Capítulo 9: El legado del dragón.
Salir del templo resultaría mucho más sencillo que llegar hasta sus cámaras interiores. Con un camino ya conocido y la ayuda del viento para orientarse hacia la salida sin tener que depender por completo del juicio de Lardis, el grupo avanzó a buen paso durante el resto de todo aquel día deteniéndose solo un momento para comer algo.
No hubo demasiadas palabras entre ellos, ni siquiera entre Jonathan y su esposa que continuaba sobre su cabeza observando tranquilamente aquellos pasillos que tan bien conocía sin hacer nada salvo juguetear con sus cabellos. Había demasiadas cosas en que pensar, demasiados cambios a tener en cuenta en sus vidas tras lo que acababa de suceder e incluso la propia Jessica parecía un tanto preocupada, aunque su rostro mostraba la misma alegría que de costumbre y solo una tímida sombra en su mirada la hacía visible cada vez que sus ojos se cruzaban con Atasha.
Lardis no parecía en absoluto afectado, tal vez un tanto más distante si cabe a pesar de que todo había salido mejor de lo que esperaban y habían conseguido el cristal, pero la joven acólito parecía totalmente hundida. Su mirada evitaba encontrarse con Jonathan, su paso era visiblemente más lento que el de los demás haciendo que siempre fuese un poco más atrás que le resto del grupo y su rostro se había oscurecido súbitamente, aunque ni ella misma estaba realmente segura de cual era el motivo de aquello. Sus órdenes, sus sentimientos, todo se entremezclaba en su cabeza dando lugar a una tempestad de emociones que antes había conseguido canalizar hacia un único destino y habían llegado a hacerla sonreír, pero que ahora se volvían en su contra.
Tras horas de camino por aquellos corredores siguiendo a la inversa el recorrido por el que Lardis los había guiando anteriormente, los seis salieron de nuevo a la gran cueva en cuyo interior se ocultaba aquel templo y una húmeda brisa les dio la bienvenida. Se había hecho de noche y al otro lado de la cascada podían verse ya las primeras estrellas titilando tímidamente entre las tinieblas del manto con el que su madre cubría de nuevo Linnea, algo no demasiado apropiado para lo que los esperaba.
Sin cuerdas descender hasta la base de la montaña resultaría aún más difícil que escalarla, más aún teniendo en cuenta que el viento era más fuerte de noche y Narmaz parecía ahora un océano oscuro en el que no podía verse nada salvo las corrientes que agitaban aquel mar de hojas. Por esto, y puesto que el propio Lardis no parecía muy dispuesto a arriesgarse a poner en peligro el cristal en un descenso así, decidieron acampar en la cueva a pesar de la humedad.
Hacía frío, algo no muy sorprendente a aquella altura y tras una cortina de agua como la de aquella catarata, pero que suponía un problema para pasar allí la noche en especial para Atasha cuya ropa no era en absoluto adecuada para un clima así y la hacía estremecerse de vez en cuando. Sin embargo, y pese a que la única madera con la que contaban en aquel lugar eran los restos húmedos y carcomidos de aquella cabaña, Sarah no tuvo problema alguno en encender un fuego con estos usando un simple gesto de su mano y una pequeña hoguera pronto iluminó el rincón más profundo de la cueva dando vida con la danzarina luz anaranjada de sus llamas a los murales que los rodeaban.
Con esto solucionado, el grupo se sentó alrededor del fuego para calentarse y los cinco comieron algo antes de decidirse a acostarse. Solo Lardis, como de costumbre, se mantuvo aparte cobijándose tras una de las columnas caídas junto a la entrada del templo para resguardarse del frío en lugar de acercarse al fuego como los demás, aunque esto ya no los sorprendió en absoluto. Terminada aquella improvisada cena cada uno se buscó un pequeño rincón cerca del fuego en el que acomodarse para pasar la noche y solo uno de ellos se quedó todavía de pie.
Para sorpresa de Jessica y de los demás Jonathan se ofreció a hacer guardia en solitario esa noche y se alejó de ellos en dirección a la catarata, algo que incluso sus hermanos encontraron extraño. Pero esto no fue todo, a pesar del frío y de que incluso ellos habían tenido que juntarse lo más posible el uno al otro para poder dormir más o menos cómodos, Jessica observó que Atasha se mantenía un poco al margen esta vez y su mirada cambió de nuevo entristeciéndose de golpe.
La joven acólito se había acurrucado a unos metros de ellos tratando de resguardarse en una pequeña concavidad de la pared, pero seguía temblando aún estando cerca del fuego y su mirada parecía perdida en la catarata, aunque Jessica sabía perfectamente que no era esto a lo que miraba y no estaba dispuesta a dejarla así.
-Álbert. –Murmuró en voz baja mirando a su hermano al tiempo que señalaba con la cabeza hacia la joven. –¿Vienes?.
Álbert le respondió con una sonrisa al tiempo que asentía con la cabeza. Comprendía perfectamente como se sentía su hermana y no podía negar que sentía pena por aquella chica, pero también había algo más en todo aquello que no comprendía y hacía que todavía no lo viese todo con la misma claridad que su hermana. Algo no encajaba en todo aquello, el comportamiento de Jonathan con aquella chica no concordaba con lo que sabían de él o lo que habían visto hacía tan solo unas horas, y esto lo hacía preguntarse si todo era o no como ellos creían.
Pero de todas formas lo que sí estaba claro era que algo preocupaba a aquella chica y que no podían dejarla allí sola. Atasha había actuado como si fuese uno más de su grupo, había incluso usado la poca magia que conocía para curarle a él y proteger a su hermana y no se merecía aquello. Sin más palabras entre ellos los dos se pusieron en pie y se acercaron a esta que los miró sorprendida por un instante mientras ambos se sentaban a su lado cobijándola entre ellos.
-No tienes que estar sola. –Sonrió Jessica mirándola y apoyando su hombro contra el suyo. –Eso no te ayudará en absoluto, solo lo hará peor.
-Gracias. –Acertó a decir Atasha mirándolos a los dos, tratando de esbozar una sonrisa que se negaba a aparecer.
-Descansa. –Sugirió Álbert acercándose también a ella hasta que los cuerpos de los tres se tocaron. –Intenta dormir un poco, creo que lo necesitas más que cualquiera de nosotros.
