Capítulo 9: El tejedor del viento
¿Dónde estaba?, ¿Qué había pasado?, ¿Por qué no recordaba nada?. Todas estas preguntas acudirían a la mente de Nanouk en cuanto esta empezó a despertarse a la mañana siguiente. Incluso antes de abrir los ojos, sin embargo, Nanouk notaría ya los más que molestos efectos secundarios de aquella bebida y se revolvería en la cama apretando la cabeza contra la almohada a causa del dolor.
Estaba aún adormilada, aunque no tanto por el sueño como por una especie de modorra causada sin duda por lo mismo que había provocado su dolor de cabeza, y apenas podía pensar con claridad. No recordaba absolutamente nada después de haberse encontrado con la Leoran, apenas pequeños retazos en forma de imágenes borrosas del baile y algo que no entendía del todo. Una imagen azul, como un cielo despejado y más claro que el que jamás había podido ver, pero cuyo significado se le escapaba por completo pese a ser la imagen que más se repetía en el caos de sus recuerdos.
-Estupendo. –Refunfuñó para si levantando pesadamente la cabeza de la almohada y mirando con ojos nublados al resto de la habitación. –Menudo día he ido a elegir para empezar a beber.
Más enfadada consigo misma que con la Leoran que le había dado la bebida, Nanouk reunió toda su fuerza de voluntad para conseguir apartar aquel caos de su cabeza y se sentó pesadamente sobre la cama. La luz que se filtraba entre los tablones de la casa le hacía daño, como si cada hilo luminoso fuese un cuchillo que se clavase en sus ojos, pero la necesidad de continuar con sus planes la haría mantenerlos abiertos a pesar de todo.
Estaba en su cama, lo que significaba que alguien la había traído hasta allí la noche anterior. Esto no la preocupaba demasiado sin embargo, al fin y al cabo seguía llevando la misma ropa y suponía que habría sido una de sus cuidadoras, pero la imposibilidad de recordar con claridad nada de lo que había hecho y la extrema sensación de cansancio que adormecía todo su cuerpo sí eran un problema.
No tenía mucho tiempo para ponerse en marcha si no quería pasar un día más en aquel lugar, pero su cuerpo se negaba a responderle tan deprisa como le gustaría y pensar con claridad le resultaba complicado. A cada pestañeo volvía a ver aquella imagen, a cada momento que cerraba los ojos sentía que podía perderse en la titilante infinidad de aquel cielo azul que parecía vibrar como si tuviese vida propia, como si la mirase también a ella, y ni siquiera estaba segura de por qué.
-Si al menos pudiese recordar qué es eso. –Se lamentó en voz alta, sin importarle demasiado en esos momentos lo que pudiesen pensar sus cuidadoras si la escuchaban hablando sola. –O al menos quitármelo de la cabeza.
Frustrada, enfadada consigo misma y todavía considerablemente adormecida por la resaca, Nanouk se frotó una última vez la cara con las manos tras decir esto y decidió al fin bajar de la cama. La habitación entera parecía tambalearse a su alrededor y por un instante estaría a punto de caerse, pero su equilibrio pronto se acostumbraría de nuevo a estar de pie y la joven Harumar se dirigiría hacia un rincón de la habitación.
Una vez allí, tiró de una de las plantas con forma de caña que recorrían la pared tal y como ya les había visto hacer a sus cuidadoras, dejó que el agua corriese por unos segundos hasta llenar el pequeño cuenco de hojas colocado bajo esta… y metió de golpe la cabeza en el mismo dejando además que el chorro de agua cayese sobre su nuca. Estaba helada, tanto que llegaría a sentir pequeños pinchazos por toda la cara conforme su piel protestaba por el brusco cambio de temperatura, pero eso era precisamente lo que necesitaba en esos momentos para despejarse.
El choque con el agua helada la ayudaría no solo a quitarse de encima aquella molesta modorra, también aclararía un poco su mente. Al menos lo suficiente para poder levantar al fin la cabeza y mirar a su alrededor sin marearse mientras el agua goteaba lentamente sobre su cuerpo desde sus empapados cabellos y su rostro.
En otro momento la humedad que pronto notaría también en la ropa la habría molestado, especialmente al ver como esta se pegaba más de lo que ella querría a su pecho, pero en esos momentos el frescor del agua la reconfortaba demasiado como para preocuparse por nada más. Se sentía mucho mejor y, aunque todavía ligeramente desorientada, no tardaría en dirigirse hacia la puerta.
Fuera la luz cubría ya la mayor parte del volcán. Anakran estaba todavía demasiado baja en el horizonte para superar la sombra de sus paredes, pero sus rayos entraban por la abertura del río como un torrente luminoso y la corriente lo reflejaba iluminando casi todo el poblado. Algo que Nanouk maldeciría de inmediato dada la tremenda molestia que la luz le suponía esa mañana y que la obligaría a seguir adelante cubriéndose los ojos con la mano.
Todo parecía haber vuelto a la normalidad tras la última noche. A su alrededor los Leoran continuaban con sus quehaceres diarios con la misma tranquilidad de costumbre, la plaza volvía a estar libre de las mesas y demás elementos del baile, y los guardias también habían desaparecido. Detalle este último que Nanouk agradecería especialmente puesto que volvía a permitirle moverse con tranquilidad mientras se dirigía hacia la puerta del poblado.
Aún estaba cerrada y por un momento esto la haría temer haber llegado demasiado tarde, pero conforme se acercaba empezaría a darse cuenta de que no era así. Cerca de la puerta los guardias aguardaban lo mismo que ella, esperando impasibles al lado del río el momento en que esta se abriese para ayudar a los cazadores en cuanto llegasen. Y por la forma en que los vigías habían dejado de recorrer los troncos de la puerta por unos momentos era evidente que esto pronto pasaría.
Nanouk respiró hondo en ese momento tratando de mantenerse tan serena y despejada como fuese posible. Su mente acostumbrada a los ejercicios tácticos del templo Harumar analizó rápidamente la situación de cada guardia, sus movimientos, sus ángulos de visión y los puntos muertos que estos podían dejar. O al menos los que habrían dejado si se tratase de guardias humanos o Harumar pues estos eran su única referencia.
No sabía hasta que punto los sentidos de los Leoran eran distintos a los suyos, por lo que ni siquiera estaba segura de poder evitarles aun cuando no mirasen, pero al menos le quedaba una esperanza. Sus posiciones y movimientos estaban diseñadas para vigilar el exterior, no el interior, y esto dejaba varios huecos tras ellos por lo que poder acercarse sin que la viesen.
Así, con cuidado y moviéndose ya descalza para evitar hacer ruido, conseguiría deslizarse entre las casas más cercanas a la muralla, acercarse agachada hasta unas cajas próximas a la puerta y se detendría finalmente. Estaba todavía a unos diez metros de la puerta, pero no podía arriesgarse a seguir delante de aquella forma. Si la descubrían moviéndose de manera sospechosa se pondrían alerta, algo que a ella no le interesaba en absoluto, así que su única opción era esperar allí para jugárselo todo a una carrera cuando llegase el momento adecuado.
Sus ojos se dirigieron hacia los vigías esperando una señal que le indicase que la puerta estaba a punto de abrirse, sus oídos se centraron en captar cualquier sonido procedente de las murallas en espera de los mismos crujidos que había escuchado la última vez, y cada músculo de su cuerpo se tensó con anticipación. No tendría más oportunidades, como la propia Nyla le había dicho si fallaba probablemente la matasen, pero aun así estaba totalmente decidida a intentarlo.
Cada segundo se hacía eterno. A cada paso de los guardias su pecho ascendía y bajaba siguiendo a su agitada respiración, a cada minúsculo sonido que llegaba a sus oídos su corazón respondía con un agitado latido que retumbaba en sus tímpanos como el eco de un tambor, incluso el agua que goteaba todavía de su rostro parecía caer a tierra al compás del resto de su cuerpo. Gota a gota, segundo a segundo, paso a paso de aquellos Leoran cuyos ojos oteaban el bosque esperando algo. Hasta que…
-Rorat!
