Historias curiosas de la historia

Horror en la balsa de la Medusa

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La balsa de la Medusa. Pintura de Jean Louis Théodore Géricault. Musée du Louvre. Está considerada como la obra icónica del movimiento romántico francés.

Seguro que a muchos de vosotros os suena la pintura que hemos puesto al inicio de este artículo. Efectivamente, se trata de la famosa balsa de la Medusa de Théodore Géricault. Una inquietante composición que está basada en un no menos tétrico episodio de la historia naval.

La fragata Méduse

La Medusa, Méduse en su idioma original, fue una fragata de la Marina de guerra francesa. Pertenecía a la clase Pallas, una serie de fragatas construidas bajo los planos del afamado constructor naval francés Jacques-Noël Sané que supuso el estándar de las fragatas de 40 cañones de la marina francesa durante los siguientes ocho años, completándose 54 de las 62 fragatas proyectadas.

La fragata Méduse tenía 28 cañones de 18 libras más una serie de carronadas de 36 libras y cañones de 8 libras que variaron durante su vida operativa. Fue botada en 1810 en plenas Guerras Napoleónicas.

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Fragata de guerra Méduse.

Con la restauración de la monarquía, Luis XVIII quiso volver a poner en los altos puestos de su armada a originarios de la nobleza, aún a pesar de que muchos de ellos no tenían apenas experiencia.

Eso le pasó al comandante de nuestra fragata. Se trataba del vizconde Hugues Duroy de Chaumareys. Un error del que se lamentarían más adelante.

El naufragio de la Méduse

La fragata Medusa zarparía el 17 de junio de 1816 del puerto de Rochefort, en compañía de la corbeta Echo, bajo el mando del capitán Cornet de Venancourt, la gabarra Loire, mandada por el teniente Giquel Destouches y el bergantín Argus, bajo el mando del teniente Parnajon, este último buque había sido en su origen el HMS Plumper, pero fue apresado por los franceses en 1805 y puesto al servicio de su marina.

Su misión era retomar los puertos de Senegal, al sur de Mauritania, en la costa oeste africana. Estos territorios habían sido franceses hasta que los británicos los ocuparon durante la Guerra de los Siete Años (1756-1762), y ahora iban a ser devueltos.

La Méduse iba armada en flûte, un vocablo francés que designaba a todo tipo de buque que iba con menos artillería de la correspondiente, para así hacer sitio para estibar más carga y pasajeros. Entre ellos se encontraba el que iba a ser gobernador francés de Senegal, el coronel Julien-Désiré Schmaltz, su esposa Reine y una gran cantidad de soldados que iban a ser la guarnición de Saint-Louis. En total eran unas 400 personas, a todas luces un número excesivo.

Un comandante nefasto

Hugues Duroy de Chaumareys había sido recomendado para el puesto por sus contactos, no por su valía. El claro ejemplo de enchufado de toda la vida.

De avanzada edad (contaba con 77 años en el momento del desastre), era tildado por muchos de sus compañeros de profesión como déspota, incompetente y soberbio. Todas cualidades perfectas para acabar en el fondo del mar. Si a eso le unimos que no había pisado la cubierta de un barco en más de veinte años comprenderemos mejor lo sucedido.

El desastre

Al principio todo le fue bien a la flotilla. Pero casi al final del viaje, la Méduse navegaba demasiado adelantada al resto. Las órdenes de los superiores especificaban que Chaumareys debía reconocer el Cabo Blanco y llevar al resto de los buques a Saint Louis, lo cual ejecutaron estos sin percance alguno más tarde y en solitario.

Pero la Medusa navegaba sola, a demasiada velocidad por unas aguas con muchos bancos de arena y arrecifes.

Para colmo, en vez de optar por la prudencia, Chaumareys no sólo despreció la opinión de algunos pasajeros que conocían la zona, sino que pidió consejo a un tal Richefort, que solo era un filósofo, sobre la conveniencia de navegar por aquella zona.

El comandante francés era un zote en toda regla.

Richefort debió confundirse y creyó divisar el Cabo Blanco en el horizonte, cuando serían unas nubes bajas. Esto llevaría al desastre al subestimar por ello la proximidad del Banco de Arguin, frente a la costa mauritana.

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Era el 2 de julio y el teniente Maudet, que se había preocupado de sondear, advirtió a su jefe del peligro que corrían.

Por fin, el anciano comandante hizo caso y mandó cargar las alas y rastreras. Pero era demasiado tarde. Al amanecer del 4 de julio, la fragata Medusa varó y quedó inmovilizada a medio centenar de kilómetros de la costa.

Durante varios días trataron de sacar la nave de su atolladero, pero fue imposible. Las cosas se complicaron cuando el estado de la mar empezó a tornarse peligroso y el viento hizo estragos en el buque.

A bordo de la balsa de la Medusa
Se hacen a la mar
Sin botes suficientes para el abultado número de tripulantes y viajeros, se decidió abandonar el barco.

Hugues Duroy de Chaumareys decidió que se construyera una balsa y que los botes tirasen de la misma, en un intento por remolcarla. Hizo oídos sordos a cualquier otro tipo de propuestas.

Así se construyó a prisa una balsa con las abundantes tablas y maderas que la fragata les ofrecía. Esta era de 20 por 7 metros, y debía llevar a bordo a 149 personas. En los botes iba el resto, entre los cuales estaban el gobernador Schmaltz (que se reservó uno de los botes para él y los suyos) y, como no, el propio Chaumareys, que sin ningún tipo de vergüenza había dispuesto que los de más alto rango embarcasen en los pocos botes disponibles.

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Balsa de la Medusa

Ilustración de la balsa de la Medusa del libro «Relation complète du naufrage de la frégate La Méduse faisant partie de l’expédition du Sénégal en 1816», por A. Correard, H. Savigny, D’Anglas de Praviel y Paul C.L. Alexandre Rand des Adrets (dit Sander Rang). Reimpreso en 1968 por Jean de Bonnot éditeur.
A bordo de la sentenciada fragata Méduse se quedaron diecisiete tripulantes que así lo habían decidido. De estos sobrevivieron tres tras 54 días hasta que fueron rescatados.

Comienza la tragedia

La balsa de la Méduse no era grande para llevar a esa ingente cantidad de personas, pero era lo suficiente para que los botes no pudieran remolcarla, por lo que, en previsión de que cundiera el pánico en la misma y trataran de llegar a los botes, cortaron los cables y los dejaron a la deriva. Así, sin más.

El comandante de la fragata y el futuro gobernador de Senegal fueron los que se pusieron a salvo y dejaron atrás a sus hombres, en uno de los hechos más vergonzosos que se recuerden en el ámbito naval.

Empezaba así un calvario para los 149 supervivientes que se hacinaban en aquella frágil y pequeña embarcación improvisada. Estos, consternados por el abandono de los botes, sucumbieron al desánimo y el terror mientras que la balsa iba a merced de las olas y las corrientes.

De este número iban 120 soldados del ejército, incluyendo sus oficiales y 29 marineros y pasajeros (entre los cuales había una mujer). Los oficiales de marina se habían puesto a salvo en los botes.

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Reconstrucción de la balsa de La Méduse a escala 1:1 en el patio del Museo de la Marina en Rochefort Charente-Maritime Francia.

¿Y qué llevaba esta gente de provisiones? Como se puede uno imaginar, apenas tuvieron sitio para estibar algo. Seis barriles de vino y dos más pequeños de agua y alguna provisión de bizcocho.

Para colmo, antes de abandonar la fragata se habían preparado unos barriles con bizcocho, para así preservarlo de las olas, ya que en los barriles se mantendría estanco, pero con la precipitación y la negligencia del embarque en los botes y balsa, no los tomaron pensando que eran simples barriles vacios. De todos modos, está por ver si los hubieran podido embarcar, ya que con todo el peso que ya llevaban la balsa se sumergía más de lo debido.

Se fijó una orden, según números, para la distribución de nuestras miserables provisiones. La ración de vino se fijó en tres cuartos al día: no diremos más de la galleta: se consumió por completo en el primer reparto.

Savigny, Jean Baptiste Henri; Corréard, Alexandre.
Ante la falta de víveres, no es de extrañar que pronto se sucedieran enseguida las peleas.

El comandante de la balsa era un «aspirant» (guardiamarina) llamado Coudin. Era el único de la marina a bordo y, como se ve, no era ni oficial ni tenía experiencia. Y menos para esa situación. Había sido obligado a subir a bordo y comandar aquella balsa porque era el más antiguo de los aspirant de la fragata. Para colmo, tenía inutilizado su brazo derecho debido a una fuerte contusión recibida días atrás.

Al principio mantuvieron una actitud serena, hablando sobre cómo salir de aquel trance. Savigny, el cirujano que relató esta historia, junto con el ingeniero Corréard, indica que mantuvieron el coraje sólo pensando en poder vengarse de aquellos que los habían dejado abandonados.

Esta esperanza de venganza nos inspiró a todos por igual, y pronunciamos mil imprecationes contra quienes nos habían dejado presa de tantas desgracias y peligros. El oficial que comandaba la balsa no podía moverse, el Sr. Savigny se encargó de instalar el mástil; hizo que el palo de uno de los mástiles de la fragata se cortara en dos y se instalara.

Tenían la esperanza de que los otros botes hubieran llegado a la Isla de Arguin y que, tras desembarcar a su gente, volverían a buscarlos. Al menos eso pensaban.

Pero llegó la noche y allí no había aparecido nadie. Los ánimos se caldeaban y la mar se embravecía por momentos.

Rodado por las olas de atrás hacia adelante, y de adelante hacia atrás, y algunas veces precipitado en el mar, suspendido entre la vida y la muerte, lamentando nuestra desgracia, que seguramente perecerá, pero aún luchando por un fragmento de existencia con el cruel elemento que trata de tragarnos.

A las siete de la mañana el mar se había calmado un tanto y con las primeras luces del día pudieron ver la terrible escena de diez o doce infelices con sus extremidades enredadas en las aberturas que había entre las diferentes partes con que se componía la balsa. Y ahí se habían quedado.

Otros fueron arrastrados por el mar. No se sabía su número exacto, porque en el momento de repartir la exigua ración de vino, encontraron que varios soldados habían utilizado hasta tres veces los números de sus antiguos compañeros. Pero no se podían prevenir estos abusos porque no había suficientes oficiales para impedirlo.

No obstante, todo esto creó gran malestar y pronto se manifestaría en la siguiente noche.

El mar se había calmado algo pero seguían sin divisarse los botes.

El desaliento comenzó de nuevo a apoderarse de toda nuestra gente, y un espíritu rebelde se manifestó con gritos de furia. La voz de los oficiales fue totalmente ignorada.

Las noches sagrientas

Para colmo, el mar comenzó de nuevo a agitarse y sobrevino otra tempestad aún más terrible que la anterior. Montañas de agua les caían a cada momento.

Así, hubo peleas por hacerse con los mejores lugares, que era el centro de la balsa, ya que estar en el exterior suponía, como pasó, exponerse al peligro de ser llevado por las olas.

En el centro, la multitud era tal que algunos pobres hombres fueron sofocados por el peso de sus compañeros, que caían sobre ellos en todo momento.

Los soldados y marineros, aterrorizados por aquel peligro que creían insalvable, se dieron por perdidos. Y así decidieron aliviarse en sus últimos momentos con el vino que quedaba, bebiendo algunos hasta perder la razón.

No había fuerzas para contenerlos, por lo que el resto sólo pudo mirar. Esta turba cayó entonces sobre un barril que había en el centro de la balsa, haciéndole un agujero en un extremo con trozos de hojalata que habían traído de la fragata Medusa. Cada uno bebió bastante, hasta que el agua de mar penetró por el agujero y tuvieron que desistir.

El vino se les subió a la cabeza y, ya afectados por el peligro del mar y la falta de alimento, se volvieron contra los oficiales de los que querían deshacerse porque, según ellos, estos no deseaban acabar con aquel sufrimiento y destruir la balsa de una vez.

Esta locura hizo que un hombre, armado con un hacha de abordaje, se pusiera a cortar los cabos de la balsa. Era un asiático enorme del ejército colonial.

Se había colocado, al principio, en medio de la balsa, y con cada golpe de su puño derribaba a los que se interponían en su camino; Nos inspiró el mayor terror, y nadie se atrevió a acercarse a él. Si hubiera habido media docena como aquel, nuestra destrucción hubiera sido inevitable.

Pero algunas personas, oficiales subalternos y pasajeros, deseosas de salvar la balsa se unieron. Los soldados amotinados sacaron entonces sus sables o cuchillos y avanzaron con resolución contra aquellos.

El primero de los amotinados cayó inmediatamente cuando trató de matar a un oficial. Esto echó para atrás al resto, que se replegó para pensar en la estrategia a seguir. Parecía que se lo habían pensado mejor, pero uno de ellos fingió que se apoyaba en la pequeña barandilla y con un cuchillo comenzó a cortar los cabos.

Alguien le vio y los oficiales y pasajeros lo atacaron. Un soldado salió al paso de un oficial y le amenazó con su cuchillo, pero este lo golpeó con facilidad y acabó en el mar junto con su camarada.

Tras esto el combate se hizo general.

Algunos gritaron tirar la vela, otros se arrojaron a cortar cuanto pudieron, dejando caer el mástil e hiriendo en un muslo a un capitán de infantería, que acabó en el agua arrojado por los soldados. Menos mal que algunos lo vieron y lo salvaron metiéndolo en un barril. Pero algunos sediciosos lo habían visto e intentaron sacarle los ojos con una navaja. El pobre Dupont, como así se apellidaba, lograría ponerse a salvo y, paradojas del destino, sería uno de los pocos que sobrevirían a aquella atroz aventura.

Hartos de tantas crueldades los oficiales y pasajeros cargaron con furia sobre aquella gente transtornada. Algunos trabajadores intentaron recomponer la balsa, pero fueron atacados por los sublevados.

Los amotinados que fueron repelidos nos dejaron en este momento un poco de reposo. La luna con sus rayos tristes iluminó esta balsa fatal, este estrecho espacio en el que se unieron tantas aflicciones desgarradoras, tantas angustias crueles, una furia insensata, un coraje tan heroico, los sentimientos más agradables y generosos de la naturaleza y la humanidad.

Sin embargo, la cosa no acabó ahí. Con la mar todavía embravecida los amotinados volvieron a la carga, pero fueron repelidos de nuevo. Abatidos, los soldados se vinieron abajo. Algunos de los cuales imploraron perdón, pero fueron ensartados inmediatamente. Ya era tarde para eso.

Pensando que ya se había restablecido el orden, los oficiales y pasajeros regresaron al centro de la balsa, aunque con las armas listas. Pero tras una hora, ya medianoche, los soldados y marineros reanudaron el ataque. Estaban totalmente enajenados, lanzándose sobre aquellos con sus sables y cuchillos. Aquella revuelta fue la más peligrosa.

Los amotinados que no tenían armas atacaron a mordiscos, provocando crueles mordeduras en algunos de los pasajeros, entre ellos el propio Savigny, que fue mordido en las piernas y un hombro. Pura brutalidad animal.

Los soldados se lanzaban al ataque repetidamente. Sobre todo iban a por los oficiales, algunos de los cuales, como al subteniente Lozach le tenían especial rabia, ya que este los había tratado con dureza cuando se encontraban de guarnición en la Isla de Rhé. Una y otra vez iba a por él. Lo cual supuso un enorme problema a la hora de salvarlo.

Al final, Coudin y otros consiguieron apaciguar las cosas y se llegó a una tregua forzosa. Lozach se había salvado, pero aquellos ataques habían costado la vida a entre 60 y 65 hombres.

Desesperación

La violencia causó estragos, pero el hambre los llevó a límites insospechados.

Aquellos a quienes la muerte había salvado en la noche desastrosa que acabamos de describir, cayeron sobre los cadáveres con los que estaba cubierta la balsa y cortaron pedazos, que algunos devoraron al instante. Muchos no los tocaron; Casi todos los oficiales eran de este parecer. Al ver que este horrible alimento había dado un gran vigor a aquellos que lo habían utilizado, se propuso al menos secar los trozos, para que fuera un poco menos desagradable su ingestión. Aquellos que tenían la suficiente firmeza para abstenerse de hacer aquello, tomaron una mayor cantidad de vino. Intentamos comer vainas de espadas y cajas de cartuchos. Logramos tragar algunos bocados pequeños. Algunos comieron lino. Otros piezas de cuero de los sombreros, sobre las que quedaba un poco de grasa, o más bien suciedad. Nos vimos obligados a renunciar a estos últimos medios. Un marinero intentó comer excrementos, pero no pudo tener éxito.

Algunos marineros españoles, italianos y negros, que se habían mantenido neutrales en el primer motín, hicieron caso de las habladurías de algunos soldados de origen africano, que aseguraron que estaban cerca de la costa africana y que, si lograban llegar, los llevarían a todos a salvo por aquellas tierras.

El primero que actuó fue un español, que se fue al centro de la balsa con un cuchillo y dio un grito invocando el nombre de Dios. Le secundó un soldado de infantería ligera, italiano. Se inició de nuevo un sangriento combate con hachas de abordaje, cuchillos y bayonetas. Y otra vez la balsa de la Medusa se llenó de cadáveres. Durante el combate, la única mujer a bordo cayó al agua, pero fue salvada por el aspirante Coudin y algunos pasajeros.

Tras aquella horrible noche los amotinados fueron repelidos y por fin pudieron disfrutar de algo de tranquilidad.

Sin embargo, aquel día sorprendieron a dos soldados bebiendo del único barril de vino que les quedaba por medio de una caña. Fueron condenados a muerte y arrojados al mar. Sólo quedaban 37. Y estos se encontraban en un estado deplorable.

Fue entonces cuando tomaron la terrible decisión de desembarazarse de los heridos graves que no tenían remedio, puesto que consumían unas provisiones que ya no les servirían de nada y sí al resto. Entre ellos estaban la única mujer a bordo y su esposo.

El rescate

La mañana del día 17 de julio, divisaron una vela en el horizonte. Se trataba del bergantín Argus, que los había encontrado de pura casualidad.

Cinco de los quince supervivientes murieron a los pocos días, entre ellos el subteniente Lozach que había sido objeto de la ira de los soldados amotinados y que no pudo reponerse de sus heridas y su estado calamitoso. El cirujano Jean Baptiste Henri Savigny se salvó milagrosamente, y gracias a él el mundo supo lo terrible de aquella experiencia.

Llama la atención, en el listado de supervivientes que añadimos a continuación, la presencia de un único soldado. Si nos fijamos, también sólo se salvaría un marinero. El resto de afortunados fueron oficiales y pasajeros.

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Relación de los 15 supervivientes de la balsa de la fragata Medusa. Fuente: libro de A. Correard y H. Savigny.
Savigny consiguió llegar a Paris y exigió la apertura de una investigación al ministro de Marina. Cuando el diario Journal des débats publicó la noticia en primera plana el 13 de septiembre fue lo que levantó el escándalo. Seguramente, como pasa tantas veces, si la prensa no se hubiera hecho eco de lo sucedido quizás los responsables del desastre hubieran salido indemnes.

Savigny y el ingeniero Corréard, escribieron un libro donde se narra su experiencia y que sirvió para que la gente supiera la verdad y exigiera cambios en la legislación francesa, sobre todo sobre los méritos de los oficiales para comandar buques de guerra.

Chaumareys fue juzgado y declarado culpable por incompetencia en la navegación y de abandonar el buque antes de que todos lo hicieran. No así de abandonar a los de la balsa. Se le condenó a tres años de prisión. Una cifra ridícula, que parecía más propia de un castigo por algo leve en vez de la tragedia que había ocurrido. Mientras, el gobernador Schmaltz se vio obligado a renunciar a su cargo debido al escándalo. Su actitud cobarde ante los hechos no pasó desaparcibido a nadie.

Como decíamos al principio de este artículo, el pintor Théodore Géricault realizó una impresionante pintura sobre este episodio en 1818, que puso de nuevo en boga aquel suceso y ha quedado para la posteridad. En Francia en un principio se le tildó de oportunista y la obra fue denostada por amplios sectores, no así en el resto del mundo que gracias a aquella maravilla pictórica descubrieron, los que no lo sabían ya, una de las mayores tragedias de la historia naval reciente.

Fuente:

Savigny, Jean Baptiste Henri; Corréard, Alexandre (1818). Realizado por orden del gobierno francés, que comprende una cuenta del naufragio de la Medusa, los sufrimientos de la tripulación y las diversas ocurrencias a bordo de la balsa, en el desierto de Zaara, en St. Louis y en el campamento de Daccard. A lo que se suman las observaciones adjuntas relativas a la agricultura de la costa occidental de África, desde el cabo Blanco hasta la desembocadura de Gambia . Londres: Cockburn.
No conocía esta historia. Muy interesante
https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2018-03-25/batalla-estupida-noche-austriacos-karansebes_1539487/

La batalla más estúpida: el día que los austriacos se atacaron a sí mismos


Cuando José II partió hacia lo que hoy es Rumanía, en su mente tenía la idea de ser recordado por siempre. Y lo consiguió, pero no por los motivos qué el pretendía. José II pasaría a la posteridad, sí, pero por ser el único comandante en derrotar a su propio ejército

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Foto: Los turcos y los austriacos se enfrentaron en numerosas ocasiones... pero esta no fue una de ellas.