La joven asintió con la cabeza en parte reconfortada por la compañía de ambos y decidió hacer lo que le decían. Cerró los ojos, se apoyó en Jessica tal y como esta había hecho ya y se dejó caer lentamente en un sueño que su cuerpo llevaba pidiéndole desde hacía horas a causa del agotamiento, pero que hasta entonces su mente se había negado a darle.
Mientras tanto, ajeno a la conversación de los hermanos y aparentemente indiferente a la preocupación de Atasha, Jonathan había continuado caminando hasta acercarse a la cascada y se detuvo un momento frente a ella dejando que la débil llovizna que se desprendía de la roca le mojase la cara y el pecho. Algo que no pareció agradar demasiado a su esposa ya que esta voló inmediatamente de su cabeza y se posó sobre su hombro resguardándose entre su cuello y sus cabellos.
Al ver esto, Jonathan la miró girando ligeramente su cabeza hacia ella y sonrió ante lo ridículo de la situación. Su esposa, una palabra que difícilmente podía imaginarse pronunciando con ese significado hacía tan solo unas horas, estaba hora sentada sobre su gabardina con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en su hombro en una posición inconscientemente sensual que solo su diminuto tamaño y las oscuras alas con las que se cubría conseguían atenuar. Aún así, Jonathan no dijo nada por el momento y continuó su camino hasta salir de la cueva deteniéndose nuevamente fuera de esta para poder ver la inmensidad de aquel mar al que otros llamaban bosque pero todos conocían como Narmaz.
-Ahí lo tienes. –Murmuró sin mirarla, pero consciente de que ella era la única que podía oírlo con el rumor de la catarata tan cerca. -¿Es este el mundo que querías ver?.
-No. –Negó ella casi susurrando las palabras en su oído, con la mirada fija en el horizonte. –Ya conozco este bosque, llevo más de veinte años mirándolo cada noche.
-No es mucho tiempo. –Notó Jonathan un tanto sorprendido. –Dijiste que llevabas más de cuatrocientos en el templo.
-Y así es. –Aclaró Sarah. –Me pasé cuatrocientos años ahí encerrada, pero un día me desperté aquí fuera. No sé como llegué hasta aquí o qué sucedió con la barrera que había protegido al anciano, supongo que acabó agotándose con el tiempo.
-Hace unos veinte años…. –Repitió Jonathan siguiendo lentamente las mareas de Narmaz con su mirada. –Eso debió ser más o menos al mismo tiempo que la llegada del dragón por lo que nos dijo Lardis. ¿Recuerdas haber visto a alguien más aquí?.
-Solo al dragón. –Respondió poniéndose de nuevo en pie de un salto y estirando lentamente ambas alas. –Oí lo que decíais sobre aquella gente que encontrasteis en la primera sala, pero yo tampoco sé nada de ellos. No recuerdo cómo conseguí salir del templo y no tenía prisa por volver a dentro, hacía tanto tiempo que no veía nada nuevo que solo poder salir aquí y mirar ese bosque me pareció algo maravilloso y pasé varios meses aquí fuera. Cuando volví me los encontré allí, como vosotros.
-Parece que tú no eres la responsable entonces de que la barrera desapareciese. –Sonrió Jonathan girando la cabeza para mirarla. –Alguien debió robar el fragmento del cristal y probablemente fue eso lo que atrajo al dragón hasta aquí.
-No tengo ni la menor idea. –Dijo Sarah sacudiendo la cabeza y echando a volar de nuevo hasta colocarse frente a el. –Había un cristal pequeño en la sala del anciano, pero tampoco estaba allí cuando volví.
-¿Y por qué regresaste?. Es algo que todavía no comprendo. –Afirmó Jonathan. –Cualquier otro en tu lugar se habría marchado ese mismo día.
-Por la misma razón por la que vosotros seguís con vida. –Al tiempo que decía esto, la expresión de Sarah se volvió de pronto sombría aproximándose a lo que se esperaba de alguien de su especie y una malévola sonrisa apareció en su rostro. –Además, no tenía nada mejor que hacer.
-Supongo que eso ha cambiado ahora entonces. –Dijo Jonathan con cierto sarcasmo. –Has conseguido un nuevo juguete para ocupar el lugar del cristal.
-No quiero un juguete. –Negó Sarah con voz súbitamente seria, sorprendida no solo por aquellas palabras sino por el tono de voz de su esposo. –He hecho la misma promesa que tú, además. –Continuó levantando una mano y haciendo aparecer una diminuta chispa sobre esta. –Un juguete no me estaría hablando de esa forma ahora mismo.
-¿Sabes realmente lo que has hecho?. –Preguntó de nuevo Jonathan ignorando momentáneamente su amenaza. –No, claro que no lo sabes. Para mí esto supone un cambio en mi vida al que ya no puedo dar marcha atrás quiera o no. ¿Pero qué significa para ti?.
-Ya te lo dije en la cueva. –Insistió ella. -¿Por qué me lo preguntas otra vez?
-Porque no es eso lo que me has hecho prometer. –Dijo Jonathan aparentemente molesto, como si la tranquilidad con que había actuado hasta entonces se estuviese desvaneciendo por completo. –Ni lo que tú misma has prometido.
-¿Qué ha sido entonces?. –Preguntó ahora con curiosidad la diminuta criatura posada sobre su mano, haciendo difícil para el propio Jonathan el diferenciar si era realmente sincera o solo estaba riéndose de él. –No puedo saberlo si no me lo dices.
-No puedo enseñarte algo que yo mismo entiendo del todo. –Respondió Jonathan en un tono casi tan desconcertante como su respuesta. –Y aunque lo hiciese, eso no te ayudaría, no es algo que baste con comprender.
-Está bien. –Pareció resignarse Sarah, aunque la traviesa sonrisa que apareció de pronto en su rostro hizo que Jonathan la mirase con cautela al instante. –Entonces iré a preguntárselo a Jessica
Dicho esto, Sarah echó a volar de nuevo y trató de alejarse de Jonathan. Sin embargo, este la detuvo al instante atrapándola con cuidado entre sus manos y la acercó a su rostro una vez más.
-Ahora no. –Dijo mientras esta se revolvía entre sus manos para mirarle. –Déjala dormir, mañana tendréis tiempo de sobra para hablar.