La voz de uno de los Leoran resonaría de pronto desde lo alto de la muralla y Nanouk notaría al instante como su ansiedad aumentaba aun más. Sus ojos observarían sin pestañear como el enorme portón empezaba a ascender dejando tras de sí una cortina de hilos y gotas de agua, sus oídos seguirían a la perfección cada uno de los chasquidos procedentes de la montaña que le indicaban los movimientos de la puerta y sus manos se apoyaron rápidamente en el suelo.
No faltaba mucho ya. Los cazadores entraban una vez más al pueblo con la caza de esa noche y la misma escena que ya había visto una vez se repetiría frente a ella. La de los guardias del interior ayudándoles y descuidando por unos minutos la vigilancia de la puerta. Pero todavía no era el momento…
Nanouk sabía que debía esperar aun más. Aunque su corazón latiese desbocado en su pecho empujándola a correr la razón todavía pesaba lo suficiente en su cabeza para mantenerla quieta un poco más. Tenía que esperar al momento justo, al instante en que todos los cazadores estuviesen ya dentro y el sonido que recordaba se produjese. Y así fue.
Apenas un minuto después de que el último cazador entrase al poblado, un seco chasquido procedente de la montaña llegaría a los oídos de Nanouk y esta notaría como todo su cuerpo hervía de pronto sintiendo la brusca subida de adrenalina ante el momento que tanto había esperado.
La puerta había comenzado a descender, exactamente tal y como recordaba que había hecho aquel día, y si todo iba como pensaba eso le daría la ventaja que necesitaba. Era demasiado grande, demasiado pesada para que pudiesen pararla una vez estaba bajando, lo que le daría unos preciosos minutos si conseguía su objetivo.
Nanouk corrió entonces como nunca lo había hecho. Sin importar ya el estado de su cuerpo tras la última noche se pondría en pie de un salto, saldría de detrás de las cajas y la adrenalina que ahora corría por su cuerpo impulsaría sus piernas llevándola hacia la libertad que tanto deseaba.
Estaba lejos, pero ya nada podía pararla. Los vigías estaban prestando atención al exterior, los cazadores demasiado ocupados con sus propias tareas y los guardias no se darían cuenta de su presencia hasta que sus agitados pasos se acercaron a ellos, pero ya era tarde.
Justo en el instante en que el grito de uno de los Leoran resonaba en sus oídos y varios de ellos trataban de correr hacia ella, Nanouk alcanzó la puerta, se lanzó hacia delante pasando bajo los enormes troncos que formaban la hoja y rodó por la estrecha orilla del río atravesando la densa pared vegetal que cubría la puerta. Y justo en ese instante, cuando dejaba de rodar y sus manos se apoyaban en el suelo para ayudarla a levantarse de nuevo, un golpe resonaría tras ella indicándole que la puerta acababa de cerrarse tal y como ella había planeado.
Los labios de la Harumar formaron una sombría sonrisa en ese instante como muestra de alegría, sus ojos miraron de reojo a la muralla sabiendo que aún estaba en peligro y se puso en pie dispuesta a seguir adelante. Pero…
-No!...
Nanouk ni siquiera podría contener su propia voz al volver a mirar frente a ella y encontrarse con el verdadero paisaje que ocultaba aquella pared de enredaderas y plantas. Era libre, al fin había dejado el maldito cráter y tenía incluso unos minutos para echar a correr antes de que la persiguiesen… y sin embargo no podía.
Frente a ella no estaba la jungla que había supuesto, sino el vacío. La pared de la puerta no daba a la base de la montaña, sino a una abertura en el cráter a más de cuarenta metros de la jungla que finalizaba a apenas unos pasos de la misma. Allí, el agua del río descendía de golpe hacia la jungla en forma de una hermosa y colosal cascada que cortaba por completo la única huida de la joven.
-No puede ser… -Se negó a creer Nanouk mirando desesperadamente a todos lados. –Esta no puede ser la salida, tiene que haber una bajada en algún lado.
Su mente sabía que aquellas palabras eran ciertas, después de todo los cazadores entraban y salían por aquel lugar, pero sus ojos no podían encontrar nada. Mirase donde mirase lo único que podía ver era la escarpada pared del volcán, solo rocas y más rocas cubiertas en algunos lados por enredaderas tan gruesas como sus piernas, pero nada más.
En medio de su desesperación ni siquiera escucharía ya el sonido de la puerta abriéndose una vez más, ni tampoco el de los Leoran que la vigilaban desde la muralla con sus arcos. Tan solo seguiría allí, dando vueltas como un animal acorralado por la pequeña terraza de roca en que se encontraba hasta que, al fin, encontraría la respuesta a su pregunta. Pero por desgracia demasiado tarde ya para hacer nada puesto que, lejos de descubrirla por si misma, sería uno de los Leoran quien se la proporcionaría.
Para su sorpresa los Leoran ni siquiera necesitaban realmente aquella puerta. Algunos habían descendido por la propia muralla usando las enredaderas a modo de escala, exactamente igual a como se movían por sus poblados, y al mirarlas con más atención Nanouk entendería lo mucho que se había equivocado.
Ellos no necesitaban puerta cuando toda la jungla era realmente parte de su poblado, simplemente ascendían por las plantas como si estas fuesen árboles. No eran humanos ni Harumar, y pensar como si lo fuesen le había supuesto un error que ya no podía remediar. Aunque no la hubiesen rodeado, para ella seguir ese mismo camino era casi imposible, y más aún hacerlo a la misma velocidad que ellos.
De nuevo estaba atrapada. Los guardias la rodearon mirándola ahora como a lo que era, como a una fugitiva y no como la habían mirado en días anteriores. En ese instante se daría cuenta de hasta que punto Nyla tenía razón, de lo que significaba realmente que las tratasen como a uno de ellos y no como prisioneras, aunque ya daba igual.
No podía huir, eso era lo único en que podía pensar en esos momentos. Volverían a cogerla, a encerrarla en aquella casa o puede que incluso peor. No, ella no permitiría eso, no volvería a dejarse encerrar, antes prefería cualquier otra cosa.
-¡Apartaos!. –Gritó cuando dos de los Leoran intentaron acercarse a ella. –No pienso volver, ¡Dejadme!.
Los guardias ni se inmutarían ante los desesperados gritos de la joven. Estaba claro por sus miradas que estaban más que molestos con ella y lo último que vería de ellos era algo de compasión, aunque eso tampoco era lo que Nanouk quería. Sabía que solo tenía una salida llegado ese momento, lo había sabido desde el primero momento en que había decidido intentar huir, y estaba dispuesta a aceptarla.
Sin dudar un solo momento, Nanouk se giró de golpe hacia la catarata y corrió con todas sus fuerzas hacia ella dispuesta a lanzarse al vacío. Pero no todo sería tan sencillo en esta ocasión para la Harumar.
Antes de que pudiese dar más de cuatro pasos, uno de los guardias se interpondría en su camino obligándola a detenerse y otro la cogería por un brazo desde atrás tirando bruscamente de ella. A lo que la joven reaccionaría aún con mayor desesperación mostrándose una vez más como lo haría un animal acorralado.
Para sorpresa del guardia Nanouk no se daría por vencida en absoluto al ser capturada. La Harumar se giraría rápidamente hacia él, tiraría de su brazo acercándolo a ella y se movería a un lado antes de que pudiese reaccionar quitándole a continuación el cuchillo que este guardaba en su cintura.
La reacción de los Leoran se haría aún más agresiva en ese instante. La visión del cuchillo en manos de la joven haría que todos llevasen sus manos hacia sus armas y que sus ojos brillasen con el mismo pálido fulgor de un depredador que acecha a su presa. Pero no llegarían a intervenir.
Lejos de atacar con el cuchillo al guardia que la sujetaba, Nanouk giraría sobre si misma dándole una violenta patada para quitárselo de encima, retrocedería hasta el centro del círculo que ahora formaban los Leoran a su alrededor y se detendría un instante jadeando pesadamente. No iba a atacarlos, después de todo de qué serviría cuando dentro había cientos más como ellos y no podía huir, pero al menos sí podía hacer algo para acabar con aquello.
