Estudiantes de Cambridge crean la tecnología “E.chromi”, que permite colorear las heces por medio de bacterias
En 2009, siete estudiantes de la Universidad de Cambridge (U.K) pasaron un verano de lo más divertido jugando con bacterias e ingeniería genética, intentando lograr que estos organismos pudieran emitir una variedad de pigmentos de color, visibles a simple vista. Para ello diseñaron secuencias estandarizadas de ADN, conocido como BioBricks, que se insertaron en la ya por todos conocida bacteria E. coli.
Cada BioBrick contenía genes de irisdiscencia seleccionados de otros organismos existentes en la naturaleza y con ellos permitieron que las bacterias pudieran producir distintos colores a simple vista: rojo, amarillo, verde, marrón, azul o violeta.
Al combinar estos BioBricks, descubrieron que las bacterias podrían ser programados para hacer cosas útiles, como indicar si el agua potable en la que nadan es segura, poniéndose de un color determinado si detectan una toxina peligrosa.
Mediante esta técnica, las bacterias sensibles al arsénico, por ejemplo, liberaban un pigmento rojo en presencia de este elemento, envíando una advertencia de salud clara y sin necesidad de pasar semanas con análisis en laboratorios alemanes.
La tecnología de ingeniería genética E. chromi ganó el Gran Premio en el Concurso Internacional Genetically Engineered Machine Competition (iGEM) de 2009.
Los diseñadores Alexandra Daisy Ginsberg y James King han trabajado desde entonces con su equipo para explorar el potencial de esta nueva tecnología, mientras que se está desarrollando en el laboratorio. Y diseñaron una línea de tiempo proponiendo vías para convertirla en fundamental para el próximo siglo.
Estos escenarios incluyen los aditivos alimentarios, los problemas de patentes, la medicina personalizada, el terrorismo y hasta el cambio climático. El grupo también prevé un futuro en el que una persona pueda ingerir bacterias que son sensibles a distintos marcadores de una enfermedad.
Después de colonizar el intestino, las bacterias liberarían los pigmentos de color en presencia de la enfermedad, alertando a la persona mediante el cambio de tonalidad de las heces y conviertiendo nuestro WC en un festival de colores que, lejos de ser escatológico, nos permitiría vernos más por dentro para detectar mejor lo que nos pasa por fuera.