Grave era su voz y eterna su sonrisa. Era el sin duda el mas enigmático de los hombres que he conocido. Surgía de la más espesa niebla, cargado de reliquias y más que inútiles baratijas. Parecía no tener edad, por las arrugas de sus ojos cualquiera hubiera dicho que eran de un anciano pero su fuerza y vivacidad eran propias de un joven. Los niños que no le conocían salían corriendo hacia a las faldas de sus madres asustados. Los que ya sabíamos quien era corríamos hacia él en busca de sus regalos. Era el buhonero de la más grande estirpe. Para nosotros en nuestro perdido valle era un mago, que nos traía fabulosos regalos a los niños, historias de la corte a las madres y relatos de las guerras que contaba junto a un vaso de licor en la taberna a nuestros asombrados padres. Volvía cada año a nuestro valle, siguiendo una ruta que el solo conocía. Un año llego enfermo a nuestro pueblo, le cobijamos en nuestra casa y me mandaron su cuidado. Durante semanas estuve a su lado ayudándole a vencer la enfermedad. Cuando se recupero decidió que marcharía con el para aprender su oficio, no lo dude ni un momento y acepté, ante mi se desplegaba un horizonte nuevo mas alla de las montañas que rodeaban el valle. Durante años le acompañe a lo largo de sinuosos senderos que se perdían en las montañas, aprendí donde debía comprar, como regatear, y a quien debía vender. Fui su bastón cuando las fuerzas le abandonaban y finalmente fui su única cuando inexorablemente murió en una posada perdida en una colina. A partir de ese momento me convertí en el buhonero, mi hogar son los caminos y mi patria allá donde me lleven mis pasos.