Por un segundo sus ojos color turquesa miraron su propio reflejo en la hoja del cuchillo y se pudo ver a si misma temblando, como si la claridad con que su mente veía lo que tenía que hacer no fuese suficiente para convencer a su corazón. Aunque nada de esto la detendría.
Ante los sorprendidos ojos de los guardias, Nanouk levantó el cuchillo, apuntó la hoja hacia si propio pecho cerrando al mismo tiempo los ojos… y descargó un seco golpe dirigido directamente hacia su corazón. Sin embargo la hoja ni siquiera la tocó.
Antes de que el cuchillo alcanzase su objetivo, el guardia al que antes había derribado saltaría sobre ella tirando rápidamente de su mano y los dos rodarían por el suelo forcejeando con aquel cuchillo. Nanouk tratando desesperadamente de empujarlo hacia su pecho, de poner fin a todo aquello de una vez por todas, y el Leoran tirando de su mano para evitarlo.
Detenerla no era una tarea fácil, ni siquiera para alguien más fuerte que ella como aquel guardia. Nanouk trataba de quitárselo de encima con continuas patadas y su otra mano lo golpeaba intentando hacerlo perder el agarre sobre la mano que sostenía el cuchillo, lo que le daría una peligrosa ventaja.
A pesar de los esfuerzos del guardia, la punta del cuchillo no tardaría en rebasar su vestido abriendo la tela con facilidad y alcanzar su piel. Nanouk notaría entonces el frío contacto del metal, el dolor del pinchazo inicial cuando la hoja se hundió un centímetro en su carne y el calor de la sangre corriendo por su pecho.
Ninguna de estas cosas la detuvo. Todas eran sensaciones que esperaba, últimos sorbos del amargo final que había elegido tomar y de nuevo se estremecería al tiempo que cerraba los ojos preparándose para dar el último tirón al cuchillo. Sin saber todavía que, por más que lo intentase, el cuchillo ya no volvería a moverse hacia ella.
-Itare.
Nada más notar como el cuchillo se detenía de golpe a pesar de sus tirones como si algo más lo hubiese sujetado, Nanouk escucharía aquella palabra en una voz ya familiar y todo su cuerpo temblaría de nuevo. Esta vez no era temor sin embargo lo que la sacudía, ni siquiera ella misma estaba segura de qué era, pero cada nervio de su cuerpo sentiría aquella sensación que la obligaría a abrir los ojos de nuevo para ver qué pasaba. Y entonces vería una vez más aquella imagen.
Por un momento Nanouk pensó que volvía a estar soñando al encontrarse de nuevo con aquello. Él estaba tan cerca que sus ojos tardarían en poder enfocarle por completo y lo único que conseguiría ver por unos segundos era el mismo cielo de esa mañana. La misma imagen azul que titilaba frente a sus propios ojos mostrándole un reflejo de si misma como si le devolviese la mirada. Y en realidad así era.
Cuando su vista se aclaró por completo Nanouk se daría cuenta de que estaba mirando al ojo de alguien y no tardaría en reconocerle. Sus cabellos cubrían parte de su rostro como siempre, pero aun así le era fácil recordar a aquel muchacho después de los últimos días. Era el joven de larga melena cobriza que tantas veces había llamado su atención, el mismo que las había detenido durante su discusión con Nyla y al que ella misma había seguido sin darse cuenta más de una vez.
Sorprendentemente este seguía siendo además el único que no había cambiado en esos momentos. En su rostro no había signo alguno del enfado que podía ver en el de los demás, tan solo la misma expresión apacible y distante de siempre. Y sus ojos… aunque no podía ver uno de ellos pues volvía a ocultarlo tras sus cabellos, su ojo azul la miraba fijamente y esta podía notar algo en el fondo de aquella mirada que la hacía sentirse intranquila. Como si algo en su interior la llamase y le gritase que se alejase a la vez. Aunque en esos momentos no tenía demasiado tiempo para pensar en todas esas cosas.
Antes de que Nanouk pudiese reaccionar ante su presencia, el muchacho giraría la cabeza hacia el guardia y su expresión cambiaría por completo. Al mirar a aquel Leoran la tranquilidad se esfumó del rostro del joven y un pequeño centelleo de rabia brillaría en su ojo por unos segundos al tiempo que apretaba la mano alrededor de la hoja del cuchillo asegurándose de detenerla, levantaba el otro brazo cerrando el puño y… golpeaba violentamente al guardia.
Nanouk ya no sabía qué pensar ante esto. Al verle levantar la mano había temido que fuese a golpearla a ella, después de todo era lo más lógico, y sin embargo sería el guardia quien rodaría por el suelo llevándose las manos a la cara. Hecho esto, el Leoran volvería a mirarla, tiraría del cuchillo quitándoselo de las manos sin demasiada dificultad gracias a la confusión de Nanouk y lo arrojaría a un lado apartándose al fin de ella.
La Harumar siguió mirándolo sin saber muy bien como reaccionar ante él. Su forma de actuar la desconcertaba por completo y apenas acertó a sentarse en el suelo mientras él volvía su atención hacia los guardias y comenzaba a gritarles en su lengua.
Como siempre Nanouk no entendería una sola palabra de lo que decía, pero por su tono y las caras de los demás estaba claro que era algún tipo de reprimenda. Algo que algunos aceptarían bajando la cabeza simplemente y con lo que otros no parecerían estar tan de acuerdo, pero a lo que no responderían.
Sin embargo habría alguien que sí lo haría. Cuando el muchacho terminó de hablar, la enfurecida voz de otro Leoran resonaría por encima del rumor de la catarata y Nanouk giraría rápidamente la cabeza hacia el guardia que este había golpeado.
Estaba claro que no aceptaba sus críticas, mucho menos después de la brusquedad con la que lo había tratado, y por el tono con que le hablaba las cosas no parecían estar muy bien entre ambos. No solo eso, animados por su compañero algunos de los otros guardias lo apoyarían también en sus argumentos contra el muchacho y este permanecería en silencio por unos minutos escuchándolos a todos.
Terminadas las réplicas de los guardias, sin embargo, el muchacho no solo no se preocupó sino que sonrió ligeramente y se acercó al centro del círculo dónde había tirado el cuchillo. Una vez allí, colocó su pie sobre la hoja del arma aprisionándola por completo y, tras señalar al guardia con una mano, habló de nuevo en un tono orgulloso que parecería hacer rabiar aun más al resto de Leoran al tiempo que abría ambas manos señalándolos a todos y sacudía suavemente la cabeza.
La reacción de los Leoran fue aún más brusca esta vez, y Nanouk sabía perfectamente por qué. No entendía sus palabras, pero también era una guerrera y podía reconocer un reto cuando lo veía. Porque eso era exactamente lo que aquel muchacho acababa de hacer, retar a todos los que acababan de responderle, aunque no parecía en absoluto preocupado por esto.
Al contrario, a pesar de las furibundas respuestas que recibiría de los guardias, el muchacho se mantuvo tranquilo y casi parecería ignorarlos. Como si ni siquiera estuviesen allí, el joven Leoran se miró la mano con que había sujetado el cuchillo, observó la sangre que corría desde la herida recién abierta por la hoja del mismo y se ocupó de ella ignorando a todos los demás.
Con un pequeño movimiento de su brazo derecho, acercó la tela que cubría uno de sus brazos hasta su boca, la mordió perforándola con uno de sus colmillos y tiró de la misma rasgando lentamente una parte de esta hasta quedarse con una alargada tira de tela que pendía de sus labios. Hecho esto, cogió con dos de sus dedos un extremo de la tela y comenzó a enrollarla alrededor de la mano hasta cubrir la herida mientras la mantenía tensa con la boca.
Con la mano ya vendada, el muchacho la cerró un par de veces como para asegurarse de que podía moverla bien y volvió a mirar hacia los demás. Su sonrisa no había desaparecido y este ladearía además ligeramente la cabeza a continuación al tiempo que le hacía un gesto al guardia que había golpeado invitándolo a ser el primero.