-¡No soy ninguna niña!. –Protestó Sarah aparentemente enfadada al tiempo que daba una patada a una de las manos de Jonathan provocando al instante una fuerte descara eléctrica que lo hizo soltarla mientras sacudía dolorido su mano y esta sonreía burlonamente. –No vuelvas a hacer eso.
-Si no quieres que te trate como a una niña deja de comportarte como tal. –Sugirió Jonathan todavía serio. –No se molesta a la gente cuando duerme por una tontería así.
-Para mí no es una tontería. –Respondió Sarah sorprendiendo al propio Jonathan con la seriedad de su mirada. –Hemos hecho un trato, hazte a la idea de que tendrás que cumplirlo sea lo que sea.
Dicho esto, e ignorando la confundida forma en que Jonathan la miraba, Sarah voló una vez más hasta su hombro y se tumbó sobre este acurrucando su cabeza junto a su cuello mientras dejaba que los cabellos de su esposo cubriesen sus piernas acariciando suavemente su piel allí donde ni su vestido ni sus alas alcanzaban a cubrirla.
-¿Vas a dormirte ahí?. –Se sorprendió de nuevo Jonathan.
-Si. –Afirmó Sarah cerrando los ojos bajo el velo rojizo de sus cabellos que parecían deslizarse suavemente a un lado por si solos para dejar su cara despejada, como si tuviesen vida propia. –Ahora que el cristal ya no me protege este es el único sitio en el que puedo dormir tranquila. Recuerda tu promesa.
-Podría no hacerlo. -Le advirtió Jonathan. –Ahora que ya tenemos el cristal sería una forma sencilla de arreglar todo esto.
-Haz lo que quieras. –Replicó Sarah en absoluto preocupada. –Yo no pienso moverme de aquí.
Sin más palabras, Sarah apoyó la cabeza sobre uno de sus brazos usándolo como almohada y se durmió poco a poco mientras Jonathan la observaba en silencio. El viento seguía soplando mezclando su silbido con el continuo rumor de la catarata, pero su mente ya no lo oía. Sus sentidos se centraban en aquella pequeña criatura a la que todavía no alcanzaba a comprender, en intentar buscar un sentido a su forma de actuar.
Hacía tan solo unas horas habían visto hasta donde llegaba su poder e incluso habían estado a punto de morir a sus manos. Ahora, sin embargo, se la veía tan frágil e indefensa, tan confiada acostada de aquella forma sobre su hombro que todo aquello parecía una simple pesadilla inventada por su mente y el siseo de su pequeña respiración acariciando su cuello era lo único que parecía llegar a sus oídos.
Así pasaron las horas de su primera noche juntos para la pareja. Jonathan continuó en vela consciente de que no podría dormir aunque lo intentase y regresó a la cueva para vigilarlo todo desde el interior mientras esperaba en vano la visita de aquella que podría responder a algunas de sus preguntas. Pero esa noche ella no vino a él, la brisa de la montaña no le trajo sus susurros como solía hacer y su única compañía fue la de aquella a la que ahora llamaba esposa. O al menos, así fue hasta poco antes del amanecer.
A diferencia de su hermana menor y el resto del grupo Álbert tenía también demasiadas cosas en la cabeza como para dormir toda la noche y se despertó pronto esa mañana. Las dos jóvenes seguían dormidas a su lado apoyadas la una en la otra y Atasha apenas lo rozaba, por lo que no le fue difícil ponerse en pie sin que se diesen cuenta para ir a buscar a su hermano.
Jonathan seguía en la entrada de la cueva justo frente a la catarata mirando al cielo como si todavía esperase que el viendo le trajese alguna respuesta, aunque no fue precisamente esto lo que más la sorprendió. La catarata centelleaba con una luz extraña, una débil aura rojiza que parecía iluminar aquella cortina de agua partiendo del cuerpo de su hermano y que resaltaba el blanco de su gabardina y sus propios cabellos mientras estos ondeaban suavemente a su espalda movidos por la débil brisa de la noche.
-Jonathan. –Murmuró mientras se acercaba, hablando bajo para no despertar a ninguno de sus compañeros.
La voz de su hermano pareció sacar al joven de sus pensamientos y este se giró hacia el para dirigirle la tranquila sonrisa con que siempre recibía a aquel junto al que había crecido. Sin embargo, esta vez algo hizo que Álbert se detuviese al instante al verle y por unos segundos lo miró a los ojos observando el centelleo de estos que parecían arder consumidos por llamas escarlata iluminando tenuemente su rostro.
-Tus ojos… -Dijo mientras empezaba a caminar de nuevo y continuaba acercándose. -¿Qué te ocurre?.
-Esto es el recuerdo que me ha dejado ese dragón. –Explicó Jonathan volviendo a girarse a la catarata mientras su hermano se colocaba a su lado y lo miraba tratando de descifrar sus emociones tras la máscara de misterio que una vez más cubría su rostro. –Y también en parte Sarah, supongo. Es la primera vez que absorbo algo así y todavía noto su fuego ardiendo dentro de mí, por eso sabía que no podría dormir. Al menos no hasta que ese ardor se calme.
-Ahora que la mencionas, ¿Y Sarah?. –Preguntó Álbert tratando de desviar la conversación hacia otro lado al comprender que a Jonathan no le gustaba hablar de aquello. -¿No está contigo?.
En respuesta a su pregunta, Jonathan apartó con una mano sus cabellos dejando al descubierto la diminuta figura de su esposa que dormía tranquilamente sobre su hombro. Algo que, tal y como este esperaba, hizo que en el rostro de su hermano apareciese una curiosa sonrisa, aunque esta no duraría mucho.
-Debes estar bastante enfadado para quedarte aquí solo toda una noche. –Murmuró de nuevo dirigiendo su mirada a la catarata al igual que Jonathan. –Hacías lo mismo en el orfanato, te apartabas de los demás hasta que te calmabas y luego actuabas como si no pasase nada.
-Me conoces demasiado bien. –Asintió Jonathan esbozando una ligera sonrisa. –Pero no estoy enfadado, al menos no tanto como seguramente pienses.