AUTOR
HÉCTOR G. BARNÉS

25/03/2018 05:00 - ACTUALIZADO: 25/03/2018 16:12

Era la noche del 19 de septiembre de 1788, y alrededor de 100.000 combatientes del ejército austriaco pernoctaban en un campo cercano a Karánsebes, en la actual Rumanía, donde aguardaban los turcos. Sería una velada aciaga para los húngaros, serbios, croatas, italianos, rumanos, lombardos y eslovacos que componían la armada liderada por el propio emperador José II del Sacro Imperio Romano Germánico, que soñaba con grabar con letras doradas su nombre en la historia. Antes de que despuntase el alba, su ejército sufriría una gran cantidad de bajas –entre 1.000 y 10.000, según el grado de exageración de las fuentes– pero no a causa del ataque enemigo, pues no había ningún adversario. El ejército austriaco acabó consigo mismo.

La batalla de Karánsebes ha pasado a la historia como la que probablemente sea la más absurda de todos los tiempos. Desde luego, pocos enfrentamientos terminaron con un único derrotado: el único participante. Figura, por ejemplo, en el libro que el director de cine y documentalista Eric Durschmeid publicó el pasado año, llamado 'The Hinge Factor', es decir, el “factor bisagra”, en el que analiza cómo la casualidad (o, en este caso, la “estupidez”) han cambiado la historia. En este caso, un barril de aguardiente. Porque lo que ocurrió aquella noche en lo que hoy es Rumanía fue una mezcla entre malísima suerte y los problemas consustanciales a la composición del ejército austriaco, formado por soldados que no hablaban alemán, el idioma de los oficiales.

José II pasaría a la posteridad, sí, pero por ser el único comandante en derrotar a su propio ejército
Si esta historia ha llegado a nuestros días, a pesar de los esfuerzos austriacos por encubrir el escarnio, ha sido gracias al historiador Anton Johann Gross-Hoffinger, que publicó su biografía del emperador austriaco en 1847. Es decir, 59 años después de lo ocurrido, un tiempo más que suficiente para que el recuerdo del alemán estuviese un tanto magnificado. Aun virando hacia la exageración propagandística, sigue siendo una magnífica historia bélica que tuvo lugar en plena guerra austro-turca, la que enfrentó entre 1787 y 1791 al Imperio austriaco y el otomano por el control de los Balcanes. José II pasaría a la posteridad, sí, pero por ser el único comandante en perder ante su propio ejército.

Vino y lenguas extranjeras, mala mezcla
Pero ¿qué pasó exactamente aquella noche sin estrellas? Todo había empezado cuando una vanguardia de húsares, la caballería ligera húngara, cruzó el puente del Timis. Al otro lado no encontraron a esa cacareada horda de sangrientos turcos que, según señalaban los rumores, se les había ofrecido 10 ducados de oro por cada cabeza cortada. La moral del ejército no era la mejor: las arcas estaban vacías, la comida no llegaba, la malaria y la disentería había acabado con decenas de miles de hombres y la indecisión del emperador había hecho aflorar la inactividad. En otras palabras, los aguerridos soldados pasaban la mayor parte del día jugando a las cartas, peleándose unos con otros (aquello era un caldero de etnias) y bebiendo.

Así es como pasas a la historia en Wikipedia cuando tu ejército pierde los papeles.
Así que a eso es a lo que se dedicaron los húsares, a beber el aguardiente comprado a un grupo de gitanos errantes. Cuando poco después llegó la infantería, se encontró con que los húngaros se habían hecho con todo el alijo y no pensaban compartirlo. Fue en mitad de esa agria discusión por echarse un trago al gaznate cuando alguien disparó al cielo para asustar a sus adversarios. Fue como echar una cerilla a un bidón de aguardiente, pues en cuestión de segundos la caballería había desenfundado sus armas para comenzar a atacar a los soldados de infantería, mientras estos respondían con disparos. Ante el avance de los húsares, optaron por una útil estratagema: comenzar a gritar “¡turci, turci!” para que sus borrachos adversarios pensasen que el enemigo se acercaba. Así que consiguieron su objetivo y mucho más: no solo los beodos húsares intentaron escapar dando mandobles a diestro y siniestro, sino también los soldados que no se enteraban muy bien de qué iba la fiesta.

Los gritos de 'halt! halt!' (“¡alto! ¡alto!”) del oficial austriaco tampoco sirvieron de nada, sobre todo porque nadie le había enseñado la palabra a los soldados. A muchos de ellos les sonaba a algo parecido a “¡Alá, Alá!”, lo que provocó que siguiesen abriendo fuego a ese inexistente enemigo turco, que en realidad era sus compañeros de armas. El resto del ejército ya se había despertado, alertado por los disparos al otro lado del río: los turcos por fin habían llegado, pensaron. “El ruido de la batalla, los gemidos de los heridos y los gritos de agonía ayudaron a intensificar su terror”, escribe Durschmeid en el libro. El miedo invadió también a una manada de caballos de tiro, que tiraron la valla y salieron corriendo. A un comandante le pareció que sus pisadas sonaban a ejército turco, así que obligó a los suyos a abrir fuego… contra su propio ejército.

En pequeños grupos, los miembros del ejército se liquidaban unos a otros y, de paso, aprovechaban para saquear las casas y violar a las mujeres

“¡Los turcos, los turcos! ¡A cubierto!” eran los gritos que podían oírse en la noche cerrada, iluminada tan solo por los disparos de los cañones y los revólveres. En poco tiempo, un caos políglota se había desatado en la zona, convertida en Torre de Babel. El absoluto desconocimiento por parte de los miembros del ejército austriaco de los idiomas hablados por el resto de las facciones les hacía pensar que debía tratarse de infieles turcos y, por lo tanto, había que reaccionar pronto y matar o morir. Sin embargo, no hubo ni un miembro del ejército otomano que pisase el campo de batalla aquella noche. En pequeños grupos, los miembros del ejército se liquidaban unos a otros y, de paso, aprovechaban para saquear las casas cercanas y violar a las mujeres. Oficial o soldado raso, todos corrían similar suerte.

La vergüenza de un emperador
Mientras tanto, José II, el hombre que quiso cambiar para siempre el curso de la historia, se despertaba anonadado por los ruidos de destrucción y muerte que se elevaban a su alrededor. A duras penas a causa de sus enfermedades, consiguió subir a su caballo, del que fue descabalgado por la turba y arrojado al río. Consiguió escapar en otro podenco, ayudado por su guardia personal, pero la vergüenza nunca le abandonaría. “No sé cómo continuar”, explicaba en una carta enviada a su hermano, el archiduque Fernando, después de la batalla. “He perdido el sueño y paso la noche envuelto en oscuros pensamientos”.

'Puf, qué mal'. (José II, inmortalizado por Carl von Sales)
El emperador describió el episodio someramente en su correspondencia privada: “El pánico se extendía por doquier entre el ejército, entre la gente de Karánsebes, incluso en Temesvar, que se encuentra a unas 10 leguas de ahí”, escribió. “No puedo describir con palabras las terribles violaciones y asesinatos que presencié”. El futuro no sería muy brillante para el emperador, ya que fallecería apenas año y medio después. Sin embargo, y a pesar de los daños irreparables que sufrió el ejército, tanto físicos como morales al haber sufrido una de las carnicerías más absurdas de la historia, los austriacos liderados por el mariscal Ernesto Gedeón von Laudon recuperaron el Danubio de manos de los turcos.

Ello no borraría de las mentes de los supervivientes el escenario resultante, en el que abundaban cadáveres, miembros cercenados por los sables de los húsares, caballos muertos y bañados en ríos de sangre; un paisaje que, ahora sí, fue invadido por miles de turcos liderados por el visir que ganaron el dinero más fácil de su vida rebanando por decenas las cabezas de los caídos. La moraleja esta clara. Si vas a desplazar un contingente de 100.000 hombres a un país extranjero para librar uno de los grandes enfrentamientos militares de la historia, preocúpate por que tus soldados sean capaces de entenderse… Eso, y que compartan los cubatas durante las noches de fiesta.



LA TRAGEDIA DE DOOLOUGH (1849)


Entre 1845 y 1852 Irlanda fue devastada por el hambre. En ese período conocido como la 'Gran Hambruna' o 'An Gorta Mór', más de un millón de personas fallecieron a causa del hambre o de diversas enfermedades por la crisis de la patata, aunque sus secuelas pudieron padecerse durante muchos más años.

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Monumento en Dublin a la Gran Hambruna de 1845

El gobierno británico, que dirigía en aquella época la isla de Irlanda, vaciló a la hora de decidir la mejor manera de intentar paliar la situación de los campesinos irlandeses ante el drama que estaban viviendo. Algunos alegaban que la situación no era tan dramática, otros que no vendría mal una purga a la sobrepoblación que, según ellos, reinaba en la isla. En el condado de Mayo, el porcentaje de la población que dependía directamente de la patata para subsistir se estimaba que era del 90%.


Finalmente, el gobierno británico decidió que debía ser la propia sinergia del mercado la que solucionase el problema: se importó grano de la India pero se fue distribuyendo de manera paulatina para controlar su precio. Al mismo tiempo, se implantó un sistema de obras públicas de manera que la población pudiese ganarse el salario en lugar de esperar la caridad o las ayudas públicas. Las únicas personas que podían solicitar estas ayudas en forma de comida eran aquellas que poseyesen menos de un cuarto de acre de tierra.

ImagenEscena en la puerta de la casa de trabajo, c. 1846

En marzo de 1849, el coronel Hogrove y el capitán Primrose llegaron a Louisburgh para inspeccionar y comprobar la veracidad del estado de pobreza y desnutrición de los pobres que solicitaban la ayuda en aquel lugar, así como a entregar 3 libras de grano. Sin embargo, según una carta enviada a la Constitución del condado de Mayo el 5 de abril de 1849, estos dos inspectores se dirigieron directamente a Delphi Lodge, un alojamiento de cierto prestigio situado 18 kilómetros más al sur, en lugar de acudir a Louisburgh, dejando instrucciones para que los pobres acudiesen allí a la inspección la mañana del 31 de marzo.

600 personas a punto de fallecer de hambre acudieron hasta la casa-taller de Louisburgh para pedir algo de comida. Una vez allí, se les negó la entrada y se les comunicó que podían acudir a solicitar ayuda ante el comité creado a tal efecto, que se reuniría al día siguiente en Delphi Lodge. Se pusieron en camino a través de las montañas, bajo la lluvia, descalzos y con poco más que unos harapos por vestimenta.

"Obedeciendo esta orden, cientos de estos desafortunados esqueletos vivientes, hombres, mujeres y niños, se podrían haber visto recorriendo los 18 kms de distancia y luchando entre los pasos de montaña y los caminos para llegar al lugar acordado," decía la carta. Esa noche del 30 de marzo de 1849 llovía, el viento soplaba con fuerza y de vez en cuando caía aguanieve mientras los casi agonizantes caminaban hacia el sur.

Cuando llegaron a Delphi los que habían sobrevivido a la marcha, exhaustos, ateridos por el frío y empapados, se les comunicó que debían esperar a que los inspectores y miembros del comité finalizasen su cena. Y allí, sobre la hierba, sin que se les ofreciera un solo bocado de comida o unas ropas para protegerse de la húmeda noche, esperaron.

Finalmente aparecieron aquellos a quienes estaban buscando con la esperanza de que, tras comprobar su estado, concediesen la ayuda prometida. Sus palabras fueron que no había permisos para la casa-taller ni donativos de comida. Y dando la vuelta, que volvieran a sus hogares. Sin la misericordia humana o de la naturaleza, sin lugar donde descansar, sin nada que comer y sin ninguna otra opción, comenzaron el regreso a sus casas. El camino les condujo a través de un paso de montaña traicionero colgado sobre el lago de Doolough (lago negro).

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Estalló una fuerte tormenta en el mismo momento en que atravesaban la pendiente más alta. Debilitados por el hambre, el cansancio y el frío, cientos fueron barridos por el viento hasta caer al lago. Algunos de los que sabían nadar consiguieron llegar a la orilla, donde murieron congelados esa misma noche. El resto fallecieron ahogados.

A la mañana siguiente, cuando el comité tuvo noticias de lo ocurrido, envío un grupo de hombres a visitar el lugar. Cadáveres "tan numerosos como mazorcas de maíz en un campo en otoño" yacían a ambos lados del camino entre Louisburgh y Delphi, algunos con matas de hierba en la boca en un último intento desesperado por comer. Fueron enterrados en los lugares donde habían muerto. En Doolough, al haber tantos cadáveres, fueron directamente enterrados en una fosa común.

A día de hoy se desconoce el número exacto de personas que fallecieron esa noche, pero se cree que fueron 400 fallecidos.

En mayo de 1994, una organización contra el hambre llamada 'Action from Ireland' erigió una piedra conmemorativa y una cruz en el valle de Doolough con las siguientes inscripciones: "Para conmemorar a los pobres hambrientos que caminaron aquí en 1849 y caminan hoy en el Tercer Mundo" y las palabras de Gandhi: "¿Cómo puede el hombre sentirse honrado por la humillación de su prójimo?"

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Cada año desde 1988 ha habido un paseo por esta ruta en memoria de los muertos Doolough y para resaltar el hambre de los pobres del mundo todavía hoy. El arzobispo Desmond Tutu lo ha hecho, los hijos de Chernobyl lo han hecho. También lo ha hecho el violoncelista de Sarajevo, Vedran Smailovic, que tocó el violín diariamente en su ciudad a pesar del fuego de francotirador en los años noventa mientras estaba bajo asedio. Y Kim Phuc - la mujer que se hizo famosa en las fotografías de ella como una niña corriendo desnuda y quemada por napalm en Vietnam - ella lo ha hecho también.

Al igual que los indios nativos americanos. Cuando se enteraron de la tragedia en 1849, los miembros de la tribu Choctaw recaudaron $ 710 que donaron al alivio del hambre irlandés. Lo hicieron porque la historia les recordaba su propia situación cuando, 18 años antes, fueron expulsados ​​de su tierra por el hombre blanco para dar paso a la moderna Oklahoma. Su marcha fue de unas 500 millas y perdieron vidas en el camino. La marcha de los indios se conoció como el Sendero de las Lágrimas.

En 1992 un grupo de irlandeses devolvió la bondad de los indios Choctaw caminando por el Sendero de las Lágrimas, recaudando un enorme $ 710,000 que donaron al alivio del hambre en África.

La conmemoración anual de los acontecimientos de marzo de 1849 que conducen a la tragedia de Doolough aseguran que el sacrificio de la gente en estas partes nunca será olvidado.
LA COSTA DE LAS CABEZAS CORTADAS.

(SACADO DE UN BLOG)

Smerwick, la costa de las cabezas cortadas

Hace algunas semanas, durante una noche de insomnio encendí la radio, y empecé a escuchar el programa Milenio 3, de Fríker Jiménez. A diferencia de lo que me ocurre con la versión televisiva del programa, Cuarto Milenio, disfruto bastante de este producto radiofónico, ya que el formato que Jiménez aplica a sus programas, a mi modo de ver, se ajusta mejor a las ondas radiofónicas que al tubo de rayos catódicos: y es que hay que tener en cuenta que, de toda la vida, una historia de miedo se ha transmitido mejor con una voz queda, apoyada como mucho por una buena lumbre, que con toda una parafernalia de imágenes que aturdan y distraigan al espectador del objeto central, que no deja de ser la historia en sí.

Decía, pues, que escuchaba a Jiménez narrar su historia. Y en este caso, la historia se situaba en la verde Irlanda. Y era, misterios y demás morralla efectista de relleno aparte, asaz truculenta. Y tan apasionante que se podía soportar el que quisieran llevar el agua a su molino ocultista.

Pongámonos en situación. 10 de septiembre del año 1580. Irlanda, durante las Rebeliones de Desmond. Un conflicto entre dos familias de ingleses viejos, los Fitzgerald de Desmond y los Butlers de Ormonde, enfrentados por conflictos de tierras e influencia del gobierno británico, acaba convirtiéndose en una guerra de religión en la que España mete la cuchara, con un doble objetivo: extender el ámbito de la Contrarreforma en las Islas Británicas, y hacer la puñeta a base de bien a la reina hereje Isabel I, promoviendo una rebelión en su patio trasero. 600 soldados españoles e italianos desembarcan en Smerwick, cerca de Dingle, donde una primera avanzada de tropas había desembarcado el 18 de julio del año anterior, y habían conseguido prender la llama de la rebelión en los condados de Munster, Cork, Kerry y Leinster, donde se consigue masacrar al ejército inglés en la batalla de Glenmalure. Las tropas, comandadas por el italiano Sebastiano di San Giuseppe, tratan de unirse al ejército insurrecto irlandés, pero fallan en su objetivo y son aisladas, por lo que San Guiseppe ordena batirse en retirada y refugiarse en el castillo de Dún an Óir.

Dún an Óir, o en español Fuerte del Oro, era una fortaleza situada en un viejo promontorio que databa de la Edad del Hierro, situado en las cercanías de la península de Dingle, y separado del resto de Irlanda por el monte Brandon, una de las montañas más altas de la isla. Las tropas españolas se encontraban, pues, aisladas por lo abrupto del terreno, además de por los 4000 hombres comandados por Lord Grey de Wilton, a lo que se añaden los navíos de guerra ingleses que bloqueaban la bahía de Smerwick y que, equipados con artillería pesada, empezaron a bombardear sistemáticamente la fortaleza.

Pese a contar con abundantes víveres, San Giuseppe decide, tras tres días de asedio, rendir el fuerte, en contra de los deseos de sus soldados, entre los que destaca la figura del español Hércules de Pisano, que intentó abortar la rendición intentando deponer y asesina a San Guiseppe. Asimismo, dos sacerdotes, uno irlandés y otro español trataron de sabotear la rendición, alterando la traducción entre ambas partes. Sin embargo, fueron descubiertos y crucificados.

Y es aquí donde termina el asedio y empieza la masacre. El conde de Grey, una vez que los soldados españoles e italianos han depuesto sus armas, ordena a sus hombres decapitar a los prisioneros. Dice la leyenda que durante dos días los soldados ingleses van decapitando, uno a uno, a los 600 soldados, más hombres, mujeres y niños irlandeses que se habían refugiado en el fuerte. Maniatados, unos junto a otro, mientras las cabezas de sus compañeros van siendo apiladas en un lugar que con el correr del tiempo pasaría a ser conocido como Gort na gCeann…el Campo de las Cabezas. El lugar de la masacre, por su parte, se conoce hoy en día como Gort a Ghearradh, el Campo del Corte.

Los cuerpos decapitados, por su parte, fueron arrojados al mar, desde el acantilado cercano a Dún an Óir y cuentan, que semana tras semana, muchos de ellos aparecían flotando en el mar, cerca de la bahía de Smerwick. Los lugareños les fueron dando, poco a poco, sepultura en las dunas que rodeaban la bahía, lo que ha provocado que aún hoy, cuando el temporal es muy fuerte y remueve la arena, salgan a la luz los restos de los desafortunados soldados de la expedición y de los pobres irlandeses que acudieron a buscar refugio bajo sus armas.

Hoy en día un sobrecogedor monolito, azotado por el viento y la lluvia, en el que aparecen doce cabezas cortadas, recuerda aquella infausta expedición.

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Por añadir un final ¨feliz¨ a la historia el director de los escuadrones de la muerte un tal Capitán Raleigh fué 30 años después decapitado por traición al conspirar contra el sucesor de Isabel I, James I. A alguien le suena Sir Walter Raleigh, el introductor del tabaco en Europa?. Pues eso.
Hoy en dia olvidamos esa parte del ser humano, donde dependiendo de nuestro entorno somos capaces de cualquier cosa.
Nosotros nos hemos criado y vivimos en un entorno de paz y bienestar, a pesar de que nos preocupen y jodan las miserias que podamos tener, no es comparable a nacer en otras epocas.

Eso me ha llevado a pensar en cuando se usa el termino "humanidad" con estas acepciones
5. f. Sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas.
6. f. Benignidad, mansedumbre, afabilidad.

Como si fuera la naturaleza primeria del ser humano, e ignorando que lo que se cuenta en estas historias muestra cualidades propiamente humanas, simplemtente es un faceta apaciguada por la tranquilidad general. Pero cuando no hay comida para todos, o el unico sitio seguro es el centro de la balsa... que le jodan al projimo que yo miro por mi.
https://www.xataka.com/medicina-y-salud/la-extrana-epidemia-de-baile-de-estrasburgo-que-afecto-a-400-personas-y-los-retos-de-la-medicina-moderna


La extraña epidemia de baile de Estrasburgo que aún reta a la medicina moderna


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15 Enero 2017 - Actualizado 30 Mayo 2017, 05:29
javier-jimenez JAVIER JIMÉNEZ
@dronte

A mediados de julio de 1518 la señora Troffea se paró en mitad de una calle de Estrasburgo y comenzó a bailar. Siguió bailando todo ese día y el siguiente y el de después. No atendía a razones, bailaba y bailaba sin parar. Al final de la semana, otras 34 personas se habían unido a la danza. Cuando acabó el mes, había 400 personas bailando en la ciudad.

