguna parte y el principio de su sino en la Creación.
Se encontró en un pasillo. Llegó a una sala. A la mesa se encontraba sentado un hombre de mediana edad, de cabello canoso y ojos claros que confesaban que él también había trabajado duramente para sobrevivir; su rostro curtido era capaz de desvelar todo un infierno de penosa vida para poder salir adelante junto a Anmel, su esposa quien ahora la miraba fijamente de pie, al lado de su marido.
- Ella es Hitsys - dijo la dueña de la casa presentándola ante su esposo.
Él levantó el rostro hacia la chica.
- Buenos días, extranjera - saludó poniéndose en pie y ofreciéndole con la mano un lugar en la mesa, frente a él - sentaos.
La joven accedió sin decir una sola palabra. Todo permaneció en silencio durante los instantes empleados por el hombre en observar detenidamente a su invitada. A pesar de su joven aspecto, su actitud y porte evidenciaban la serenidad, la templanza y la temprana madurez para una chica de tan joven. Quizá hubiera vivido muchas calamidades y por eso demostraba una actitud desconfiada y distante.
- Yo soy Nun - se presentó tomando asiento junto a su esposa en la mesa -, así que os llamáis Hitsys... ¿de dónde sois?
- De ningún sitio en especial... - respondió reacia a entablar una conversación que la implicara y la comprometiera con aquellas personas más de lo necesario.
La atención de la chica estaba más puesta en el mobiliario de la estancia que en el dialogo que el dueño de la casa pretendía establecer con ella.
- ¿Y vuestra familia? - investigó Nun paseando su vista - ¿De dónde es? - interrogó con curiosidad - Tuvisteis que nacer en algún sitio... - añadió al comprobar la pasividad de su invitada.
- ¿Familia? - inquirió mirándolo - Si la tuve... no me acuerdo... - hizo una pausa - ni deseo acordarme - murmuró entre dientes.
El matrimonio se miró sin haber entendido del todo sus palabras. No les cogía en la cabeza que Hitsys despreciara de aquella forma a su familia, en un tiempo en el que era lo más importante para continuar como dueños de la Creación.
Deseaban acogerla en su casa el tiempo que quisiese, pero Hitsys era demasiado distante y fría con ellos, quizá con motivos...
- ¿Como llegasteis al desierto de Kharg? - él se esforzaba en sacar información e infundir confianza en la viajera.
- No se... - confesó ante el asombro de quienes la escuchaban eludiendo sus miradas -, mi pies me guiaron hasta allí...
A pesar de ese velo misterioso envolviendola, el dueño de la casa se sentía irresistiblemente atraído por el raro carácter de su invitada, por la novedad, la diferencia, conseguida tal vez porque ella quisiera que fuera así o porque realmente su personalidad se forjó de aquella extraña manera a lo largo de los años.
- ¿Te guiaron tus pies? - inquirió la mujer asombrada retorciendo un paño entre sus manos.
Nun y su esposa esperaban impacientemente que la joven les relatara algún capitulo de su vida permitiéndoles conocerla mejor. Todo quedó en silencio durante unos instantes en los cuales Hitsys paseaba su mirada por los rostros de aquel hombre y aquella amable mujer. Aguardaban algo y ella dudaba entre hablar o callar.
- ..comencé a caminar sin rumbo fijo - añadió - buscando algo...
- ¿y qué es eso que buscáis, mi niña? - interrogó la mujer con creciente curiosidad - A lo mejor nosotros podríamos ayudaros - otra vez habló Anmel con ese tono bondadoso que resonaba en los oídos de Hitsys.
- No - negó rotundamente ..
- Dinos qué es lo que buscáis y quizá podamos ayudaros.- investigó Nun expectante ante las palabras de la chica.
- Realmente no lo sé.. - explicó Hitsys mientras dejaba que su mirada llegara al infinito - pero estoy segura de que en esta ciudad lo encontraré... - echó su cabeza hacia atrás para mirar el techo -... La única cosa que necesito... - hizo una pausa y en tono casi imperceptible para quienes escuchaban prosiguió - ... la única cosa que llevo buscando durante toda mi vida...
Había dejado sin habla al matrimonio. Realmente la joven era misteriosa. Reservada. Con unos pensamientos e inclinaciones que nada tenían que ver con los demás jóvenes de su edad conocidos por Anmel y Nun en la urbe. La tenacidad y obstinación demostradas en su búsqueda la señalaban como una personaba testaruda y de ideas fijas. También había demostrado, en el momento en que salvó a la caravana, poseer inteligencia y astucia, porque a penas utilizó la fuerza bruta para deshacerse de las despreciables criaturas que acecharon al matrimonio y a todos los demás viajeros.
- Deseo daros la gracias por habernos ayudado - Nun la miraba fijamente.