-Eso espero. –Continuó Álbert. –Jessica no lo hizo con mala intención, estoy seguro de que ni siquiera lo hizo aposta. Las cosas simplemente salieron así y ella no se molestó en intentar pararlas, ya sabes como es y lo que piensa de ti y las mujeres. Ella solo te quiere demasiado, eso es todo.
-No estoy enfadado con ella. –Explicó Jonathan girando la cabeza para mirar a su hermano. -De todas formas no fue solo culpa suya, fui yo quien aceptó esa boda.
-Algo que todavía me sorprende. –Admitió Álbert. –No esperaba que aceptases algo así con tanta facilidad después de lo que dijiste cuando creíamos que era tu vida lo que quería. ¿Tanto te importa esa gente?.
-No lo suficiente como para tirar mi vida por la borda de esta forma, te lo aseguro. –Negó Jonathan dejando escapar un pequeño suspiro. –Pero no fue solo eso por lo que acepté. En realidad el cristal ya casi me daba igual.
-¿Entonces?. –Se sorprendió Álbert ahora sí girándose también hacia él.
-No debí dejar que aceptásemos este trabajo. –Respondió su hermano sacudiendo ligeramente la cabeza. –Fue una estupidez por mucha falta que nos hiciese el dinero, pero ahora ya no hay marcha atrás y es justo que yo cargue con las consecuencias. Si hubiese pensado un poco más antes de aceptar un trabajo para alguien como los monjes blancos nada de esto habría pasando.
-¿Sospechas de él verdad?. –Comprendió Álbert. –No puedo culparte, después de todo lo que ha pasado ahí dentro a mí también me da mucho que pensar.
-No es solo eso. –Negó Jonathan ahora mucho más serio, observando el tembloroso reflejo de su esposa en la superficie de la catarata. –En realidad puede que ni siquiera haya por qué preocuparse y sean solo imaginaciones mías, pero lo que si es cierto es que si acepté no fue precisamente para conseguir ese cristal.
-Dicho así parece que lo que realmente te interesase fuese conseguir a Sarah. –Notó Álbert disimulando sin mucho éxito una burlona sonrisa. –Tal vez lo de la boda no fuese tan descabellado después de todo.
-Muy gracioso. –Replicó Jonathan un tanto molesto. –No era eso lo que quería decir.
-Vamos, tampoco es para tanto. –Trató de suavizarlo Álbert dirigiendo ahora su mirada hacia Sarah. –Muchos en tu lugar no se quejarían, sea como sea es tu esposa y no creo que vallas a negarme que es bastante… agradable a la vista, por decirlo de alguna forma.
-No, supongo que no. –Admitió Jonathan apartando ligeramente sus cabellos con la mano para observarla mejor, aunque sus ojos tan solo alcanzaban a ver sus piernas debido a la forma en que se había acostado. –Es preciosa, lo reconozco, pero eso no borra el hecho de que sea un demonio. ¿Te haría a ti gracia casarte con uno?.
-Si fuese un verdadero demonio ahora estaríamos muertos. –Lo corrigió Álbert volviendo a ponerse serio. –No sé qué es, pero Sarah difícilmente puede considerarse un demonio corriente después de lo que hemos visto. Todos esos años cerca del cristal blanco han debido de afectarla de alguna forma.
-Eso no significa nada, sigue siendo uno de ellos. –Insistió su hermano mientras el aura rojiza de sus ojos acariciaba el cuerpo de su esposa. –No sabemos cómo se comportará a partir de ahora.
-Por lo que dijo mientras estábamos dentro quiere aprender a comportarse como una de nosotros. –Señaló Álbert recordando lo sucedido. –Y con Jessica cerca puedes apostar a que no tardará mucho en aprender cómo debe comportarse una esposa.
-Eso es lo que más me preocupa. –Replicó Jonathan desviando de nuevo la mirada de Sarah. –Ella ni siquiera sabe lo que significa lo que ha hecho hoy y Jessica solo lo hará todo más complicado si hace eso.
-Dime, ¿que es lo que más te molesta realmente?. –Preguntó Álbert cambiando de pronto el tono de su voz. -¿Qué te obligase a casarte con ella o que no sepa lo que eso significa?.
Jonathan ahogó una pequeña carcajada al oír esto y dirigió su mirada hacia el cielo antes de responder, hacia Kashali y su gemela oscura que todavía eran visibles en la noche.
-Siempre se te han dado bien las preguntas. –Murmuró con una sonrisa.
-Y a ti evitar responderlas. –Replicó su hermano. –¿Cuándo entenderás que eso solo lo hace todo más difícil para todos?.
-Tal vez algún día. –Respondió Jonathan ladeando la cabeza hacia él. –Cuando yo mismo tenga todas las respuestas que busco, pero desde luego no ahora.
-Sea cuando sea… –Empezó Álbert con una sonrisa al tiempo que le daba una amistosa palmada en la espalda. –Espero estar allí para verlo, porque eso significará que estás seguro de todo y nuestros problemas se habrán acabado.
-A menos que me equivoque. –Murmuró Jonathan de nuevo en un tono mucho más bajo. –Algunos terminarán mañana mismo.
Álbert lo miró un tanto serio al oír esto y por un instante pensó en preguntar de nuevo, pero sabía perfectamente que sería inútil y decidió dejarlo por el momento. Conocía lo suficiente a su hermano para saber que no los preocuparía con simples suposiciones a menos que fuese necesario, lo único que podía hacer era esperar y estar alerta. Aunque, teniendo en cuenta la forma en que Jonathan lo había dicho, casi podía adivinar de qué se trataba.
Fuese como fuese, poco más podía hacer por el momento y volvió al interior de la cueva dejándolo solo una vez más mientras el Sol empezaba ya a elevarse en el horizonte y él se dedicaba a preparar las cosas del grupo antes de despertar a las dos jóvenes. Tras una noche entera de descanso las dos se encontraban mucho mejor, especialmente Atasha que parecía bastante más animada al ver a los dos hermanos junto a ella. Aunque algo en su mirada hizo que incluso Álbert se quedase mirándola por un instante con aire pensativo, cómo si en sus ojos pudiese ver una determinación que no había visto hasta entonces.