La epidemia de baile de Estrasburgo mató cada día a unas 15 personas por infartos, ataques o simple extenuación. Hay decenas de anotaciones médicas, sermones dominicales, crónicas regionales y actas municipales sobre el asunto, pero nadie supo nunca por qué empezaron a bailar, ni por qué no podían parar de hacerlo. Hasta ahora que parece que la medicina ha encontrado la respuesta.

Las epidemias de la danza

No era la primera vez que pasaba. La Nochebuena de 1021, dieciocho personas comenzaron a bailar en la puerta de una iglesia de Cölbigk, un pequeño pueblo de Sajonia. El párroco, al comprobar que el estruendo no le dejaba continuar la misa, salió y les ordeno que callaran. Pero ellos lo cogieron y bailaron alrededor de él.

En 1247, un ataque similar ocurrió en Erfut, también en Alemania y poco después 200 personas murieron ahogadas cuando el puente sobre el que bailaban se hundió bajo sus pies en Maastricht, Países Bajos. Durante el siglo XVI, cuando las crónicas mejoraron, tenemos decenas de casos por toda Suiza, Francia, Países Bajos y el Sacro Imperio Romano.

¿Qué pasó en Estrasburgo?

Esa es una pregunta que nunca hemos sabido responder con exactitud. Ni esa epidemia, ni ninguna de las muchas epidemias de baile que hubo durante la Edad Media. Y no porque no lo hayamos intentado.

La primera explicación era que, en realidad, se trataban de danzas que se practicaban en pleno éxtasis ritual por algún tipo de secta herética. Vamos, un flashmob. Una explicación que, por otro lado, no se sostiene porque en ninguno de los casos intervino la Inquisición y, de hecho, nunca se les consideró herejes sino, a lo máximo, víctimas de una posesión demoníaca.

También se ha propuesto el ergotismo como solución. El fuego de San Antonio era una enfermedad muy extendida en aquella época en la que un hongo, el cornezuelo, infectaba el centeno como Pedro por su casa.


A partir de una sustancia del Cornezuelo se sintetiza el LSD por lo que parece lógico que un brote de ergotismo (una partida de pan en mal estado) pudiera originar este tipo de epidemias. El problema es que las sustancias químicas del cornezuelo podrían causar convulsiones y alucinaciones, pero no parece probable que puedan hacer que cientos de personas bailen durante días hasta llevarlos a la muerte.

Si hacéis una pequeña búsqueda en internet, veréis que la mayor parte de las descripciones de esta epidemia incluyen la palabra 'misterio'. Y sin lugar a dudas lo fue, hasta que John Waller, profesor de Historia de la Universidad Estatal de Michigan, tuvo una idea.

La explicación de la (historia de la) medicina contemporánea


Los años previos a 1518 fueron terribles para Estrasburgo y toda Alsacia. Hubo hambrunas muy serias en 1492, en 1502 y en 1511. La sucesión de inviernos extremos y veranos sofocantes hizo que 1517 fuera un año con una tasa altísima de mortalidad. Durante agosto de 1517, toda Alsacia se llenó de procesiones contra la posibilidad de un brote de peste u otra enfermedad.

Los textos que tenemos de la época dejan claro que desde verano de 1517 hasta que Troffea se puso a bailar las enfermedades se cebaron con la población, el hambre se hizo más profunda y la ansiedad no hizo más que crecer. Lo que ocurrió en Estrasburgo, según Waller, fue un caso de psicosis colectiva inducida por el estrés.
¿ @Quintiliano eres tú ? Abandona ese cuerpo!!!
NWOBHM escribió:¿ @Quintiliano eres tú ? Abandona ese cuerpo!!!

Nah, le faltan lentejas y algún Ramon y Cajal para ser el.
https://www.lavanguardia.com/internacional/20180507/443342642059/august-landmesser-saludo-hitler.html

El trágico final del hombre que se negó a saludar a Adolf Hitler


28 Hace 80 años desapareció el rastro de August Landmesser, el hombre que no saludó a Hitler y se atrevió a casarse con una judía: una historia con finales dramáticos para todos los involucrados

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August Landmesser, con los brazos cruzados mientras decenas de personas hacen el saludo nazi a Hitler (Archivo)

CLARÍN
07/05/2018 14:02


La foto es famosa en el mundo entero. A pesar del paso del tiempo. En ella se ve a miles de personas saludando a Adolf Hitler en la Alemania nazi. Salvo un hombre. Ese hombre se llamaba August Landmesser.

El saludo adoptado por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán debía ir acompañado del grito de ¡Heil Hitler!

Nadie se negaba a hacerlo. Por convicción o por miedo. Pero Landmesser se negó. Nacido el 24 de mayo de 1910 en Pinneberg, Alemania, el heroico rebelde era trabajador de la empresa Blohm + Voss, en Hamburgo.

El 13 de junio de 1936, Hitler participó en el bautismo de una nueva nave de la Armada alemana. Landmesser se mantuvo de brazos cruzados. Y entró a la historia

En 1931 se afilió en el Partido Nazi, aunque se cree que lo hizo para conseguir trabajo, ya que la afiliación era recurso esencial para obtener uno.

Pero en 1933 Landmesser se enamoró. Fue cuando se cruzó con Irma Eckler. Ella también se enamoró perdidamente pero llevaba consigo un estigma para esa época y ese lugar: era judía.

El amor supera todas las barreras y en 1935 la pareja se unió, aunque no legalmente ya que las Leyes de Nuremberg, promulgadas en aquella época impidieron que se casaran.

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August Landmesser (Archivo)

Landmesser fue expulsado del partido nazi. Al hombre no le importaba. Sólo le interesaban Irma e Ingrid, la hija que ambos tuvieron en octubre de 1935.

El 13 de junio de 1936, el Partido Nazi organizó el bautismo de una nueva nave de la Armada alemana en los astilleros de Blohm + Voss, en Hamburgo. Los obreros asistieron en masa y realizaron el saludo nazi. Salvo Landmesser, que se mantuvo de brazos cruzados. Y entró a la historia.

Esta foto se convirtió en un emblema del desafío. Pero fue su certificado de defunción en vida.

Al año siguiente, en 1937, Landmesser trató de huir de Alemania con su mujer e hija para dirigirse a Dinamarca. Fue detenido en la frontera y otra vez le impusieron las Leyes de Nuremberg, por las cuales fue acusado de “deshonrar a la raza” y de “infamia racial”.


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La identificación de Irma en el campo de concentración. (Archivo)

Un año después, Landmesser fue absuelto, pero obligado a romper su relación con Irma. El hombre no lo aceptó y su valentía le costó que lo enviaran tres años a un campo de concentración.

Irma, que estaba embarazada de él en ese momento, también fue detenida y llevada a un campo de concentración. Allí dio luz a la segunda hija de la pareja. Se llamó Irene. Su papá nunca pudo conocerla.

Irma fue separada de sus hijas y llevada a un campo de exterminio donde fue asesinada.

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Adolf Hitler (Archivo)

En 1941 Landmesser salió en libertad. No sabía donde estaban sus hijas, ni jamás se enteró que su mujer ya había sido asesinada. Pero su dolor no terminó allí. Fue reclutado y enviado al frente. Y nunca más se supo de él.

La historia de la pareja se mantuvo en secreto hasta 1996 en que fue dada a conocer por Irene. La pequeña había sido llevada a un orfanato tras separarla de la madre y más tarde fue adoptada.

Su hermana Ingrid tuvo más suerte. Vivió con su abuela materna.

En el actual 2018, el saludo fascista está prohibido en Alemania y Austria, y quienes utilicen la frase ¡Sieg Heil! (Viva la victoria) pueden ser condenados con hasta 3 años de cárcel. Otro tiempo. Una historia mejor.
http://www.articlesvally.com/worldwide/ ... -uncovered

Aquí la interesantísima historia de un campo de batalla intacto de la segunda guerra mundial en el Nueva Guinea actual aunque la historia tiene sus años. La cosa va sobre un mochilero australiano que hace trekking que se hizo amigo de una tribu la cual le indicó un lugar donde había sucedido una batalla bastante cruenta entre japoneses y australianos. Él esperaba econtrar lo típico un puñado de latas oxidadas y algunos casquillos pero no lo que vieron sus ojos cuando llegó al lugar, un campo de batalla abandonado tal como había quedado que le mostraba una escena más propia de Uncharted que de cualquier documental estilo ¨Oak Island¨ donde tienen que excavar mucho para encontrar una simple moneda.

Esqueletos tirados o apoyados en los árboles con todo su equipo (basicamente casco botas y correajes que no se pudrieron), casquillos y munición sin disparar o disparada por todas partes, toda clase de material militar y médico tirado de cualquier manera (era un rudimentario hospital militar), el sueño de cualquier arqueólogo. Soy un poco remilgado y he visto la web con las imágenes sin cargar así que aviso por si aparecen fotos escabrosas.

Kododa Trail es la zona por la que anda (una zona conocida para dar paseos para trekkers experimentados) y se espera que algún dia eso se convierta en una especie de museo, una vez retirados los muertos para ser devueltos a sus países, por supuesto.


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Actualizo: Vista la web salvo una foto de una calavera medio enterrada con su casco un poco abajo de todo en el artículo no hay fotos desagradables casi todas de éste estilo.
La primera independencia de Escocia naufragó en la selva panameña


La culpa fue de un plan para dominar el comercio mundial desde una colonia panameña

Escocia se arruinó y los ingleses les rescataron

A cambio renunciaron a su independencia

JULIO MARTÍN ALARCÓN Actualizado: 21/09/2014 00:53 horas

Una desastrosa aventura colonial, a miles de kilómetros de Gran Bretaña, acabó con la independencia política del Reino de Escocia en 1707. No hubo una guerra al uso aunque los escoceses batallaron contra el hambre, las enfermedades, el bloqueo comercial de los ingleses y los ataques de España. Los atrevidos colonos perdieron y murieron a millares. El resto del país se arruinó y la epopeya se tornó en una trágica lección de realidad.

El ambicioso proyecto de la Nueva Caledonia, en la jungla de Darién (la actual Panamá), arrastró a la muerte a muchos y a la bancarrota al resto, que tuvieron que ser rescatados por el Banco de Inglaterra después de dos años de miseria y penurias en los que perdieron un tercio del efectivo total del país. No salió gratis. Los ingleses exigieron a cambio de la suma la unificación de los reinos, lo que privaría a Escocia de su independencia política hasta hoy.

Desde 1606 habían compartido rey -la unión o doble corona- pero no parlamento ni destino. El precio que pusieron al país los comisionistas del parlamento escocés fue de 398.000 libras, la equivalencia que cubriera las pérdidas del desastre de Darién. Desde entonces fueron el socio pequeño de Inglaterra según la Union Act de 1707, que conformó, en esencia, el Reino Unido actual con un único Parlamento en Londres.

Es la historia del delirio colectivo de la Nueva Caledonia, el proyecto Darién, tal y como lo llamó su principal instigador, el intrépido inversor William Paterson, que antes había fundado el Banco de Inglaterra, el mismo que certificaría, irónicamente, el destino de Escocia. Ilusionó a un país entero, ansioso de una posición como la de sus acaudalados vecinos del sur, vendiendo un futuro de riqueza que vislumbró en forma de una estrecha franja de tierra entre dos océanos que serviría para acelerar la llegada de mercancías a Europa desde las Indias. «Una puerta mundial del comercio entre el Atlántico y el Pacífico, la llave del universo», como rezó su plan de marketing.

Un proyecto audaz

La fundación de una colonia escocesa en el istmo de Panamá era una idea audaz sobre el papel: aprovechar la geografía para controlar un buen pedazo del comercio marítimo mundial entre las Indias (Asia) y Europa. Dominando el territorio podrían regular el tráfico de mercancías, hurtando miles de millas de navegación por el Cabo de Hornos, en la Patagonia, y obteniendo un jugoso beneficio a cambio. Ellos transportarían por tierra las mercancías al otro lado para servir de puente en la ruta comercial. No calibraron, sin embargo, los enormes obstáculos: la dura competencia de los mares, teñidos de sangre en continuas guerras entre las potencias europeas; la falta de apoyos, logística y suministros, y la enemistad inmediata de su agraviado vecino.

William Paterson no era un chamarilero ni un vendeburras cualquiera, su valía en los negocios le precedía, pero el aura del iluminado le siguió de cerca. Había nacido en 1658 en la región de Dumfries y Galloway en el sur de Escocia -una localidad donde el no a la independencia ganó el pasado jueves con un 65%- y había triunfado en los negocios, erigiéndose como fundador del Banco de Inglaterra en 1694. Como patriota ambicionaba con su astucia sacar de una dura depresión económica a un país que amontonaba vagabundos en sus ciudades y en el que el hambre causaba estragos.

La combinación era nefasta: un respetable hombre de negocios con la solución para un pueblo acuciado por la necesidad. Cuando fundó en 1695 la Compañía de Comercio de Escocia con África y las Indias, que acabaría de dar forma al sueño de otra independencia, la que sólo proporciona la riqueza, llovieron los inversores de toda condición. Reunió 400.000 libras de la época, tanto de personas pudientes como de humildes que invirtieron todos sus ahorros.

Los inversores escoceses 'vendieron' su país por 398.000 libras, que cubrieron las pérdidas del negocio.
Los voluntarios tampoco escasearon: 1.200 para la primera expedición, que consistió en cuatro navíos que partieron el 4 de julio de 1698 del Leigh Port, y otros 1.300 en la segunda, un año después. Pero el paraíso no esperaba a los aventureros al otro lado del océano. Ni el lugar elegido era idóneo para la construcción de la Nueva Edimburgo, ni estaban preparados para el clima caribeño. «Un miserable pantano inútil tanto para una fortificación como para cultivo, ni siquiera como lugar donde echarse a descansar», escribiría un abatido Paterson.

Pronto comenzaron a sufrir el intenso calor y las torrenciales lluvias y con ellas las enfermedades. No tenían qué comer, ni medios para obtener alimentos. Para empeorar las cosas, no hubo ni rastro del maná: los barcos cargados con mercancías no aparecieron. Cualquier atisbo de red comercial estaba por hacer. La trampa se cerró cuando tuvieron que enfrentarse al resto de la pesadilla. Inglaterra prohibió a todas sus colonias de Ultramar comerciar con Nueva Caledonia. Cinco años antes habían vetado a sus ciudadanos invertir en la nueva aventura por la amenaza que representaba para la Compañía de las Indias Orientales. España, por su parte, estudió enviar una expedición de combate por haber ocupado un territorio que figuraba como parte de la Corona. Cuando supieron la noticia los colonos emprendieron la huida aterrados.

Los primeros seis meses murieron cerca de 300: unos 70 durante la travesía y el resto por las enfermedades. La tasa se elevó a uno cada 10 días en marzo. De los barcos que intentaron regresar a Escocia, sólo llegó uno, el Caledonia, con Paterson a bordo, que había perdido a su mujer.

Otros 1.300 incautos

Entretanto, otros 1.300 futuros colonos de la miseria embarcaban en una nueva expedición, incautos del destino de sus compatriotas. Cuando contemplaron las ruinas devoradas por la jungla intentaron reconstruir el sueño. Para evitar la amenaza de incursiones de España decidieron atacar el fuerte de Toubacanti, alcanzando una pequeña victoria.

La acción determinó a la corte del menguante Carlos II a tomar cartas en el asunto. Envió una flota de guerra a Nueva Caledonia y le dio la puntilla al asentamiento con un asedio de más de un mes. Se rindieron en abril de 1700. En menos de dos años todo había terminado. Del total de 2.500 sólo sobrevivió un centenar. El dinero se desvaneció con su fracaso.

El comercio de ultramar había atrapado la imaginación de los escoceses porque era clave en los siglos XVII y XVIII. La economía giraba en torno a los productos y materias primas que circulaban con destino a Europa desde las colonias explotadas con esclavos. Sólo fueron convidados al boyante negocio, antes en exclusividad para los ingleses, cuando renunciaron a su independencia siete años después del desastre. Las consecuencias de la aventura de Darién habían sido una losa, las pérdidas en recursos humanos y financieros les hundieron hasta que aceptaron la ayuda inglesa, un proyecto que acariciaba el reina Ana, que había sucedido a Guillermo en 1702.

Escocia se integró en el que acabaría por convertirse en el flamante Imperio Británico del siglo XIX, la potencia hegemónica de los mares. El nuevo Reino Unido les proporcionó nuevas oportunidades. Puede que ahora se repita la historia, un fracaso que reporte beneficios para ambos países como ha anunciado Londres.
“La rapada de Chartres” retratada por Robert Capa se llamaba Simone Touseau

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HELENA Y ÁNXEL 17 DE ENERO DE 2013


La joven que ocupa el centro visual de la foto es Simone Touseau. Tiene 23 años y lleva en brazos a su hijo, un bebé de menos de un año. Antes del paseo público de escarnio y venganza a Simone le habían rapado el pelo al cero y marcado la frente con un hierro candente. El pueblo la acusaba de “colaboración horizontal” con los nazis, es decir, de haber mantenido relaciones sexuales con un militar alemán en los años de la ocupación de Francia.

Un paso frente a la muchacha, con boina y una bolsa de tela, camina su padre, George Touseau. Tras él, semioculta, también rapada a la fuerza, marcha su esposa, Germaine, madre de Simone. Toda la familia es sometida a la humullación.

La fecha y el lugar son conocidos: tarde del miércoles 18 de agosto de 1944 en la calle Beauvais (que en la actualidad se llama Docteur Jacques de Fourmestraux) de Chartres, la ciudad francesa de la prefectura del Loira que goza de la bien merecida fama de una catedral gótica iluminada por un conjunto de vidrieras —considerado por algunos como el más bello de Europa— donde una virgen “linda, rubia y con los ojos azules”, como dicen con orgullo los hijos del pueblo, propone los méritos de grandeza, humildad, pureza, compasión, experiencia, serenidad, tristeza, sonrisa y majestad. En la foto, tomada muy cerca del templo, no hay un ápice de ninguno de esos valores. La imagen, sin gota de piedad, es la de una purificación por la vía del escarmiento.

Quizá ya se hayan percatado ustedes de que el momento es coincidente con la liberación de París. El fotógrafo había entrado en Francia diez semanas antes, el 6 de junio de 1944, incrustado en las tropas estadounidenses que desembarcaron en la Playa de Omaha, en la operación militar de Normandía que precipitó la caída de Hitler. El reportero, asignado por la revista Life, estaba a punto de cumplir 30 años y, aunque se llamaba Endre Friedmann Erno, todos le conocían como Robert Capa.

La foto, que ha sido llamada La Tondue de Chartres (La rapada de Chartres), tiene el don de la oportunidad que le sobraba a Capa, al que avisaron de la celebración en Chartres de juicios populares y sin garantías en contra personas acusadas de haber colaborado o mantenido relaciones con los nazis. El reportero salió corriendo con una cámara Contax. No llegó a tiempo para asistir a varias ejecuciones sumarias in situ, ni al trabajo de un peluquero local que rapó a doce mujeres que ejercieron, según el tribunal del porpulacho, la “colaboración horizontal”, pero hizo la foto de Simone Touseau, su hijo y sus padres acompañados por la turbamulta de adultos y niños. La imagen dió la vuelta al mundo.

Gérard Leray y Philippe Frétigné, vecinos de Chartres, quieren reconstruir los detalles de una imagen demasiado cargada de emoción irracional. Gracias a ellos sabemos que la chica rapada había trabajado como intérprete para el ejército nazi desde 1941 y que se había liado con un soldado, del que sólo conocemos el nombre de pila: Erich. Cuando él, destinado al frente del este, resultó herido en combate, Simone se trasladó a Munich para acompañarlo en la convalencencia. Fue en la ciudad bávara donde se quedó embarazada. Dedicidió regresar a Francia en 1943. Tanto la chica como sus padres, según las acusaciones verbales de algunos vecinos, simpatizaban con el Partido Popular Francés del filonazi Jacques Doriot.

Madre e hija fueron internadas en la cárcel y juzgadas, esta vez con garantías procesales, en un proceso por traición que sólo concluyó en 1947. La sentencia condenó a Simone a diez años de degradación nacional, la figura punitiva establecida tras la guerra que dejaba sin derechos y convertía en ciudadanos de segunda a los colaboracionistas. Simone se entregó a la bebida y murió en 1966, a los 44 años. El bebé al que lleva en sus brazos en la foto vive todavía en Chartres, pero ha cambiado de identidad.

La foto, de una crueldad porosa y eterna, abre algunas líneas de debate sobre las irracionalidad de la justicia popular y la necesidad de cabezas de turco que justifiquen los pecados colectivos. Casi siempre, como resulta revelador, se trata de personas débiles. Alguien ha señalado, no sin razón, el contraste del caso de Simone Touseau con los de, por ejemplo, Maurice Chevalier y Édith Piaf, que cantaron para los alemanes ocupantes; Pablo Picasso, que siguió residiendo, pintando y vendiendo óleos en su apartamento parisino durante buena parte de la ocupación nazi; el cineasta Marcel Carné, que no dejó de rodar películas, o la mecenas millonaria Gertrude Stein, que no se cortó un pelo (¡y era judía!) en mostrar su admiración por Hitler.