Aquello era demasiado para la paciencia de los guardias, especialmente del que había recibido el golpe, y el muchacho pronto tendría lo que quería. Con más rabia que razón, el guardia cargaría primero sobre él y Nanouk podría ver al fin algo que había deseado tener la oportunidad de observar desde hacía tiempo: como luchaba aquel muchacho.
La Harumar entendería entonces la razón por la que aquel muchacho y los de su grupo entrenaban en solitario. Su forma de afrontar el combate era totalmente distinta a la de los guardias, a la de cualquiera que hubiese visto nunca.
Cuando el guardia cargó contra él no intentó detenerle, tan solo se inclinó a un lado evitando un puñetazo hacia su rostro y dejó que su fuerza se perdiera contra el aire. Pero eso no sería lo único que haría.
A pesar de la suavidad de sus movimientos y de parecer querer solo esquivarle, al tiempo que se movía daría un rápido golpe hacia las costillas de su rival que lo haría doblarse de dolor al instante. Y apenas un segundo después giraría rápidamente sobre el pie que pisaba el cuchillo y lo arrojaría al suelo con un golpe en la nuca.
Visto esto, otro de los guardias decidió aceptar el reto y atacarle con más cautela que su compañero. En esta ocasión no cargó contra él, se acercó en guardia hasta estar a la distancia adecuada e intentó golpearlo con los puños, aunque el resultado no sería muy diferente.
El primero puñetazo hacia el rostro del muchacho rozaría apenas sus cabellos, el gancho dirigido a su costado sería desviado hacia un lado por uno de los brazos del muchacho y este contraatacaría con la misma eficacia de antes. Encadenando sus movimientos como si unos fuesen parte de los otros golpearía con dos dedos el cuello de su rival dejándolo sin respiración, se inclinaría ligeramente hacia atrás el tiempo justo para dejarle caer frente a él y lo arrojaría al suelo de un rodillazo en la barbilla.
Otros seguirían a aquel guardia en sus ataques al muchacho, pero como Nanouk pronto comprobaría, el resultado siempre era el mismo. El joven Leoran estaba muy por encima de todos ellos, hasta el punto de parecer un simple entrenamiento para él, pero lo que más sorprendía a la Harumar no era el resultado sino el cómo sucedía.
El muchacho no bloqueaba golpe alguno. En su forma de luchar no había sitio para los bloqueos, ni agarres, ni llaves de ningún tipo. Su cuerpo se movía como el viento, fluyendo de articulación a articulación para anticiparse a los movimientos de su rival y responder a ellos. Y lo hacía con tanta elegancia que Nanouk apenas sabía si estaba luchando… o danzando.
Pero disfrazada detrás de la suavidad de sus movimientos se escondía algo más. Aunque no bloquease los golpes el muchacho no solo esquivaba, también desviaba los ataques usando siempre parte de la fuerza de los mismos en su favor, nunca enfrentándose completamente a ella. Además jamás atacaba si no estaba seguro, con él no había juego previo en la lucha, cada uno de sus golpes era rápido, seco y dirigido a un punto vital que destrozaba por completo al adversario o lo dejaba a sus pies.
Para otros aquello tal vez habría sido una simple pelea, para alguien como Nyla incluso algo desagradable, pero para Nanouk… era algo casi hermoso y sus ojos apenas podían dejar de mirarle. A cada movimiento que comenzaba esperaba llegar a entenderle, a predecir el siguiente gracias a la suavidad de los mismos. Pero era imposible, a pesar de no haber brusquedad en los movimientos de su cuerpo cada uno de ellos parecía tener siempre varias continuaciones posibles, todas ellas igual de perfectamente encadenadas y ninguna previsible.
Sobre todas estas cosas, sin embargo, había algo más que Nanouk notaría cuando el último guardia calló a tierra frente al muchacho y la haría sorprenderse aún más: el cuchillo. El pie del joven Leoran no se había levantado ni una sola vez de la hoja del cuchillo, todos sus movimientos habían sido hechos apoyándose sobre él y solo ahora, finalizado lo que quería demostrar, lo levantaría para dirigirse hacia la puerta.
Nanouk se daría cuenta al ver esto de que algo más sucedía a su alrededor. La puerta seguía abierta y la alarma había corrido por todo el pueblo, lo que había provocado que alguien más se acercase a la puerta para ver qué estaba pasando. Lo que la Harumar no esperaba, sin embargo, era que ese alguien fuesen precisamente los dos jóvenes cuya unión como pareja había presenciado la noche anterior.
A pesar de todo, y de nuevo para sorpresa de Nanouk, el muchacho los ignoraría por completo mientras estos salían acompañados por varios de sus compañeros de entrenamiento y se dirigiría directamente hacia la Harumar. Esto la preocuparía y por un instante Nanouk trataría de retroceder todavía en el suelo, pero tras ella había ya una pequeña multitud y no podría hacer nada para evitarle. Tan solo ponerse en pie para no estar al menos tan indefensa frente a él.
Una vez a su lado, el muchacho la miró un segundo con el único ojo que no cubrían sus cabellos, bajó la mirada hasta su herida y, sin el menor tacto o reparo alguno, rasgó de pronto de un tirón aquella parte del vestido para dejarla al descubierto. Algo tan inesperado para Nanouk como inofensivo puesto que apenas dejaba al descubierto uno de sus hombros, pero más que suficiente para hacerla reaccionar al instante.
-¡No me toques!.
Sin pensar un solo segundo en las consecuencias, Nanouk reaccionaría propinándole al muchacho no solo un sonoro grito, sino también un fuerte golpe en la cara que distaba mucho de ser una simple bofetada. A lo que este respondería también de inmediato mirándola una vez más, frunciendo el ceño…y devolviéndole sin el menor miramiento un golpe exactamente idéntico que la arrojaría al suelo una vez más.
Esto sí enfureció a Nanouk. Ya le daba igual dónde estuviese, los guardias o lo que pasase, estaba demasiado furiosa para razonar y se pondría en pie de golpe tratando de lanzarse contra él. Por desgracia, o quizás por suerte para la joven Harumar, ese sería también el momento que escogerían los dos líderes Leoran para intervenir y dos guardias se apresurarían a sujetar a Nanouk por ambos brazos antes de que pudiese alcanzarle.
Aquello no la tranquilizaría en absoluto, más bien todo lo contrario, pero por más que forcejease pronto comprobaría que era imposible soltarse de sus captores y no tendría más remedio que calmarse. Todo lo contrario que el joven Leoran para quien, por la cara con la que el recién elegido jefe del poblado se acercaba a él, los problemas estaban todavía por venir.
Incluso para una extranjera como Nanouk era evidente que lo que acababa de hacer aquel muchacho no era precisamente algo normal. Fuesen cuales fuesen sus razones, la lucha con los guardias probablemente habría roto más de una ley y la brusquedad con que el joven de melena azabache hablaría con su antiguo compañero así se lo probaría. Aunque pronto comprobaría que había algo mucho más importante sucediendo cerca de ella, y no tenía precisamente nada que ver con el jefe de los Leoran.
Mientras él hablaba con el muchacho pidiéndole seguramente explicaciones por su comportamiento, la joven protagonista de la ceremonia del día anterior los observaba con una mirada extraña que preocuparía a Nanouk más que cualquiera de aquellas palabras. Era triste, más de lo que debería por algo que tan solo había dejado inconscientes a algunos guardias, casi hasta el punto de hacer temblar los ojos de la joven como si las lágrimas fuesen a empezar a fluir por su rostro. Pero no llegaría a derramar ninguna.
En lugar de eso, y lejos de quedarse mirando sin hacer nada, se giraría de pronto hacia Nanouk como si acabase de caer en la cuenta de algo y se acercaría a ella un instante. Su mirada cambiaría al encontrarse con ella, sustituyendo la tristeza por curiosidad y no con enfado como había supuesto. Algo que confundiría aún más Nanouk y haría seguir con cierta preocupación los movimientos de la joven Leoran.