Jessica, sin embargo, parecía tan tranquila y despreocupada como el día anterior y lo primero que hizo fue correr hacia su otro hermano para saludarlos a él y a su nueva esposa. Sarah seguía dormida aún y el verla sobre el hombro de Jonathan arrancó algo más que una sonrisa de la joven, aunque pronto se despertó y, muy a pesar de Jonathan, voló hasta esta para hablar con ella dejando a Jonathan solo de nuevo y preguntándose que pasaría a continuación. Después de todo, conocía a su hermana y sabía lo peligroso que aquello podía resultar.
Aún así, la mayor preocupación de los tres jóvenes en aquel instante no era esta, sino regresar cuanto antes a Tarsis para entregar el cristal y estos se pusieron pronto en marcha junto a Lardis y Atasha para bajar hasta Narmaz. Sin cuerdas el descenso resultó mucho más complicado que la escalada, sobretodo para Atasha que parecía haber decidido no acercarse a Jonathan y trataba de arreglárselas por su cuenta. Algo no muy inteligente y que le costó más de un susto hasta que al fin Jessica se decidió a ayudarla en lugar de su hermano.
Sarah, por su parte, dejó por el momento su charla con Jessica y se dedicó a volar alrededor del grupo mirándolos de forma burlona mientras bajaban, especialmente a Lardis al que no parecía apreciar demasiado. En un par de ocasiones incluso llegó a acercarse a él justo cuando este colgaba de sus manos buscando un apoyo para sus pies y Jonathan creyó ver por un instante un diminuto destello azulado en las manos de aquella criatura a la que ahora llamaba esposa, pero este se esfumaba cada vez que él la llamaba y lo único que conseguía era una mirada de desilusión de Sarah que pasaba a volar de nuevo a su alrededor.
Fueron varias horas de esfuerzo deslizándose de repisa en repisa, de saliente en saliente hasta que al fin alcanzaron el suelo y la sombra de Narmaz ocultó de nuevo los rayos del sol que se aproximaba ya mediodía, algo que Sarah pareció agradecer bastante. Los árboles del bosque y el olor a humedad que lo envolvía eran algo nuevo para ella, algo que nunca había visto tan cerca y que la hizo revolotear alrededor de estos por un buen rato mientras los demás se sentaban sobre el suelo para descansar aprovechando aquel momento para comer también algo ahora que se acercaba el mediodía.
Precisamente debido a esto y puesto que Sarah seguía junto a Jessica hablando de Tarsis y de las muchas cosas que esta quería enseñarle, algo que en un principio tranquilizó un poco al propio Jonathan al ver que su hermana parecía haber dejado a un lado otros temas por el momento, este decidió ir a rellenar las cantimploras del grupo al lago y se alejó de ellos en dirección a la catarata. Estaba sudando al igual que todos sus compañeros y el agua helada de aquel lago era justo lo que necesitaba para aclarar su mente y despejarse un poco tras una noche en vela.
Sin embargo no todo saldría como él esperaba. Mientras sacaba la cabeza del agua tras haber hundido su rostro bajo la superficie del lago para refrescarse, sus ojos se encontraron con el reflejo de Atasha estremeciéndose ligeramente entre la cortina de plata con que sus cabellos habían cubierto en parte el agua y este se levantó al instante para girarse hacia ella.
-Atasha… -Murmuró sin saber muy bien que decir al verla allí. -¿Ha pasado algo?.
-Necesito hablar contigo. –Respondió ella con voz firme, atreviéndose de nuevo a mirarlo a los ojos. –Y no podía hacerlo delante de los demás.
-No hay nada que hablar. –Negó Jonathan mirándola con cierta tristeza. –Ya has visto lo que ha pasado, será mejor que no sigas o solo conseguirás empeorar las cosas.
-Lo sé. –Asintió Atasha bajando la cabeza al tiempo que se acercaba lentamente a él, hasta detenerse justo a un paso de este para volver a mirarlo de nuevo. –Pero no puedes pedirme eso, no quiero darme por vencida tan fácilmente.
-Ya no hay nada que puedas hacer para cambiarlo. –Insistió Jonathan totalmente serio, cada vez más preocupado por la extraña mirada que podía ver en sus ojos. –Ni tú ni yo.
-Tal vez…
Al tiempo que sus labios susurraban estas palabras, Atasha se llevó las manos al pecho sin dejar de mirarlo y Jonathan pudo ver por un instante algo parecido al miedo en sus ojos, aunque esto pronto dejó de tener importancia cuando ella continuó con lo que había decidido hacer. Sin que Jonathan pudiese hacer o decir nada para detenerla, la joven acólito se desabrochó la túnica y la soltó por completo dejando que se deslizase hasta el suelo acariciando lentamente su cuerpo hasta caer a sus pies dejándola semidesnuda frente a este.
No llevaba nada bajo esta, tan solo aquella pequeña falda que difícilmente alcanzaba a cubrir la única parte de su cuerpo que su mente todavía parecía resistirse a mantener oculta y los ojos de Jonathan se deslizaron por un instante sobre su desnudez observándola en silencio. Su propio cuerpo ardía de pronto con sentimientos que su cabeza ya no sabía si detener o no y el recuerdo de la noche en que se había dormido entre sus brazos rugía en su corazón avivado por la belleza de su cuerpo, por la delicadeza de sus hombros ahora estremeciéndose ligeramente bajo el azabache de sus cabellos, la sensualidad de sus pechos semiocultos tras sus brazos que no alcanzaban o no querían cubrirlos por completo dejando que sus ojos vagasen sobre las siluetas sonrosadas que los coronaban.
-No tiene por qué ser así. –Consiguió susurrar Atasha forzándose a mirarle, luchando contra la tempestad de sensaciones que sentía en aquel instante y la urgencia de vestirse de nuevo. –Si tú no quieres… lo que ha sucedido no tiene por qué significar nada.
Jonathan cerró los ojos por un segundo al oír esto y trató de enfriar su mente lo suficiente para pensar. La imagen de aquella joven nublaba su cabeza negando su razón con su belleza, pero todavía quedaba voluntad suficiente en su corazón para seguir adelante con lo que había empezado desde un principio y al fin se decidió a hacer algo. Sin decir una sola palabra al igual que había hecho ella, dio un paso adelante hasta casi tocarla y la abrazó estrechándola suavemente entre sus brazos. El solo contacto de sus manos sobre su cuerpo la hizo estremecerse por un instante y Jonathan notó como esta temblaba entre sus brazos mientras ella misma deslizaba sus manos bajo su gabardina hasta rodear su espalda para devolverle el abrazo y apoyaba su cabeza en su pecho dejándose envolver por sentimientos contra los que ya no quería seguir luchando. Pero todo esto cambiaría de golpe cuando Jonathan al fin habló de nuevo.
