Los Hijos del Cristal. Capítulo 21: El reino de las Arenas.

Ok, sus dejo el capí siguiente cómo siempre, el archivo empieza a hacerse grande pero weno, no creo que bajar 560kb mate a nadie, de toas formas si preferís que ponga los capítulos en forma de documentos independientes pa que haya que bajar menos y unirlo vosotros luego solo comentadlo.

Los Hijos del Cristal
“Ella nació para él, cómo él lo hizo para ella eones atrás.”
Así empieza la descripción que Nesk-lat nos dio de la criatura cuyo simple nombre cambiaba su voz por completo, llenándola de un respeto y admiración totalmente distintos a los que sentía por su señor. Aunque no sería esto lo que más nos sorprendería, sino el hecho de que su existencia la definiese tanto a ella como al propio Árgash:
“Un alma dividida eternamente en dos cuerpos, dos criaturas nacidas para estar unidas para siempre. Más allá del tiempo que los vio nacer, más allá del espacio que los acogió en su seno… incluso de la propia muerte. Pues su unión es tan fuerte, su necesidad del uno por el otro tan intensa, que ni siquiera el amor podría explicarla y cuando uno desaparezca… el otro lo seguirá al olvido sin dudarlo. Porque si no fuese así, si alguna vez su unión se quebrantase y solo uno de ellos sobreviviese al eterno fluir del tiempo, su poder consumiría el universo con una ira infinita que nada ni nadie podría detener”.
Estas fueron las palabras exactas del Sei-Thar, seguramente no exentas de cierta leyenda y aumentadas por su devoción hacia sus soberanos, pero no por eso menos asombrosas. Nesk-lat nos presentaba un imposible, un reto a la lógica y a la razón que nos empujaban a no creerle. Y sin embargo ninguno de nosotros dudó de su veracidad, nuestras mentes habían aprendido a creer sus palabras tras todo lo que nos había contado y aceptaron esta nueva brizna de información con la misma voracidad que las anteriores.
En este sentido reconozco que todo resultó un tanto atípico para nosotros. Estábamos acostumbrados a pasar más tiempo debatiendo sobre la credibilidad de una teoría que sobre una posible explicación para esta y de pronto nos encontrábamos aceptando algo totalmente descabellado. Tal vez el miedo a las represalias de Nesk-lat si dudábamos tuviese un papel importante en esto, confieso que al menos conmigo sí lo tuvo en un principio, pero aún así había algo más en aquella historia que nos incitaba a creerla.
De alguna forma la paradoja que sus palabras describían era lo que necesitábamos para liberarnos de la espiral de preguntas a la que nuestros razonamientos nos habían llevado. Una espiral que empezaba, y terminaba, con la única pregunta a la que no habíamos encontrado respuesta tras todos aquellos descubrimientos: ¡¿Por qué?!.
La existencia de un solo reino en un mundo tan aparentemente caótico, la supervivencia de los dos mundos tras la destrucción de Alinor, la sabiduría y civilización de una criatura cómo Nesk-lat, incluso la existencia de las dos lunas visibles desde ambos mundos. Todo esto nos llevaba siempre a una única pregunta y esto nos dio al fin la respuesta: “No hay explicación”.
Supongo que cualquiera fuera de nuestro entorno encontraría esto gracioso, tal vez incluso cómo una “rendición” ante un problema cuya solución se nos escapaba. Nada más lejos de la realidad. Habíamos dedicado años a esos estudios, algunos incluso antes de la fundación de la escuela negra, y aquella respuesta no era en absoluto una rendición, sino el final de una larga búsqueda cuya meta se nos presentaba ahora con toda claridad.
Al igual que Alinor y su atípico vagabundeo estelar, o que ese extraño fenómeno del que se originó todo llamado creación, la existencia de los dos seres que Nesk-lat describía no tenía explicación, pero era a su vez la razón última de todos los demás enigmas en los que nos habíamos visto envueltos. De ahí la simplicidad y, a la vez, la complejidad de aquella respuesta. No éramos más que marionetas en el teatro de sus vidas, pasajeros de un pequeño barco envuelto en la tempestad de su existencia, pero al fin éramos conscientes de ello.
A partir de aquí ya nada nos cogió por sorpresa. Nesk-lat continuó su relato hablándonos de Xhalina y nosotros formamos una vez más el público atento y ansioso al que él ya estaba acostumbrado mientras su voz nos describía con solemnidad la imagen de su señora.
Xhalina era el opuesto de Árgash, o así lo creímos en un principio al escuchar la narración del Sei-Thar. Era una criatura radiante, nacida entre la luz de la explosión que consumió Alinor y rodeada permanentemente por una cegadora aura de plata tan intensa que ocultaba su figura cómo una sábana de luz en la que apenas podía distinguirse su silueta. Incluso su carácter parecía oponerse a la furia incontenible del señor de los Thar con una serenidad que su luz extendía a su alrededor.
Pero aquí terminaban las diferencias entre ambos. A pesar de la aparente diferencia entre ambas criaturas, cuando los Thar se acercaron a la recién nacida con la curiosidad y el temor que ya una vez los había llevado hasta Árgash se encontraron con un ser aterradoramente similar. Aquellos que no perecieron abrasados por la luz que la rodeaba o quedaron ciegos para siempre por atreverse a mirarla fijamente fueron destruidos por su mano con la misma frialdad que su señor les había mostrado en el principio.
Sin embargo Nesk-lat no nos narró estas muertes cómo una desgracia tal y cómo sucedió con su señor. Su voz hablaba de una muerte totalmente distinta, cómo si sus propias almas se abandonasen al olvido envueltas por su luz de plata y dejasen de existir sin dolor. Algo cuyo sentido no comprenderíamos hasta más tarde cuando empezó a hablarnos de su poder.
Para ella él y su raza ni siquiera parecían existir, los ignoraba como si fuesen poco más que obstáculos en su camino y comenzó a moverse por Árunor envuelta en su luz con un único objetivo. Fue entonces cuando los Sei-Thar comprendieron la verdadera naturaleza de aquella criatura y ordenaron al resto de su especie que se apartasen de su camino.
Ella no estaba allí por ellos, ni por un accidente cómo su señor, sino por él. Aquella criatura buscaba solo a Árgash y cuando el cántico de sombras tejido por el poder del dios llegó a sus oídos su propio poder respondió de una manera similar quebrantando las tinieblas que cubrían el mundo de los Thar con una nueva melodía. La voz de Xhalina se escuchó por primera vez en el mundo de Árunor como una extraña plegaria, un cántico suave y dulce pero tan fuerte que ni siquiera el tenebroso resonar del poder de Árgash podía apagar y tenía un único objetivo: atraerle hacia ella.
Nesk-lat nos describió esto con un tono casi melancólico en su voz, algo que reconozco me sorprendió más que cualquiera de las revelaciones que este nos había dado pues me hizo comprender hasta dónde llegaba su admiración por aquella criatura. Su voz llegó hasta todos los Thar y ninguno de ellos podría olvidarla jamás, cómo tampoco podría hacerlo el propio Árgash. Aunque en su caso todo era completamente distinto.
La llegada de Xhalina no solo había provocado una reacción en los Thar, también lo había hecho en él y esta era mucho más fuerte de la que Nesk-lat y sus hermanos de raza podían haber esperado. Su señor la buscaba con la misma ansiedad que ella a él, la había sentido nada más nacer y algo en él había despertado atrayéndolo hacia ella con una intensidad inconcebible para ellos.
En palabras del propio Sei-Thar, “nuestros sentimientos no podían explicar lo que estábamos viendo, no había nada en nuestros corazones ni remotamente comparable a lo que estos dos seres sentían el uno por el otro. Ambos se atraían sin conocerse, se deseaban sin haberse visto jamás con más fuerza que los amantes más apasionados. Incluso podían sentirse mutuamente cómo si siempre hubiesen estado ahí el uno para el otro, cómo si siempre se hubiesen amado… cómo si fuesen ha hacerlo eternamente”.
Una descripción hermosa y un tanto poética, pero que de nuevo resultaba apropiada para algo que, cómo ya ha expuesto, no tenía una explicación y nosotros ya habíamos decidido aceptar cómo tal. No hicimos preguntas ni malgastamos nuestro tiempo intentando contradecir las palabras del Sei-Thar, solo nos resignamos y continuamos escuchando cómo este nos narraba el instante en que ambos seres se encontraron por primera vez.
La oscuridad de Árgash se encontró con la luz de Xhalina y ambas trataron de devorarse mutuamente amenazando con resquebrajar ambos mundos, de imponerse la una a la otra luchando como los opuestos que eran. Pero sus cuerpos continuaron avanzando cómo si la lucha de sus poderes no existiese, ignorando la destrucción que los rodeaba y a los miles de Thar que observaban en silencio el encuentro hasta que ambas figuras se tocaron finalmente.
En ese instante todo Árunor pudo ver a su diosa por primera vez entre los brazos de Árgash. La oscuridad del señor de los Thar atenuó su luz lo suficiente para qué su silueta fuese visible y estos observaron a una criatura de nuevo similar a ellos pero a la vez tan diferente como lo era Árgash. Un ser tan hermoso cómo indescriptible, cuyo cuerpo podía cegar a quien la miraba simplemente con su belleza y solo era visible a la sombra del señor de Árunor como este lo era también solo iluminado por su luz de plata.
De ahí probablemente el nombre que, según Nesk-lat, el propio Árgash le otorgó a Xhalina: Uthuk, Anarthum, Dashira. Tres palabras de las cuales una ya nos era familiar y otra es todavía un misterio para nosotros. Mientras Dashira es sencilla de explicar y significa simplemente “plata”, Uthuk es una palabra complicada de la que sabemos que denota posesión, pero en un grado de difícil explicación y además con un carácter recíproco que la hace aún más extraña. Debido a esto, en boca de Árgash tal vez el nombre de Xhalina fuese algo cómo “Mi diosa de plata”, pero ese “mi” no sería equiparable a nuestro lenguaje ya que indicaría probablemente la misma posesión en ambos sentidos.