Fuese lo que fuese lo que esta buscaba en ella, tras un rato mirándola pareció encontrarlo y la Leoran sonreiría ligeramente al tiempo que se giraba hacia otra de las mujeres que habían salido con ella. Esta última era alguien familiar también para Nanouk, no solo por ser una de sus cuidadoras sino también por haber sido la responsable de todo lo sucedido la noche anterior, aunque eso no explicaba nada de lo que estaba sucediendo.
No tenía la menor idea de por qué la jefa del poblado tenía interés en ella, ni mucho menos por qué ambas parecían susurrar algo mientras la miraban, pero si sabía una cosa: La sonrisa con que la joven jefa reaccionaría al escuchar lo que la otra Leoran tenía que contarle ya no era tan inocente como la anterior. Ocultaba algo, y por la forma que la miraba ese algo no podía ser nada bueno para ella, aunque desgraciadamente no tenía forma de averiguar el qué.
Quien si lo haría, sin embargo, sería el muchacho de cabellos de cobre. Tras la discusión son su superior, todo pareció quedar zanjado sin más y tanto este último como los guardias regresaban ya hacia la puerta dejándolo tranquilo, pero entonces sería ella quien interviniese.
La joven jefa se acercaría a su compañero y, tras unas palabras con él, se giraría hacia el otro muchacho para decir algo:
-Ikiba -Su voz sonaría de nuevo como un susurro llevado por el viento, como si ella misma temiese sus palabras. –Maaret zer… Aemza.
La joven bajaría incluso la mirada al decir esto y Nanouk pronto entendería por qué. No sabía qué había dicho, pero sus palabras habían causado un impacto considerable en todos los allí presentes. Desde los guardias, hasta los compañeros del propio muchacho pasando incluso por las otras Leoran allí presentes, las miradas de todos mostraban una estupefacción aterradora y un abrumador silencio se extendería entre ellos. Como si ninguno se creyese lo que acababa de oír y a todos los asustase.
-Aemza?. –Preguntó el joven de melena azabache mirando atónito a su compañera, visiblemente nada de acuerdo con ella. –Ikiba naer…
Antes de que pudiese acabar su frase, la joven acercó un dedo a los labios de su compañero y sacudió la cabeza al tiempo que cerraba por un segundo los ojos. Entendía lo que pensaba y por qué intentaba llevarle la contraria, pero ella también tenía sus motivos y no quería discutirlos allí. Lo que llevaría al joven jefe a asentir finalmente aceptando su decisión y dar una orden a sus antiguos compañeros de entrenamiento.
Al instante, cuatro de los Leoran de mirada bicolor se acercarían al otro muchacho colocándose dos a cada lado y lo mirarían con la misma tristeza que los demás esperando que dijese algo. No lo hizo, el Leoran simplemente aceptó aquello bajando la cabeza hasta que sus cabellos cubrieron también su ojo azul y se dejó guiar al interior del poblado como un prisionero más.
Terminado esto, el resto de los Leoran comenzaron también a regresar al interior con el mismo silencio sepulcral que habían mantenido desde el anuncio de la jefa y Nanouk sería obligada a hacer lo mismo por los dos guardias que aún la apresaban. Todo había acabado, su única esperanza de ser libre se había esfumado ante sus ojos y ahora ni siquiera sabía lo que harían con ella. Pero aún así no era eso lo que ocupaba su cabeza, sino lo que podía significar lo dicho por aquella joven y su repercusión sobre el dueño de aquel ojo tan parecido al cielo de su hogar.
No era la única sin embargo. Mientras ella era escoltada de nuevo hacia su casa y, por primera vez desde su llegada, encerrada dentro de la misma, fuera el joven jefe de los Leoran seguía pensando en la decisión de su compañera mientras observaba en silencio su propio reflejo en el lago. Y cuando este fue el único allí, cuando al fin todos los demás habían regresado a sus puestos y nadie podía oírles, ella se acercaría de nuevo a él para darle la explicación que buscaba.
-Ikiba loare tai. –Le susurró al oído pasando su brazo alrededor de su cintura y señalando con la otra mano al lago. –Aranna nar eyire.
-Zadar? –Preguntó él buscando algo más que aquella respuesta.
-Ikiba nar banaret. –Explico ella con una dulce sonrisa al tiempo que señalaba con la mano hacia la casa en que habían encerrado a Nanouk, -Ikiba banaret darniran.
-Zadar?. –Repitió aparentemente sin entender todavía su respuesta.
Ella le respondió con una pequeña risilla a esta última pregunta, como si la divirtiese que precisamente él no comprendiese lo que intentaba decirle. En lugar de volver a intentar explicárselo, sin embargo, la joven tendría otra idea y si limitaría a decir solo tres palabras más.
-Ikiba. –Dijo señalando a su compañero y colocando suavemente la mano sobre su pecho. –Darniran.
Al tiempo que decía esta última palabra, la joven se señaló a sí misma y, cuando creyó que ya había entendido esto último, deslizó sus manos alrededor de su cuello y tiró de él hasta unir sus labios a los suyos una vez más. Apenas unos segundos, pero lo suficiente para que su beso hiciese centellear los ojos de ambos y él la mirase ya sin dudas mientras ella pronunciaba la última palabra de su explicación: banaret.
El muchacho asintió con la cabeza comprendiendo lo que ella quería decirle y por un momento la mantuvo pegada a él negándose a aflojar su abrazo, pero pronto la dejó de nuevo. Entendía sus palabras y, aunque no estaba del todo seguro de que fuese lo correcto, no discutiría su elección. Tan solo la aceptaría, como ella le había aceptado a él aquella noche a pesar de no ser el vencedor, y ambos se alejarían cogidos de la cintura en dirección a la zona alta del poblado.
No muy lejos de dónde se encontraba la pareja, sin embargo, había alguien para quien aquello sí carecía por completo de sentido. Y ese alguien no era un Leoran, sino precisamente la otra extranjera a la que estoas habían acogido en su poblado desde hacía unos días.
Nyla no había salido como otros Leoran a pesar del alboroto, ni siquiera se había atrevido a acercarse a la puerta por temor a que creyesen que ella también intentaba huir. Pero sabía perfectamente lo que estaba sucediendo, al menos en todo lo referente a Nanouk, y por eso no se sorprendería al verla regresar apresada por los guardias. Lo que sí que no esperaba era ver también a aquel muchacho en su misma situación.
Aún desde la distancia, la Shamshir había podido ver parte de la pelea y entendía en cierto modo que recibiese algún tipo de castigo. Por eso no se había sorprendido demasiado al ver como regresaba escoltado por dos de sus compañeros, ni tampoco cuando estos lo llevaron a la misma casa de la que él la había sacado aquel primer día.
Lo que sí la sorprendería, sin embargo, sería la expresión del resto de Leoran al regresar. Había algo en sus rostros que la preocupaba, como un peso que ensombrecía sus miradas antes alegres, pero le era imposible saber qué era. Tan solo podía intuir que tenía algo que ver con las últimas palabras de aquella Leoran. Algo que no le ayudaba en absoluto puesto que era incapaz de comprenderlas.
Quién sí las entendería sería Gael. A diferencia de Nyla, él se había acercado a la puerta como muchos otros y comprendía a la perfección el veredicto de la joven Leoran. Por eso, cuando Nyla dio también con él entre la multitud que regresaba al pueblo, lo que vería en su rostro no sería la amable expresión de costumbre, sino una abrumadora tristeza que la preocuparía aún más.
Aquello ya era demasiado para que siguiese sin hacer nada. La curiosidad, y aunque ella misma no acabase de entender por qué, la preocupación por aquellos a quien hacía tan poco que conocía, la llevarían a acercarse a Gael para buscar una explicación.
-¿Qué ocurre?. –Preguntó esperando que él la entendiese. –Gael, ¿Qué ha pasado?. ¿Por qué están todos así?.