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Lo peor de la foto es ver la sonrisa de satisfacción de mujeres y niños ante una escena tan desagradable. Tuvo que ser algo similar al desfile sambenito, de condenados por la inquisición, en el que le colocaban capirotes y les hacían desfilar por plazas y calles. No basta con condenar al acusado, hay que humillarlo.

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Anfitrión escribió:
NWOBHM escribió:¿ @Quintiliano eres tú ? Abandona ese cuerpo!!!

Nah, le faltan lentejas y algún Ramon y Cajal para ser el.


y magnesio. falta magnesio. :-P

muy interesante este hilo. hay cientos de estas historias. la mayoria ya las habia leido alguna vez.
dinodini escribió:“La rapada de Chartres” retratada por Robert Capa se llamaba Simone Touseau

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HELENA Y ÁNXEL 17 DE ENERO DE 2013


La joven que ocupa el centro visual de la foto es Simone Touseau. Tiene 23 años y lleva en brazos a su hijo, un bebé de menos de un año. Antes del paseo público de escarnio y venganza a Simone le habían rapado el pelo al cero y marcado la frente con un hierro candente. El pueblo la acusaba de “colaboración horizontal” con los nazis, es decir, de haber mantenido relaciones sexuales con un militar alemán en los años de la ocupación de Francia.

Un paso frente a la muchacha, con boina y una bolsa de tela, camina su padre, George Touseau. Tras él, semioculta, también rapada a la fuerza, marcha su esposa, Germaine, madre de Simone. Toda la familia es sometida a la humullación.

La fecha y el lugar son conocidos: tarde del miércoles 18 de agosto de 1944 en la calle Beauvais (que en la actualidad se llama Docteur Jacques de Fourmestraux) de Chartres, la ciudad francesa de la prefectura del Loira que goza de la bien merecida fama de una catedral gótica iluminada por un conjunto de vidrieras —considerado por algunos como el más bello de Europa— donde una virgen “linda, rubia y con los ojos azules”, como dicen con orgullo los hijos del pueblo, propone los méritos de grandeza, humildad, pureza, compasión, experiencia, serenidad, tristeza, sonrisa y majestad. En la foto, tomada muy cerca del templo, no hay un ápice de ninguno de esos valores. La imagen, sin gota de piedad, es la de una purificación por la vía del escarmiento.

Quizá ya se hayan percatado ustedes de que el momento es coincidente con la liberación de París. El fotógrafo había entrado en Francia diez semanas antes, el 6 de junio de 1944, incrustado en las tropas estadounidenses que desembarcaron en la Playa de Omaha, en la operación militar de Normandía que precipitó la caída de Hitler. El reportero, asignado por la revista Life, estaba a punto de cumplir 30 años y, aunque se llamaba Endre Friedmann Erno, todos le conocían como Robert Capa.

La foto, que ha sido llamada La Tondue de Chartres (La rapada de Chartres), tiene el don de la oportunidad que le sobraba a Capa, al que avisaron de la celebración en Chartres de juicios populares y sin garantías en contra personas acusadas de haber colaborado o mantenido relaciones con los nazis. El reportero salió corriendo con una cámara Contax. No llegó a tiempo para asistir a varias ejecuciones sumarias in situ, ni al trabajo de un peluquero local que rapó a doce mujeres que ejercieron, según el tribunal del porpulacho, la “colaboración horizontal”, pero hizo la foto de Simone Touseau, su hijo y sus padres acompañados por la turbamulta de adultos y niños. La imagen dió la vuelta al mundo.

Gérard Leray y Philippe Frétigné, vecinos de Chartres, quieren reconstruir los detalles de una imagen demasiado cargada de emoción irracional. Gracias a ellos sabemos que la chica rapada había trabajado como intérprete para el ejército nazi desde 1941 y que se había liado con un soldado, del que sólo conocemos el nombre de pila: Erich. Cuando él, destinado al frente del este, resultó herido en combate, Simone se trasladó a Munich para acompañarlo en la convalencencia. Fue en la ciudad bávara donde se quedó embarazada. Dedicidió regresar a Francia en 1943. Tanto la chica como sus padres, según las acusaciones verbales de algunos vecinos, simpatizaban con el Partido Popular Francés del filonazi Jacques Doriot.

Madre e hija fueron internadas en la cárcel y juzgadas, esta vez con garantías procesales, en un proceso por traición que sólo concluyó en 1947. La sentencia condenó a Simone a diez años de degradación nacional, la figura punitiva establecida tras la guerra que dejaba sin derechos y convertía en ciudadanos de segunda a los colaboracionistas. Simone se entregó a la bebida y murió en 1966, a los 44 años. El bebé al que lleva en sus brazos en la foto vive todavía en Chartres, pero ha cambiado de identidad.

La foto, de una crueldad porosa y eterna, abre algunas líneas de debate sobre las irracionalidad de la justicia popular y la necesidad de cabezas de turco que justifiquen los pecados colectivos. Casi siempre, como resulta revelador, se trata de personas débiles. Alguien ha señalado, no sin razón, el contraste del caso de Simone Touseau con los de, por ejemplo, Maurice Chevalier y Édith Piaf, que cantaron para los alemanes ocupantes; Pablo Picasso, que siguió residiendo, pintando y vendiendo óleos en su apartamento parisino durante buena parte de la ocupación nazi; el cineasta Marcel Carné, que no dejó de rodar películas, o la mecenas millonaria Gertrude Stein, que no se cortó un pelo (¡y era judía!) en mostrar su admiración por Hitler.

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Lo peor de la foto es ver la sonrisa de satisfacción de mujeres y niños ante una escena tan desagradable. Tuvo que ser algo similar al desfile sambenito, de condenados por la inquisición, en el que le colocaban capirotes y les hacían desfilar por plazas y calles. No basta con condenar al acusado, hay que humillarlo.

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Muchas gracias. Este va a ser un magnífico ejemplo para todos aquellos tentados de que las turbas tengan el más mínimo poder decisorio
GXY escribió:
muy interesante este hilo. hay cientos de estas historias. la mayoria ya las habia leido alguna vez.


Postea alguna interesante de conocer qué no se haya puesto aún por aquí.
https://www.eldiario.es/economia/duque- ... 80228.html

Historia del primer pelotazo inmobiliario en España: El Duque de Lerma


Mano derecha de Felipe III, le convenció de cambiar la capital de Madrid a Valladolid, pero antes compró allí terrenos y palacios a precio de saldo que vendió con grandes plusvalías. Cinco años después repitió la operación antes de volver a establecer la Corte en Madrid

Pasó de defender (interesadamente) a los moriscos a promover su expulsión cuando le compensaron por ello, una decisión con efectos económicos catastróficos en algunas regiones

Acabó cayendo en desgracia y se ordenó cardenal para escapar de ser ajusticiado por su discípulo y sucesor, el conde-duque de Olivares


El Jesús Gil del siglo XVII

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Comprar un terreno, empresa o propiedad y ver cómo se multiplica su valor en poco tiempo puede ser cuestión de suerte o de olfato para los negocios. Pero también puede deberse al acceso a información privilegiada o incluso a tener el poder suficiente como para manipular la realidad y las políticas a conveniencia.

Es lo que hizo Francisco de Sandoval y Rojas (Tordesillas, 1553 – Valladolid, 17 de mayo de 1625), duque de Lerma, en pleno Siglo de Oro. Adquirió medio Valladolid por poco dinero. Después, convenció al Rey Felipe III para que trasladara allí la capital del Reino (con la excusa de los peligros de la peste y la insalubridad de Madrid). Entonces, vendió a los cortesanos y a la propia Corona los terrenos y palacios en Valladolid a un precio muy superior al que él había pagado cuando era una ciudad más.

Pero no se detiene ahí. Con el cambio, los precios se desploman en Madrid. En ese momento empieza a comprar propiedades aquí a precio de saldo. Cinco años más tarde vuelve a persuadir a Felipe III de la necesidad de un traslado y regresan a Madrid con todo el séquito de nobles y funcionarios (se calcula que se habían trasladado entre 10.000 y 15.000 personas, según relata la web Madrid Villa y Corte).

Antes, la que todavía hoy es la capital había hecho un "donativo" de 250.000 ducados a la Corona que el propio Lerma se embolsó en parte. En total, distintas fuentes calculan que el noble compró propiedades por 80.000 maravedíes y obtuvo 55 millones en estas operaciones. Es el primer "pelotazo" urbanístico a gran escala del que se tiene noticia en España, del que se desconoce qué grado de conocimiento o implicación tenía el propio Rey.

"Hay que verlo con los ojos de la época", justifica Claudio García, técnico de la Oficina de Turismo de Lerma. Sin duda Sandoval (primer apellido del duque) no era el primer ni el último noble que se aprovechaba de su posición, pero su caída en desgracia final favoreció que haya pasado a la historia como el gran especulador que fue. Aunque según algunos estudiosos simplemente fue víctima de una gran conspiración para desacreditarle por parte de sus enemigos, entre los que se contó su propio hijo.

El duque de Lerma fue un personaje todopoderoso, fascinante y corrupto que vivió entre los siglos XVI y XVII. Era el hombre de confianza del Felipe III, un rey abúlico y poco centrado en asuntos de Estado, que decidió delegar el poder político en el duque, su valido, 24 años mayor que él. "Le llevaba de la mano donde quería", dice García sobre el influjo de Sandoval en un rey interesado sobre todo en la caza, el teatro y los juegos de mesa.

"Hoy se llamaría tráfico de influencias. Siempre se le ha visto como al más especulador de la Historia. Es verdad que se aprovechó de su posición, pero no es un político actual: no representa al pueblo, sino a su casa nobiliaria, y su obligación era enriquecerla", afirma Gustavo Peña, también técnico de turismo en Lerma.

Caída en desgracia
En 1607 se había producido una suspensión de pagos por parte de la Hacienda Real, que no era capaz de hacer frente a la devolución de la deuda. Este deterioro económico aún más acusado por la expulsión de los moriscos fue clave para la caída en desgracia del duque. La Reina Margarita, esposa de Felipe III, propicia un proceso para investigar la corrupción del duque de Lerma al que rápidamente se incorporan declarándose como perjudicados nobles y personalidades de la época.

En 1621, el mismo año que muere Felipe III, Rodrigo Calderón de Aranda, principal colaborador y testaferro de Sandoval, es torturado y posteriormente ajusticiado en la Plaza Mayor de Madrid acusado de delitos tan diversos como enriquecimiento ilícito, brujería y asesinato. A la sombra del duque de Lerma había acumulado enormes riquezas y odios, casi tantos como su valedor.

En este contexto, y acorralado por enemigos como su propio hijo, el Duque de Uceda, que aspiraba a sucederle, Lerma solicitó a Roma y obtuvo en 1618 el capelo cardenalicio. La inmunidad que le confirió este cargo le sirvió para escapar de la cárcel o el cadalso. Este giro de los acontecimientos inspiró unas coplas populares: "Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado".

Su hijo es nombrado valido, con apoyos como el del conde-duque de Olivares, que empezó siendo uno de los hombres de Sandoval hasta que decidió cambiar al bando ganador del vástago. Más tarde Olivares le arrebató el cargo y fue el poderoso valido de Felipe IV.

El duque de Lerma sufrió un breve destierro en Tordesillas y acabó sus días en Valladolid a los 72 años, no sin antes conspirar, sin éxito, para obtener un cargo de más importancia y remuneración en la diócesis de Toledo.
Hiroo Onoda, la historia del último soldado japonés en la IIGM que se rindió... en 1974

Onoda quedó escondido con otros tres soldados en la isla de Lubang, donde estuvo luchando oculto durante varias décadas... hasta que su superior le dio la orden de deponer las armas


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Foto: Momento en el que Hiroo Onoda entrega su espada en 1974 en señal de rendición. (Reuters)



Por Rubén Rodríguez
17/08/2020 - 13:23 Actualizado: 17/08/2020 - 18:12

Corría el 9 de marzo de 1974 y parecía ser un día más en Filipinas. Sin embargo, esa fecha sería recordada como uno de los capítulos más extraño de la historia y, en concreto, de la Segunda Guerra Mundial. Aunque pueda parecer mentira, casi veinte años después del fin del conflicto bélico seguía existiendo un soldado japonés oculto en plena jungla que seguía luchando por el honor de su país, creyendo que sus superiores irían a buscarle allá donde quedó oculto en el país en el que estaba destinado cuando comenzó la guerra. Esta es la increíble historia de Hiroo Onoda. Nacido en Kamegawa el 19 de marzo de 1922, Onoda comenzó a trabajar con solo 17 años como obrero en la China ocupada por el ejército imperial, pero solo tres años después iba a cambiar su vida diametralmente. Con solo 20 años, tras conocer que Estados Unidos había entrado en la Segunda Guerra Mundial, Hiroo Onoda no dudó en alistarse en el ejército. Tras dos años de entrenamiento, fue enviado en 1944 a la isla filipina del Lubang. Allí comenzó su misión en el conflicto bélico, pero lo que no sabía es que realmente iba a vivir toda una vida escondido en plena jungla por una cuestión de honor y de respeto hacia su país.


Cuando llegó a Filipinas, la misión principal que Onoda recibió fue tratar de destruir todas las instalaciones y comunicaciones tanto marítimas como aéreas de la isla de Lubang. Durante varios meses, ese fue su cometido principal hasta que, repentinamente, sus superiores cambiaron las órdenes: ya no había que debilitar al enemigo, el objetivo principal no era otro más que preparar la evacuación de todas las tropas japonesas de la isla. Sería en febrero de 1945 cuando los norteamericanos llegaron a Filipinas, momento en el que se acabó con la resistencia de las tropas niponas: los que no se habían marchado, fueron detenidos por EEUU. Sin embargo, Onoda recibió una extraña orden: el mayor Yoshimi Taniguchi, jefe de este lugarteniente, le ordenó que se escondiera en la isla y que siguiera luchando hasta el final de su vida, prometiéndole que en algún momento volverían para rescatarlo. Dicho y hecho, Onoda se escondió en la jungla con otros tres soldados japoneses, cuyo objetivo principal pasó a ser hacer pequeños actos de sabotaje. Así, aunque la Segunda Guerra Mundial acabó oficialmente en septiembre de 1945, un pequeño grupo de cuatro soldados continuaban luchando por Japón escondidos en Filipinas.

Y Japón, consciente de que contaba con numerosos grupos de soldados como el de Onoda repartidos por diversos puntos del planeta, comenzó una campaña de comunicación para hacer saber a sus soldados que había terminado la guerra. Onoda recibió la noticia, pero no se la creyó, pensando que se trataba de propaganda norteamericana para acelerar su rendición. Por esa razón, siguieron robando alimentos, saboteando puntos estratégicos y eliminando enemigos. Se calcula que el grupo de Onoda acabó con la vida de unos 35 aldeanos. Sería en el año 1950 cuando uno de los tres soldados a las órdenes de Onoda decidió huir de su grupo y entregarse a las fuerzas filipinas, creyendo que efectivamente había acabado la contienda. Tras dar a conocer la existencia de su grupo, los soldados filipinos no dudaron en buscar a los otros tres refugiados, y no sería hasta 1954 cuando conseguirían abatir a otro de los miembros de este comando. Increíblemente, sería en 1972 cuando las fuerzas armadas consiguieron también acabar con la vida del tercero de los soldados, quedando solo vivo Onoda, oculto en la jungla.

Un descubrimiento histórico
En 1974, un japonés llamado Norio Suzuki, amante de este tipo de historias, decidió emprender un viaje hacia Filipinas para tratar de descubrir si Onoda existía o no y no solo lo descubrió, sino que fue capaz de encontrarle. Tras comunicarle que la Segunda Guerra Mundial había acabado casi 30 años antes, el soldado nipón se negó a abandonar el lugar hasta que su superior diera la orden. Por esa razón, Suzuki tuvo que volver a Japón en busca del mayor Taniguchi, a quien llevó a Filipinas para dar la orden: 'Soldado, deponga las armas, la guerra ha terminado'. Tres décadas después, Onoda regresaba a Japón, donde comprobó con estupor que aquel país que había dejado en 1939 había cambiado por completo: rascacielos, vehículos, tecnología, calles abarrotadas… Su país había perdido los tradicionales valores y había pasado a ser más materialista, algo que no fue capaz de asimilar. Esta situación le llevó a decidir irse a vivir a Brasil, donde estuvo trabajando durante unos años como granjero e incluso llegó a casarse. Solo unos años después, decidió volver a intentar iniciar una vida en su país. De vuelta en Japón, decidió sacar provecho de su vivencia durante la Segunda Guerra Mundial. Así, en primer lugar, creó una escuela de supervivencia enfocada hacia los más jóvenes, donde les enseñó todo tipo de técnicas que él utilizó durante más de tres décadas para sobrevivir en los lugares más peligrosos y solitarios del mundo; poco después, decidió escribir una autobiografía llamada 'Sin rendición: mi guerra de 30 años', en la que contaba su experiencia vital; e incluso llegó a inspirar una película llamada 'El último soldado imperial'. En 2014, con 91 años, fallecía Onoda, el soldado japonés que se rindió 30 años después de que lo hiciera su país.
Magnifico hilo. Le seguiré
Se echan de menos hilos así en Misce. Siempre me impresionó la historia de la fragata Medusa, y me perturbó el cuadro. Seguiré este hilo.
Bokassa I, el último emperador de Africa



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En su coronación gastó unos 20 millones de dólares de los años 70 y que era el equivalente a una cuarta parte del PIB del país y a pesar de las numerosas invitaciones cursadas a diversos jefes de Estado, tan solo el primer ministro de Mauricio, un pequeño Estado insular del océano Índico, asistió al evento.


Alfred Lopez
4 de marzo de 2014

Nuestro planeta ha contado a lo largo de toda la Historia con una serie de personas que al llegar a los cargos más importantes de sus respectivos países se convirtieron en personajes extravagantes, tiranos o sumamente peculiares. Las excentricidades de algunos de ellos han dado tanto de sí que se han llegado a escribir centenares de libros, artículos e incluso guiones cinematográficos.

La mayoría de estos personajes, tal y como han llegado al poder, se autonombran con un pomposo título que les haga destacar por encima de los demás, aparte de realizar una serie de actos que dejaba entrever que algo no estaba bien en la cabeza de dicho individuo.

Como es conocido, la gran mayoría han pasado a la posteridad por ser unos dictadores déspotas y llenos de caprichos. Sin ir más lejos en España, el General Franco se autoproclamó pomposamente como ‘Caudillo por la Gracia de Dios’, siendo uno de esos símbolos de extravagancia que le caracterizó el iracompañado a todos lados con una reliquia que contenía la mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús, debido a la profunda religiosidad y superstición que padecía.


Pero casos de excentricidades en los mandatarios hay cientos y el que hoy os traigo al Cuaderno de Historias es uno de los que más estragos hizo durante las dos décadas que gobernó su país: Jean-Bédel Bokassa.

Llegó al poder mediante un golpe de Estado que dio el 1 de enero de 1966 en la, por aquel entonces, colonia francesa del Congo , deponiendo al presidente David Dacko y liderando el país como dictador absoluto. Lo curioso del caso es que su golpe fue apoyado desde el gobierno de George Pompidou y posteriormente por el de Valéry Giscard d'Estaing, del que se hizo amigo personal e invitó a su palacio en más de una ocasión.

Este beneplácito desde el Palacio del Elíseo facultó a Bokassa para sentirse cada vez más poderoso, lo que lo llevó una década más tarde a autocoronarse como Emperador del Imperio Centroafricano (nombre con el que rebautizó país).

Su coronación la copió milimétricamente a la que había realizado Bonaparte cuando se coronó como Napoleón I. Bokassa organizó unas fatuas celebraciones llenas de lujo y derroche, mientras la inmensa mayoría de los habitantes del país se estaban muriendo de hambre por culpa de la miseria por la que pasaban.

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Una celebración en las que se gastó aproximadamente unos 20 millones de dólares de los años 70 y que era el equivalente a una cuarta parte del PIB del país.

Pero cuanto más poderoso se sentía más crueldad y represión ejercía sobre su pueblo, aniquilando familias enteras tan solo porque uno de sus miembros era opositor al régimen. Lo que también iba en aumento era su excentricidad… se hizo hacer un inodoro de oro macizo en el que se sentaba para realizar sus deposiciones.

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El vestuario, capas, corona y toda la parafernalia que tenía también era de lo más extravagante.

A pesar de todos los abusos de poder que ejercía, desde Francia permanecían callados y le dejaban hacer. Giscard d'Estaing de vez en cuando lo visitaba, iban a cazar juntos e incluso recibía algún que otro regalo en forma de diamante.

La buena relación con Bokassa era esencial para los franceses, ya que el Imperio Centroafricano les proporcionaba gratuitamente el uranio que tanta falta les hacía para llevar a cabo su programa nuclear, debido a que en aquella época la Guerra Fría estaba en uno de sus momentos más álgidos.