Fuese como fuese, lo único que Nesk-lat nos dejó claro fue que ninguno de los dos poseía realmente al otro sino todo lo contrario, ambos se necesitaban mutuamente y de su unión nacería el nuevo Árunor arropado por la esperanza que Xhalina traía a los Thar. Con Xhalina a su lado, Árgash se tranquilizó abandonando la furia destructiva que lo había poseído desde su nacimiento y los dos mundos estuvieron a salvo de un nuevo holocausto como el que había arrasado Alinor.
Así termina el relato de Nesk-lat. Con el encuentro de sus dos señores y la unión final entre la oscuridad de uno y la luz del otro se ponía fin a las guerras del viejo Alinor y nacía el gran imperio que ocupa hoy en día todo Árunor. Los Thar no dudaron un segundo en rendir pleitesía a sus nuevos soberanos y no solo por temor a su poder, sino también por admiración, respeto… y alegría al ver finalmente al verdadero Árgash.
Por supuesto nosotros no nos dimos por satisfechos con esto. A pesar de la tajante forma en que el Sei-Thar nos aseguró no tener nada más que contarnos nuestras preguntas continuaron sin cesar tratando una y otra vez de conseguir más información. Pero desgraciadamente sin éxito.
Hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos para intentar complacerle, y su postura no cambió. Le ofrecimos todo aquello que podría haber deseado, incluso hicimos traer a demonios invocados en otros lugares del imperio o por magos ajenos a la escuela para ofrecérselos, pero tampoco funcionó. Nesk-lat guardó silencio a partir de entonces y no volvió a pronunciar una sola palabra hasta el día en que todo terminó para él… y para el resto de Ramat.
Cuanto lamento no haber estado allí para ver su final, aunque esto hubiese significado también mi muerte. No me importaría dar mi vida por haberle visto, por haber contemplado su rostro al ver cómo nuestra estupidez nos llevaba a intentar invocar a otro ser de su misma casta para que nos ayudase creyendo que este sí cooperaría allí donde él no lo había hecho. Pero sobretodo, querría estar allí durante aquellos últimos segundos de su vida cuando sus ojos vieron aparecer al monstruo en que se había convertido su señor y ver qué emoción se dibujaba en ellos.
Sin embargo la suerte, o tal vez la ironía del destino al que parezco condenado, quiso que en ese momento yo estuviese con algunos de los jóvenes en el frente tratando de contener a los ejércitos de Acares y eso me permitió sobrevivir. Pero aún así estoy seguro de que no era miedo como sin duda apareció en los rostros de mis maestros lo que ocupó el suyo, sino lo mismo que yo sentí al observar a Árgash elevarse por encima de las cenizas de la ciudad cómo un coloso de tinieblas: Tristeza.
Tristeza no por él, ni mucho menos por nosotros o los miles de vidas que se extinguirían bajo el poder de aquella criatura, sino por su mundo… y por sus señores cuyo destino se había visto de pronto alterado por nuestra estupidez poniendo en peligro la propia existencia de ambos mundos.
Esta última es precisamente la razón por la que me encuentro hoy en este lugar, en esta celda esperando algo que me conducirá a la muerte y sin embargo podría evitar fácilmente. Sé que Árgash jamás podría haber sido derrotado por los magos, su poder era demasiado grande incluso en esa forma monstruosa cómo para que sus patéticos cristales pudiesen controlarlo y necesito saber qué sucedió realmente.
¿Por qué un ser capaz de destruir un mundo dejaría que lo derrotasen tras perder a la única que podía controlar su furia?.¿Por qué seguimos con vida si la muerte de Árgash debería haber desencadenado la furia de Xhalina y destruido ambos mundos?. Solo se me ocurre una respuesta a estas preguntas, pero para confirmarla necesito saber qué sucedió en Árunor tras la desaparición de Árgash y solo sus habitantes pueden decírmelo.
Ese será mi último trabajo para la escuela… y tal vez mi contribución personal a enmendar los errores que cometimos, aunque para eso debería sentirme culpable y por alguna razón mi corazón se niega a sentir esa emoción. De todas formas el fin está próximo, si cómo creo Xhalina murió al separarse de Árgash y este entregó su vida a los magos al sentirlo todo habrá terminado pronto y no tendré nada que lamentar. Si no es así, si ella sigue todavía con vida y nuestro mundo todavía existe…
Oigo pasos y voces al fondo del pasillo, creo que por fin vienen a buscarme. Ha llegado la hora de volver a ser verdugo, de repetir los errores del pasado… de averiguar si todavía nos queda un futuro.

Diario de Arthur Mirtusen, último mago de la corte de Ramat

El diario continuaba en la siguiente página. Esto fue lo que llamó la atención de Álbert al llegar a este punto y lo hizo detenerse. Había dado por supuesto que sus últimas palabras significaban el fin de todo lo que había empezado, pero la escritura en la siguiente página parecía la misma salvo por lo tembloroso del trazo y este decidió no continuar por el momento. Ahora que por fin tenía una respuesta clara a lo que pretendía el mago prefería no adentrarse en más enigmas y centrarse en lo que ya sabía para distraer su mente de sus verdaderos problemas aunque solo fuese por unas horas.
Fuera la luz de Kashali iluminaba el mismo paisaje que llevaba viendo desde hacía dos días. Las interminables dunas de arena del gran desierto de la garra aparecían bajo su luz blanquecina cómo ondulaciones de un interminable velo de terciopelo negro entre el que se deslizaba el tren en el que ellos viajaban. Aunque su mirada no estaba fija en ellas sino en las caravanas militares que, cada vez con más frecuencia, se cruzaban en su camino en dirección a la frontera.
Habían tardado poco en llegar a la primera ciudad de Lusus en la que poder tomar un tren hacia la capital, pero las noticias y la reacción de Acares y Tarman había tardado todavía menos. La guerra era inminente, hasta el punto de que las fronteras estaban ya atrincheradas y los rumores de escaramuzas entre ambos bandos los seguían haciéndose más frecuentes en cada nueva estación. Algo que los había entristecido aún más a todos.
De ahí que Álbert hubiese elegido recuperar su lectura del diario mientras el tren avanzaba entre la fría noche del desierto o descansaba evitando el calor del día que hacía imposible el funcionamiento de sus máquinas. No era una lectura alegre, más bien todo lo contrario, pero sí resultaba interesante y cumplía de sobra el papel de captar su atención con frases como las de aquel último párrafo.
Dada la antigüedad del manuscrito sus últimas palabras no resultaban ya demasiado preocupantes. Si habían pasado más de cuatrocientos años desde que había sido escrito estaba claro que la hipótesis del mago debía ser correcta o Linnea habría dejado de existir hacía tiempo y esto lo tranquilizaba. Más aún sabiendo ahora con certeza que lo que aquel mago pretendía era, cómo el había intuido, invocar a otro Sei-Thar cómo Nesk-lat y este se encontraba ahora con ellos probando que sí lo había conseguido. Pero en ella se encontraban precisamente la mayoría de las dudas que Álbert tenía sobre aquel extraño relato.
Sarah dormía todavía cómo el resto de sus compañeros en ese instante, tan tranquila cómo cualquier otra noche entre los brazos de su esposo rodeándolo igualmente con los suyos y con sus cabellos. Ambos se habían acurrucado en la esquina de su asiento del tren para dejar más sitio a Jessica y en sus rostros, cubiertos en su mayor parte por los cabellos escarlata de la joven, solo podía verse el cariño que siempre acompañaba a la pareja. O al menos siempre que no se estaban peleando por algún motivo, algo por otro lado bastante frecuente pero que Álbert ya había aprendido a ver cómo algo tan propio de ellos como la pasión con que se amaban. Y nada de esto encajaba con el diario.
Estaba claro que Sarah no era lo que el mago había pretendido traer a este mundo y que ella no podía haberle dado ninguna explicación sobre Árunor cuando ni siquiera lo recordaba. Pero, cómo ya había descubierto una vez al intentar pensar en ello, por más vueltas que le diese la respuesta al por qué del extraño comportamiento de aquella Sei-Thar no se encontraba en su cabeza, sino en las siguientes páginas del diario. Aunque estas tendrían que esperar a otra ocasión puesto que la luz del día empezaba ya a brillar en el lejano horizonte a sus espaldas y el hecho de que el tren no se detuviese esta vez le confirmó que al fin estaban cerca de su destino.
La capital de Lusus aparecía entre las dunas tan envuelta en misterio cómo el resto de su reino, deleitando con su aspecto los ojos de los cinco jóvenes conforme se iban despertando sacudidos por Álbert. Era una ciudad sorprendentemente grande comparada con los pequeños asentamientos por los que habían pasado, alzada en una zona relativamente alta del desierto sobre lo que debía haber sido una vieja meseta ahora enterrada hasta la cima entre sus dunas y tan brillante cómo estas gracias al tono amarillento de sus rocas.
Sus murallas exteriores eran completamente diferentes a las de las ciudades que conocían, mucho más bajas que las de Ramat pero a la vez más anchas y robustas llegando a doblar en espesor su altitud. Las rocas que las formaban aparecían además pulidas por el secular efecto del viento cargado de arena del desierto y las esquinas de la muralla estaban totalmente redondeadas acentuando aún más el peculiar aspecto que su forma daba a la ciudad.
Lejos del habitual rectángulo o la circunferencia que generalmente formaban las murallas de otras ciudades, las de Lusus seguían un diseño totalmente distinto tomando la forma de un alargado rombo. Una estructura curiosa, pero que al estar orientada en la dirección de los vientos predominantes resultaba enormemente eficaz a la hora de minimizar la erosión que estos provocaban en ella.