-¿Hasta donde estabas dispuesta a llegar?. –Murmuró sin aflojar su abrazo ni apenas moverse. -¿Realmente harías lo que fuera para cumplir tus órdenes, incluso entregarte a mí de esta forma?.
-¿Qué… qué estás diciendo?. –Titubeó Atasha levantando la cabeza al oír esto y mirándolo con una mezcla de temor y dudas que este se negó a soportar por más tiempo y lo hicieron desviar su mirada de su rostro. –¿Por qué me preguntas eso?.
-Sé como trabaja tu gente. –Explicó Jonathan con calma, tratando de mantenerse tranquilo a pesar de todo. –No me fue difícil darme cuenta de lo que pretendían al ver como habías cambiado de un día para otro, pero no quería resignarme a tomarte por uno de ellos. Por eso intenté ayudarte al ver que no parecías tener muy claro como seguir adelante… o al menos eso creo. Tal vez ni siquiera fue así realmente y me he estado engañando a mi mismo haciéndome creer que era eso lo que intentaba cuando en realidad quería seguir tu juego por otra razón, pero ya no puedo seguir así. Si esto adelante acabaras haciéndote mucho daño y yo no sería mejor que tus maestros.
Atasha abrió los ojos de golpe al oír esto, su cuerpo tembló entre los brazos de Jonathan pero por un motivo ya totalmente distinto y trató de separarse de él, pero este no aflojó su abrazo y la mantuvo junto a su pecho obligándola a calmarse y volver a hablar al ver que sus forcejeos eran inútiles.
-Suéltame… -Pidió con voz temblorosa. –Por favor…
-Todavía no. –Se negó Jonathan. –Quiero saber qué piensas hacer ahora y cuales son vuestros planes, no quiero más sorpresas.
-No lo sé. –Trató de decir la joven forcejeando una vez más para soltarse, pero rindiéndose al ver que esto solo empeoraba las cosas y su propio corazón no estaba tan seguro de querer irse todavía. –Yo no sé nada… solo tenía que acercarme a ti para atraerte hacia nuestra orden. Esa era mi prueba para pasar de acólito a monje.
-Eso suponía. –Respondió Jonathan relajando ahora el tono de su voz, hablándole de nuevo tan amistosamente como lo había hecho antes durante todo el viaje. –Pero esperaba que no llegases tan lejos, sobretodo después de lo que has visto en ese templo. Ahora ya sabes que tus superiores no son los bondadosos sanadores que seguramente creías, ¿Por qué sigues adelante?.
-No lo sé. –Reconoció Atasha cansada ya de luchar contra sus propias emociones, empezando a sollozar mientras volvía a abrazarle dejándose envolver por sus brazos. –Ya no sé qué pensar, ni siquiera sé por qué he hecho esto. Lo hiciste todo tan fácil… cuando empezaste a tratarme así, a ayudarme… y esa mañana cuando me besaste. Solo tenía que cumplir mis órdenes y seguir a tu lado… era todo tan sencillo. ¿Por qué tiene que haberse complicado tanto?.
-Porque nunca fue sencillo. –Explicó Jonathan tratando de buscar respuestas a todas sus preguntas. –Tú no encajas aquí, basta mirar a Lardis y ver como os tratáis mutuamente para darse cuenta. Por eso te has sentido así al encontrarnos y en parte por mi culpa. Creí que podría cambiar las cosas y tal vez llegar a… -Al decir esto Jonathan se quedó un segundo en silencio como pensando algo y su voz se volvió aún más triste de pronto. –Pero ahora ya no importa, dejar que siguieses sería comportarse como ellos y no caeré en eso por tentador que sea.
-¿Qué vas a hacer conmigo ahora?. –Preguntó esta vez Atasha comprendiendo sus palabras, pero incapaz de sentirse mejor aún sabiendo que aquello era en parte lo correcto. -Solo queda un día de camino hasta Tarsis, pero…
-No te preocupes. –La tranquilizó Jonathan volviendo al fin a mirarla y dirigiéndole una amistosa sonrisa. –No vamos a tratarte como a Lardis. Ya te he dicho que para mí tú no eres uno de ellos y no pienso cambiar de idea solo por esto, al contrario, ahora estoy aún más seguro.
-Tal vez te equivoques. –Dudó Atasha con los ojos todavía cubiertos de lágrimas.
-No, créeme, esta vez no lo hago.
Dicho esto, Jonathan aflojó al fin su abrazó soltándola por completo y cuando esta lo soltó también y volvió a cubrir su pecho con sus brazos se agachó para recoger su túnica del suelo y dársela para que se tapara de nuevo.
-Vamos, ahora vuelve con los demás cuanto antes y procura olvidar esto. –Le sugirió. –Eres una mujer muy hermosa y tampoco es nada fácil para mí, no me lo pongas más difícil quedándote aquí más tiempo.
Atasha no respondió a estas palabras y se limitó a ponerse de nuevo su ropa en silencio. Sabía que aquella era la forma de Jonathan de intentar animarla y en parte su corazón se alegraba al oír un cumplido así, pero había demasiadas emociones luchando en su mente en aquel instante y en cuanto terminó de vestirse lo único que fue capaz de hacer fue salir corriendo de nuevo hacia el bosque secándose aún las lágrimas. Aunque, por la dirección que esta había tomado, Jonathan dedujo enseguida que no se dirigía exactamente hacia donde estaban los demás y no le fue difícil suponer que habría ido a algún otro sitio para estar sola y calmarse. Algo que él mismo necesitaba en aquel instante ya que su cuerpo no parecía en absoluto dispuesto a olvidar que acababa de tener a aquella muchacha casi desnuda entre sus brazos.