Hacia finales de los años 70 comenzó a extenderse el rumor que apuntaba al canibalismo del emperador Bokassa y múltiples eran las leyendas que explicaban cómo solicitaba a sus cocineros que le preparasen para comer restos humanos de enemigos que había mandado ejecutar.



Se creó alrededor de este excéntrico mandatario toda una serie de mitos e historias a cuál más increíble, no pudiéndose demostrar la mayoría de ellas, aunque muchas estaban en el boca a boca de los centroafricanos. Tomó a 17 mujeres como esposas, con las que tuvo un total de 55 hijos y su palacio estaba lleno de riquezas y elementos realizados en oro macizo.

La cada vez mayor impopularidad de Bokassa y el hecho de no tener un respaldo internacional sólido provocó que el gobierno francés tuviese que dejar de prestarle el apoyo incondicional que hasta aquel momento había tenido con él. Pocos eran los que abiertamente sí habían mostrado sus simpatías por el dictador, pero no se trataba de los aliados más adecuados: Videla por parte de Argentina, Ceausescu en Rumanía o Gadaffi por Libia.

Uno de los actos más despreciables realizados por Bokassa fue cuando ordenó asesinar a un centenar de escolares, de entre 8 y 16 años, que se habían negado a vestir un uniforme escolar que él mismo había diseñado. Esto animó a los franceses a intervenir y poner fin a los excesos del dictador.

Mientras estaba visitando Libia en un viaje oficial, el 20 de septiembre de 1979, se dio un golpe de Estado con la ayuda del ejército francés que derrocó al dictador, volviendo a colocar como presidente a David Dacko.

Aunque consiguió huir y no ser apresado, decidió volver al país en 1986 con la intención de presentarse a las elecciones, siendo detenido y juzgado entre otras cosas por asesinato, tiranía y apropiación indebida de grandes sumas de dinero del erario público.

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A pesar de que en un principio también constaba la acusación de canibalismo, ésta tuvo que ser retirada por la fiscalía por falta de pruebas concluyentes, quedando como un simple rumor todo aquello que se decía respecto al tema.

Fue condenado a muerte, pero posteriormente se le conmutó la pena por la de cadena perpetua y posteriormente por la de 20 años de prisión. Falleció en 1996 e incomprensiblemente se le organizó un funeral de Estado con la misma pomposidad con la que vivió.

Extensión del Imperio centroafricano, con 3 millones de habitantes (1976):

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Muy interesante el hilo [beer]
La fotografía más famosa de la historia de la Ciencia: la Conferencia Solvay


Publicado por ^DiAmOnD^ | 28 febrero, 2007

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A lo largo de la historia de la Ciencia ha habido muchas reuniones de científicos de todas las ramas que la componen. De entre todas ellas ha habido muchas en las que han coincidido grandes genios y muchas de ellas han pasado o pasarán a la historia. Un buen ejemplo de ello es el ICM 2006 celebrado en Madrid el año pasado. En él se produjo la consagración definitiva de Terence Tao, entre otros, como matemático de talla mundial. Pero probablemente el hecho que hará que este congreso pase a la historia de la Ciencia sea la confirmación de la demostración de la conjetura de Poincaré por parte de Grigori Perelman y el rechazo de la medalla Fields por parte del matemático ruso.

Pero aun con estos condicionantes esta reunión de matemáticos no es la que podríamos considerar como la más importante de la historia de la Ciencia. De hecho podemos decir sin miedo a equivocarnos que, al menos hasta al día de hoy, la reunión de científicos que ostenta esa posición de privilegio es la quinta Conferencia Solvay, organizada, al igual que las cuatro anteriores, por el químico belga Ernest Solvay.

Las conferencias Solvay comenzaron en 1911 y la última de ellas tuvo lugar en 2005. La quinta conferencia, la que ocupa este post, data de octubre de 1927. Su temática fue Electrones y fotones. En esta reunión podemos encontrar a Albert Einstein, a Niels Bohr o a los padres de la recién nacida en aquellos tiempos mecánica cuántica, entre los que podemos destacar a Werner Heisenberg y a Erwin Schrödinger. Simplemente con estos asistentes la reunión ya habría pasado a la historia como una de las más importantes de todos los tiempos, pero aún hay más. A ella asistieron 29 científicos, de los cuales 17 habían sido o acabaron siendo premios Nobel.

De ella se conserva esta foto en la que aparecen todos los asistentes. Dada la importancia de todos ellos esta foto está considerada como la fotografía más importante y famosa de la historia de la Ciencia:

Quinta conferencia Solvay

Asistentes:

Fila superior: A. Piccard, E. Henriot, P. Ehrenfest, Ed. Herzen, Th. De Donder, E. Schrödinger, J.E. Verschaffelt, W. Pauli, W. Heisenberg, R.H. Fowler, L. Brillouin

Fila intermedia: P. Debye, M. Knudsen, W.L. Bragg, H.A. Kramers, P.A.M. Dirac, A.H. Compton, L. de Broglie, M. Born, N. Bohr

Fila inferior: I. Langmuir, M. Planck, Marie Curie, H.A. Lorentz, Albert Einstein, P. Langevin, Ch. E. Guye, C.T.R. Wilson, O.W. Richardson

Como podréis comprobar a tenor de los genios que podemos ver en la fotografía no exageramos para nada cuando decimos que se considera esta reunión como la más importante de la historia.

Pero hay más. Irving Langmuir, premio Nobel de Química 5 años años después, en 1932, grabó imágenes de este acontecimientos. El vídeo se conserva y lo podéis ver en Youtube en este enlace.



Y como no podía ser de otra forma terminamos el artículo comentando una anécdota de esta reunión. Aquí está:

La anécdota de aquel encuentro la protagonizaron las dos figuras de la época: Einstein y Bohr. Cuando ambos discutían sobre el principio de incertidumbre de Heisenberg, el primero hizo su famosa objeción:

«Dios no juega a los dados»

a lo que Bohr replicó:

«Einstein, deja de decirle a Dios lo que debe hacer»
Los horrores del Congo Belga, un infierno en la Tierra

El historiador Jean Stengers describió lo sucedido en algunas regiones del Congo Belga, controladas por las compañías comerciales encargadas de la explotación de los recursos naturales, como “verdaderos infiernos en la tierra”.

El Genocidio congoleño hace referencia a las atrocidades producidas contra la población nativa del Estado Libre del Congo (actual República Democrática del Congo). Colonia personal del rey Leopoldo II de Bélgica entre 1885 y 1908.

Se calcula que como consecuencia de estas políticas coloniales se produjo un descenso de población de entre 10 y 15 millones de habitantes en la región.

El Congo Belga, colonia personal del rey Leopoldo II

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Durante la Conferencia de Berlín (1884-1885) Leopoldo II vio saciadas sus ansias de expansión colonial con la asignación de la Cuenca del Congo.

Para facilitar la extracción y exportación del caucho, la administración belga tomó la decisión de nacionalizar toda la tierra “deshabitada” del Congo. Ofreciendo concesiones a empresas privadas y reservando ciertos terrenos para el estado.

Entre 1891 y 1906, el estado belga permitió a las compañías gestionar los territorios sin apenas interferencia judicial. El resultado fue la explotación de los nativos de forma generalizada, los trabajos forzados y la coacción violenta como métodos para recolectar el caucho a bajo precio y maximizar los beneficios.

Con un marco jurídico inexistente y una política personal de explotación de la colonia, los abusos no se hicieron esperar. Los administradores blancos fueron libres de complacer su propio sadismo. Aquellos trabajadores nativos que se negaban a participar en la recolección de caucho eran asesinados. Pueblos enteros fueron arrasados.

Empresas como ABIR y Anversoise se destacaron especialmente por la dureza con que los funcionarios trataban a los trabajadores congoleños. El control y la gestión de la producción de caucho fueron responsabilidad de Force Publique, el ejército colonial. Compuesto por oficiales blancos y suboficiales y soldados negros.

El incumplimiento de las cuotas de recolección se castigaba con la muerte.

A los soldados se les exigía la justificación de cada bala gastada con la mano cortada de la víctima. Ya que se creía que si no utilizarían las costosas municiones, importadas de Europa, para cazar. Se dice que las cuotas de caucho fueron pagadas, en parte, en manos cortadas. En ocasiones las manos eran recolectadas por los soldados de la Force Publique, pero a veces eran las mismas poblaciones indígenas quienes se encargaban de atacar a aldeas vecinas para recolectar dichos trofeos. Ya que sus cuotas de caucho eran imposibles de cubrir al ser excesivamente altas. Cada mano derecha era prueba de un congoleño muerto. Pero en la práctica, muchos soldados mutilaban a sus víctimas y los abandonaban a su suerte para ahorrarse la bala.

Posteriormente, se sabe que algunos supervivientes dieron testimonio de como habrían logrado sobrevivir a una masacre. Llegando a hacerse los muertos y permaneciendo inmóviles mientras les cortaban la extremidad.

Un soldado podía reducir su período de servicio al presentar más manos cortadas que sus compañeros. Esto provocó la generalización de mutilaciones y los desmembramientos.

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El genocidio congoleño, escándalo internacional

La amputación de las manos entre los trabajadores a modo de castigo alcanzó particular notoriedad internacional, cuando misioneros cristianos denunciaron dichas atrocidades el Reino Unido, Bélgica, los Estados Unidos y en otros lugares.

La campaña internacional contra el Estado Libre del Congo, liderada por el activista británico Edmund Dene Morel, dio como resultado su anexión por parte del gobierno belga para formar el Congo belga. Y conllevó una reducción drástica en los reportes de mujeres secuestradas, masacres, abusos contra los trabajadores y aldeas incendiadas.

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Sin embargo, hay que admitir que, esto no se debió a un interés humanitario por parte del gobierno belga sino más bien a la convergencia de dos factores económicos de vital importancia. El primero fue la sustitución en los mercados internacionales de caucho silvestre por el cultivado. El segundo fue la introducción de los impuestos como método para obtener ganancias con el trabajo forzoso de la población en la colonia.

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El uso de mano de obra esclava continuó bajo la administración belga, pero enfocada a las minas de cobre, oro y estaño. Hasta la Segunda Guerra Mundial cada hombre en el Congo debía prestar 120 días al año de trabajos forzosos para el estado.

Auge y caída del hombre con el cartel: “John 3:16”

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Durante los últimos años de los 70´s y la década de los 80 hubo un hombre que se convirtió en icono de la cultura mediática del deporte. Su nombre es “Rockin” Rollen Stewart, gustaba de llevar una peluca de color arco iris, taparrabos de piel y se hizo famoso por hacerse notar en los fondos de los estadios de medio mundo.

Mientras las cámaras se centraban en los deportistas en primer plano, Rollen se colocaba estratégicamente y se esmeraba en levantar un cartel que ponía “Juan 3:16”, un versículo de la Biblia.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Stewart era por aquella época un cristiano profundamente obsesionado con hacer público el mensaje de Dios a través de la televisión. Llegó a ser tan famoso que incluso puso cara a un anuncio de Budweiser y hasta el Saturday Night Live le hizo una parodia, donde fue interpretado magistralmente por Christopher Walken.
En su época de máximo apogeo mediático, llegó a aparecer en una media de dos grandes eventos televisados ​​a la semana, mientras recorría cerca de 60.000 millas al año, pagadas de su bolsillo, para asistir a los estadios.

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Pero después de más de una década de su bautismo con una pancarta en la finales de la NBA en 1977, parece que este mensaje no caló lo suficiente en su propia persona: el hombre del “John 3:16” lleva recluido en un penal desde 1992, año olímpico, al ser condenado a 3 cadenas perpetuas por un esperpéntico secuestro, 3 vidas enteras por las que tendrá que mostrar arrepentimiento.

El 22 de septiembre de aquel año, Rollen Stewart, con 47 años, volvió a ser noticia en la televisión, esta vez, en las noticias de las 6. Impulsado, dice, por visiones apocalípticas potenciadas por la marihuana, fue detenido después de un enfrentamiento en el Hotel Hyatt, cerca del Aeropuerto Internacional de Los Angeles, durante el cual entró en una habitación vacía con dos hombres a los que estaba tratando de secuestrar.

Allí sorprendió a una empleada doméstica que estaba haciendo la cama, que logró encerrarse en el baño y a la cual también unió al combo de raptados.

Después de cerrar a cal y canto la puerta de la habitación, “el hombre del arcoiris” (como cariñosamente se le conocía) le dijo a la Policía que quería tomarse su tiempo para emitir un mensaje al mundo de parte de Jesús.

Durante un enfrentamiento de ocho horas, Stewart, que estaba armado con un calibre 45, arrojó bombas fétidas a los policías y despertó temores de que podría tener como objetivo disparar a los aviones que aterrizaban en las pistas del aeropuerto, a unos 1.000 metros de distancia.

Un equipo de los SWAT entró poco después a través de la puerta con un artefacto explosivo y, tras ser detenido y juzgado, le condenaron al castigo eterno por triplicado.

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No había sido su primer problema con la justicia. A finales de 1980, comenzó una insólita cadena de ataques con bombas fétidas cuyos objetivos incluían catedrales, ayuntamientos, cadenas de televisión y hasta librerías cristianas. Incluso llegó a intentar un ataque oloroso en los American Music Awards de aquel año para mostrar al público que “Dios piensa que esto apesta”.

También salió fuera de EE.UU a predicar. En los Juegos Olímpicos de invierno de 1984, en Sarajevo, fue detenido por el ejército yugoslavo que le tomó por un espía de la CIA, ya que pensaron que el “John 3:16” en el cartel era una especie de mensaje codificado.

No fueron los únicos a los que la oscuridad del alma les confundía. Su arrebato más estrambótico llegaría en las series mundiales de beisbol de 1986, cuando su mujer Margaret, con la que se había casado cuatro veces, sufrió en sus propias carnes la máxima del “Dios aprieta pero no ahoga”.

Su esposa le denunció en comisaría porque intentó estrangularla hasta la muerte en el Shea Stadium de Nueva York. ¿Su error? Colocarse de pie en el lugar equivocado con su pancarta de Juan 3:16, lo que propició que no fuera enfocada por las cámaras de televisión y que le quitara la exclusiva un paracaidista que cayó del cielo, como un ángel, con otra pancarta. Y con mejor pelo que él, todo hay que decirlo.

En 1992 se divorció definitivamente y comenzó a vivir en su coche, después de haber gastado todo su dinero en conducir por todo el país para asistir a eventos deportivos. En verano se ese mismo año, desquiciado, pasó la línea secuestrando a tres personas. Después de haber rechazado un acuerdo con el fiscal por 12 años Rollen decidió ir a juicio y se sorprendió al enterarse de que el veredicto de culpabilidad dictado significaría que pasaría tres cadenas perpetuas consecutivas tras las rejas.

A día de hoy Rollen pasa su tiempo en la prisión del condado de Folsom despotricando sobre las organizaciones de noticias que informan sobre el fin del mundo. El febrero pasado celebró su 66 cumpleaños mientras le denegaban por tercera vez su petición de libertad condicional.

En una entrevista para la revista People en 1992, días después de entrar en la cárcel para no salir nunca, confesó que había perdido su pasión por convertirse en “el hombre más famoso sobre la faz de la tierra”, en lograr materializarse a la imagen y semejanza del mismísimo Jesuscristo.

“Los psiquiatras me preguntaron al entrar aquí si sigo oyendo voces”. “Yo les respondí: ‘No, no estoy oyendo voces. Pero he estado escuchando la voz de Dios durante años”.


@dinodini Buenísimo hilo. No lo había visto.
Conocía la historia del Congo Belga pero no sabia que había documentación fotográfica. El horror.

Pongo una:
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En junio de 1944 un joven soldado asiático se rindió a un grupo de paracaidistas americanos durante la invasión aliada de Normandía.
En un primer momento, sus captores pensaron que era un japonés, pero en realidad se trataba de un coreano. Se llamaba Yang Kyoungjong.
En 1938, a los dieciocho años, Yang Kyoungjong había sido reclutado a la fuerza por los japoneses para integrarse en su ejército de Kwantung en Manchuria.
Un año más tarde, fue hecho prisionero por el Ejército Rojo en la batalla de Khalkhin-Gol y enviado a un campo de trabajos forzados.
Las autoridades militares soviéticas, durante un período de crisis en 1942, lo obligaron, junto con otros varios miles de prisioneros, a integrarse en sus fuerzas. Posteriormente, a comienzos de 1943, fue hecho prisionero durante la batalla de Kharkov, en Ucrania, por las tropas nazis.
En 1944, vistiendo uniforme alemán, fue enviado a Francia para servir en un Ostbataillon que supuestamente
reforzaba el Muro Atlántico desde la península de Cotentin, en la zona del interior próxima a la Playa de Utah. Tras pasar una temporada en un campo de prisioneros en Gran Bretaña, se trasladó a los Estados Unidos,
donde no diría nada de su pasado.
Se estableció en este país y falleció en Illinois en 1992.
En una guerra que acabó con la vida de más de sesenta millones de personas y cuyo alcance fue mundial, Yang Kyoungjong, veterano a su pesar de los ejércitos japonés, soviético y alemán, fue, comparativamente, afortunado. No obstante, el relato de su vida tal vez siga ofreciéndonos el ejemplo más sorprendente de lo que fue la indefensión de la mayoría de la gente corriente ante las que serían unas fuerzas abrumadoras desde el punto de vista histórico.
A. Beevor La Segunda Guerra Mundial

Me permito agregar que las últimas palabras del historiador son muy pertinentes en los tiempos que estamos viviendo.

https://en.wikipedia.org/wiki/Yang_Kyoungjong
Con el quinto centenario sobre la primera vuelta al mundo, interesante artículo de la BBC sobre los duros padecimientos de la tripulación en aquella interminable travesia

Cómo sobrevivieron los tripulantes de la expedición de Magallanes y Elcano hace 500 años


11 septiembre 2022, 10:34 GMT

Es 8 de septiembre de 1522 y un buque atraca en el muelle de Sevilla en condiciones atroces.

Acaba de ser remolcado por el río Guadalquivir desde Sanlúcar de Barrameda, en la costa sur de España, a donde llegó dos días antes. A bordo, 18 tripulantes hambrientos, sedientos y desorientados.

El barco en cuestión es la nao Victoria y al frente de aquellos marinos está el español Juan Sebastián Elcano. No era su objetivo inicial, pero acaban de pasar a la historia: han logrado dar por primera vez una vuelta completa alrededor del mundo.

Cualquiera imagina que lo primero que hacen aquellos marinos es salir a festejar. Sin embargo, lejos de vanagloriarse, se dirigen, descalzos, a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la Catedral de Sevilla. Quieren cumplir una promesa. La que hicieron en los peores momentos de su travesía.

Porque tales han sido las penurias que han atravesado estos hombres que, más allá de la gloria, la simple supervivencia es el mejor de los premios. Acaban de lograr una hazaña difícilmente imaginable a bordo de un barco que, durante tres años, ha sido lo más parecido a una cárcel.

Viajemos tres años atrás para conocer qué pasó en aquellas naves.

"Llega a pagarse medio ducado por una rata"
Todo comienza el 10 de agosto de 1519 cuando cinco embarcaciones y unos 250 hombres, capitaneados por el portugués Fernando de Magallanes, parten de Sevilla.

A bordo de los barcos hay comida y bebida para dos años.

"Llevan carnes y pescados en salazón, verduras frescas, fruta, quesos, manteca, pan, aceite, vinagre y especias. También hay membrillo, aunque es de uso casi exclusivo de los oficiales", le cuenta a BBC Mundo Lola Higueras, exdirectora técnica del Museo Naval de Madrid.

Una dieta variada que, sin embargo, dura apenas unos meses, ya que no existen suficientes medios para conservar los alimentos y estos se van pudriendo.

"El pan se agusana muy pronto, con lo cual ya casi comen más gusanos que pan. Es una cosa monstruosa", apunta Higueras.


La falta de suministros comienza a hacer mella y, tras alcanzar el Pacífico, la situación no hace sino empeorar.

Desconocen la longitud de este océano y con el paso de los días muchos tripulantes comienzan a morir de hambre.

Otros, en su desesperación, echan la vista al suelo buscando el único animal vivo que resiste: las ratas.

"Llega a pagarse medio ducado (la moneda de entonces) por una rata", relata el historiador Pablo Emilio Pérez-Mallaina.

Este alimento tan desagradable se convierte entonces en un auténtico manjar. Y en un elemento de salvación como veremos más tarde.

Pero las ratas también se acaban y la expedición sigue sin encontrar tierra. Es entonces cuando, a la desesperada, un último elemento entra en la dieta de los marinos.

"Se llegan a comer el cuero que protege los palos del trajín de las velas. Se lo comen ablandándolo en agua de mar y, a veces, sobreasándolo un poquito al fuego", señala Higueras.

Sedientos en una "cárcel" de agua
El hambre desgarradora no es el único quebradero de cabeza a bordo de estos pequeños navíos. La sed se convierte también en protagonista de las conversaciones de estos valientes.