Además de esto, a su alrededor se alzaban un gran número de montículos arenosos que formaban dos círculos intercalados a unos doscientos metros de los muros y entre los que podía verse sobresalir lo que parecía la cima de una gran columna. Algo que, cómo Álbert pronto notaría, constituía una protección no contra invasores sino contra el avance de las grandes dunas de arena que estos pilares frenaban evitando que enterrasen la ciudad ciudad.
Lo más curioso sin embargo no era el aspecto exterior de la capital del desierto, sino el hecho de que su interior pareciese estar completamente vacío. Por más que se esforzaban los cuatro jóvenes que acompañaba a Jonathan no podían ver un solo edificio en el interior de las murallas y solo este las miraba con la tranquilidad de quien sabe qué espera en el interior. Aunque, una vez más, su rostro aparecía serio y su silencio hizo que Sarah estuviese tentada de hablar de nuevo, pero esta prefirió esperar cómo le había pedido y los cinco siguieron observando en silencio mientras el tren seguía adelante.
Aproximarse a la ciudad no era sencillo dada la protección de los dos anillos de pilares y la vía se curvaba para deslizarse entre ellos evitando al mismo tiempo las dos calzadas que partían de la puerta. En Acares aquellos caminos polvorientos en los que solo aquí y allá podía verse una roca sobresaliendo entre la arena difícilmente habrían sido considerados cómo tales, pero en aquel lugar parecían representar la única ruta de terreno firme entre las traicioneras dunas que los rodeaban y rebosaban actividad incluso a aquella hora. La mayoría, por desgracia, militar cómo en las otras ciudades.
Los grandes carruajes cargados de provisiones y armas ocupaban la vista allí donde mirasen partiendo con sus escoltas hacia la frontera sin importarles la llegada del día. A sus lados decenas de soldados marchaban a pie o sobre los Noaths criados en el desierto con sus alabardas de hoja curva y sus cimitarras centelleando cómo plata bajo el sol naciente. No había armaduras en ninguno de ellos, solo ropas sencillas formadas por pantalones del mismo tono amarillo que la arena y correas de cuero cruzadas sobre su pecho con las que sujetaban sus armas a sus espaldas ciñéndose a unos músculos tan fuertes cómo oscurecidos por el sol de su tierra natal.
-Son un ejército extraño. –Notó Álbert mirando de reojo a los demás, especialmente a Atasha que todavía se desperezaba a su lado y se frotaba la cara aún medio dormida. –No parece que Lusus esté tan preparado para la guerra cómo Acares y Tarman.
-Lo está, tanto o más que ellos. –Lo contrarió Jonathan dirigiendo sus ojos hacia los grupos de soldados. –Pero su ejército no está hecho para invadir, solo para defender la tierra que les pertenece.
-¿Por eso no llevan armaduras?. –Preguntó curiosa Jessica. –No parece una buena idea, así estarán en desventaja frente a los caballeros de los otros reinos.
-Mira a tu alrededor. –Le recomendó Jonathan. –Aquí nada sobrevive entre la arena del desierto, ni siquiera hay vegetación salvo a la sombra de algunas mesetas yermas o lo que todavía queda de las viejas montañas. No hay oasis, ni agua a menos de cuatro metros de profundidad, el sol es implacable para todo lo que entra en el desierto de la garra y en él una armadura no sirve cómo defensa. Sería un arma, pero en contra de quien la lleve.
-¿Crees que lucharán en el desierto?. –Preguntó esta vez Álbert siguiendo con la mirada uno de los carruajes cargado de lo que parecían ser enormes ballestas. –Tácticamente sería una estupidez por parte de Acares o de Tarman hacer eso.
-Lusus es el desierto. –Respondió Jonathan con la misma melancolía de antes. -Si quieren invadirlo tendrán que enfrentarse a él, no hay otra forma.
-¿Y los magos?. –Los interrumpió Sarah mirándolos a los tres desde el regazo de Jonathan. –No he visto a ninguno de ellos viajando con los soldados. ¿No participarán?.
-No suelen hacerlo. –Explicó su esposo dejando que el brillo dorado de aquellos ojos tan familiares lo ayudase a olvidar por un segundo. –Pero esta vez no creo que tengan opción, si hay guerra la orden y sus caballeros estarán allí si hace falta.
-Lo dices cómo si estuvieras seguro de que podrían vencer a los dos reinos. –Notó Álbert totalmente serio. –Sus ejércitos pueden no estar adaptados al terreno pero su número será un factor importante. No creo que les sea tan fácil.
-¿Vencerles?. –Repitió Jonathan cerrando los ojos y sacudiendo ligeramente la cabeza. –No, dudo que eso sea posible. Pero sí podrán detenerles y eso es todo lo que ellos quieren.
-Espero que no sea necesario. –Murmuró Atasha ya más despejada. –La guerra es algo horrible.
-Me temo que ya es tarde para esperar eso. –La desanimó el propio Álbert pasando al mismo tiempo un brazo alrededor de sus hombros al ver su cara. –Pero sea cómo sea lo sabremos pronto, no creo pasen por alto nuestra llegada después de lo sucedido.
Aquello no contribuyó en absoluto a mejorar el ánimo del grupo, aunque ninguno dijo ya nada más al encontrarse de pronto a oscuras bajo la sombra de las murallas. El tren había alcanzado al fin la gran puerta que conducía al interior de Lusus y los cinco se dirigieron en silencio hacia una de las salidas esperando a que se detuviese por completo.
La estación era tan tosca y falta de detalles cómo el resto de la ciudad: dos simples andenes de roca entre los que se detenía la vía sin un techo ni nada parecido que la cubriese. Algo que, por otro lado, no parecía necesario ya que estaba totalmente vacía en aquel momento y el propio tren no se movería hasta la noche, el único momento en que las máquinas viajaban por el desierto.
El resto de la zona cercana a la puerta, sin embargo, si presentaba más actividad y cuando los cinco jóvenes salieron del tren el murmullo de la multitud substituyó enseguida al traqueteo y los silbidos de la locomotora en sus oídos. La entrada a la ciudad estaba repleta de gente, ya no solo de soldados cómo en el exterior sino también de mujeres e incluso niños que se entremezclaban con ellos en una escena tan enternecedora cómo triste.
Ninguno de los cinco jóvenes tardó mucho en darse cuenta de qué sucedía. Era su despedida, el momento en que las familias decían adiós a aquellos que partían hacia la frontera sin saber todavía si volverían a verles y la tristeza de aquella gente inundaba el propio aire volviéndolo asfixiante. Algunos niños sonreían en los brazos de sus padres jugueteando con los mangos de las armas o divertidos por las bromas de estos, inocentes todavía y felices en su ignorancia de lo que aquello significaba realmente. Pero en los ojos de los mayores todo era distinto, las lágrimas se mezclaban con el punzante dolor de la tristeza y resultaba difícil mirarlos impasible.
-¿Creéis que será lo mismo en todas partes?. –Preguntó apenada Atasha mirando a su alrededor.
-La gente siente lo mismo esté donde esté. –Asintió Álbert respirando profundamente. –Da igual si es en Acares, en Tarman o aquí, esta escena debe estar repitiéndose en cada ciudad de Linnea.
-Es muy triste. –Lamentó Jessica tan decaída cómo los demás. –Hace que me pregunte si esto es culpa nuestra.
-Sabes que no es así. –La contrarió Sarah para sorpresa tanto de ella cómo los demás. –Todo lo que sucede es culpa de Agatha, ella es quién tendrá que pagar por esto.
-Todavía piensas en vengarte, ¿Verdad?. –Comprendió Jessica sonriendo ligeramente hacia su amiga. –Recuérdame que nunca sea tu enemiga, eres muy rencorosa.
-¿Ahora te das cuenta?. –Murmuró Jonathan mirándolas a ambas de reojo, más tranquilo al ver que Sarah había conseguido evitar que Jess se deprimiese. –Vamos, será mejor que entremos a la ciudad y dejemos el andén libre.
Dicho esto, Jonathan comenzó a caminar hacia el borde del andén y saltó al suelo junto a los demás para dirigirse a la gran puerta de la muralla interior. En un principio tanto Álbert cómo Jess y la propia Atasha se habían preocupado por la reacción de la gente ante su aspecto, después de todo eran extranjeros en un país que estaba a punto de entrar en guerra con el suyo. Sin embargo a la gente ni siquiera parecía importarle, incluso Jonathan y Sarah caminaban tranquilamente juntos sin atraer las miradas de nadie a pesar de lo peculiar que la pareja resultaba allá donde fuese. O al menos así fue hasta que al fin llegaron junto a los guardias que custodiaban ambas puertas.
La primera reacción de estos al ver a los extranjeros fue acercarse inmediatamente a ellos, no con intenciones hostiles como demostraba el hecho de que sus armas siguiesen envainadas, sino para asegurarse de sus intenciones dada la tensión entre los reinos. Pero algo los detendría antes de que pudiesen siquiera a pedirles que se detuviesen
Nada más llegar frente a los cinco jóvenes, los ojos de uno de los guardias se centraron en Jonathan cómo si lo hubiese reconocido y su rostro cambió de pronto mostrando una mezcla de sorpresa y respeto que incluso su compañero encontró bastante extraño. Sobretodo cuando este cruzó un brazo delante de él para que no siguiese acercándose a ellos y lo miró sacudiendo la cabeza.
-¿Podemos pasar?. –Preguntó Jonathan mirando totalmente serio a los dos guardias.
-Por supuesto. –Afirmó inmediatamente el guardia asintiendo con un tono casi marcial para sorpresa de todos los demás. –Lamento las molestias, puede continuar sin problemas. Bienvenido a casa señor.