Quería cambiar de tema porque se había dado cuenta del duro camino vivido por la chica, deseaba acogerla. Aunque parecía ser una persona muy segura de si misma, fuerte ante las adversidades, ante los ojos de Nun se presentaba como una chiquilla asustada en medio del caos, sin conocer el lugar que Aris había reservado en el alocado Mundo de la Creación. Su esposa y él le ayudarían.
- Deseamos proponeros una cosa - comentó Anmel sonriente - podéis quedaros con nosotros el tiempo que deseéis.
- Yo también debo estaros agradecida. - dijo sin variar su actitud serena - Si no me hubierais ayudado ahora estaría muerta...
Un estremecimiento recorrió a los dueños de la casa ante el crudo tono con el cual dejó caer tal afirmación demostrando su increíble consciencia ante la dura realidad.
- ¿Qué respondéis a nuestro ofrecimiento? - inquirió Nun.
- Acepto...
Cruzaron miradas de conformidad, la alegría parecía haber asomado a los ojos del matrimonio y la joven no adivinaba el motivo. En lo referido al comportamiento de otros mortales, como eran aquellos dos quienes la acogían, era una completa ignorante, conocía mucho mejor a las Criaturas de la Noche...
Nepher presentía algo pero se mantuvo en silencio y serena. No quería preocupar a su protegida.
- Necesito un vestido nuevo - habló la joven alumna que estaba terminando de acicalarse como si fuera lo más importante en el mundo.
- Sí princesa - respondió la sirviente que sostenía un espejo en el que la joven se observaba y atusaba sus rojos cabellos.
Alguien golpeó la puerta de sus habitaciones reales. La sirviente de la infanta se apresuró a abrir.
- La escolta real está preparada para acompañar a vuestra majestad - era Gort quien había hecho aquel anuncio a la entrada de las habitaciones reales.
- Ya estoy lista - la princesa se acercó hasta el soldado.
El Dherhosz hizo una reverencia saludando a la joven noble. Ella respondió con una sonrisa cargada de ingenuidad y altivez.
La sacerdotisa había permanecido al margen de todo lo que estaba ocurriendo, sus claros ojos estaban perdidos en el infinito. En pie, frente al balcón continuaba inmersa en sus cavilaciones y un tanto preocupada por los presentimientos que la acechaban.
- ¡Nepher! - la estridente voz de su protegida la sacó de golpe de sus meditaciones.
- ¿Qué sucede? - preguntó la profetisa sin perder la compostura.
- ¡Vámonos ya! - exigió como la niña caprichosa que era.
Abandonaron el palacio real escoltadas por tres de los mejores hombres de Kyo. Gort iba a la cabeza. Le seguía otro Dherhosz, más joven que cuchicheaba algo con el tercer escolta, un Humano de cabello rubio y ojos claros. La princesa había estado girándose varias veces hacia el soldado de clara melena, flirteaba con él de forma descarada aprovechando la falta de atención que Nepher le prestaba, más preocupada por otros asuntos.
Los ojos bicolor de Hitsys viajaron más rápido que sus pies hacia las figuras que se acercaban hacia ella. Su mirada encontró el bello rostro de una mujer de ojos tan claros y transparentes como el agua cristalina que en sus recuerdos ella bebió alguna vez. Su semblante le era increíblemente familiar sin estar muy segura del porqué. En su maduro rostro se evidenciaba la elegancia y magnificencia de la raza Andor, vigente en todos sus movimientos, miradas y acciones. En un su pecho un colgante, semejante al que ella portaba, le recordó a la poderosa Diosa Aris en la que ella había dejado de creer...
Nepher la vio a pesar de la distancia y la multitud atravesando sus miradas. Una joven, una mestiza de las tres razas que había clavado su extraña mirada en su persona. Ambas habían anulado la realidad para observarse mutuamente, en un detenido estudio de ellas mismas. Clavadas en sus respectivos lugares no podían moverse, la atracción sentida por cada una era superior a cualquier acontecimiento en la plaza.
En el murmullo de las gentes de la plaza, el matrimonio acababa de darse cuenta de la inusual expresión que el rostro de Hitsys había adoptado. Ellos siguieron la dirección de sus ojos hasta encontrarse con la otra persona que le sostenía su mirada; la reconocieron al momento.
- ¿Qué os ocurre, Hitsys? - preguntó Nun confundido.
La chica no escuchó las palabras.
Permaneció paralizada, allí de pie, con las manos colgando a cada lado de su cuerpo mientras exhalaba un suspiró de alivio. La expresión de sosiego y paz jamás sería olvidada por la mujer de ojos claros que se acercaba hacia la desconocida.
