No es que postee mucho por aki, ni leo tampoco muchos posts, tampoco es que sea un experto escritor de novelas ni nada por el estilo, pero aki os dejo un relato que surgió de mi imaginación espontanea mientras charlaba por el messenger hoy mismo, a ver que os parece.
El cartero
Erase una vez una bellísima mujer destinada a vivir a costa de su marido, por su marido, para su marido. Maltratada, insultada, dejada de las garras de su esposo.
Un día mientras su marido le gritaba en casa, se oían los estruendos en todo el barrio, pasaba por la calle un formal hombre, vestido con su traje de trabajo, llevando corbata, bien peinado y con su maletín. Tenia un rostro serio, apacible, ojos marrones, vista firme sin titubear, sin temor, confiado. Este hombre escuchó esos gritos que salían del segundo balcón de ese edificio viejo, tenía sus años aunque se mantenía en pié gracias a las pequeñas reformas. En un principio no hizo mucho caso a estas voces gritos y peleas, e intentó pasar esa calle simulando que no oía nada.
Pasaban los días, y este hombre pasaba cada día por esa calle, y no había día que no pasase sin estremecerse al oír esos estruendos, aunque algo cada vez le impulsaba a quedarse escuchando lo que decían. Con su periódico sentado en un banco cerca de esa casa, sin leer ni una línea, solo pendiente de lo que decían en ese piso de la calle San Juan.
Fueron pasando más y más días, y este no podía estar sin escuchar cada día esos maltratos. Pero tuvo una idea, decidió intentar contactar con la mujer cuando el marido marchase al trabajo.
Se esperó en un portal cercano vigilando, la entrada y salida de personas de ese edificio. Al ser un edificio de 3 plantas solo vivían 3 vecinos. En el primero una pareja mayor, en la segunda planta esta pareja, y en el tercero una joven que vivía de alquiler por que estudiaba. De repente vio bajar un hombre, de mediana edad, vestido con unos pantalones manchados de arena, hormigón y cemento. Su cara reflejaba exactamente lo mal que vivía a base de tabaco, alcohol, y el duro trabajo en una obra.
Cuando el marido desapareció por la manzana siguiente el hombre se acercó al portal de donde salió. No estaba seguro de lo que hacía, pero tenía que intentarlo. Llamó al portero automático. A los cuarenta segundos contestó la mujer:
- Diga?
- Oiga? Soy el cartero, me puede abrir? Tengo que entregarle algo
- De acuerdo
La mujer le abrió la puerta del portal.
Entonces llamaron al timbre de la puerta de casa. Ella abrió sin pensárselo, pero algo le sorprendió:
- Que? Usted no es el cartero!!
Se sobresaltó, vio a ese hombre vestido con unos zapatos bueno, pantalones negros ajustados a su medida, ni cortos ni largos, y una camisa deportiva de manga corta que dejaba ver esos brazos fuertes.
Ella llevaba la bata de casa, unas zapatillas de baño, y el pelo recogido en una coleta que dejaba ver su bello rostro, sus ojos azules resplandecientes, sus labios aunque no del todo cuidados, se podía intuir esa dulzura que escondían.
El hombre un poco avergonzado por mentir le contestó:
- Lo siento no quería mentirle, pero quiero hablar con usted
- Fuera!! no necesitamos enciclopedias ni nada por el estilo....
Antes de que le cerraran la puerta el hombre puso el pie para que no se cerrase
- Escúcheme solo quiero hablar sobre esos gritos y estruendos que se oyen cada día, esas peleas que tiene con su marido.
Ella se quedó perpleja, no supo que decir y sin pensarlo mucho dejó pasar al hombre.
Se sentaron en el sofá, y ella le trajo algo de beber, exactamente un zumo de naranja. Y empezaron a charlar, se presentaron, le pidió disculpas otra vez por engañarla. Y después de explicarle que cada día escuchaba esas peleas ella no aguantó más.
Intentó esquivar ese tema como fuera pero no pudo, echó a llorar de repente, sus lagrimas recorrieron ese gran tramo por sus mejillas hasta caer encima del sofá. El hombre sorprendido quiso calmarla, la cogió y la abrazó fuerte estrechándola contra su cuerpo.
Ella se sentía protegida entre sus brazos, podía sentir el calor de estos que recorrían su espalda. De repente él la separó y la miró a sus ojos:
- Unos ojos como los tuyos no deberían llorar por una persona como tu marido
Y acto seguido un silencio inundó el salón, ella paró de llorar y solo podía sentir los labios de este hombre besando cariñosamente los suyos, nunca antes sitió tal confort como ese día. En ese momento no recordaba sus malos ratos ni sus discusiones, solo sentía ese calor que la inundaba de arriba abajo. Él la separó para mirarla fijamente a los ojos, y entonces ella no quería que ese momento acabase y se lanzó a por esos labios que le hicieron disfrutar como nunca.
Pasaron y pasaron horas cuando de repente el pomo de la puerta de entrada de la casa fue penetrado por las llaves del marido. La pareja no oyó nada, se encontraban en la cama de matrimonio echados uno al lado del otro abrazados, y tranquilamente disfrutando del momento.
El marido se fijó que había demasiado silencio, y entonces llegó al salón y vio cosas extrañas. Unos zapatos de los buenos cerca del sofá, la bata de su mujer tirada en el mismo sofá, más adelante una camiseta encima de la mesa, unos pantalones, y unos calzoncillos delante de la puerta de su habitación.
El marido rebosando de furia no quiso entrar directamente a la habitación y se dirigió al trastero donde escondido detrás de un armario se encontraba el preciado tesoro de su abuelo, la escopeta de caza. La cargó intentando hacer el menor ruido posible.
La pareja seguía abrazada sin percatarse de la presencia del marido, entonces de repente un estruendo acaparó la atención de los dos que no dejaron de abrazarse, esta vez por miedo. El marido abrió la puerta de un golpe, y gritando dijo:
- Lo sabía, lo sabía
Y después de un gran petardo el silencio se hizo presente en esa habitación. La sangre manchaba las sabanas, y goteaba en el suelo. La sangre encima de la mujer tapaba los hematomas causados por fuertes golpes, los dos cuerpos seguían abrazados aunque esta vez inmóviles con sus cabezas reposando juntas como dos amantes.
Fin
(pido disculpas por si hay alguna falta ortográfica)