-Esta no es mi casa. –Negó Jonathan reanudando el paso junto a los demás y pasando entre ambos guardias para cruzar al fin la puerta.
-Lo fue una vez. –Aseguró la voz familiar y como de costumbre nada amistosa de su otro compañero de viaje que los esperaba justo tras las puertas. –Y como ves no todos te han olvidado, después de todo eres su “campeón”.
-Deberían hacerlo. –Lo contrarió Jonathan sin detenerse ni dejar que ninguno de sus compañeros dijese nada. –Y tú no deberías estar aquí, te estarán esperando.
-Querrán hablar con vosotros. –Respondió Néstor comprendiendo sus palabras. -Lo sabías desde que empezó el viaje, no te hagas el tonto ahora.
-Mañana. –Replicó Jonathan secamente. –Llevamos una semana viajando, necesitamos descansar y yo tengo algo que hacer antes.
-No les va a gustar. –Sonrió Néstor aparentemente nada sorprendido por aquella respuesta. –Intenta no olvidar dónde estás ahora, esto es Lusus y ya conoces la ley. Además, puede que mañana ya sea tarde.
-Una ley solo sirve de algo si alguien se molesta en hacerla cumplir. –Dijo Jonathan continuando adelante. –Si tú crees ser ese alguien hazlo, sino apártate de nuestro camino de una vez.
La mirada de Néstor se volvió fría y casi hostil al oír esto, pero ya no hubo más palabras. El tono de la voz de Jonathan dejó más que claras sus intenciones y el caballero se dio aparentemente por vencido alejándose para cumplir con sus propias obligaciones. Algo que, por otro lado, ya no sorprendió demasiado a sus cuatro compañeros dado lo mal que ambos parecían llevarse.
Una vez solos, el grupo avanzó entre la gente que entraba y salía de la puerta y no tardaron en llegar a una zona medianamente vacía desde la que poder contemplar al fin el interior de la ciudad:
Lusus tenía un aspecto tan extraño vista desde dentro cómo desde fuera. Sus casas eran bajas, de poco más de un metro y medio de altura sobre el suelo en su mayoría y de ahí el aspecto vacío que la ciudad ofrecía desde el exterior, pero nada más lejos de la realidad. El interior del rombo estaba totalmente ocupado por infinidad de construcciones que formaban un entramado de calles tan complejas cómo las de la propia Ramat entre las que destacaban cuatro estructuras: las tres grandes plazas distribuidas de forma longitudinal sobre la diagonal mayor del rombo y un gran edificio en el extremo Sur de la misma.
Las viviendas, sin embargo, no eran tan pequeñas cómo parecía a simple vista y continuaban más allá de los bajos muros de roca que les daban su característica forma cuadrangular encontrándose los pisos inferiores bajo tierra. Incluso sus puertas se abrían por debajo del nivel de las calles y se accedía a cada una por una pequeña rampa o escaleras rodeadas de un borde de rocas para evitar que se llenasen de arena.
Pese a todo lo más peculiar de estas no se encontraba en su disposición, ni tampoco en las extrañas ventanas redondas que se abrían en las paredes, sino en sus techos. En lugar de los robustos techos que alguien esperaría tras ver las gruesas paredes que las formaban, estos estaban totalmente abiertos y lo único que cubría las casas era una gran lona amarillenta dispuesta unos centímetros por debajo del borde de las paredes. A simple vista no parecía una gran protección, pero dado el clima totalmente seco de Lusus era más que suficiente y permitía además descubrir el techo a voluntad como si se tratase de unas cortinas.
Lo que más sorprendería al grupo, sin embargo, no sería el extraño aspecto de los edificios sino lo que encontrarían al llegar a la mayor de las plazas. En lugar de las fuentes, jardines, o cualquier adorno similar que podrían ver en otras ciudades, la plaza central de Lusus estaba ocupada solo por un disco de roca hecho con bloques de mármol blanco de unos treinta centímetros de altura en cuyo centro podía verse un gran pozo. Este, junto a los surtidores más pequeños dispuestos alrededor de la circunferencia y los escasos asientos de piedra era lo único que contribuía a atenuar la sensación de vacío producida por aquel lugar
-Es cómo tú decías. –Notó Jessica en cuanto se detuvieron a la entrada de la plaza. –Ni plantas, ni fuentes, nada que necesite agua en toda la ciudad. Solo ese pozo y los surtidores, resulta difícil de creer en la capital de un reino.
-No te dejes engañar, no es tan malo cómo parece. –Sugirió Jonathan con una curiosa sonrisa. –La ciudad tiene agua suficiente para sus habitantes, hay más de diez pozos conectados a surtidores como esos y uno abierto en cada plaza. Además algunos edificios como el orfanato tienen pozos propios.
-¿Entonces por qué?. –Preguntó Jess un tanto desconcertada. –Si hay tanta agua por qué parece todo tan muerto y seco.
-Estamos en el desierto, aquí el agua es un tesoro. –Explicó su hermano. –Aunque la gente tenga para beber no la desperdiciarán en cosas inútiles. Puede que un jardín o una fuente consuman poco agua en un sitio cómo Acares, pero aquí necesitarían más de la que gastan varias familias juntas.
-Supongo que tiene sentido. –Aceptó Jessica decepcionada. –Pero así la ciudad tiene un aspecto muy triste. Además, ¿De dónde sacan la comida?.
-¿Ves aquél edificio de allí?. –Dijo Jonathan señalando con la cabeza para que todos dirigiesen su mirada hacia una alargada construcción cerca de la muralla este. –En edificios cómo ese cultivan lo que se necesita para la ciudad, la lona del techo es casi transparente en lugar de opaca cómo la de los demás y no hay arena, solo tierra sacada de los pozos cuando se excavan.
-Sabes muchas cosas de la ciudad. –Notó Sarah observando con curiosidad a la gente de la ciudad cuyas ropas se semejaban curiosamente a la suya y la de Jonathan salvo por la gabardina.
-En cinco años se aprende mucho. –Respondió este encogiéndose de hombros. –Ahora será mejor que vallamos a buscar una habitación, en unas horas el Sol será insoportable en la calle. Hasta que empiece a anochecer esto estará desierto.
-Tú primero. –Sonrió Jess aparentemente mucho más animada que antes. –Eres el único que conoce la ciudad.
Puesto que su hermana tenía razón, Jonathan empezó a caminar una vez más y guió al grupo hasta una de las pocas posadas que conocía en la ciudad. Tal y cómo había dicho la temperatura era más alta conforme pasaba el tiempo y la gente que se encontraban por la calle cada vez más escasa, pero no estaba lejos y pronto se encontraron frente al edificio que él recordaba.
Dada la peculiar construcción de las casas de Lusus la posada no era el gran edificio que podía verse en otras ciudades, tan solo una más de las viviendas que formaban la ciudad con la diferencia del cartel con la palabra “posada” colgado encima de la puerta. Pero por supuesto no todo era tan sencillo, a su alrededor podían verse además otros seis edificios dispuestos en forma de hexágono y cada uno contenía una parte de las habitaciones de la posada.
Gracias a esto, y en gran parte a la escasez de visitantes que la inminente guerra provocaba, no tuvieron problemas para instalarse y Jess incluso trató de hacer algún arreglo con sus habitaciones para intentar meter a Álbert y Atasha en la misma. Por desgracia para ella, sin embargo, la joven reaccionó a su propuesta sonrojándose tan fácilmente cómo de costumbre y rechazó la idea de inmediato con la excusa de que no quería dejarla sola. Algo que el propio Álbert encontró gracioso al darse cuenta de que eso significaba dejarle solo a él, pero que no le importó demasiado al tratarse de ella puesto que esa era precisamente la reacción que esperaba.
Con todo ya solucionado, los cinco dejaron sus cosas en las habitaciones y pasaron el día en el pequeño salón de la posada charlando sobre la ciudad mientras descansaban. Tras el largo viaje en gármar y en tren incluso las sillas de la posada resultaban cómodas y también aprovecharon para comer algo. Pese a todos los problemas que parecían rodearles ninguno había perdido el apetito y cualquier cosa era mejor que las galletas de sus provisiones.
De esta forma el día pasó más rápidamente para los cinco compañeros de lo que estos habían esperado. Entre charlas y explicaciones sobre lo que habían visto en Lusus y sus gentes el Sol recorrió poco a poco el cielo y comenzó a descender hasta que las sombras del exterior empezaron a alargarse, momento en que todos salieron de nuevo fuera para estirar las piernas y pasear un poco. Y no serían los únicos.
Nada más salir, el grupo se encontró de golpe con Néstor en la puerta de la posada y este se acercó a Jonathan con su altivez habitual extendiendo una mano hacia él para entregarle un pequeño papel.
-Mañana al atardecer. –Dijo secamente mirándolo a los ojos.
-¿Qué es esto?. –Respondió Jonathan cogiendo el papel.
-La razón por la que deberías hacer caso a esa petición. –Explicó Néstor con voz más calmada que de costumbre. –Sabéis cosas que yo desconozco y son importantes para todos. Él cree que eso podría cambiar algo.
Jonathan frunció ligeramente el ceño al oír esto y abrió el papel con cuidado. Dentro solo había una palabra escrita con tinta negra, un nombre que recordaba perfectamente e hizo que su mirada se volviese totalmente distinta al instante: Hayato.
-De acuerdo. –Asintió Jonathan con resignación. –Pero solo puedo hablar por mí, tendrás que convencerlos también a ellos.
-Déjate de tonterías. –Replicó al instante Jessica. –Sabes que si tú vas a donde sea nosotros también iremos. Solo hablad claro y dejaos de misterios.
-Los maestros del orfanato quieren vernos, ellos son quienes dirigen Lusus en nombre del rey Matuan. -Explicó el mayor de los hermanos girándose hacia ellos. –Querrá saber qué sucedió realmente y quién provocó todo esto para tener claro a qué se enfrentan.