El agua comienza a pudrirse también a los pocos meses y "se buscan soluciones imaginativas para recoger el agua de la lluvia con las velas", como explica Lola Higueras. Pero no siempre llueve, ni el agua que recogen es suficiente para tantos tripulantes.

De ahí que algunos marinos no resisten más y lanzan sus cubos al mar para aliviar sus gargantas con agua salada. "Esto les genera una serie de cólicos tremendos", indica el historiador Carlos Martínez.

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La nao Victoria fue la única embarcación que regresó a Sevilla.

Sedientos, encerrados en un barco rodeado de agua y sin poder beber porque probablemente enfermen: una tortura mental que se repite día a día durante muchos periodos de la travesía.

Sin agua, la única bebida que hidrata mínimamente es el vino, aunque está muy racionado y llega a causar disputas entre los navegantes. Pero incluso este manjar acaba también pudriéndose.

"Se les caían los dientes por falta de vitamina C"
Al hambre y la sed pronto se unen las enfermedades. Sobre todo una que aquellos marinos conocen bien, el escorbuto, un terrible trastorno muy común en aquellas expediciones que pasan largos periodos sin tocar tierra.

Esta enfermedad se extiende entre los navegantes ante la escasez de frutas y hortalizas frescas, que causa un importante déficit de vitamina C.

"Se les caen los dientes, se les inflaman las encías y la debilidad corporal es terrible hasta llevarlos a la muerte. Pero conlleva también otro tema gravísimo. La maniobra de los buques es a base de trepar para gestionar el movimiento de las velas. Llega un momento en que los enfermos ya no pueden trepar y el barco puede quedar a la deriva", explica Lola Higueras.


El escorbuto atormentó a las tripulaciones que pasaban largos períodos sin tocar tierra.

Pocos se salvan de esta enfermedad, y los afortunados se acuerdan entonces del momento en que dejaron atrás sus escrúpulos y se lanzaron sobre las ratas que correteaban por el barco.

"Se convierten en un elemento de salvación, porque las ratas sintetizan de una manera especial las vitaminas B y C", apunta Higueras.

"Los héroes anónimos"
Pero la tortura física de estos tres años va también acompañada de la psicológica. Aquellos barcos, de apenas 80 o 90 toneladas, se convierten en auténticas "cárceles" para los cada vez menos tripulantes que resisten.

Cuentan con pequeñas bodegas, pero, lejos de ser un lugar en el que descansar, se destinan al almacenaje de los repuestos del barco y el poco alimento que perdura.

La cubierta es el único lugar para los tripulantes, día y noche, expuestos a la inclemencia total y sin poder resguardarse.

El fuego, preparado con arena y ladrillos refractarios, no se destina a mantener el calor de los marinos, sino que se reserva casi únicamente para cocinar. Y solo cuando es posible.

"La mayor parte de las veces no pueden encender los fogones de borda, porque con cualquier temporal, puede hacer que una brasa salte y arda el barco. La reglamentación es rigurosísima. No se pueden encender velas cerca de determinados puntos. No se pueden utilizar lámparas de aceite porque oscilan y pueden generar un fuego. Y está terminantemente prohibido fumar", expone Lola Higueras.

En una travesía de tres años los temporales son continuos y los barcos están a merced de las olas. La muerte acecha en cada momento y ahí aparecen los "héroes anónimos o héroes invisibles".

Así llama Lola Higueras a los buzos. Marinos expertos que, sin oxígeno extra y trabajando en apnea, "consiguen salvar piezas de artillería, cargamentos valiosos y, sobre todo, arreglar bajo el agua vías de agua o incluso calafatear en algún momento. Trabajos muy complejos de hacer, sobre todo en alta mar".

Héroes expuestos a enfermedades tremendas como roturas de tímpano, que se juegan la vida con tal de salvar aquellos buques y, con ello, la vida de sus compañeros.

Hambre, sed, enfermedades, miedo e innumerables penurias. La gloria por lograr dar la primera vuelta al mundo la reciben estos navegantes a su llegada.

Pero, por el trayecto, la sola supervivencia se convierte en la mayor de las hazañas. Porque como dice Lola Higueras, este viaje fue "una epopeya en condiciones extraordinarias".
Imagínese que hoy sale de casa a las siete de la mañana y compra una barra de pan por un euro, pero que, al volver a casa para cenar, el tendero se la cobra a dos euros y al día siguiente, a la hora de comer, ya le pide cuatro. Eso es lo que pasaba en Hungría en 1946, cuando los precios se duplicaban cada 15 horas

Hungría 1946, la mayor hiperinflacion de la historia




Pagar con un billete de cien trillones: la peor inflación de la historia

HUNGRÍA, 1946

La crisis inflacionaria de Hungría tras la Segunda Guerra Mundial, que se cebó en la población entre 1945 y 1946, sobrepasó por mucho la más conocida hiperinflación alemana de 1923.

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Una mujer enciende una estufa con billetes húngaros (pengos) en enero de 1946 en Budapest, durante la crisis inflacionaria. Louis Foucherand/AFP vía Getty Images


08/11/2022 06:42Actualizado a 08/11/2022 08:49

Imagínese que hoy sale de casa a las siete de la mañana y compra una barra de pan por un euro, pero que, al volver a casa para cenar, el tendero se la cobra a dos euros y al día siguiente, a la hora de comer, ya le pide cuatro. Eso es lo que pasaba en Hungría en 1946, cuando los precios se duplicaban cada 15 horas. El kilo de pan que costaba seis pengos en agosto de 1945, valía 6.000 millones diez meses después por culpa de la hiperinflación.

La hiperinflación de Alemania en los años veinte es muy conocida porque allanó a los nazis el camino al poder, pero en cifras se quedó muy por debajo de los 16 meses fatídicos que sufrió Hungría tras la Segunda Guerra Mundial. Es todavía la peor escalada de precios de la historia, como se puede ver en los billetes de la época: el más alto en 1944 era el de 1.000, pero en 1946 ya circulaban los de 100.000.000.000.000.000.000 (cien trillones), que, irónicamente, acabaron valiendo solo 12 céntimos de dólar cada uno.


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Niños jugando con fajos de billetes durante la hiperinflación de la Alemania de Weimar, en 1923


Para hacer una comparativa, si España tuvo una inflación del 7,3% el mes pasado, Hungría estaba en el 13.600.000.000.000.000% (trece mil seiscientos billones por ciento) en julio de 1946. Un terremoto económico que cambió por completo la vida de los húngaros: había que gastar lo que uno tuviera rápidamente, porque en cuestión de horas el dinero ya no valía nada. Los billetes se amontonaban en la calle porque no valían ni el papel en el que estaban impresos y las monedas desaparecieron porque el metal con que se hacían era astronómicamente superior a su curso legal.

¿Por qué?
Hungría perdió dos veces la Segunda Guerra Mundial. Participó en el conflicto del lado de Hitler, pero, cuando los nazis se retiraron, se llevaron del país todo lo que no estaba atornillado al suelo, incluidas las reservas nacionales de oro. También volaron por los aires casi todo lo que no pudieron llevarse. Cuando entraron los soviéticos, exigieron 300 millones de dólares en concepto de reparaciones y que además Hungría corriera con los gastos de mantener a 600.000 soldados del Ejército Rojo en su territorio. Solo esas dos partidas de gasto se llevaban más o menos la mitad del presupuesto del gobierno húngaro.

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Anverso de un billete de mil millones de pengos durante el periodo inflacionario en Hungría, 1946.

A la vez que Hungría se enfrentaba a esos enormes gastos, tenía que lidiar con una dramática reducción de ingresos. La economía estaba destrozada y casi todos los sectores estaban produciendo un 40% menos que antes de la guerra. El país tampoco podía recurrir a las ayudas estadounidenses, porque la URSS no se lo permitía. Así que, viendo que lo que recaudaba de impuestos apenas le daba para pagar un 20% de lo que tenía que gastar, el gobierno húngaro decidió ponerse a fabricar billetes.

Los que habían vivido la hiperinflación de los años veinte identificaron rápidamente los signos de lo que venía

La tormenta perfecta se estaba formando. Cada vez había más dinero en circulación, y a la vez la moneda era más y más impopular. Hungría había perdido territorios en la Segunda Guerra Mundial y los habitantes de esas regiones estaban deseando deshacerse de sus pengos al precio que fuera. Además, millones de húngaros que habían vivido la hiperinflación de los años veinte y sus consecuencias supieron identificar rápidamente los primeros signos de lo que venía y se deshicieron de su dinero.

Dando palos de ciego
Más que combatir la inflación, las autoridades intentaron vivir con ella, y eso afectó, por ejemplo, al pago de impuestos. Desde que se calculaba lo que un ciudadano tenía que pagar hasta que este hacía el ingreso, la cantidad ya se había vuelto ridícula, así que el gobierno se inventó una nueva moneda: el adopengo, que se actualizaba según la inflación y por la que millones de ciudadanos abandonaron todavía más el pengo, que siguió hundiéndose.

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Pengos húngaros abandonados a la orilla del Danubio, cerca del destrozado puente de las Cadenas de Budapest, 1946.


Atender servicios públicos básicos como Correos también se volvió más y más difícil. En el verano de 1945 aún costaba 40 céntimos mandar una carta, pero medio año después subió hasta los 100. El 1 de julio de 1946 ya salía por 8.000.000.000.000 (ocho billones), y solo cuatro días después alcanzó los 20.000.000.000.000.000 (veinte mil billones). Con los funcionarios hartos de añadir ceros a los sellos, al final de la crisis algunos ni siquiera llevaban el importe, sino que decían algo como “lo que el empleado de correos determine que cuesta mandar un paquete de un kilo”.


La situación se volvió desesperada. Llegó un momento en que todo el que podía tenía el dinero en cuentas bancarias especiales que mantenían el saldo actualizado a la inflación oficial, mucho más baja que la real, y las personas sacaban cada día lo que necesitaban para gastarlo inmediatamente antes de que se depreciara. Un carísimo mercado negro florecía pese a las amenazas del gobierno de condenar a trabajos forzados a quien lo usara, y algunos empresarios pactaban el sueldo de sus trabajadores directamente en calorías: el dinero necesario para comprar X calorías en alimentos.

El duro desenlace
El final llegó en agosto de 1946 y fue todavía más doloroso. El gobierno húngaro adoptó una nueva moneda, el florín, que valía 400.000.000.000.000.000.000.000.000.000 pengos (cuatrocientos mil cuatrillones) y que estaba garantizada con reservas de oro. Restringió la deuda pública, endureció las garantías que debían ofrecer los bancos, aprobó nuevos impuestos y subió otros, y despidió a empleados públicos. Un programa de austeridad al estilo de las “troikas” europeas de la crisis de 2011, pero todavía más salvaje.

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El mayor mercado de trueque del mundo en 1946 estaba en Budapest, la capital húngara, en plena hiperhinflación.

La situación empezó a corregirse, y en apenas un mes la recaudación de impuestos pasó de cubrir el 21% del gasto público al 33%, llegando poco después al 96%. El precio para la población, sin embargo, fue dramático. Se calcula que, desde el inicio de la hiperinflación, los trabajadores húngaros perdieron el 80% de su poder adquisitivo, y eso que ya a principios de 1946 el New York Times decía que el país “vivía de pan, porque la carne y la grasa son casi imposibles de encontrar”.

El gobierno que impulsó el plan de austeridad fue uno de los últimos formalmente independientes antes de que Hungría se convirtiera al 100% en un satélite de la Unión Soviética durante más de cuatro décadas. La inflación solo ha vuelto a estar por encima del 30% en 1991, con la caída del Telón de Acero, pero nunca se ha acercado a los niveles terribles de 1946. El florín que se creó para salir de aquel atolladero sigue siendo hoy la moneda oficial de Hungría.
Cuando Pablo Picasso fue acusado del robo de dos obras en el Louvre.

Picasso y el robo más portentoso de la historia del arte

A veces, el arte tiene delito. El origen del cubismo y la consiguiente transformación de la pintura y la escultura tienen detrás uno de los robos más rocambolescos de la historia del arte, con Pablo Picasso como protagonista y gran beneficiario, aunque para satisfacción de todos los amantes de su obra. El episodio data de hace más de un siglo. Se trata del hurto de dos bustos ibéricos en el Museo del Louvre, en marzo de 1907, a manos del estafador belga Honoré Joseph Géry Pieret, secretario del gran amigo de Picasso que fue el poeta de origen polaco Guillaume Apollinaire. Las cabezas, una masculina y otra femenina, las compró el genio malagueño a Géry Pieret por 50 francos y las escondió en el armario donde solía guardar los calcetines. El pintor ya las había echado el ojo entre 1904 y 1906, y él mismo apuntaría que, junto con otras muestras de arte antiguo y lejano, dichas estatuillas fueron su inspiración para Las señoritas de Avignon y otras obras que anticiparon su inmersión en el cubismo. Ahora, las dos cabezas robadas del Louvre regresan a España para formar parte de una ambiciosa exposición del Centro Botín de Santander sobre la fuerte influencia del arte íbero en la obra de Picasso.

El pastel se descubrió en agosto de 1911, a raíz del robo de La Gioconda en el entonces mal protegido museo parisino. Apenas una semana después de la desaparición de la obra de Leonardo da Vinci, el aventurero y caradura secretario de Apollinaire recurrió a la prensa para aclarar que él no había robado La Mona Lisa ... pero también para presumir de que sí que había sustraído otros objetos del Louvre.

Así, el 29 del mismo mes de agosto –8 días después del robo de La Gioconda –, el Paris-Journal publicó a todo trapo una fotografía de un busto íbero femenino junto a una información titulada: “Un ladrón nos trae una obra robada del Louvre”. La pieza había salido del museo poco después de La Mona Lisa y el diario también publicaba una carta en la que Géry Pieret, bajo un pseudónimo que no tardaría en revelarse falso, se jactaba no sólo de ser el autor de ese hurto sino de otros dos muy anteriores de otras dos cabezas íberas depositadas en la misma institución (una de mujer y otra de hombre). En aquellos casos precedentes –en sendos días consecutivos de marzo de 1907– el tipo había escondido las estatuas bajo el abrigo. Y en uno de los trayectos hasta el exterior del edificio tuvo el cuajo de pararse ante uno de los guardas para preguntarle dónde quedaba la salida más próxima.

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El asistente de Apollinaire disfrutaba tanto burlando la deficiente seguridad del Louvre, y tal era su confianza al robar allí, que una vez le dijo a su novia, Marie Laurencin; “ Marie, me voy al Louvre esta tarde. ¿Quieres que te traiga algo de allí?

Sobre aquellos dos bustos a los que había echado mano cuatro años antes, Géry Pieret explicó al periódico que los había vendido a unos amigos de París, de los que uno (Picasso) era artista. Lo relató así: “El pintor me dio algo de dinero, cincuenta francos que perdí esa misma noche jugando al billar, ‘Qué importa’, me dije: aún queda todo el arte fenicio. Al día siguiente me llevé una cabeza masculina de enormes orejas, un detalle que me sedujo”. Hay que precisar que Picasso se negó a comprar esa segunda estatua, pero el belga se la regaló y él la recibió encantado.

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Pero volvamos a 1911. Al leer horrorizado la confesión de su colaborador, Apollinaire alertó a Picasso, quien obviamente se puso de los nervios y regresó a París desde Céret. Los amigos planearon arrojar al Sena aquellas dos cabezas robadas en 1907, pero cambiaron de opinión. Y el 5 de septiembre de 1911, el propio Apollinaire acudió al Paris-Journal y dejó allí las dos esculturas.

Al día siguiente, el diario publicó el correspondiente artículo, con fotos de ambas piezas, junto con la siguiente explicación del “honorable señor” que las había entregado de manera anónima: “Uno no pensaba que unos objetos así, sin refinar, podrían formar parte de la colección del Louvre”. Y el precio, reconoció, era muy tentador.

La policía ató cabos sin problema y de inmediato detuvo al poeta, que trató de proteger a su amigo. Picasso, por su parte, negó conocer a Apollinaire pese a la estrecha amistad que les unía. El pintor quedó libre, y Apollinaire permaneció seis días en prisión. Hasta que Géry Piéret se dirigió al juez para que liberase a su patrón alegando que ignoraba la procedencia de las estatuas.

El oscuro paradero de las dos cabezas entre los años 1907 y 1911 se conoció 22 años después, al publicarse las memorias de la que en aquel período había sido la amante de Picasso, Fernande Olivier. Según ella, resultaba muy llamativo que el artista escondiera aquellas dos estatuillas de piedra en un armario ropero cuando todo el resto de esculturas en su poder se desplegaban a la vista por todo su taller.

Para el presidente de la Asociación para la Investigación de Crímenes contra el Arte y profesor de la Universidad Americana de Roma, Noah Charneu, está “fuera de toda duda” no sólo que Picasso sabía que las estatuas que compró habían sido robadas del Louvre sino también que “él mismo las seleccionó” para que fueran ésas precisamente las que le llevaran.

La comisaria de la exposición que el Centro Botín abrirá el 1 de mayo bajo el título Picasso íbero , prefiere subrayar el hecho de que el pintor quedó libre de cargos respecto al robo aunque “algo supiera”. Y coincide con el comisario asociado de la muestra y director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, Ricardo Ontañón, en que, al margen del morbo del robo y de los detalles sobre los fallos del Louvre o de las interioridades del mundillo artístico del momento, lo importante es cómo el suceso pone de manifiesto “la conmoción que para Picasso supuso el descubrimiento de este arte arcaico procedente de tierras españolas”. Un arte con el que estableció un profundo vínculo que resulta perceptible no sólo en las obras tendentes al cubismo del periodo 1906-1908 sino a lo largo de toda su trayectoria. Y es dicho vínculo el que ahora se demuestra y se ilustra y demuestra en la que puede considerarse una de las exposiciones más interesantes de la temporada, con 215 piezas de las que la mitad son de Picasso y la otra mitad, exponentes del arte íbero y aledaños.

Poco después de adquirir las cabezas robadas, el pintor creó un estudio escultórico de una pequeña cabeza en piedra, y modeló en arcilla y talló en madera varios rostros esquemáticos que reflejan la influencia más directa e inmediata del arte íbero en su producción: una influencia que ya antes había empezado a plasmar en sus pinturas y dibujos del verano de 1906 en Gósol (Lleida), cuando acababa de asistir a la exposición de las estatuas íberas organizada entonces por el Louvre. A esa época corresponde el Autorretrato que los expertos asocian a las cabezas, cuadro algo anterior a su magna obra Las señoritas de Avignon (1907), de la que él mismo diría en 1960, en una entrevista por cierto no muy elegante para con el fallecido Apollinaire: “¿Recuerda aquel episodio en el que me vi envuelto, cuando Apollinaire robó algunas estatuas del Louvre? Eran estatuillas ibéricas... Bueno, si mira las orejas de Las señoritas de Avignon reconocerá las de esas esculturas”.

Las dos cabezas ibéricas que Picasso ocultó junto a sus calcetines se hallaron en la segunda mitad del XIX en el Cerro de los Ángeles, Albacete, junto con cientos de esculturas de importancia para el conocimiento del arte y la historia de los íberos. Al igual que gran parte de las piezas de ése y otros yacimientos, entre ellas La Dama de Elche, las estatuas se vendieron o malvendieron a comisionados del Gobierno francés ( Arthur Engel y Pierre Paris, sobre todo) que las depositaron en el Louvre. En 1941, Franco pactó con el mariscal Petain un intercambio de arte que implicó el retorno de decenas de aquellas esculturas, incluida La Dama de Elche. Pero los bustos de lo que hablamos no retornaron. En España, éstos sólo volvieron a verse en una exposición sobre los íberos celebrada en 1998 en el Centro Cultural La Caixa de Barcelona. Y ahora, del 1 de mayo al 12 de septiembre en el Botín de Santander. Otras piezas del museo parisino y otras instituciones, así como de los herederos de Picasso, se exhibirán en público por vez primera, dijo a La Vanguardia la comisaria.

El Museo Nacional Picasso-Paris, el Centro Pompidou, la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte, el Museo della Civiltà Romana, el Arqueológico Nacion l, el Picasso de Málaga, el Thyssen, el Reina Sofía y la Fundación Juan March, así como los museos de Jaén, Albacete, Elche, Valencia, Córdoba, Teruel, Alcudia, Alcoy, Alicante o Carmona han prestado otras de las obras que hacen posible la muestra.

Fuente: La Vanguardia
Una cortita.

En enero de 1962, 4 jóvenes hicieron una audición para Decca, fueron rechazados con la excusa que no le veían futuro musical a los grupos de guitarras. El grupo rechazado finalmente consiguió un contrato con EMI Parlophone y se convirtió en el grupo más importante de todos los tiempos, The Beatles.

Cuentan que Decca consciente de la pérdida económica buscó otros Beatles, la banda que contrataron en lugar de los Beatles, The Tremeloes, ni se acercaba al éxito de los 4 de Liverpool, George Harrison les recomendó a una banda nueva llamados The Rolling Stones. Rápidamente fueron contratados por Decca que intentó que fueran los nuevos Beatles, pero los Stones eran otra cosa, pero esa historia la dejamos para más adelante.
Qué es el mecanismo de Anticitera y por qué es el objeto más misterioso de la historia de la tecnología


Redacción
BBC Mundo
26 junio 2016

El mecanismo de Anticitera


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Frágil, intrigante y repleto de sorpresas: item 15.087 del Museo Arqueológico Nacional en Atenas.