Sin pensárselo dos veces, Jonathan se quitó la gabardina dejándola junto a la orilla del lago y se metió en él hasta la cintura dejando que la fría corriente de la montaña apagase el fuego que Atasha había encendido. No quería pensar en nada más en aquel instante, solo relajarse por un momento bajo la propia catarata con el agua cubriéndolo hasta la cintura y así pasó varios minutos hasta que al fin se decidió a regresar. Ignorando que, mientras él se alejaba de nuevo hacia los árboles para regresar con los demás, la diminuta figura de su esposa lo observaba todo desde el otro lado del claro.
Cuando llegó de nuevo al lugar en que se encontraban sus hermanos Atasha había regresado también tal y como este le había dicho y por un instante sus ojos se dirigieron a la joven y al propio Lardis por precaución. Pero el monje parecía ensimismado en sus propios pensamientos en aquel instante y la atención de los demás se centraba en Atasha cuyo rostro delataba claramente que había estado llorando no hacía mucho. La joven acólito, sin embargo, no quiso decir nada sobre lo que había pasado tal y como Jonathan suponía y este sonrió antes de ponerse en marcha de nuevo esperando que sus hermanos no le hiciesen tampoco preguntas sobre el por qué su ropa estaba ahora completamente empapada.
Todavía había un detalle que lo preocupaba, algo que no estaba del todo seguro de cómo se desarrollaría y en que medida afectaría a aquella joven, pero estaba convencido de que saldría de dudas al llegar a Tarsis y solo un tranquilo paseo por el bosque los separaba de la ciudad. Tranquilo, al menos, hasta que Sarah regresó con ellos y se detuvo frente a este mirándolo de nuevo con aquella traviesa sonrisa de niña.
-¿Vais a seguir así todo el camino?. –Preguntó girando ágilmente en el aire con sus alas. –Estoy impaciente por ver como es la ciudad vista desde dentro.
-Tardaremos todavía unas horas en llegar. –Respondió Jonathan. -Pero tranquila, esta noche podrás verla.
-Eso es demasiado tiempo.
Al tiempo que decía esto, Sarah sonrió burlonamente agitando una mano hacia Jonathan y se dio la vuelta para echar a volar de nuevo. Nada más ver esto, Jonathan comprendió lo que esta pretendía y trató de detenerla dándose cuenta del peligro que podía suponer que ella llegase sola a la ciudad usando además aquella forma, pero ya era demasiado tarde.
-¡Sarah, espera!. –Gritó tratando de alcanzarla. –¡Vuelve aquí!.
Lejos de darse por vencido pese a la forma en que su esposa parecía ignorar sus palabras, Jonathan salió también corriendo al ver esto y ambos pronto se perdieron de vista entre los árboles dejando a todos sus compañeros salvo a Lardis, al que como de costumbre todo parecía darle igual, bastante sorprendidos.
-¿Y ahora que hacemos?. –Preguntó Jessica mirando a la vez a Atasha y a Álbert.
-Seguir como hasta ahora. –Respondió su hermano con la misma calma de costumbre. –Por muy rápido que sea Jonathan no aguantará corriendo todo el camino, antes o después se cansará y lo alcanzaremos.
Puesto que lo que su hermano decía parecía tener bastante sentido, Jessica asintió ante su sugerencia y los cuatro continuaron adelante con el mismo paso que hasta entonces. El día siguió su curso con la calma esperada mientras recorrían el bosque, sin más problemas o contratiempos salvo alguna que otra travesura más de su nueva compañera de viaje a la que, tal y como Álbert había supuesto, no tardaron mucho en encontrar junto a un agotado Jonathan y parecía disfrutar bastante de su nueva forma. Fue cuando este terminó, sin embargo, cuando las cosas cambiaron y el grupo tuvo que detenerse una vez más.
Los seis llegaron al punto en que la niebla cubría de nuevo el bosque justo en el momento en que la noche caía por completo sobre ellos y el sol desaparecía tras las montañas, pero en lugar de continuar adelante como hasta entonces Lardis se detuvo de golpe y todos lo miraron un tanto sorprendidos. No les preocupaba demasiado lo que el monje hiciese, pero hasta entonces había sido él quien había marchado siempre al frente mostrando más interés que nadie por llegar cuanto antes a la ciudad y aquello los desconcertaba.
-Acamparemos aquí. –Dijo sin apenas molestarse en mirarlos. –Es inútil continuar hasta que se haga de día de nuevo.
-¿Qué significa eso?. –Preguntó Jessica dirigiéndose no al monje, sino a la joven junto a la que había caminado durante todo el día. -¿Por qué no podemos seguir?.
-La puerta de Narmaz se cierra por la noche, no la abrirán para nadie digamos lo que digamos. –Explicó Atasha sin demasiado ánimo. -Ni siquiera en un caso como este.
-Una vieja ley para proteger el acceso a la capital. –Supuso Álbert mirando al monje. –Me sorprende que todavía siga vigente ahora que hay otros accesos a través del Norte y casi no se usa la ruta de Narmaz.
-Vieja o no, la ley es la ley. –Insistió Lardis. –Y con la cuarentena es todavía más férrea, no podremos entrar hasta mañana.
-Como quieras. –Aceptó Jonathan con tranquilidad sorprendiendo a sus propios hermanos. –Si a vosotros mismos no os preocupa vuestra gente por nuestra parte no hay ningún problema.
Aquello se ganó una nueva y desagradable mirada por parte Lardis, pero sorprendentemente el monje no dijo nada al respecto y se limitó a buscar un sitio en el que pasar la noche yendo a sentarse a unos metros del camino, junto al tronco de uno de los árboles que se alzaban a la derecha de aquel sendero. Los demás, sin embargo, no parecían tenerlo todo tan claro e incluso Atasha los miraba a ambos desconcertada.
La mirada de Jonathan no era en absoluto tan tranquila como sus palabras, sus ojos centelleaban todavía con aquel débil brillo rojizo y se habían clavado en el monje mientras este se sentaba como examinando cada paso que daba. Algo no encajaba en todo aquello, Jonathan estaba demasiado tranquilo y ala vez demasiado pendiente de aquel monje como para que las cosas fuesen tan sencillas y su hermano lo miró pidiendo una explicación, pero lo único que recibió de este fue una extraña mirada y un leve gesto con la cabeza hacia su hermana. Aunque, por otro lado, aquello era todo lo que este había esperado conseguir y también todo lo que necesitaba para entenderlo.