-¿Quieren que participemos también en la guerra?. –Preguntó Álbert expresando las dudas de todo el grupo.
-No, saben cual sería mi respuesta si nos pidiesen eso. –Aseguró Jonathan. –Pero puede que sí tengan algún papel para nosotros en todo esto por lo que sabemos y lo que ya hemos hecho.
-Entonces no hay problema. Iremos cuando quieras. –Aceptó Jessica en absoluto preocupada. –Yo también quiero dejar las cosas claras, no me gustaría que también nos tomasen por criminales aquí y prefiero poder hacer algo para sentirme un poco mejor después de ver todo lo que hemos causado.
-Si creyesen que ha sido culpa vuestra no habríais llegado tan lejos. –Le advirtió Néstor. –A diferencia de otros reinos nosotros admitimos nuestros errores, no buscamos excusas. Y también sabemos diferenciar cuando alguien es el causante de algo o solo una herramienta usada por otros, cómo en vuestro caso.
-¿Y ese nombre?. –Preguntó Sarah de pronto haciendo que todos la mirasen. -¿Quién es Hayato?.
-El maestro de armas del orfanato. –Respondió Jonathan girándose hacia ella. -Y mi maestro, por eso voy a ir a verle. La guerra no me interesa, pero si él quiere vernos debe haber algo más, probablemente algo relativo a los cristales.
-Si es por eso a mí también me interesa ir. –Aseguró Sarah intercambiando una rápida mirada con Jess que aún miraba de reojo a Néstor tras sus últimas palabras. –Pero todavía falta mucho hasta mañana. Y tú me prometiste algo.
-No lo he olvidado. –Sonrió Jonathan ignorando adrede la presencia de Néstor mientras se giraba hacia sus hermanos y Atasha. -Si a los demás no les importa dar una vuelta solos por la ciudad te explicaré lo que querías.
-Claro que no nos importa. ¿Te crees indispensable?. –Le confirmó casi al instante Jessica con una cariñosa sonrisa que contradecía por completo sus palabras. –Vamos, largaos.
Convencido por estas palabras, Jonathan le devolvió la sonrisa a su hermana y la pareja se despidió del resto del grupo antes de darse la vuelta para alejarse en solitario por una de las calles de la ciudad. Aclarado esto, Jess miró hacia su otro hermano y sus ojos centellearon ligeramente mientras sonreía señalando a Atasha con la cabeza.
-¿Y tú a qué esperas?. –Preguntó sorprendiéndolos a ambos. –Id a dar una vuelta por vuestra cuenta, desde que salimos de Ramat no habéis podido estar solos ni un ratito y seguro que lo estaréis deseando.
-¿Y dejarte a ti sola?. –Dijo Álbert aparentemente no muy de acuerdo a pesar de lo atractivo de la idea. –No me parece buena idea.
-¿Te preocupa lo que pueda pasarle a tu hermanita sola en la ciudad? –Se burló Jess mirándolos a ambos visiblemente divertida por sus dudas.
-Me preocupa más lo que pueda pasarle a la ciudad si te dejo a ti sola. –Respondió su hermano en el mismo tono ganándose al instante una mirada bastante sombría.
-No tienes por qué hacer eso. –Los interrumpió Atasha antes de que Jess pudiese decir algo más. –Preferiría que vinieses con nosotros, no quiero que te quedes sola por nuestra culpa. Todos somos amigos.
-Si lo hago me sentiría mal por estar en medio y me pasaría la tarde incómoda. –Explicó Jessica con mucha más seriedad que de costumbre. –No creas que voy a hacer esto siempre, pero por esta vez estoy segura de que los dos estaréis mejor solos. Ahora vamos, marchaos antes de que cambie de idea.
-Cómo quieras. –Aceptó su hermano dándole las gracias con la mirada al tiempo que se giraba hacia Atasha. -¿Vamos?.
La joven volvió a mirar a Jess cómo si todavía dudase, pero al ver la sonrisa de esta aceptó tal y cómo había hecho Álbert y cogió la mano que este le tendía para alejarse a continuación junto a él en dirección contraria a la que habían tomado sus dos compañeros. Jess los siguió con la mirada en ese momento, observando curiosa la gran diferencia entre ambas parejas incluso a la hora de caminar juntos. Unos simplemente cogidos de la mano, temiendo apenas rozarse, los otros semi abrazados rodeando la espalda de su pareja con un brazo cómo si lo que temiesen fuese perder el contacto del otro.
-Hay cosas que no cambiarán pase lo que pase supongo. –Pensó para sí desviando su mirada de ambas parejas y girándose hacia el único que todavía seguía allí. –En fin, ahora solo quedamos nosotros. ¿Vas a ofrecerte a enseñarme la ciudad o seguirás siendo igual de grosero que hasta ahora?.
-Ya te lo he dicho, no soy un guía ni estoy aquí para proteger a nadie. -Repitió Néstor sin demasiados modales. –La ciudad es segura, puedes pasear tranquilamente por ella sin peligro. Si te pierdes pregunta a alguien, la gente aquí suele ser amable.
Aquellas palabras tuvieron un efecto curioso en la menor de los hermanos. Nada más oír esto, su rostro se volvió completamente serio borrando su sonrisa anterior y extendió una mano hacia este mirándolo aparentemente molesta.
-Dame la mano. –Dijo secamente.
-¿Por qué?. –Preguntó Néstor un tanto desconcertado.
-¿Te da miedo?. –Insistió esta.
Más por orgullo al oír esto último que por otra cosa, Néstor decidió hacerle caso pese a no comprenderla y cogió su mano tal y cómo ella pedía esperando que ahora lo dejase en paz. Pero desgraciadamente para él esto no sería en absoluto lo que sucedería.
Nada más coger su mano, Jess apretó la suya entorno a la del joven, usó su la otra para sujetar su brazo y se giró de golpe pasando la mano del caballero por encima de su hombro al tiempo que tiraba con todas sus fuerzas arrojándolo por encima de ella. Algo que no hizo la menor gracia a Néstor que se levantó rápidamente nada más golpear el suelo con su espalda y se giró furioso hacia ella tanteando con su mano la empuñadura de su arma.
-¡Te has vuelto loca!. –Le gritó más dolido en su amor propio que en su cuerpo. -¿Por qué has hecho eso?.
-¿Te parezco alguien que necesita que la protejan?. –Respondió todavía seria Jessica mirándolo fijamente. –Me da igual quien seas, si vuelves a tratarme como a una damisela indefensa te demostraré lo equivocado que estás. ¡¿Te enteras?!.
Néstor no respondió a esto, aunque ella tampoco le dio tiempo para hacerlo. Antes de que el joven pudiese pensar en qué decir o comprender del todo lo sucedido, Jessica se alejó en dirección a la plaza y este se quedó solo por un momento frente a la posada observando cómo su silueta desaparecía entre los remolinos de arena y polvo que recorrían la ciudad.
-Su hermana… -Murmuró para sí mostrando de pronto una extraña melancolía en sus ojos. –¿Ha sido por ella… verdad viejo amigo?. Tal vez sea una buena razón… tal vez si no fuese ya tarde...
Nadie escuchó estas palabras, solo el seco y caluroso viento del desierto al arremolinarse a su alrededor, pero este era también el único al que iban dirigidas y la oscura figura del caballero pronto desapareció de las calles para regresar a las sombras entre las que siempre se movía. No tenía nada que hacer por el momento, pero seguir allí era inútil y su orgullo no le permitía seguir la petición de Jess, aunque sus ojos si la siguieron desde aquellas sombras y esta no estuvo tan sola como pensaba.
Mientras tanto, la pareja de recién casados continuó su paseo dirigiéndose hacia el Norte de la ciudad y al fin llegarían al lugar que Jonathan deseaba mostrarle a su esposa. Allí, cerca del muro Nordeste de la ciudad, una muralla más pequeña delimitaba un gran rectángulo cerrado por una vieja verja de metal. No había guardias esta vez, ni siquiera casas construidas cerca, y Sarah pronto comprendió el por qué al pasar al interior y comprobar qué era aquel lugar: el cementerio.
A su alrededor, a sus pies e incluso talladas en la gran muralla exterior podía ver decenas de tumbas cuidadosamente colocadas en hileras. Cada una perfectamente cubierta con una losa de mármol descolorido y limado por la arena y adornadas por cruces o lápidas del mismo material, aunque la mayoría demasiado viejas ya para ser identificables. El viento hacía su trabajo demasiado bien en aquel lugar, la arena destruía los nombres, las fechas, las inscripciones de los familiares… y con ellas la última huella de aquella gente entre los vivos. Cómo si, de alguna forma, el desierto tratase de borrar su existencia y devolver sus almas al allí impasible fluir del tiempo.
-¿Qué hacemos aquí?. –Preguntó Sarah mirando con más curiosidad que preocupación a su alrededor, en absoluto incómoda por estar allí.
-Ahora te lo enseñaré. –Respondió Jonathan en voz baja. –Ven.
Tras decir esto, Jonathan la soltó separándose de ella y se acercó a una de las tumbas situada al fondo del cementerio. Estaba pegada a la pared, una zona privilegiada dada la protección que esto ofrecía frente al viento y solo otras tumbas cubiertas por losas negras parecían compartir. Aunque no sería esto lo que llamaría la atención de la joven, sino su pequeño tamaño y la forma en que Jonathan se detendría junto a ella.
Sus ojos se habían vuelto tan tristes cómo antes de llegar a Lusus, cargados de nuevo por aquella melancolía que tanto la preocupaba, pero todavía no dijo nada. En lugar de eso se quitó la gabardina dejándola sobre la pared y se arrodilló junto a la tumba para mirarla más de cerca dejando que sus cabellos se deslizasen hacia delante sobre su pecho y el tatuaje de su espalda quedase al descubierto.