De no haber sido por una tormenta en la rocosa isla griega de Anticitera hace poco más de un siglo, uno de los objetos más desconcertantes y complejos del mundo antiguo quizás no habría sido descubierto jamás.

Tras refugiarse en la isla, un equipo de buscadores de esponjas marinas decidieron ver si tenían suerte bajo esas aguas.

Se toparon en cambio con los restos de una galera romana que había naufragado en medio de otra tormenta hacía 2.000 años, cuando el Imperio romano empezó a conquistar las colonias griegas en el Mediterráneo.

Pamphilos, el esqueleto que puede ser clave para desentrañar el origen del mecanismo de Anticitera
En la arena del fondo del mar estaba el cúmulo más grande de tesoros griegos que se haya encontrado jamás.


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Un tesoro en el fondo del Mediterráneo.

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Obras incomparables que habían sobrevivido el saqueo de los romanos y siglos en el agua del mar.

Entre las hermosas estatuas de cobre y mármol estaba el objeto más intrigante de la historia de la tecnología.

Es de bronce corroído, no más grande que una laptop moderna, hecha hace 2.000 años en la antigua Grecia.

Se le conoce como el mecanismo de Anticitera. Y resultó ser una máquina del futuro.

"Si no lo hubieran descubierto en 1900, nadie se habría imaginado, ni siquiera creído, que algo así existía... ¡es tan sofisticado!", le dice a la BBC el matemático Tony Freeth.

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Al principio, el artefacto no le decía nada a los científicos, pero luego notaron que tenía marcas e inscripciones.

"¡Imagínate: alguien, en algún lugar de la antigua Grecia, hizo una computadora mecánica!", exclama el físico griego Yanis Bitzakis quien, como Freeth, es parte del equipo internacional de investigación del asombroso artefacto.

"Es un mecanismo de una genialidad realmente sorprendente", añade Freeth.

No están exagerando.

Tuvieron que pasar unos 1.500 años antes de que algo que se aproximara al mecanismo de Anticitera volviera a aparecer, en la forma de los primeros relojes mecánicos astronómicos, en Europa.

Sin embargo, éstas son las conclusiones; entender qué era el misterioso objeto tomó tiempo, conocimientos y esfuerzo.

Imposiblemente adelantado a su tiempo
Uno de los problemas era su anacronismo.

El primero en examinar en detalle los 82 fragmentos recuperados fue el físico inglés y padre de la cienciometría Derek J. de Solla Price.

Empezó en los años 50 y en 1971, junto con el físico nuclear griego Charalampos Karakalos, tomó imágenes con rayos X y rayos gamma de las piezas.

Descubrieron que había 27 ruedas de engranaje adentro, y que era tremendamente complejo.

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La primera sorpresa: adentro encontraron 27 ruedas de engranaje.

Los expertos habían logrado fechar con considerable precisión algunas de las otras piezas encontradas entre el año 70 a.C. y 50 a.C.

Pero un objeto tan extraordinario no podía datar de esa época. Quizás era mucho más moderno y sólo por casualidad había caído en el mismo sitio, pensaban varios.

127 y 235 dientes
Price adivinó que contar los dientes en cada rueda podía dar alguna pista sobre la función de la máquina.

Con imágenes bidimensionales, las ruedas se superponían, lo que dificultaba la tarea, pero logró establecer dos números: 127 y 235.

"Esos dos números eran muy importantes en la Grecia antigua", señala el astrónomo Mike Edmunds.

¿Sería posible que los estuvieran usando para seguir el movimiento de la Luna?

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Los números que empezaron a surgir coincidían con los conocimientos de los griegos de la época. Lo incomprensible es que provinieran de ese objeto misterioso.

La idea era revolucionaria y tan avanzada que Price dudó de la autenticidad del objeto.

"Si los científicos griegos antiguos podían producir estos sistemas de engranaje hace dos milenios, toda la historia de la tecnología de Occidente tendría que reescribirse", resalta Freeth.

¿Lograron mecanizar sus conocimientos?
La Grecia de hace dos milenios es una de las culturas más creativas que hayan existido jamás, así que no estaba en tela de juicio cuán magnífico fue su desarrollo en todos los campos, incluso en astronomía, considerada entonces como una rama de las matemáticas.

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Los antiguos griegos sabían mucho de los cuerpos celestiales, por complicadas que fueran sus órbitas.

Sabían cómo se movían los cuerpos celestiales en el espacio, podían calcular sus distancias y conocían la geometría de sus órbitas.

¿Habrían sido capaces de meter astronomía y matemáticas complejas en un artilugio y programarlo para que siguiera el movimiento de la Luna?

El número 235 que había encontrado Price era la clave del mecanismo para computar los ciclos de la Luna.

"Los griegos sabían que de una nueva Luna a la siguiente pasaban en promedio 29,5 días. Pero eso era problemático para su calendario de 12 meses en el año, porque 12 x 29,5 = 354 días, 11 días menos de lo necesario"", le explica a la BBC Alexander Jones, historiador de astronomía antigua.

"El año natural, con las estaciones, y el año calendario perderían la sincronía".

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Las cuentas no daban si sólo se tenía en cuenta un año solar, pero en un ciclo de 19 años...

No obstante, también sabían que 19 años solares son casi exactamente 235 meses lunares, un ciclo cuyo nombre es metónico.

"Eso significa que si tienes un ciclo de 19 años, a largo plazo tu calendario va a estar en perfecta sintonía con la estaciones".

Como confirmándolo, en uno de los fragmentos del mecanismo de Anticitera encontraron el ciclo metónico.

Revoluciones
Gracias a los dientes de las ruedas de engranaje, el mecanismo empezó a revelar sus secretos.

Las fases de la Luna eran inmensamente útiles en esa época.

De acuerdo a ellas se determinaba cuándo sembrar, cuál era la estrategia en la batalla, qué día eran las fiestas religiosas, en qué momento pagar las deudas o si podían hacer viajes nocturnos.

El otro número, 127, le sirvió a Price para entender otra función relacionada con nuestro satélite natural: el aparato también mostraba las revoluciones de la Luna alrededor de la Tierra.

Tras 20 años de intensa investigación, Price concluyó que ya había resuelto el acertijo.

Sin embargo, quedaban piezas del rompecabezas por encajar.

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Cada diente de cada rueda suponía otra incógnita. Pero al menos habían dado con la clave.

El futuro 223
El siguiente paso requirió de tecnología hecha a la medida. Y un equipo internacional de expertos dedicado a investigar el mecanismo de Anticitera.

El equipo logró convencer a Roger Hadland, ingeniero de rayos X, de que diseñara y llevara al Museo Arqueológico Nacional en Atenas una máquina especial para hacer imágenes tridimensionales del mecanismo.

Y, valiéndose de otro aparato que realzó los escritos que cubren buena parte de los fragmentos, los investigadores encontraron una referencia a los engranajes y a otro número clave: 223.

Tres siglos antes de la edad de oro de de Atenas, los antiguos astrónomos babilonios descubrieron que 223 lunas tras un eclipse (18 años y 11 días, conocido como un ciclo de saros), la Luna y la Tierra vuelven a la misma posición de manera que probablemente se producirá otro parecido.


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Gracias a millones de tabletas con datos históricos que habían archivado a lo largo del tiempo, los babilonios encontraron el patrón de los eclipses.

"Cuando había un eclipse lunar, el rey babilonio dimitía y un substituto asumía el mando, de manera que los malos augurios fueran para él. Luego lo mataban y el rey volvía a asumir su posición", cuenta John Steele, experto en Babilonia del Museo Británico.

Y resulta que 223 era el número de otra de las ruedas del artilugio.

El mecanismo de Anticitera podía ver el futuro... podía predecir eclipses.

No sólo el día, sino la hora, la dirección en la que la sombra cruzaría y el color del que se iba a ver la Luna.


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La información que los investigadores encontraron en el mecanismo de Anticitera sobre los eclipses es sorprendentemente detallada.

Todo dependía de la Luna

Como si eso no fuera suficientemente asombroso, descubrieron otra maravilla.

El ciclo de saros dependía del patrón del movimiento de la Luna y "nada sobre la Luna es sencillo", declara Freeth.

"No sólo su órbita es elíptica -de manera que viaja más rápido cuando está más cerca de la Tierra-, sino que esa elipse también rota lentamente, en un período de 9 años".

¿Podía el mecanismo de Anticitera rastrear ese sendero fluctuante de la Luna?

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Un mecanismo más complejo para lidiar con los caprichos de la Luna.

Efectivamente, podía: dos ruedas de engranaje más pequeñas, una de ellas con una pinza para regular la velocidad de rotación, replicaban con precisión el tiempo que se demora la Luna en orbitar, mientras que otra, con 26 dientes y medio compensaba por el desplazamiento de la órbita.

Y, por si fuera poco, al examinar lo que queda de la parte frontal del aparato, el equipo de expertos concluyó que solía tener un planetario como lo entendían en ese momento: con la Tierra en el centro y cinco planetas girando a su alrededor.

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El movimiento de los cinco planetas que se podían observar a simple vista: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno.

"Era una idea extraordinaria: tomar teorías científicas de la época y mecanizarlas para ver que pasaría días, meses y muchas décadas después", subraya el matemático.

Un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma
"Esencialmente fue la primera vez que la raza humana creó una computadora", añade Freeth.

"Es verdaderamente increíble que un científico de esa época descubrió cómo usar ruedas de engranaje de bronce para rastrear los complejos movimientos de la Luna y los planetas".

Pero... ¿quién fue?

Nuevamente, exploraron lo que nos quedó del fabuloso artilugio para buscar la respuesta.

Una pista estaba en otra de sus funciones.

El mecanismo de Anticitera predecía además la fecha exacta de los Juegos Panhelénicos: los Juegos de Olimpia, los Juegos Píticos, los Juegos Ístmicos, los Juegos Nemeos.

Lo curioso es que, aunque los Juegos de Olimpia eran los más prestigiosos, los Ístmicos, en Corinto, aparecen en letras mucho más grandes.

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Llamaba la atención que los juegos que se celebraban en el istmo de Corinto cada dos años en honor a Poseidón aparecieran destacados.

Además, los expertos ya habían notado que los nombres de los meses que aparecían en otra rueda eran corintios.

La evidencia apuntaba a que el diseñador era un corintio y que vivía en la colonia más rica gobernada por esa ciudad: Siracusa.

Y Siracusa era el hogar del más brillante de los matemáticos e ingenieros griegos: Arquímedes.

Nada más y nada menos que quizás el científico más importante de la Antigüedad clásica, el hombre que había determinado la distancia a la Luna, encontrado cómo calcular el volumen de una esfera y de ese número fundamental π; que había asegurado que con una palanca movería el mundo y tanto más.

"Sólo un matemático tan brillante como Arquímedes podría haber diseñado el mecanismo de Anticitera", opina Freeth.

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"Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo".

Lo cierto es que Arquímedes estaba en Siracusa cuando los romanos llegaron a conquistarla y que el general Marco Claudio Marcelo ordenó que no lo mataran, pero un soldado lo hizo.

Siracusa fue saqueada y sus tesoros enviados a Roma. El general Marcelo sólo se llevó dos piezas consigo, ambas -dijo- eran de Arquímedes.

El equipo de investigación piensa que eran versiones anteriores del mecanismo.

Un indicio se encuentra en una descripción que escribió el formidable orador Cicero de una de las máquinas de Arquímedes que vio en la casa del nieto del general Marcelo.

"Arquímedes encontró la manera de representar con precisión en un sólo aparato los variados y divergentes movimientos de los cinco planetas con sus distintas velocidades, de manera que el mismo eclipse ocurre en el globo que en la realidad".

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Algo así describió Cícero.

¿Qué pasó con la brillante tecnología griega que produjo la primera computadora?
¿Por qué no se desarrolló? ¿Por qué se perdió?

Como tantas otras cosas, con la caída de los griegos y luego los romanos, los conocimientos "emigraron" hacia el oriente, donde los bizantinos los guardaron por un tiempo y luego pasaron a los eruditos árabes.

El segundo artilugio con engranajes de bronce más antiguo que se conoce es del siglo V e inscripciones en árabe.

Y en el siglo XIII los moros llevaron esos conocimientos de vuelta a Europa.

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Todos las piezas para introducir todos los conocimientos en una caja.

Investigaciones previas establecieron que el mecanismo estaba metido en una caja de madera, que no sobrevivió el paso del tiempo.

Una caja que contenía todo el conocimiento del mundo, el tiempo, el espacio y el Universo.

"Es un poco intimidante darse cuenta de que justo antes de la caída de su gran civilización, los antiguos griegos habían llegado tan cerca a nuestra era, no sólo en su pensamiento sino también en su tecnología científica", dijo Derek J. de Solla Price.

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¡Cuán lejos llegó la Antigua Grecia!




El Proyecto Darién, el delirio colectivo que arruinó a Escocia y le costó su independencia

Pipas. Muchas pipas. Ironías del destino, cuando el equipo liderado por Mark Horton, del Departamento de Arqueología de la Universidad de Bristol, emprendió una campaña de excavaciones en el istmo de Panamá, en la misma región que cerca de tres siglos antes había ocupado la efímera colonia escocesa de Nueva Caledonia, lo que encontraron fue eso: gran cantidad de pipas. Los fragmentos de tubos y cazoletas usadas por los colonos para consumir tabaco aparecían enterrados junto a ollas, bandejas, vidrios, cuerdas e incluso cuchillos de cirujano.

Resulta irónico porque allí, en la tierra húmeda y fértil de Nueva Caledonia, se "fumó" Escocia a finales del siglo XVII dos de sus bienes más preciados. El primero fue la mitad de la riqueza del país. El segundo, su independencia, tan preciada desde entonces.

Si William Wallace hubiese sabido que (solo cuatro siglos después de morir entre torturas, acusado de traición) Escocia vendería su independencia a Inglaterra por 400.000 libras, quizás se lo hubiese pensado mejor antes de blandir su espada contra el rey Eduardo I. Sin embargo eso fue más o menos lo que ocurrió a comienzos de 1707, cuando a través de la Union Act Escocia e Inglaterra disolvieron sus respectivos parlamentos para establecer uno nuevo, el del Reino de Gran Bretaña, con sede en el palacio de Westminster, Londres.

Ambos países compartían ya fuertes lazos culturales y económicos y desde 1603 estaban liderados además por un mismo monarca, pero actuaban como naciones distintas con cámaras propias... Y también un profundo recelo mutuo.

El paso que dieron en 1707 acabó con la independencia de Escocia. El país mantuvo su sistema legal y religioso, pero la moneda, la soberanía, los tributos y el comercio pasaron a estar ligados con Inglaterra. Incluso se notó en la bandera. La la vieja cruz de San Andrés, la Saltire, quedó relegada a la segunda fila de mástiles mientras la Union Jack, que ya se venía usando desde 1606, hondeó con más fuerza en las Highlands.

Una de las razones principales por las que Escocia aceptó aquel enlace (aun cuando provocaba urticaria a gran parte de sus habitantes) fue la ayuda financiera que le prestó el Banco de Inglaterra para salir del hoyo al que se había arrojado en tierras panameñas, un boquete de 398,085 libras, cantidad que hoy puede no parecer desorbitada, pero que en el siglo XVII suponía una auténtica fortuna. Incluso para todo un país.


¿Qué ocurrió en aquel istmo remoto de Centroamérica? ¿Cómo se arruinó Escocia hasta el extremo de auxiliarse en su vecina del sur? ¿Qué sucedía mientras los antiguos escoceses fumaban ufanos sus pipas al otro lado del Atlántico Norte? La respuesta tiene nombre y apellido: William Paterson. Y la causa es algo tan primario y antiguo como la ambición. En este caso un tipo de ambición colectiva capaz de entrampar a todo un orgulloso reino en un sueño colonial delirante.

La trampa colonial del hijo pródigo
William Paterson (1658-1719) fue un comerciante y banquero oriundo de Dumfries y Galloway, en Escocia, con una vida sembrada de luces brillantes y profundas sombras. Entre las primeras se encuentra su inteligencia, capacidad para los negocios y don de gentes, lo que le permitió enriquecerse en el comercio con las Indias Occidentales e incluso promover en 1694 la fundación del Banco de Inglaterra. Entre las segundas, las sombras, destaca como un enorme agujero negro el Plan Darién, un ambicioso proyecto que alumbró durante su estancia en las Bahamas y con el que esperaba lograr riqueza y poder.

Tan convencido estaba de sus virtudes que trató de persuadir al gobierno inglés de que pusiese el dinero necesario para hacerlo realidad. Cuando en Londres lo despacharon sin ofrecerle una libra, Paterson, ni corto ni perezoso, llamó a la puerta de Escocia, mucho más receptiva a sus promesas.

William Paterson
En un mundo repartido entre grandes imperios y potencias coloniales, Escocia ambicionaba hacerse un hueco propio en el tablero internacional. Desde la década de 1620 había emprendido de hecho algunos intentos, como el de Nueva Escocia, Cap Breton o Stuarts Town, pero sin demasiado éxito. El proyecto presentado por Paterson casaba a las mil maravillas con esa pretensión. Sobre el papel, la propuesta era incontestable: el banquero planteaba fundar una colonia en el istmo de Panamá, un punto estratégico por su ubicación geográfica que permitía llegar de forma más rápida y barata a los tesoros de los países orientales.

"Una puerta mundial del comercio entre el Atlántico y el Pacífico, la llave del universo", argumentaba Paterson ante los inversores con una prosopopeya digna de un moderno director de marketing. La bahía en la que había puesto sus ojos —hoy conocida como Puerto Escocés— se encuentra a poco más de 200 kilómetros del Canal de Panamá, la gran vía de navegación interoceánica entre el mar Caribe y el Pacífico.

El objetivo del financiero era lo suficientemente ambicioso como para azuzar el deseo de Escocia de ver reforzada su influencia internacional: "Arrebatar la puerta de los mares a España". Y... ¿Por qué no? Quizás medirse con su hermano del sur. Paterson consiguió entusiasmar a su patria. En 1695 impulsó la Compañía Escocesa de Comercio a África y las Indias (o Compañía de Darién) y reunió una fortuna de inversores convencidos: cerca de 400.000 libras, los ahorros de grandes magnates, pero también de muchas familias menos pudientes que vieron en Panamá una oportunidad única para aumentar su patrimonio.

Las promesas de Paterson arrastraron incluso a los escoceses más intrépidos y deseosos de probar fortuna en el Nuevo Mundo. La primera expedición rumbo a Panamá partió de los muelles de Leith el 4 de julio de 1698. La conformaban cuatro navíos cuatro (el diario The Scotsman, de Edimburgo, apunta que fueron cinco) a bordo de los que los que viajaban 1.200 almas.

De promesa colonial a pifia colosal
La aventura colonial de Escocia empezó a zozobrar desde el principio, prácticamente después de que el horizonte se tragase el puerto de Leith. Solo durante la travesía de tres meses y medio por el Atlántico murieron más de medio centenar de tripulantes. Quienes llegaron a Panamá fundaron varios poblados (Nueva Edimburgo, Morais y San Andrés), pero no tardaron en descubrir que el maná prometido, aquel plan tan bien urdido sobre el papel, era en realidad un infierno.

En la colonia escaseaba la comida y los expedicionarios no consiguieron sacar provecho de su relación con los indígenas kunas ni tampoco de la pantanosa tierra panameña. Los mosquitos y la malaria les dieron la puntilla. Las notas de los colonos dan cuenta de tasas de mortandad terribles.

Darien Total
Para colmo, el calor y la humedad del clima caribeño no ayudaban a quienes aspiraban a fundar Nuevo Edimburgo. Tampoco la política. Inglaterra prohibió a sus colonias que negociasen con el asentamiento de Nueva Caledonia, lo que sometió a los recién llegados a un bloqueo comercial con el que no contaban. Por orden del gobierno de Guillermo III los ingleses no les prestaron auxilio, suministros ni ninguna otra facilidad.

La mayor amenaza la representaba sin embargo España. Sobre el mapa el territorio escogido por Paterson formaba parte de la Corona que por aquel entonces aún lucía Carlos II. Cuando el entorno del "Rey Hechizado" se enteró de que se habían asentado escoceses planeó un ataque. Nueva Caledonia quedaba de hecho cerca de Acla, antiguo asentamiento español y uno de los primeros fundados en el Nuevo Mundo. No muy lejos de San Andrés operaba además Portobelo, importante puerto comercial del Caribe.

Desesperados, los pocos pioneros que quedaban con vida decidieron regresar a Escocia o partir hacia Nueva Inglaterra, en los actuales Estados Unidos. Habían pasado apenas ocho meses desde su llegada triunfal a aquel istmo remoto de Panamá. De los 1.200 intrépidos que habían partido de Port Leith regresaron a Escocia un puñado de supervivientes. Entre ellos el propio Paterson, a quien la aventura no le salió gratis.