Mientras Atasha buscaba un sitio en el que el grupo pudiese descansar procurando alejarse lo más posible de su superior, Álbert se acercó a Jessica sin perder a Lardis de vista y susurró una palabra a su oído antes de continuar su camino hacia uno de los árboles junto al que pasaría la noche. No hubo más, solo un débil susurro apenas audible, una advertencia sutil que Jessica entendió a la perfección e hizo que el semblante de la joven se volviese súbitamente más serio durante unos segundos.
Pese a todo, su habitual sonrisa pronto apareció de nuevo y la menor de los hermanos se dirigió sin perder más tiempo hacia donde estaba Atasha para pasar la noche junto a esta. La joven acólito seguía abatida todavía y en su cara podían verse las marcas de las lágrimas que ese día habían corrido por sus mejillas, pero sus ojos parecían menos tristes, cómo si una preocupación hubiese desaparecido de pronto de ellos y las dos pronto se quedaron dormidas una al lado de la otra. Como si aquella muchacha hasta hacía tan solo dos días totalmente desconocida para ellos fuese ya una más de su familia.
Álbert y Jonathan, por su parte, se recostaron cada uno junto a un árbol cercano al de las dos jóvenes y este último se quedó mirando a su esposa durante un instante mientras esta revoloteaba tranquilamente frente a él aparentemente ajena a todo lo demás. Parecía encontrarse bastante a gusto en aquella forma y aún más ahora que podía volar libre entre los árboles del bosque que siempre había observado desde la distancia.
-Mañana tendrás que volver a tu forma normal. –Advirtió Jonathan tratando de seguirla con la mirada mientras esta volaba a un lado y a otro. –Si te ven desde los muros de la ciudad puede que tengamos problemas.
-¿Nos quedaremos mucho en la ciudad?. –Preguntó Sarah ignorando aparentemente lo que este había dicho. –Desde la montaña podía ver sus luces a lo lejos y siempre me he preguntado como sería.
-Depende de cómo valla todo. –Respondió Jonathan apoyando la cabeza en el árbol y cerrando los ojos. –Pero si las cosas salen como creo, seguramente solo lo suficiente para entregar el cristal y marcharnos en el primer carruaje que encontremos. Además, con la cuarentena no es el lugar más agradable para pasar el tiempo.
-¿Si hay una cuarentena por qué tengo que cambiar de forma aquí?. –Continuó preguntando ella.
-Todavía hay algunos guardias en las murallas. –Explicó su esposo. –Y no nos conviene que sepan lo que eres, al menos no de momento.
-Está bien. –Aceptó Sarah con cierta desgana. –Pero no he salido del templo para esconderme. –Le advirtió. -Si fuese eso lo que quiero me habría quedado allí.
-No tendrás que hacerlo. –Afirmó Jonathan volviendo a abrir los ojos de forma que estos rociaban la delicada silueta de su esposa con la todavía visible luz rojiza que brotaba de ellos. –En cuanto lleguemos a Ruran podrás ver todo lo que quieras sin prisas.
Sarah no pareció muy conforme con esta respuesta y su rostro permaneció todavía serio unos segundos, pero al fin pareció darse por satisfecha y voló rápidamente hacia el hombro de Jonathan posándose una vez más sobre este.
-¿Hoy vas a quedarte aquí?. –Preguntó acostándose entre sus cabellos que ahora caían sobre su hombro cubriendo en parte su pecho y su espalda. –Si no vas a dormir buscaré otro sitio para acostarme, ayer hicisteis mucho ruido.
Aquellas palabras cogieron por sorpresa a Jonathan y el joven giró la cabeza al instante para mirar a la pequeña criatura que se acunaba entre sus cabellos. Parecía totalmente tranquila, casi como si lo que acabase de decir no significase nada, pero por sus palabras era evidente que los había oído y resultaba difícil comprender su indiferencia.
-Estabas despierta… -Murmuró finalmente Jonathan, más afirmando que preguntando. -¿Por qué fingiste que dormías?.
-Necesitaba asegurarme. –Aclaró Sarah sin inmutarse, jugueteando con sus manos entre sus cabellos mientras su larga melena carmesí centelleaba bajo el brillo de los ojos de su esposo. –Ahora sé que puedo confiar en que cumplirás lo que has prometido, si no fueses a hacerlo ya habrías intentado librarte de mi anoche.
-Ahora eres mi esposa. –Dijo Jonathan usando un tono de voz extraño para esta, serio pero en absoluto molesto. –Tal vez mis palabras esa noche no lo dejaron muy claro, pero te aseguro que mi mano no te causará daño alguno ni tampoco permitiré que nadie lo haga.
-Yo no sé que significa eso. –Replicó Sarah girando la cabeza hacia él. –Tú mismo lo dijiste.
-Nos estuviste escuchando… -Comprendió Jonathan.
-Sí. –Asintió despreocupadamente Sarah, cómo si aquello no la preocupase en absoluto. –Pero no comprendí casi nada de lo que dijisteis, era todo muy extraño. Solo… -Justo en el instante en que esta pronunciaba aquella palabra, Jonathan vio una pequeña sonrisa formándose en los labios de su esposa y por un instante creyó ver un destello de emoción en sus ojos, aunque este despareció en apenas un segundo y su mirada volvió a recordarle a la de aquella niña de nuevo. -…pero eso da igual ahora. Todavía no sé exactamente que pensar sobre eso.
-¿De qué estás hablando?.
Lejos de responder a su pregunta, Sarah se giró hacia el lado opuesto evitando su mirada y Jonathan suspiró con resignación al ver que esta parecía no estar muy dispuesta a seguir hablando
-Supongo que no necesito saberlo. –Continuó, volviendo a apoyar su propia cabeza en la corteza del árbol y cerrando una vez más los ojos. –Descansa… tú que puedes.
Sarah se revolvió entre sus cabellos al oír esto y lo miró un tanto sorprendida. Había supuesto que él también dormiría esa noche, pero en sus ojos podía ver algo extraño que la hizo dudar si sería o no así. Aunque, por otro lado, aquello no era nada que la preocupase demasiado y pronto se giró de nuevo acomodándose para pasar la noche sobre el hombro de su esposo, dejando que Narmaz los envolviese a todos una vez más con la sinfonía nocturna que sus criaturas y el viento componían al danzar entre las ramas de aquellos gigantes arbóreos.