A cada paso el corazón de Nepher se aceleraba más y más, anunciándole que sus presentimientos eran verdaderos y que algo iba a suceder de un momento a otro. Se esforzaba también por mantener a su alumna al margen. Nékhan aparentaba la misma edad que la extranjera, de cabello rojo como el fuego de las entrañas de la Tierra. La alegre muchacha dirigía su ojos verdes hacia la infinidad de tenderetes capaces de captar su atención fácilmente. Su rostro rebosaba ingenuidad, inocencia, vulnerabilidad a todo el mal oculto en Oruk. Ajena a todo continuaba inmersa en sus banales caprichos.
Hitsys levantó lentamente su índice hacia la mujer de mirada transparente y la señaló.
- ¿Shauy erosd deff, Nepher...? - preguntó en una olvidada lengua y con un tono capaz de estremecer a cualquiera.
Sus palabras atravesaron el viento y llegaron a los oídos de Nepher. La sabia mujer se estremeció al escuchar las palabras de una antiquísima lengua de su orden Kigianshai emerger de los labios de aquella extranjera, inquiriendo, algo así, como: “¿Sois vos a quien busco, Nepher?”
- ¿Quién sois? - preguntó la profetisa con creciente recelo en sus ojos e interés en sus palabras ante la extraña y poderosa sensación que invadió su cuerpo cuando vio por primera vez a Hitsys.
Antes de que la joven pudiera responder a la pregunta, la protegida de la profetisa abandonó su lugar tras la mujer para clavar sus ojos esmeraldas en la recién llegada a Oruk. Su dulce expresión de juventud se quebró en el mismo instante en que se vio reflejada en los ojos bicolor de la forastera. La vista se le nubló. Alzó la mano para sostenerse en Nepher cuando se quedó ciega mirando a Hitsys. Las piernas se le doblaron y la sacerdotisa se desequilibró cuando intentó sostener a la princesa, ambas cayeron al suelo.
Nepher miraba un tanto asustada a Hitsys quien permaneció allí de pie mientras las gentes de la plaza se situaban creando un cerco alrededor de las dos féminas que yacían en el suelo.
Los soldados de la escolta fueron cogidos por sorpresa. Una multitud se agolpaba a su alrededor de Nepher y Nékhan. Gort y el otro Dherhosz se esforzaban por mantener un espacio considerable entre la muchedumbre y las dos mujeres. El más instintivo fue el Humano quien cayó de rodillas al lado de la infanta para acogerla entre sus vigorosos brazos.
- ¿Qué os sucede, majestad? - gritó.
- No os preocupéis Dharion... - explicó la profetisa mientras limpiaba el sudor frío de la frente de la futura reina - Se trata de una visión...
Su faz había palidecido tomando el color azulado de la no vida. Los escalofríos que lograban recorrer su frágil cuerpecillo la sacudían con violencia mientras el fornido guerrero intentaba socorrerla asistido por las indicaciones de la profetisa. El joven de cabellera larga y dorada había dirigido sus ojos turquesas hacia la fémina que parecía haber dañado a la princesa acurrucada entre sus brazos. Su rostro era serio, pero no conseguía disimular un cierto toque de suspicacia otorgado en su ceja izquierda, partida a causa de una pequeña cicatriz. Su porte lo convertía en uno de los Humanos más irresistibles de Oruk. Deseado por cualquier joven casadera, aunque su corazón ya tenía dueña. Hitsys permaneció de pie observando mientras el griterío de las gentes no lograba perturbarla.
- ¿Se pondrá bien, Nepher? - preguntó preocupado el fiel soldado a la mujer.
La Kigianshai asintió con la cabeza.
La claridad volvió lentamente a los ojos de Nékhan, quien ahora era capaz de ver lo que podría ocurrir en un futuro, quizá, no muy lejano. A su lado, su querido guardián y su estimada profetisa, tenían el privilegio de poder ver lo mismo que ella, porque sus cuerpos estaban en contacto con el de la joven princesa:
“Primero, un cielo teñido de sangre era la cúpula de malos presagios que se cernía sobre Oruk. Los pájaros de mal agüero revoloteaban sobre sus cabezas en la danza del aire.
Ahora su atención se dirigió hacia las gentes que caminaban por el mercado, sus ojos perdidos en el infinito y sus pasos guiados por la mano de un ser superior y lejano. Poco a poco vieron como la piel de los mortales que andaban ante ellos comenzaba a arrugarse rápidamente, a caerse a pedazos infectados de gusanos, mientras las moscas revoloteaban sobre sus cabezas con aquel zumbido capaz de erizar los nervios. Depositaban sus huevos sobre los pedazos de carne que aún conseguían mantenerse sobre los huesos blanquecinos de quienes fueron seres vivos, conocidos por los tres espectadores de aquella espeluznante visión de muerte. La mayoría habían quedado convertidos en simples esqueletos cuyos huesos seguían moviéndose aún con la falta de los tendones y músculos necesarios...