El Leoran levantó la cabeza para mirarla por un momento y sus ojos se encontraron con las pupilas de ámbar de la muchacha durante unos segundos. Lo justo para que ella pudiese ver su tristeza flotando en el mar escarlata de aquellos ojos de felino, y para que él se diese cuenta también de lo que ella sentía al verle así. Por eso, o simplemente por qué de alguna forma había entendido su pregunta, decidiría darle al menos una respuesta antes de irse.
-Ikiba… -Dijo girando la cabeza hacia la casa en que habían encerrado al otro Leoran. –Aemza.
-¿Qué significa eso?. –Insistió Nyla comprendiendo una de sus palabras, pero no la otra. -¿Qué es Aemza?.
Gael no podía entenderla y ella lo sabía, pero así como él sentía la necesidad de intentar explicárselo de alguna forma, ella también sentía la de preguntarle y los dos se quedarían en silencio por unos segundos. Mirándose el uno al otro hasta que, al fin, sería Gael quien pondría fin a aquella incómoda situación sacudiendo ligeramente la cabeza y dándose la vuelta para irse.
No podía hacer nada más por explicarle lo que sucedía y la preocupación de su mirada tan solo empeoraba la suya propia. Prefería dejar que todo siguiese su curso y alejarse de ella por unas horas, al menos lo suficiente para ser capaz de ocultar su propia tristeza y no mostrársela a ella. Tal vez así podría verla sonreír otra vez y, de esa forma, sonreír él también de nuevo aunque solo fuese por unos momentos. Hasta que el día siguiente llegase, y con él aquello que ninguno quería realmente ver.
Lejos de conseguir el efecto que él quería, sin embargo, esto no haría sino empeorar aún más la preocupación de Nyla por lo que podía estar pasando y la Shamshir pronto tomaría otra decisión. Ya que Gael no iba a decirle nada, o al menos nada que ella pudiese entender, solo le quedaba una persona con quien pudiese hablar realmente en todo el poblado. Aunque antes de dirigirse hacia la casa dónde había visto como la encerraban tomaría un pequeño desvío para dirigirse hacia otro lugar. Uno al que se había dicho a sí misma que no volvería y que odiaba más que ningún otro sitio del pueblo o de la misma Thalan: su celda.
Los recuerdos de su estancia en aquella casa todavía no se habían borrado de su cabeza y acercarse a ella la hacía estremecerse, pero Nyla sabía que ahora ya no corría peligro. No era la misma criatura asustadiza y perdida que él había sacado de la celda aquella mañana, y aunque con pasos no muy firmes se acercaría a ella todo lo que los guardias le permitirían.
Entrar estaba totalmente prohibido y una hosca mirada de los guardias bastaría para que se alejase de la puerta, pero estos no parecían tener ningún problema con que se acercase a las ventanas. Lo que le permitiría auparse con las manos hasta alcanzar una y ver de nuevo a aquel a quien estaba buscando. Aunque la imagen con que se encontraría en esos momentos distaba mucho de ser la que esperaba.
Ikiba, como ahora sabía que se llamaba aquel muchacho de mirada celeste y escarlata, no parecía estar ni tan nervioso ni tan preocupado como el resto del pueblo. Ni siquiera daba la impresión de estar molesto por estar allí dentro. Tan solo estaba allí, sentado en la pequeña cama de la celda con la misma expresión serena de costumbre mientras trabajaba con sus manos en algo que Nyla aún no alcanzaba a identificar.
Parecía que había arrancado una pata a la única silla de la celda y ahora le daba vueltas con una mano mientras la esculpía con las garras de la otra. Despacio, con cuidado, sacando fragmento a fragmento de madera sobrante con sus afiladas garras para ir dando a aquel objeto la forma que él buscaba. Pero aún era demasiado tosco para que nadie salvo su propio creador supiese qué acabaría siendo cuando estuviese terminado.
Aún así, y como solía suceder con él, el hecho de que pareciese totalmente concentrado en algo no significaba que no se hubiese dado cuenta de nada. Sabía perfectamente que Nyla estaba allí, y ella ya no se sorprendería al ver como uno de sus ojos, aquel que era más azul que el agua del propio lago, se giraba por un instante hacia ella para mirarla.
No diría ni haría nada más sin embargo, solo mirarla por unos segundos antes de volver de nuevo su ojo hacia lo que estaba haciendo, pero para Nyla bastaba. Un poco más tranquila al ver que al menos él parecía seguir igual que siempre, la Shamshir se alejaría de la ventana para no molestarle y retomaría su camino hacia la casa dónde estaba Nanouk.
Aquel lugar era totalmente diferente al que los Leoran habían elegido para encerrar a Ikiba. Un solo vistazo bastaba para darse cuenta de que no era una cárcel como la otra casa, o al menos de que nunca antes lo había sido. Era solo una casa más, un lugar en el que vivir tal y como ella hacía en su pequeño cobertizo, aunque mucho más solitario. Algo por otro lado lógico tratándose de Nanouk y que haría que Nyla se diese cuenta una vez más del formidable talento de las Leoran para analizar la personalidad de los demás.
Ahora las cosas habían cambiado sin embargo. La puerta de la casa estaba cerrada con un grueso candado, la ventana más grande atrancada con un tablón que impedía abrir sus contraventanas y dos guardias vigilaban impasibles todo lo que pasaba cerca de ambas. Ambos igual de serios, concienzudos en su trabajo y, como Nyla comprobaría nada más acercarse a la puerta, testarudos a la hora de cumplirlo.
Al igual que con Ikiba, acercarse a la puerta de la casa de Nanouk estaba totalmente prohibido en esos momentos y Nyla tendría que buscarse otra manera de llegar hasta ella. Algo especialmente complicado con la ventana también cerrada y que le dejaría finalmente una única opción.
En la otra pared de la casa, cerca ya del tejado de la misma, un pequeño tragaluz se abría hacia el lago y Nyla trataría de aprovecharlo para dar con Nanouk. Estaba demasiado alto, pero esto no la detendría en absoluto y, tras apilar unas cajas junto a la pared, conseguiría llegar hasta él y asomarse lo suficiente para ver el interior.
Esta vez Nyla sí se encontraría exactamente con lo que había esperado. Nanouk estaba sentada en silencio en un rincón de la única habitación de aquella casa y su aspecto era tan lamentable como había supuesto. Tenía la cabeza baja dejando que sus desaliñados cabellos le cubriesen por completo el rostro a modo de cortina de plata, los codos apoyados en las rodillas y las manos sosteniendo su rostro como si tratase de ocultarse aún más tras ellas.
Eso era todo lo que Nyla podía ver desde el tragaluz con la penumbra en que toda la habitación había quedado sumida ahora que la ventana estaba cerrada. Y eso era también todo lo que necesitaba para darse cuenta de lo que podía estar pasando por la cabeza de la Harumar en aquel momento. Del daño que todo aquello podía haberle hecho para conseguir que una criatura tan vital y fuerte como ella estuviese ahora así.
Nada de esto aclaraba ninguna de las dudas de la Shamshir sin embargo, al menos ninguna de las que tenía respecto a aquel Leoran y a la preocupación de Gael. Por lo que no tardaría en seguir con lo que había ido a hacer allí:
-Nanouk… -Se atrevió a llamarla al cabo de unos segundos. –Vamos sé que puedes oírme, deja de hacer como si no supieras que estoy aquí.
-Lárgate!. –Respondió bruscamente la joven con una voz tan apagada que Nyla apenas la reconocía. –Lo último que necesito ahora es tener que aguantarte. Lárgate y déjame tranquila.
-Me da igual si quieres o no escucharme. –Aseguró Nyla con voz firme a pesar de todo. –¿Es que crees que puedes hacer lo que quieras y luego pedir que te dejen en paz como si no hubiese pasado nada?. Pues te equivocas.
-Esto no tiene nada que ver contigo. –Repitió Nanouk todavía sin moverse. –A ti seguirán tratándote igual que siempre y eso es todo lo que debería importarte.