-No esperaba volver aquí tan pronto. –Dijo todavía en el mismo tono apoyando la palma de la mano sobre la losa que la cubría mientras apartaba con la otra la arena que había tapado la inscripción. –En realidad confiaba en no volver a ver este lugar.
-¿Quién era?. –Preguntó con cierta cautela Sarah intentando descifrar algo entre el polvo de la lápida.
-Un niño…. –Respondió Jonathan en el mismo tono sereno y melancólico de antes, con su mirada todavía en la lápida y la mano en la tumba. –Se llamaba Duan… ahora tendría diez años.
-Murió hace dos años… -Notó Sarah comprendiendo poco a poco lo que sucedía. –Tú le conocías, ¿Verdad?. Por eso te entristece tanto volver a Lusus.
-No solo le conocía, él y su hermano mayor eran mis mejores amigos aquí. –Explicó Jonathan respirando profundamente. –No eran huérfanos, pero su padre trabajaba en el orfanato cómo herrero y vivían con nosotros, así los conocí. A Duan le hizo gracia mi pelo y fueron mis primeros amigos, incluso decía que cuando creciese se dedicaría a hacer tatuajes para los caballeros si su hermano cumplía su sueño de ser también herrero cómo su padre y haría uno a propósito para mí.
-El que llevas en la espalda. –Comprendió Sarah repasando con los ojos el complicado diseño de las plumas negras que las formaban. -¿Cómo murió?.
-Lo asesinaron. –Respondió con voz súbitamente temblorosa su esposo al tiempo que bajaba la cabeza. –Fue el mismo día que terminó el dibujo de estas alas, y también el último que pasé en el orfanato.
-¿Quiénes?. –Preguntó casi de inmediato Sarah sintiendo una extraña rabia al oírle hablar con tanta tristeza. -¿Pudisteis cogerlos y vengarle?. Seguro que su hermano estaría furioso cómo tú.
-Eso era imposible. –Negó Jonathan sacudiendo ligeramente la cabeza.
-¿Por qué?. –Lo apremió a continuar Sarah desconcertada.
Esta vez Jonathan tardó unos segundos en responder. Cerró los ojos cómo si estuviese recordando algo una vez más y bajó la cabeza por un momento hasta que la cortina de plata de sus cabellos cubrió su rostro por completo ocultando incluso el rojo rubí de sus ojos.
-Porque… -Dijo finalmente. -…fuimos nosotros.
-¿Tú le mataste?. –Repitió su esposa visiblemente sorprendida mientras sus ojos de oro intentaban en vano buscar los de Jonathan para descifrar sus sentimientos. -¿Por qué?.
-Fue un accidente, al menos eso es lo que yo me llevo repitiendo estos dos años, pero la verdad es que no ayuda mucho. –Explicó Jonathan poniéndose lentamente en pie para mirarla y buscar en su rostro el consuelo que siempre encontraba tras el encanto de sus ojos. –Su hermano quería ser herrero, pero antes debía aprender a usar las armas cómo nosotros y los dos nos entrenamos juntos en el orfanato con el resto de cadetes de la orden. Era duro, sobretodo por las armas que nos obligaban a usar, pero juntos podíamos practicar incluso cuando los demás descansaban y poco a poco nos fuimos haciendo mejores con la ayuda del maestro Hayato. Y Duan estaba siempre mirándonos, le gustaba vernos entrenar para animarnos y siempre nos decía que éramos los mejores: los dos. Estaba seguro de que ninguno de los demás podía competir conmigo o con su hermano y solo dudaba sobre cual era el mejor de nosotros, pero nunca quiso vernos enfrentarnos el uno al otro. Era lo que más odiaba en el mundo… y por desgracia un día sucedió.
Hace dos años terminamos nuestra educación y el maestro Hayato nos ofreció irnos sin pasar las pruebas de selección cómo los demás sabiendo que ninguno de los dos pretendía hacerse caballero. Pero éramos demasiado orgullosos, los dos queríamos probarle a Duan que éramos los mejores como él pensaba y entramos en el torneo de selección de todas formas.
Entonces ninguno de los dos creía que llegaríamos a encontrarnos el uno con el otro. El maestro nos colocó en grupos opuestos y solo nos encontraríamos si llegábamos a la final, pero sabíamos que eso no pasaría. Cada año un caballero de la orden entraba al torneo para probar a los cadetes y nadie le vencía gracias a su magia, solo podían hacerlo lo mejor posible y confiar en que él los considerase aptos para la orden. Sin embargo ese año todo fue distinto.
Todavía recuerdo los ojos del caballero cuando me atacó por primera vez, su miedo al ver su rayo desapareciendo en me pecho sin hacerme el menor efecto… y su sonrisa al ver cómo su arma volaba de su mano y quedaba indefenso a mis pies. Ese día descubrí por primera vez la forma en que mi cuerpo reaccionaba ante la magia negra, pero habría preferido que no fuese así y haber caído derrotado ante el caballero. Al vencerle eliminé el único obstáculo en mi camino hacia la final, todos los demás estaban demasiado asustados e inseguros cómo para suponer un reto y los vencí a todos sin problemas. Y desgraciadamente él hizo lo mismo.
Los dos nos encontramos frente a frente en la final, sorprendidos por lo mal que había salido todo y preocupados por Duan, pero también ansiosos de saber de una vez por todas quién era el mejor. Nos olvidamos de todo lo demás y empezamos a luchar embriagados de orgullo, ciegos por saber cual de los dos se impondría al otro… hasta que la sangre nos hizo volver a la realidad.
El último golpe de aquel combate no resonó con el chasquido metálico de ninguna de nuestras armas, sino con la voz agonizante de un niño interponiéndose entre ellas con el rostro lleno de lágrimas. El mismo niño que nos había observado desde el borde del recinto con ilusión, el mismo que nos había animado alegrándose a cada nueva victoria… el mismo que finalmente fue incapaz de soportar vernos luchar el uno contra el otro y murió atravesado por ambas armas tratando de evitar que nos hiciésemos daño mutuamente.
Jonathan se detuvo al llegar a este punto y respiró profundamente antes de mirar de nuevo a los ojos de su esposa. Los recuerdos no eran agradables y se hacían casi abrumadores, aunque su compañía le ayudaba a recordar sin la desgarradora tristeza de otras veces, casi con alivio a pesar de la pena que despertaban en él. Pero solo verla allí no era suficiente, necesitaba saber qué pensaba ella al escucharle y sus ojos buscaban en los suyos una señal que le ayudase a ver lo que esta podía sentir en aquel instante.
Sin embargo estos no habían cambiado en absoluto. Los centelleantes ojos de oro de su joven esposa seguían mirándole cómo antes, tan impasibles ante la muerte cómo de costumbre y solo preocupados por él.
-Tenías razón, solo fue un accidente. –Dijo ella finalmente tratando de animarle al comprender lo mucho que esto le afectaba. –Si su propio hermano hizo lo mismo que tú no deberías dudarlo.
-Lo sé. –Asintió Jonathan con voz más relajada pero todavía triste. –Ninguno de los dos le vio hasta que fue demasiado tarde y se interpuso entre nuestras armas, pero eso no significa que no fuese culpa nuestra. Si no hubiésemos participado en el maldito torneo Duan seguiría vivo y todo sería distinto. Pero lo hicimos, a pesar de no tener nada que ganar ya que ninguno quería entrar en la orden participamos para saciar nuestro estúpido orgullo… y lo pagamos caro. Ese día él perdió a su hermano pequeño… yo perdí a dos de mis mejores amigos.
-¿También a su hermano?. –Preguntó Sarah no muy segura de qué podían significar aquellas palabras. -¿Qué sucedió con él?, Por lo que has dicho no podía culparte a ti por eso.
-No lo hizo. –Le confirmó su esposo sin apartar sus ojos de los suyos, dejando que solo la luz dorada de estos ocupase su mirada para no pensar demasiado en sus recuerdos. –Se culpó a sí mismo, a nadie más. Pero eso acabó también con él devorándolo por dentro hasta que solo quedó aquello que había acabado con su hermano: su orgullo. Ya no tenía sueños, ni ilusiones, solo el deseo de continuar lo que había empezado en el torneo y ni su padre ni el maestro pudieron convencerle de lo contrario.
-¿Se convirtió en un caballero de la orden?. –Creyó comprender Sarah no muy segura de cómo encajar esto y lo que Jonathan había dicho antes.
-Si. –Afirmó Jonathan. –El mismo día en que yo abandoné el orfanato para olvidar él siguió el camino contrario persiguiendo el mismo fin. Y lo consiguió, cuando salió de allí ya no quedaba ni rastro del amigo al que yo había conocido ni del hermano de Duan, solo un caballero consagrado al servicio de la orden.
-No lo entiendo. –Aseguro Sarah poniendo cara pensativa, algo que alivió la tristeza del propio Jonathan al ver en sus ojos el brillo de curiosidad casi infantil que la caracterizaba. -¿Tan duro es el entrenamiento de esos caballeros cómo para cambiar así a alguien?.
-No, su entrenamiento no es lo que los cambia, es el mero hecho de aceptar formar parte de ellos. –Explicó Jonathan consciente de que ella no le entendería a menos que le aclarase algunas cosas más. –Aquel que acepta entrar a la orden no solo está aceptando servir a Lusus, también está renunciando a todo lo que una vez tuvo o podría llegar a tener, incluso a su familia.
-¿Por qué?. –Insistió Sarah impaciente por resolver sus dudas. -¿Tan estrictos son?.
-No tiene nada que ver con eso. –Continuó Jonathan. –Supongo que para ti no es tan evidente por ser quien eres, pero ya deberías haber notado que los caballeros usan la magia negra con mucha facilidad. A pesar de pasar solo un par de años en lugar de toda su vida estudiándola como sucede con los monjes y su magia blanca son capaces de usar conjuros más poderosos que los de Atasha con una facilidad increíble. Y esto tiene un precio, uno tan alto que muy pocos están dispuestos a pagar.