El financiero sufrió un durísimo golpe económico, había perdido a su mujer y su hijo y su salud estaba además muy mermada. La mala fortuna quiso sin embargo que retornara a Escocia demasiado tarde. Cuando relataron lo que había ocurrido en el istmo de Centroamérica otra expedición con cerca de 1.300 aspirantes a colonos navegaba rumbo a lo que consideraban que sería ya un asentamiento joven, pero perfectamente establecido.


En vez de un puerto bullicioso y próspero, repleto de mercancías, los nuevos expedicionarios se toparon a su llegada a Panamá, hacia finales de 1699, con los vestigios dejados por sus predecesores. A pesar del chasco decidieron reconstruir la colonia y plantar cara a la amenaza española con un ataque al fuerte de Tubacanti. Los escoceses alcanzaron una pequeña victoria, pero para la Corona fue la gota que colmó el vaso: desde Madrid se acordó aplastar aquel conato colonial sometiéndolo a un largo asedio que culminó en la primavera de 1700, cuando Nueva Caledonia se rindió. Cuando izaron la bandera blanca Escocia entera vio zozobrar su sueño imperial.

De los entre 2.500 y 3.000 colonos que se habían embarcado en la aventura de Paterson solo sobrevivieron unos pocos cientos. Algunos regresaron a Escocia entre el oprobio de la derrota. Otros se distribuyeron por Jamaica o el norte de América. El mayor descalabro para Escocia como país se medía sin embargo en libras, monedas contantes y sonantes: el Proyecto Darién había captado inversiones que representaban un buen pellizco de la riqueza de todo el reino. Según la estimación de Nat Edwards, historiador de la Biblioteca Nacional de Escocia, "el 50% del dinero del Estado se perdió en las expediciones" de Paterson.

El epílogo de la historia es bien conocido. Se escribió en los despachos del Banco de Inglaterra y en los mentideros políticos de Londres y Edimburgo. Para salir de la bancarrota y tapar su deuda pública, Escocia recibió la ayuda financiera de sus vecinos del sur, curiosamente los mismos que no se lo habían puesto fácil durante su aventura colonial en Panamá.

El auxilio, en forma de una inyección de cerca de 398.000 libras reclamada por los comisionistas escoceses, tuvo un precio, sin embargo: la unión política entre ambos reinos y la creación oficial de Gran Bretaña. Del malogrado Proyecto Darien quedó una profunda resaca política y las pipas de sus antiguos colonos, enterradas en un suelo húmedo en el que hoy crecen cocoteros y bananos.

De el hecho que os pongo a continuación hay distintas versiones, ya que aparte de las apreciaciones personales, las pruebas que se han encontrado a lo largo de los años han demostrado que algunas cosas no eran como se pensaban inicialmente.

Hay una serie (de ficción, ojo) llamada "El Terror" cuya temporada 1 está basada en esta historia. La tenéis en Amazon Prime y es muy recomendable. A mi me ha gustado bastante. Pero como digo, es ficción.

La expedición Franklin
Con 45 grados bajo cero y bajando, dos barcos atrapados por el hielo viven días de sólo dos horas con algún rastro de luz. El aliento se congela, el esmalte de los dientes se quiebra por el frío, el aliento se transorma en agujetas congeladas que quiebran el aire. Es octubre de 1847, y dos barcos con su gente agonizan en el Ártico, estrangulados por la interminable garra helada.

Por Miguel A. Hernández
18 Enero, 2023

Fuente: https://historiahoy.com.ar/113097-la-expedicion-franklin/

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El HMS Erebus (“dios de la oscuridad y las sombras”) era un barco importante de la Marina Real Británica, construido en 1826 en el astillero de Pembroke, Gales, como una bombarda (una embarcación cuya cubierta está apuntalada como para resistir el empuje de la pólvora al disparar cañones), un buque de guerra. Tenía 32m de eslora y un calado de 5,2m. Fue destinado en 1828 a patrullar el Mediterráneo, como para que los turcos se preocuparan un poco; sin embargo, nunca llegó a desempeñar la función para la que fue creado (los combates marítimos), ya que fue reconvertido en un barco de exploración.

El HMS Terror era un barco similar, construido en el astillero de Devon, Inglaterra, en 1812. Tenía 31m de eslora y un calado de 6,8m. Intervino en algunas batallas en la guerra angloestadounidense entre 1812 y 1815, y en 1835 fue reconvertido en un barco de exploración.

En 1839, bajo el mando del célebre explorador James Clark Ross, ambos barcos zarparon rumbo a la Antártida, donde alcanzaron la latitud más al sur del planeta en la que algún barco hubiera navegado, una marca que se mantendría durante décadas. Durante esa odisea de casi cuatro años, en dirección a las islas Malvinas, un enorme iceberg provocó que el Erebus y el Terror chocaran entre ellos. Milagrosamente, ninguno de los dos barcos sufrió daños irreversibles y consiguieron regresar a casa.

Después de hacer historia en el Polo Sur, la siguiente aventura del HMS Erebus y del HMS Terror los destinó a navegar de nuevo juntos hacia el extremo opuesto del mundo, el Ártico. La misión era descubrir el “Paso del Noroeste”, una nueva “puerta de entrada” al océano Pacífico.

Quien estuvo a cargo de la misión fue el capitán sir John Franklin, secundado en el mando por los capitanes Francis Crozier (irlandés, capitán del “Terror”) y James Fitzjames (inglés, capitán del “Erebus”). Franklin ya había viajado en tres ocasiones al Ártico en la búsqueda de aquella vía, sin encontrarla: en 1818, en 1819 (en una expedición de veinte personas, de las que sólo nueve regresaron con vida en 1822) y en 1825. En razón a esto, la Marina Real Británica no confiaba demasiado en Franklin como para ponerlo al frente de la nueva expedición. De hecho, Franklin (“el hombre que se comió sus zapatos”, apodo que le pusieron los legendarios miembros del Consejo Ártico, luego de las dramáticas circunstancias de su anterior travesía por tierra en los territorios helados del norte) no era ninguna de las primeras tres opciones del Almirantazgo originalmente. Pero las relaciones son las relaciones (“el éxito no depende tanto de tu capacidad, sino de la gente que conozcas”), así que el lobby y la rosca política del Almirantazgo hicieron que se decidieran por nombrar de nuevo a sir John Franklin al mando de la misión.

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Sir John Franklin

El 19 de mayo de 1845, el HMS Erebus y el HMS Terror, con 129 hombres a bordo (entre ellos, 24 oficiales) repartidos en las dos naves y equipados con la mejor tecnología de la época (incluyendo motores de ferrocarril que en teoría habían sido adaptados para la actividad marítima), partieron desde el puerto inglés de Greenhithe hacia el Polo Norte.

Lo que iban a buscar, el “Paso del Noroeste”, un enlace entre el Atlántico y el Pacífico en pleno mar Ártico, permitiría a los navegantes acortar la distancia a recorrer en los viajes entre Europa y Asia. De encontrar dicha vía, evitarían tener que cruzar por el Cabo de Hornos (en la parte más austral de Sudamérica) o por el Cabo de Buena Esperanza (en el extremo sur de África). Pero para encontrar y llegar a ese atajo soñado había que serpentear a lo largo de 1.500 kilómetros por toda clase de islas, canales y bahías; la idea original era seguir siempre la costa de Norteamérica. La amenaza del frío y el hielo, además, limitaba la navegación a los meses de verano. Los navíos estaban siempre expuestos a que los témpanos de hielo chocaran con ellos inmovilizándolos o perforándolos, o que bloquearan las vías de paso. Por eso, la búsqueda del Paso del Noroeste había sido hasta entonces una sucesión de intentos fallidos y hasta fatales.

La expedición Franklin fue la más ambiciosa expedición británica a la búsqueda del Paso del Noroeste. Pero ninguno de sus miembros regresaría con vida.

Las historias de los inuit (los esquimales de la región) fueron, durante más de un siglo, los indicios y los testimonios más concluyentes para tratar de descubrir lo que sucedió con los 129 hombres de la trágica misión exploradora. Hoy se toma como cierto que los dos barcos quedaron encallados en el hielo en el estrecho Victoria, una región en la cual la temperatura más alta es, hoy en día, de -10ºC a plena luz del sol.

Los dos barcos fueron vistos por última vez por un ballenero en el estrecho de Lancaster. A la salida del estrecho se encontraron con una enorme barrera de hielo que les cortaba el paso, por lo que se quedaron en la pequeña isla Beechey, instalando allí un campamento temporal. El verano siguiente, los dos barcos siguieron la navegación por el estrecho Victoria, entre las islas Prince of Wales y Somerset. Pero en septiembre de 1846 volvieron a quedar atrapados en el hielo, al norte de la isla King William, y de nuevo tuvieron que pasar el durísimo invierno polar en un campamento improvisado. Quince marineros y nueve oficiales murieron en ese lapso, incluyendo al propio Franklin, que falleció el 11 de junio de 1847 en circunstancias nunca aclaradas.

Los navegantes permanecieron en la zona esperando que la llegada del verano derritiera lentamente el hielo, pero eso no sucedió. Habiendo perdido un tiempo más que valioso, decidieron abandonar los barcos encallados y (ya bajo el mando del capitán Francis Crozier) caminar durante el verano y el otoño hasta llegar a la desembocadura del río Back (o Great Fish river), una travesía que estimaban en unos 400 kilómetros, arrastrando botes cargados con provisiones, con la esperanza de llegar a algún lugar en donde ya no hubiera hielo sino agua navegable que les permitiera remontar el río hasta alguna zona civilizada desde la cual pudieran ser rescatados.

La marcha fue prolongada, muy dura y dolorosa. Durante la misma, el hambre, el agotamiento y las enfermedades fueron provocando que muchos no tuvieran fuerzas para continuar; eso generó nuevos planteos: dejar en el camino a los que no podían seguir, abandonándolos a una muerte segura, o cargarlos en los botes que arrastraban, aumentando así el peso de los mismos y por lo tanto haciendo la marcha aún más lenta y con menos hombres disponibles para arrastrar botes más pesados. No todos pensaban lo mismo, y eso creó desaliento y resentimiento entre los hombres.

Algunas versiones de los inuit sostenían haber visto dos grupos de hombres, en distintos días y diferentes lugares. Eso llevó a la conclusión de que podría haber ocurrido una rebelión por parte de algunos hombres, que emprendieron un camino diferente al ordenado por el capitán Crozier. Tampoco se descarta que esos grupos, transformados en enemigos, hubieran provocado muertes violentas en el grupo rival.

Para colmo, los marinos esperaban hallar en el camino animales terrestres (caribúes) para poder cazarlos y alimentarse con carne, pero no encontraron ninguno. La región era tan inhóspita que ni siquiera había muchos inuits (más bien, había muy pocos), que además tenían mucho recelo de los “hombres blancos”, de quienes los inuits rehuían por considerarlos violentos y agresivos, lo que ya habían comprobado en contactos anteriores y en diversos lugares (los inuits son nómades). Sea cual fuere la verdad, lo cierto es que los hombres de la expedición Franklin “terminaron en el rincón más inhóspito de un lugar remoto, en el peor lugar y en el peor momento”.

Y no lo lograron.

Las causas del fallecimiento de los exploradores siguen siendo al día de hoy motivo de controversia y las teorías son de lo más variadas. Algunas explican que los hombres murieron víctimas de enfermedades como el escorbuto, la tuberculosis y la neumonía; el hambre es señalado también como una lógica e inexorable causa determinante. El tétanos y la gangrena fueron otras de las terribles enfermedades que padecieron.

Uno de los problemas principales (si no el principal) parece haber sido la intoxicación con plomo, que deriva en saturnismo. Antes de partir, la Marina Real Británica licitó la provisión de unas ocho mil latas de conserva. Como siempre, ganó el mejor postor (o sea el más barato). La fabricación de latas se efectuó a toda prisa y estuvieron listas a tiempo, pero “se hicieron de una manera muy descuidada”. Ocurrió que el plomo de las latas “comenzó a gotear hacia el interior de la lata como cera derretida”, como explicaría en 1987 Owen Beattie, profesor de Antropología en la Universidad de Alberta y jefe de un equipo de científicos que se dirigió a la zona para tratar de determinar lo sucedido con la expedición Franklin. Otra versión agrega que el sistema de conducción del agua de ambos barcos incluía conexiones entre el suministro para el consumo humano con el de los motores, por lo que el agua habría quedado contaminada por el plomo de las máquinas, por lo cual todos comenzaron a intoxicarse.

Esas altas dosis de plomo ingeridas en forma constante y crónica comenzaron a provocar los muchos y variados síntomas de la intoxicación con plomo (saturnismo): dolor articular y muscular, dolor de cabeza, afección de las encías (esto tiene su importancia ya que el escorbuto también afecta las encías y eso provocó que el diagnóstico se confundiera), pérdida de dientes, dificultades en la memoria y la concentración, dolor y cólicos abdominales, diarrea, trastornos hepáticos, agotamiento y trastornos del estado de ánimo y del comportamiento, sobre todo irritabilidad y comportamiento agresivo.

“El plomo se acumulaba en los huesos y en las encías, y generaba tantos dolores que los hombres muchas veces preferían no comer a tener que sufrir un intenso dolor por comer”, señalaron los expertos.

Todo esto fue llevando a los hombres a alucinar, como paso previo a la locura. Y llegados a esta altura comienzan a tomar trascendencia las versiones sobre el canibalismo. Las teorías canibalistas fueron negadas inicialmente por el gobierno británico, pero finalmente las evidencias encontradas fueron interpretadas como ciertas.

Se encontraron cuatrocientos huesos de once cuerpos distintos y el 25% de ellos presentaba restos de canibalismo. Algunos de los cuerpos hallados tenían surcos de cuchillos y les faltaban pedazos, sobre todo en brazos, nalgas y muslos, señales de que habrían servido como alimento.

En Inglaterra, mientras tanto, ante la falta de noticias, se activaron las primeras alarmas. Se envió una misión terrestre de búsqueda, otra marítima liderada por John Ross, almirante y naturalista escocés, explorador del Ártico, que se internó en la bahía de Baffin y el estrecho de Lancaster; luego otra misión de rescate gestionada por lady Jane Franklin, la esposa del comandante. Todas las expediciones de búsqueda fracasaron.

Recién en agosto de 1850 se hallaron en la isla Beechey los primeros vestigios de la expedición: fragmentos de suministros, harapos o latas de conservas, y las tumbas de John Torrington, John Hartnell y William Braine, cuyos cuerpos estaban especialmente bien conservados, momificados. La autopsia, practicada más de cien años después (en 1984) por el equipo del mencionado Owen Beattie, reveló que Torrington, de 20 años, había muerto a causa de una neumonía agravada por las gran cantidad de plomo encontrada en sus pulmones.

En 1854, el explorador John Rae confirmó, gracias a los testimonios de los inuits, que los barcos habían quedado atrapados en el hielo y luego sepultados en él. Confirmó también que la tripulación se vio obligada entonces, antes de que esto se consumara, a desplazarse a pie, vagando por un territorio helado en búsqueda de alimentos para poder sobrevivir hasta llegar a la desembocadura del río Back, en la costa norte del territorio de Canadá conocido como Nunavut. Una misión imposible.

El mismo John Rae encontró los restos de varios hombres; unos inuit, además, le aseguraron que habían visto a “un grupo de hombres blancos arrastrando un bote” hacia el río Back, donde había un pequeño puesto comercial y donde confiaban en poder contactar con alguien. Según relató Rae, al decir de los inuits, esos hombres, muy delgados, demacrados y sin dientes, sobrevivían a costa de “comerse a los fallecidos”, tal y como lo atestiguaba el contenido hallado en algunas ollas que fue analizado.

El Reino Unido dio por muertos a todos oficialmente en marzo de 1854.

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Reliquias de la expedición de Franklin, según el Illustrated London News, octubre de 1854.

Como siempre que las evidencias son pocas, hay leyendas y relatos variados; entre ellos se destaca uno que habla de la existencia de una criatura sobrehumana “de un tamaño sobrenatural, con grandes garras y colmillos”, una especie de oso gigante sediento de sangre, que habría matado y destrozado a muchos de los expedicionarios. Los inuits lo llamaban Tuunbaq, que de acuerdo a la mitología inuit es un animal creado por la diosa Selna para matar a los otros dioses inuit y que luego fue desterrado al territorio helado. Se trata de una bestia sanguinaria de gran inteligencia, “con el espíritu del diablo”, que no sólo mata a quienes se internan en su territorio sino que además los destroza con crueldad. Los inuits afirmaban que Tuunbaq había matado a muchos hombres blancos.

En abril de 1859, otro equipo de investigadores encontró en el interior de un “cairn” (un montículo de piedras apiladas en forma ordenada) un tubo metálico que contenía en su interior un documento firmado por los capitanes Francis Crozier y James Fitzjames, con dos mensajes escritos. Uno de ellos, fechado el 25 de abril de 1848, decía que el capitán sir John Franklin había muerto el 11 de junio del año anterior, que quedaban 105 hombres vivos, que habían abandonado el HMS Erebus y el HMS Terror tres días antes y que marchaban a pie hacia el Río Back, ahora dirigidos por el capitán Crozier. Dada la casi imposibilidad real de lograrlo, ese mensaje parecía un epitafio. El otro texto encontrado estaba fechado un año antes del anterior, estaba firmado por el propio Franklin e indicaba que la situación estaba controlada. Dos semanas más tarde de la fecha de ese escrito, el mismo capitán Franklin moría. El cuerpo de Franklin nunca fue encontrado.

No se sabe qué ocurrió con el capitán Fitzjames y con resto de hombres que habían marchado en busca del Río Back. El capitán Crozier también desaparareció. Más tarde llegaron informes no verificados de testimonios de inuits que decían que, entre 1852 y 1858, Crozier y otro miembro de la expedición habían sido vistos en el área del lago Baker, unos 400 km más al sur. Lo cierto es que ningún rastro ni resto de Crozier fue hallado.

Más acá en el tiempo, desde 1981 muchas expediciones han explorado la región buscando restos humanos de los miembros de la expedición Franklin.

Las conclusiones científicas finales se obtuvieron luego de muchas excavaciones y exhumaciones efectuadas durante muchos años. Los informes toxicológicos de los huesos mostraban altos índices de plomo, por lo cual se concluyó que un envenenamiento por plomo fue “factor coadyuvante y agravante”. Además, se confirmó oficialmente el hallazgo de marcas y cortes de cuchillo en brazos y muslos de algunos de los tripulantes, que fueron interpretados como signos de canibalismo. La evidencia final de los informes “oficiales” concluye que una combinación de frío, hambre, escorbuto y enfermedades tales como la neumonía y la tuberculosis, todas agravadas por el envenenamiento por plomo, produjeron la muerte de la totalidad de los miembros de la expedición Franklin, transformándola en una dolorosa y prolongada tragedia.

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El explorador irlandés Robert McClure descubrió el Paso Noroeste en 1851, pero no llegó a atravesarlo ya que su barco, el HMS Investigator, quedó varado en el hielo. McClure hizo en trineo gran parte del resto del recorrido y dejó en la isla de Banks una anotación con su logro, fechada el 21 de abril de 1851, registro que fue descubierto en 1917 por Vilhjalmur Stefansson, un explorador del Ártico canadiense-islandés.

Finalmente, el gran explorador noruego Roald Amundsen logró alcanzar el objetivo y navegar en forma completa el Paso Noroeste; en 1906, tras un viaje de tres años, llegó a la costa de Alaska sobre el océano Pacífico, a bordo del pequeño velero Gjøa. Amundsen, un enorme explorador, también sería el primero en llegar al Polo Sur en el año 1911.

En septiembre de 2014, durante la búsqueda de los restos del vuelo 370 de Malaysia Airlines que había desaparecido en marzo de ese año sin dejar ningún tipo de rastro con 251 personas a bordo, se encontraron en el fondo del mar Ártico restos del HMS Erebus. Y en septiembre de 2016 se encontraron restos del HMS Terror, muy cerca de donde había aparecido el Erebus. Los dos presentaban partes de la cubierta quemada, lo que parecería indicar que los navegantes intentaron calentarse con los esqueletos de ambos barcos.

Cabe acotar que el Paso Noroeste no estaba muy lejos del lugar en el que se encontraron los restos del HMS Erebus y del HMS Terror, pero no tan cerca del estrecho Victoria, donde encallaron. Este hallazgo por demás extraño instaló entonces una nueva teoría, quizá descabellada: ¿y si un grupo de esos sobrevivientes que marchaban hacia el Río Back dieron la vuelta, consiguieron volver a los barcos, desprenderse del hielo y encontrar a bordo de ellos el Paso del Noroeste antes de desaparecer para siempre? ¿Y si fueron ellos, y no McClure ni Amundsen, quienes lograron encontrar, con sus últimas fuerzas, la ruta más rápida entre Asia y Europa? Probablemente nunca se sabrá.

Dos libros recientes tratan la historia de la expedición Franklin: la novela “The Terror” (2007), de Dan Simmons, y “Erebus: the story of a ship” (2019), de Michael Palin. El primero de ellos ha sido tomado como referencia para la miniserie británica “The Terror”, que llegó a la pantalla en 2018.
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