Nékhan estaba aterrorizada. Se apretó más contra el pecho de Dharion creyendo que él podría protegerla, pero, en realidad, estaba tan asustado como la princesa. Nepher era la más paciente, lo contemplaba todo con resignación, eran demasiados años los que conocía de antemano, gracias a Jhardán y a su protegida lo que aconteció, acontece y acontecerá en el tiempo.
Sus temores se vieron mitigados cuando pudieron ver, entre los esqueletos andantes, una figura envuelta en una oscura capa cuyos bordados en plata recorrían tanto el borde de su manto como el embozo de su capucha. Caminaba hacia ellos lentamente, arrebujada en su sombrío atuendo, para que el viento venido con ella no le arrebatara sus vestiduras. Le acompañaban dos mortales, el mismo matrimonio que la había recogido en las tierras de Kharg. Se detuvieron. Los dos humanos giraron su mirada hacia un lado y echaron a caminar bajo la influencia de un ser superior. Sus cuerpos comenzaron a descomponerse a cada paso como les había ocurrido a sus demás congéneres.
La figura se detuvo ante el grupo que había permanecido en el suelo durante todo el tiempo que estaba durando la intensa visión de Nékhan. Entonces se retiró su capucha.
La reconocieron.
Era la misma joven ante la que se detuvieron en el mercado, más bella que nunca y distante a la vez. Conseguía brillar con luz propia entre todos los difuntos discurrentes a su lado.
Sonrió. La calidez de su rostro consiguió reconfortarlos.
Miró hacia el horizonte, su serena mirada hacia el más allá estaba cargada de preocupación y dolor. Los tres miraron en la misma dirección, varias figuras fantasmales se dibujaban en el cielo cuando la vieron aparecer salida de la tierra: era la Muerte...
- Xhassa - murmuró la forastera ante los atónitos espectadores.
La Oscura Dama llevaba en su mano la guadaña arrebatadora de Vida. Todas las almas de los fallecidos se arremolinaron sobre la aparecida y se introdujeron en su arma de brillante filo. Su dorado cabello se agitaba al viento aumentando la maldad que conseguía leerse en su rostro. Se desplazó hacia el grupo sonriendo, con actitud de supremo dominio.
- Detenéos, Xhassa. - ordenó la joven que permanecía de pie.
- Ya lo veis, mi querida Hitsys, - habló con su voz de ultratumba helando las acciones - ... al final os he cazado...
- Aún no ha llegado mi hora... - la extranjera volvió a repetir las mismas palabras que tantas veces le había gritado cuando se le aparecía entre las tinieblas.
- Vuestra hora no... - sonrió mientras la joven temía los pensamientos que atravesaban su cabeza - pero la de ellos sí...
La Muerte saltó empuñando su arma hacia el grupo. Con un sólo ademán seria capaz de arrebatarles la vida. Hitsys los cubrió con su largo manto. Entonces no vieron nada.
Cuando la joven se retiró una brecha había conseguido abrir Xhassa en su brazo, la sangre emanaba abundantemente pero pareció no importarle en absoluto. Entonces fue cuando Dharion intentó llegar a su lado, como exigía su educación no podía permitir que una mujer le salvara la vida en un enfrentamiento de aquellas características. Nékhan no lo dejó marchar.
La herida desenvainó su espada con expresión de criatura salvaje, de espíritu libre, justo y sabio. La hoja de su arma era de cristal de roca y su brillo reflejaba los colores del arco iris.
Hitsys repelió el ataque de la Muerte con la habilidad, ni si quiera el mismísimo Dharion lo hubiera hecho mejor.
- ¿La reconocéis? - interrogó la eterna enemiga de la Señora de la Guadaña - Es Ghada... La Exterminadora...
Una potente luz los cegó...”
Entre la muchedumbre, los tres, la sacerdotisa, Nékhan y el joven guerrero, vieron como Hitsys desaparecía entre las gentes.
-¡Buscadla, Dharion!- gritó la mujer de ojos claros -¡Buscadla y traedla!- Chilló con tono desesperante presintiendo y creyendo que lo visionado por sus antepasados no tardaría mucho en ocurrir.
La extranjera parecía ser la señal...
El noble guerrero se alzó. Obedecería sin preguntar al mandato de una servidora de Aris. Se abrió paso entre los habitantes de Oruk a empujones siguiendo la estela dejada por la forastera y quienes le acompañaban.
Fue demasiado tarde. Sus ojos buscaron con ahínco a aquella exótica joven que había captado el interés de la sacerdotisa Kigianshai de una forma tan especial que lo asustaba, pero ya había desaparecido como si la Tierra se la hubiera tragado.