-Un demonio… -Lo interrumpió Sarah de pronto hablando en un tono extraño, cómo si acabase de comprender algo.
-Así es. –Asintió el joven sonriendo ligeramente ante la rapidez con que ella lo había adivinado. –Cada caballero está unido a un demonio por un viejo hechizo que solo conocen los maestros, seguramente el mismo que los magos negros usaban antiguamente para aumentar su poder con las criaturas que invocaban. Pero los caballeros no son estos magos, no tienen su experiencia ni su sabiduría y el hechizo es muy peligroso ya que podría ser el demonio quién los dominase a ellos en lugar de al contrario. Por eso el demonio debe poseer a la vez una magia lo suficientemente poderosa para ser útil y una mente lo suficientemente débil para que no afecte al caballero. Algo que en toda Linnea solo se encuentra en los Shinarz, una pequeña raza de demonios totalmente inofensivos que sobrevivieron a la guerra y ahora crían en el propio orfanato.
-¿Entonces cual es el problema?. –Siguió sin comprender Sarah. –Aunque hagan eso siguen siendo ellos mismos, ¿No?.
-Los Shinarz también tienen un problema y es precisamente eso lo que los caballeros deben aceptar al entrar en la orden. –Al tiempo que decía esto, Jonathan cerró un segundo los ojos y respiró profundamente antes de terminar su relato. –Eso es realmente lo que los cambia, no el conjuro. Pero ya no tiene nada que ver con nosotros.
-¿Eso era todo lo que te preocupaba?.
En respuesta a la pregunta de Sarah, Jonathan asintió con la cabeza y recuperó su sonrisa aparentemente más tranquilo. Sin embargo, lejos de seguirle mientras este comenzaba a caminar para irse alejándose de la tumba ella permaneció inmóvil pensando en algo y no tardó en girarse hacia él para hacer una última pregunta.
-Jonathan. –Lo llamó con voz dudosa. –Ese caballero… es Néstor, ¿Verdad?.
-Sí.
Jonathan no le dio más respuesta que esa, pero ella tampoco la necesitaba. Satisfecha su curiosidad y mucho más tranquila al comprender qué había entristecido a Jonathan durante aquellos días, Sarah se apresuró a alcanzarle y los dos caminaron juntos de nuevo hacia la puerta del cementerio. Lo que no significaba en absoluto que esta ya lo hubiese olvidado todo cómo probarían sus propias palabras.
-¡Estúpido!. –Dijo con una tranquilidad que Jonathan encontró más divertida que insultante al ver la forma en que lo miraba.
-¿Todavía no estás conforme?. –Preguntó Jonathan sin disimular su sonrisa. –Ya sabes lo que querías.
-¿Por qué no me lo dijiste antes?. –Siguió protestando su esposa haciéndose la enfadada, pero más feliz al verle sonreír que preocupada por aquello. –Si supiese que era solo esto no me habría preocupado tanto al verte así.
-Debiste creerme cuando te decía que no era nada. –Le recordó él. –Pero si quieres saber por qué, ven, te lo enseñaré.
Dicho esto, Jonathan la cogió de la mano y la llevó hasta una pequeña pila de agua que sobresalía de la pared cerca de la puerta. Una vez allí, el joven empujó un par de veces la palanca del surtidor que había a su lado y esperó a que se llenase de agua antes de girarse de nuevo hacia su esposa.
-Ahora sonríe. –Pidió en el tono amable y cariñoso de costumbre, sin rastro ya de aquella tristeza.
-¿Para qué?. –Se sorprendió Sarah sin comprender en absoluto que pretendía.
-Tú hazlo.
Aunque todavía bastante desconcertada, Sarah decidió hacer lo que le pedía ya que no le costaba el menor esfuerzo ahora que él parecía también animado y en sus delicados labios apareció una pequeña sonrisa. Al instante, la mano de Jonathan abandonó la suya para pasar a su espalda y la acercó a la pila señalando hacia ella con la cabeza.
-¿La ves?. –Dijo sonriendo igual que ella mientras miraba al reflejo del rostro de su esposa en el agua. –Esa es la razón por la que no os lo he dicho. Hace dos años yo no estaba mejor que Néstor, pero el maestro Hayato me recordó que tenía una familia a la que le debía el esfuerzo de seguir adelante y fue el recuerdo de mis hermanos lo que me ayudó a seguir adelante. Cuando volví a casa eso fue lo que me permitió volver a ser el mismo, sus sonrisas… y también la tuya, son el mayor tesoro que tengo y no quería que esto las empañase. Prefiero que se quede en el pasado, dónde ya no puede hacer más daño.
-Conmigo no puedes hacer eso. –Afirmó totalmente seria Sarah a pesar del cariño con que Jonathan le había hablado. –Si te veo así yo también me siento mal y si no sé por qué me siento aún peor. Te aseguro que si vuelves a hacerlo te…
Al tiempo que decía esto, Sarah levantó una mano y un pequeño relámpago negro centelleó amenazadoramente alrededor de sus dedos. Sin embargo, y para su sorpresa, antes de que pudiese hacer nada más la mano de Jonathan rodeó la suya deteniéndola y este lo miró con una cariñosa y juguetona sonrisa.
-No hará falta. –Aseguró mirándola a los ojos. –Ahora olvida eso y volvamos a la posada, ya se está haciendo de noche.
-Todavía hay mucha luz. –Señaló Sarah esbozando una burlona sonrisa pero moviéndose al mismo tiempo hasta rodear la espalda de su esposo con uno de sus brazos para volver a caminar a su lado. -Pero yo también quiero volver… hecho de menos que estemos solos. Y todavía te debo algo.
-Ya te he dicho que no tienes que hacerlo. –Dijo este cogiéndola por la cintura mientras abandonaban el cementerio.
-Y yo que quiero hacerlo, ahora no pienso cambiar de opinión digas lo que digas. –Replicó esta en el mismo tono burlón de antes. –Si te da miedo ver cómo soy tenías que haberlo pensado antes.
-Dijiste que esta forma se parecía a la verdadera, si es así es imposible que me de miedo. –Aseguró su esposo. –Seas cómo seas siempre serás preciosa para mí, no importa que forma tengas.
-¿Incluso si soy cómo los Sarugats?. –Apuntó esta recordando el aspecto de aquellos monstruos.
-Sinceramente, espero no encontrarme nunca con esa situación. –Respondió él tratando de no pensar en esa posibilidad. –Porque… no lo eres, ¿Verdad?.
-¡Claro que no!. –Replicó esta al instante propinándole un pequeño golpe en el costado al tiempo que sonreía burlonamente. –En realidad no es nada, pero hasta ahora me preocupaba un poco qué dirías al no ser algo humano. Ahora ya no, sé que contigo no tiene que importarme.
-Eso suena extraño. –Notó Jonathan. –Pero supongo que tienes razón, yo tampoco soy exactamente normal.
Terminada su pequeña discusión, y mucho más alegres ahora que sus corazones compartían también aquel recuerdo que había preocupado a Jonathan, ambos aceleraron el paso y cruzaron de nuevo la ciudad en la mitad de tiempo. Tal y cómo Sarah había señalado todavía faltaban un par de horas para la noche y la gente aún estaba en las calles aprovechando las horas menos calurosas para terminar sus quehaceres diarios, pero a ellos ya les traía sin cuidado. Ambos tenían un único lugar en mente y ninguno se detuvo hasta que la llave abrió la cerradura de su habitación y se encontraron solos en su interior.
La decoración era tan extraña cómo la propia ciudad, aunque para nada desagradable. Las paredes estaban cubiertas de cortinas incluso allí donde no había ventanas, la mayoría en tonos rojos y dorados. Los mismos colores que predominaban en la gran alfombra redonda que cubría el suelo y en los delicados velos tras los que se ocultaban las puertas del armario empotrado en la pared. Pero lo que más destacaba en la habitación era sin duda el gran número de cojines esparcidos por el suelo y sobre la gran cama que ocupaba el centro de la habitación. Todos ellos bordados también en tonos dorados sobre telas de colores intensos, desde azules hasta brillantes tonos escarlata que dispuestos de aquella forma sobre las sábanas lavanda de la cama parecían tejer un pequeño mosaico.
Sin embargo, por atractiva que fuese esta decoración ninguno de los dos jóvenes estaba pensando en ella en aquel instante y su atención no se desvió un solo segundo del otro. Especialmente la de Jonathan que miraba con curiosidad a su esposa esperando que ella hiciese o dijese algo. Lo que tardaría más en suceder de lo que él pensado dado que esta se encontraría de pronto con un problema inesperado y se llevaría las manos a la espalda con cara pensativa.
-¿Qué ocurre?. –Preguntó Jonathan desconcertado.
-Mi ropa. –Respondió ella con tranquilidad tironeando de la espalda de su vestido hacia abajo. –No quiero estropearla.
-¿La ropa?. –Repitió ahora ligeramente preocupado su esposo. –Que no te sirva la misma ropa no encaja mucho con lo que dijiste de que tu verdadera forma era parecida a esta, ¿No crees?.
Sarah dejó escapar un pequeño soplido al oír esto cansada de tantas preguntas sobre algo que ella misma encontraba incómodo y ya no respondió. En lugar de eso, dejó que su cuerpo hablase por ella y apartó al fin las manos de su espalda mientras cerraba por un segundo los ojos para cumplir con lo que le había prometido.