-Lo tiene cuando afecta al único que se ha preocupado por nosotras desde que llegamos aquí. –Señaló Nyla elevando la voz, aparentemente molesta por aquellas respuestas. –Han encerrado a Ikiba por tu culpa. ¿Es que ni siquiera eso te importa?
-¿Ikiba?. –Preguntó Nanouk desconcertada.
-Así es como se llama el Leoran que te salvó la vida y se peleó con los guardias. –Explicó Nyla. –Es el mismo que me sacó a mí de la celda el primer día y me dijo dónde vivir.
-Yo no le pedí que lo hiciese, ni siquiera quería su ayuda. –Dijo Nanouk levantando al fin la cabeza para mirar a Nyla a través de sus cabellos, como si no quisiera que la Shamshir viese su rostro o sus ojos. –Si no fuese por él ahora ya se habría acabado todo. No salvó a nadie, solo empeoró las cosas.
-Hizo algo que pocos tienen el valor de hacer: te salvó de ti misma. –La contrarió Nyla sin aflojar en absoluto la rudeza de su voz. –Pero tú ni siquiera eres capaz de ver lo importante que es eso. Estás tan ciega que realmente crees que lo que tú habías elegido era una salida.
-Era la única que me quedaba. –Aseguró Nanouk con cierta pesadez en la voz.
-No, no era la única. –Volvió a negarle Nyla. –Era la más fácil. La única con la que no tenías que enfrentarte a las consecuencias de lo que habías hecho o a la decisión que tendrías que tomar si realmente salieses de aquí. Por eso la elegiste.
-¡Cállate!. –Ordenó ahora con rabia Nanouk levantándose bruscamente de su asiento para señalarla con un brazo. –Tú no sabes nada de mí, no tienes derecho a juzgarme como si me conocieses.
-No estoy aquí para juzgarte. –Replicó Nyla manteniendo la calma a pesar de la brusquedad con que Nanouk le había respondido. –Ni siquiera vine aquí por ti. Sé que no me escucharías dijese lo que dijese, al fin y al cabo tampoco lo hiciste la última vez, y no soy tan estúpida como para perder el tiempo de esa forma. Para que alguien pueda ayudarte primero tendrás que ser tú quien quiera ayudarse a sí misma, hasta entonces es inútil.
-¿Entonces qué quieres?. –Preguntó Nanouk no muy segura de cómo tomarse aquellas palabras.
-Quiero saber qué ha pasado. –Explico Nyla respirando profundamente antes de continuar. –Todos los Leoran que regresaron de la puerta están preocupados por algo y no sé qué es. Pero sí sé que tiene algo que ver con lo que has hecho y con una de las palabras que dijo aquella Leoran: Aemza.
-Yo tampoco entiendo su lenguaje. –Respondió Nanouk recordando también las palabras de la líder Leoran. –¿Cómo esperas que sepa lo que significa esa palabra?. Además, ni siquiera iba dirigida a mí.
Nyla guardó silencio por unos segundos al escuchar esto. En cierto modo era la respuesta que ya había esperado, después de todo como bien decía Nanouk sabía perfectamente que ella tampoco les comprendía, pero ahora había algo más dando vueltas por su cabeza. Y Nyla no estaba precisamente acostumbrada a callarse las cosas o dejarlas correr.
-¿Ni siquiera te preocupa un poco?. –Preguntó finalmente al cabo de un rato y con voz más calmada. -¿No te importa lo que pueda pasarle a alguien más por tu culpa?.
-Yo no le pedí que hiciese nada. –Repitió Nanouk en un tono tan bajo que a Nyla empezaba a costarle escucharla.
-¿Hasta cuando vas a repetir eso?. –Le recriminó Nyla totalmente seria. –El mundo no se mueve a tu voluntad, el que tú no pidas ayuda no significa que nadie vaya a ayudarte, ni que tú puedas despreciarles por eso.
-¡Me da igual!. –Se defendió Nanouk con cierta desesperación en la voz. –Yo elegí ese camino, yo fui quien decidió hacer esto y yo seré también quien cargue con las consecuencias sean las que sean. Lo que le pase a él no es cosa mía, no tenía que haberse metido en medio… ¡Yo no se lo pedi!.
-Ni siquiera tú eres capaz de creerte lo que estás diciendo, ¿Verdad?. –Preguntó Nyla notando el temblor en la voz de Nanouk. –No juegues a ser como yo Nanouk, no vas a conseguir que me lo crea. Yo soy a quien no le importaba destrozar todo lo que la rodeaba, ¿recuerdas?, no tú.
Esta vez sería Nanouk quien guardase silencio ante las palabras de Nyla. La Shamshir podía haber cambiado desde su salida de Thalan y sus palabras haberse vuelto más amables y suaves, pero estaba claro que no había perdido su talento para golpear con ellas allí dónde más dolía. Y esto empezaba a pasar factura a una ya de por sí maltrecha Nanouk que lo único que deseaba era que la dejasen sola de nuevo.
-Vete. –Dijo finalmente en un tono que era ya más una petición que una orden. –No quiero seguir escuchándote. Márchate de una vez y déjame tranquila.
-Eso no va a arreglar nada. –Insistió Nyla negándose a irse a pesar de todo y más pendiente ahora de los temblores que parecían recorrer el cuerpo de Nanouk que de lo que decía. –Las cosas no van a volver a su sitio solo por qué te aísles de los demás. Lo que sea que vayan a hacer vosotros no se parará aunque tú lo ignores, seguirá adelante hasta que…
-¡Vete!. –Gritó esta vez visiblemente furiosa Nanouk al tiempo que se acercaba rápidamente a la pared en que se abría el tragaluz. -¡Márchate de una vez!. No quiero oírte más, ¡No quiero!.
Nyla trataría de decir algo más, pero esta vez Nanouk ya no la dejaría. Antes de que pudiese abrir la boca, Nanouk golpeó con todas sus fuerzas la pared justo bajo el tragaluz y las cajas en que se apoyaba Nyla se tambalearían de pronto arrojando a la joven Shamshir al suelo.
El alboroto fue tal que incluso uno de los guardias daría correría a ver que pasaba, pero lo único que podría ver serían las cajas esparcidas junto a la casa y a Nyla sentada en el suelo doliéndose del golpe. Nada grave como el guardia pronto podría comprobar al ver como se ponía rápidamente en pie, pero que la haría frotar su dolorido trasero más de una vez mientras miraba con rabia a la casa.
-¡Eso no arreglará las cosas!. –Gritó finalmente. -¿Me oyes?. No vas a callar a tu conciencia por más que lo intentes, ¡No podrás!.
Dicho esto Nyla se daría la vuelta segura ya de que no le contestarían y regresaría hacia la casa de Gael caminando junto a la orilla del lago. Sin saber que, tras ella, dejaba no solo el eco de sus palabras en aquella casa sino también a una desolada Nanouk cuya mente ya era incapaz de encajar todo lo que le estaba pasando.
No sabía por qué se sentía así, ni siquiera estaba segura de si se debía o no a lo que Nyla le había dicho, pero el dolor que sentía en pecho era ya demasiado fuerte para contenerlo. Por eso, cuando al fin estuvo segura de estar completamente sola de nuevo y volvió a refugiarse en su rincón, ya no pudo más y dejó fluir sus emociones en forma tres simples palabras ahogadas por sus primeros sollozos:
-Yo no se lo pedí…
Fue lo único que podría oírse en el interior de la casa antes de que el llanto se apoderase de la Harumar. Nanouk lloró de nuevo en aquel lugar extraño, pero no por su hermano ni por nadie que conociese, sino por algo que aunque no entendía le hacía tanto o más daño que todas las dudas que hubiese podido tener hasta entonces.
Nyla, por su parte, continuaría su camino junto al lago y trataría de buscar algo con qué distraer su mente. Seguir pensando en algo que sabía que no podría entender no iba a ayudarla en absoluto, lo único que podía hacer era esperar como los demás y ver qué sucedía realmente cuando llegase el momento.