Al instante, su cuerpo centelleó cubierto por una brillante aura de luz blanca y su pelo se sacudió a su espalda cómo azotado por el viento, pero no era esto lo que lo agitaba aquella vez. Cuando los ojos dorados de la joven se abrieron de nuevo y se encontraron con los rubíes que formaban los de su esposo algo brotó de pronto de la espalda de esta y su verdadero aspecto quedó al descubierto. Aunque no era en absoluto lo que su esposo había esperado.
Para sorpresa de Jonathan, dos grandes alas similares a las de un dragón nacieron de la espalda de su esposa hasta extenderse por completo y esta se quedó inmóvil mirándole en espera de una reacción. Su color totalmente blanco las hacía diferentes a cualquier otra cosa que había visto, sobretodo en la piel que unía sus articulaciones a modo de membrana casi totalmente transparente, pero de alguna forma le resultaban ya ligeramente familiares.
-Alas… -Murmuró en un principio mientras daba un paso hacia ella mirándola con curiosidad. –Ahora lo entiendo, por eso te gustaba tanto tomar aquella forma tan pequeña. Esa era la verdadera, no la que yo conocía.
-Te equivocas. –Negó ella todavía seria al no saber cómo interpretar su reacción. –Esta es mi verdadera forma, no la pequeña. Pero en aquella forma me era mucho más sencilla ser yo misma, a ninguno os importaba que fuese distinta a una humana cuando tenía ese tamaño.
-¿Y eso es todo?. –Preguntó Jonathan mirándola de nuevo a ella y no a sus alas. -¿Esta es la gran diferencia que tanto te preocupaba enseñarme?.
-No me preocupaba. –Aseguró Sarah de inmediato. –Simplemente no quería usarlas porque no puedo pasar por humana con mis alas. Además, tú dijiste que te gustaba más la otra.
-Dije eso porque prefería tenerte entre mis brazos y no dormida sobre mi hombro. –Aclaró Jonathan conteniendo la risa para sorpresa de su esposa. –Tus alas nunca me han importado, eso es solo una tontería.
-¿Ahora te parece gracioso?. –Refunfuñó Sarah mirándolo peligrosamente molesta mientras daba un pequeño aleteo cómo si sus alas reaccionasen a su estado de ánimo.
-Viniendo de ti sí, más de lo que puedes imaginar. –Sonrió Jonathan sin apartar la mirada de su rostro. –Es la primera vez que actúas de esa forma, nunca imaginé que tú fueses tan insegura. Eres la última mujer en la que esperaba encontrar ese tipo de timidez.
-¡No soy insegura!. –Protestó Sarah en absoluto contenta con la forma en que la había descrito. –Solo pensaba que te gustaría más sin ellas, entonces no sabía muchas cosas y pensaba que preferirías a una humana.
-Eso se llama inseguridad, no intentes culparme a mí. –La contrarió de nuevo Jonathan acercándose más a ella. –Y ahora ya sabes que no tenías motivos para sentirla, no me importa en absoluto que seas así. Al contrario, me parece que estás muy guapa con ellas.
-Ahora no vas a arreglarlo con cumplidos. –Replicó su esposa negándose a sonreír como realmente deseaba al escuchar esto.
-Entonces tendré que buscar otra forma.
Dicho esto, Jonathan se detuvo a su lado ignorándola ya por completo y posó una de sus manos sobre su ala derecha haciendo que esta la moviese instintivamente hacia atrás cómo huyendo de su contacto. Algo que él no le permitiría por mucho tiempo.
Lejos de darse por vencido, Jonathan siguió adelante hasta posar su mano de nuevo en la suavísima membrana que formaba su ala y la acarició con la palma de su mano tanteando su elasticidad con las yemas de los dedos. Era distinto a acariciar su piel, pero a la vez terriblemente parecido, cómo deslizar la mano sobre suave terciopelo en lugar de delicada seda, aunque el resultado sería exactamente el mismo. Nada más tocarla, toda su ala se estremeció al sentir su caricia y trató de moverse de nuevo, pero se encontró con la otra mano de Jonathan y Sarah giró la cabeza hacia él al instante.
-No hagas eso. –Pidió repitiendo una pregunta que le sonaba curiosamente familiar.
-¿Por qué?. –Preguntó su esposo sonriendo y agachándose para pasar bajo sus alas hasta quedar justo en su espalda. –Ya te he dicho que me gustan, ¿Te molesta que las mire?.
-No. –Negó Sarah tratando inútilmente de girar aún más la cabeza al perderle de vista. –Pero me siento rara si las tocas as…
Jonathan no le dejó terminar aquella frase. Antes de que pudiese hacerlo, sus labios se posaron sobre sus alas besándola suavemente y la voz de la joven se entrecortó de pronto mientras él seguía acariciándola de aquella forma. Él mismo se había sorprendido ante lo natural que le parecía aquel extraño juego, pero no estaba dispuesto a detenerse. La piel de sus alas era tan sensible cómo la de su espalda, tal vez incluso más, y esto le resultaba tan divertido como excitante permitiéndole sorprender por una vez a su esposa.
Sus manos recorrieron cada milímetro de aquellas nuevas extremidades rozándolas tan suavemente cómo podía, tentando a su piel a buscar el contacto de la suya pero negándoselo a cada momento para concedérselo al siguiente haciendo que se estremeciesen. Ya no había palabras, tan solo los delicados gemidos que cada nueva caricia conseguía arrancar de la garganta de su esposa. Sus propios labios estaban demasiado ocupados descubriendo cada nuevo rincón de su cuerpo, besando cada curva, probando cada suave matiz de este hasta regresar a la perlada piel de su espalda.
Aquella parte de su cuerpo ya le era familiar, pero no por eso menos atractiva. Cuanto más la conocía más intensas eran las emociones que sentía al mirarla, al tocarla… al amarla, y cuando sus labios acariciaron su piel justo entre el nacimiento de sus alas la sintió temblar entre sus brazos confirmándole que ella sentía lo mismo.
Sarah había cerrado los ojos por un momento abandonándose por completo a sus caricias y se dejaba llevar por él con una pasividad extraña en ella, como si desease asegurarse de que él deseaba tanto ese cuerpo cómo el que le había mostrado hasta entonces. Algo de lo que no parecía haber duda y la hacía sonreír entre cada dulce gemido que este conseguía sacar de su voz, pero no sería así por mucho tiempo.
La parte superior de su vestido abandonó su cuerpo sin que ella apenas se diese cuenta desatada por las mismas manos que la acariciaban. Su cuello ardió con un nuevo beso apenas un segundo antes de que sus excitados pechos probasen por primera vez el aire cálido aire de Lusus libres de su última atadura y entonces abrió los ojos de nuevo. Justo a tiempo para sentir cómo las mismas manos que la habían liberado la cubrían coronando sus pechos con delicadeza al tiempo que tiraban suavemente de ella atrayéndola hacia él.
-¿Recuerdas lo que te dije la primera vez que estuvimos juntos?. –Preguntó él hablando junto a sus oídos de forma que su respiración acariciaba su cuello. –No me equivocaba, las mujeres de tu especie tienen muchísima suerte comparadas con las humanas. Y yo por tener a una de ellas como esposa.
-Sabes que no entiendo lo que quieres decir con eso, no me has explicado en que soy tan diferente a una humana. –Respondió ella con voz temblorosa mientras sentía el pecho de su esposo pegado a su espalda y a sus alas, ya sin gabardina ni nada que pudiese interponerse entre ambos. –Pero tú también deberías recordar lo que te dije yo.
Antes de que Jonathan pudiese comprender del todo sus palabras, Sarah se movió de pronto hacia delante escapándose de entre sus manos y se giró hacia él cruzando ambas alas frente a ella para cubrirse de forma que solo su cara era visible por encima de estas. Aunque no serías esto sino la expresión aparentemente seria de esta la que sorprendería a su esposo.
-¿Qué ocurre?. –Trató de comprender Jonathan un tanto preocupado. -¿Algo te ha molestado?.
A modo de respuesta, Sarah se acercó de nuevo a él y sacudió la cabeza todavía seria mirándolo fijamente a los ojos. Sin embargo, y para mayor sorpresa aún de este, aquella seriedad no duraría mucho y en sus labios se formaría casi al instante una burlona sonrisa mientras abría ambas alas de nuevo rodeándolos ahora a los dos y empujaba a Jonathan hacia ella con estas.
-Claro que no. –Sonrió rozando ligeramente la espalda y los hombros de su esposo con la suave piel de sus alas. –Pero no me gusta quedarme quieta.
-No te he pedido que lo hagas. –Respondió este devolviéndole la sonrisa al comprender el por qué de su extraña reacción. –En realidad me defraudaría bastante.
-No te preocupes, no lo haría aunque me lo pidieses.
Al tiempo que decía estas últimas palabras, Sarah aumentó la presión de sus alas sobre el cuerpo de su esposo para pegarlo por completo a ella y usó también sus brazos para rodear su cuello hasta poder besarle. Las palabras sobraban ya en ese momento, sus ojos no podían expresar todas las emociones que ardían en sus corazones pero sus cuerpos sí eran capaces de hacerlo y sus bocas se hablaron mutuamente sin palabras. Solo con el ardiente roce de sus labios y la apasionada danza de sus lenguas mientras el resto de su cuerpo seguía su ritmo abrasándose con caricias cada vez más intensas antes de caer juntos sobre la cama para perderse entre los cojines y el océano de sus sentimientos.
Fuera el rumor de un trueno empezaba a escucharse sobre la ciudad como un lejano preludio a la sinfonía nocturna de la tormenta que estaba a punto de desatarse. La misma que otras noches había servido como fondo a los dulces y agitados sonidos de ambos jóvenes, pero que para ellos era apenas audible. Esa noche solo ellos existían y lo único que sus oídos pudieron escuchar fue los gemidos de sus voces, el siseo de sus ropas deslizándose hasta el suelo y el suave jadeo de sus respiraciones mientras estos se amaban una vez más hasta la llegada del alba.
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