Hasta entonces, sin embargo, necesitaba alguna cosa con que matar el tiempo para no seguir dándole vueltas y seguir sentada al borde del agua mirando al árbol ya no funcionaba. Por más que la fascinase seguir con la mirada las centelleantes corrientes que fluían por el interior de la planta o lo bien que le sentase jugar con los pies en el agua, eso no bastaba para que su cabeza dejase de darle vueltas a todo aquello. Lo que la llevaría a retomar algo que había empezado ya el día anterior.
Todavía tenía que encontrar algo que hacer en el poblado para ganarse su comida como todos los demás. Agradecía la ayuda de Gael al intentar guiarla hacia dónde podía ser útil, pero estaba claro que ella no podría hacer ninguna de las tareas que hacían las Leoran. Para eso se necesitaba conocer su cultura, sus normas y muchas otras cosas que ella jamás entendería mientras no aprendiese algo tan básico como su lenguaje. Y para eso aún le quedaba un largo camino por delante.
Por eso decidiría buscar por su cuenta algo que sí pudiese y, puesto que no se le ocurría nada mejor en aquel momento, lo haría empezando precisamente por cómo ayudar al propio Gael. Tal vez no pudiese cargar con el agua, pero estaba segura de que tenía que haber muchas otras cosas con las que podría ayudarle y se dirigiría hacia su casa dispuesta a dar con alguna.
Desgraciadamente para Nyla, sin embargo, nada más llegar se encontraría con el primer obstáculo para sus planes: Gael no estaba en casa. Tras golpear un par de veces la puerta, ignorando como siempre que no estaba en un pueblo humano, Nyla la abriría y se encontraría con que allí no había nadie.
La sala en la que Gael solía estar trabajando el barro en su torno estaba ahora vacía salvo por la infinidad de jarrones, cuencos, floreros y demás objetos hechos por el Leoran. Lo que no resultaba especialmente útil para Nyla, o al menos eso pensaría en un principio.
Tras asomarse una vez más a la puerta buscándole sin éxito en los alrededores de la casa, Nyla regresaría al interior y trataría de buscar algo por su cuenta. La casa en sí estaba bastante desordenada, con jarrones y demás objetos de cerámica repartidos por todas partes sin un patrón aparente, pero no estaba muy segura de poder ayudar con eso.
Ni limpiar ni mucho menos poner orden eran precisamente uno de los puntos fuertes de Nyla. Además, como ya había descubierto más de una vez lo que para ella estaba desordenado para su dueño podía estar en un perfecto, si bien un tanto peculiar, orden. Por lo que decidiría no tocar nada y seguir buscando.
También había notado que muchos no estaban acabados todavía. Las piezas más simples no parecían ser un problema, pero cuando se trataba de jarrones u otras piezas con un fin más estético la cosa cambiaba. Pocas de estas estaban terminadas por completo, la mayoría seguían esperando su turno para recibir los colores y diseños que las convertirían en las pequeñas obras de arte que las manos del Leoran eran capaces de crear. Y esto sí daría una idea a la joven Shamshir.
Si Gael estaba demasiado ocupado tal vez ella podría echarle una mano para que pudiese dedicar más tiempo a aquellas piezas que no podía acabar. Por supuesto sabía que los trabajos más delicados estaban totalmente fuera de su alcance, pero quizás pudiese hacer las cosas más simples mientras él se ocupaba de las demás.
Con esto en mente, los ojos de la joven se dirigirían hacia el torno que ocupaba la parte central de la sala y en sus labios se formaría de inmediato una pequeña sonrisa. Gael había dejado algo a medio hacer sobre este, seguramente por la prisa con que había reaccionado ante el alboroto causado por Nanouk, y eso le facilitaba aún más las cosas a Nyla.
Era difícil saber qué era todavía puesto que apenas era una masa amorfa de barro, pero lo importante para la joven era precisamente que estuviese allí. El torno estaba preparado para usarse, el barro listo sobre éste y había incluso un cubo con agua junto al mismo. Exactamente lo que Nyla necesitaba para poder comprobar si podría o no ayudar a Gael con aquello.
Decidida ya a intentar hacer algo de provecho con el barro, la Shamshir se acercaría al torno procurando no tocar ninguna otra cosa y se encontraría con el primer obstáculo: cómo usarlo. Si quería trabajar el barro necesitaba que aquella cosa se moviese, pero estaba claro que este no lo haría por si mismo por más que lo mirase y su primera tarea consistiría en intentar averiguar cómo funcionaba.
Tras examinarlo con más atención y dar un par de vueltas a su alrededor, Nyla repararía en que la estructura de madera sobre la que descansaba el disco giratorio tenía un par de pedales en su base. No eran muy grandes y, como pronto comprobaría, ambos eran bastante reacios a moverse, pero eran lo único que había podido encontrar.
-Con un poco de suerte… -Murmuró para si misma sentándose en el pequeño taburete que había frente al torno y volviendo a mirar a ambos pedales. –Uno servirá para moverlo y el otro para pararlo. Pero… ¿Cual?.
Cada vez con mayor curiosidad, Nyla acercó el taburete lo suficiente para que sus pies llegasen a ambos pedales y decidió probar a moverlos. El izquierdo sería el más fácil de mover y el que primero se hundiría bajo el empuje del pequeño pie de la joven, por lo que esta centraría su atención en él. Aunque pronto cambiaría de opinión al ver como, tras hundirse unos centímetros, el pedal se detenía por completo negándose a seguir adelante y el torno seguía sin moverse.
Suponiendo que aquel sería el freno del torno, Nyla lo soltaría rápidamente y volvería su atención hacia el otro pedal. Estaba más duro y por un momento parecería no querer moverse, pero cuando la joven puso todas sus fuerzas en empujarlo con el pie no tardaría en ceder. Y para alegría de la Shamshir, en ese mismo momento el torno comenzaría al fin a girar inundando con el rumor de su mecanismo toda la habitación.
-No ha sido sin tiempo. –Refunfuñó Nyla para sí misma al tiempo que miraba orgullosa como el barro giraba lentamente frente a ella al compás marcado por su pierna. –Bueno, y ahora a ver que puedo hacer con esto.
Cada vez más animada por lo bien que parecía estar saliéndole todo por una vez, Nyla se acercó hasta sentarse en el borde mismo del taburete, clavó ambos ojos en la masa de barro, acercó las manos a la misma… y las retiró inmediatamente al notar lo seca que estaba la superficie de esta.
Hacía demasiado tiempo que Gael lo había dejado allí y la capa exterior del barro empezaba a secarse, lo que no solo resultaba molesto sino un serio problema para los planes de Nyla. Tal apenas podía deslizar sus manos sobre el barro a causa de la fricción, mucho menos intentar moldearlo como quería. Aunque esto no haría que se rindiese todavía.
Si Gael lo había dejado allí estaba segura de que todavía podía usarse, solo tenía que encontrar la forma de arreglarlo. Y si el problema era que estaba demasiado seco, la solución era bastante evidente incluso para ella, especialmente teniendo un cubo de agua tan cerca.
-Agua. –Dijo para si misma sonriendo hacia el cubo. –Muy bien, si eso es lo que hace falta…
Al tiempo que pensaba esto, Nyla se puso en pie, cogió con cuidado el cubo y lo acercó al torno para echar un poco sobre la masa de barro. Al hacer esto, sin embargo, la Shamshir ignoraría por completo no solo le hecho de que el cubo estuviese totalmente lleno y pesase demasiado para que alguien con su escasa fuerza física pudiese manejarlo bien, sino también el de que era demasiado grande para usarlo directamente. Lo que resultaría en un pequeño desastre cuando, en lugar de un poco de agua como Nyla pretendía, acabase cayendo sobre el barro más de la mitad del cubo.
-Estupendo… -Se lamentó apartando rápidamente el cubo y mirando con cierta preocupación como el agua corría por todo el torno y parte del suelo hasta mojar incluso sus pies. –En fin, al menos agua no faltará.
Aunque preocupada por cómo se tomaría Gael todo aquello al ver el agua derramada en mitad de su casa, Nyla sabía que no había mucho que pudiese hacer ya al respecto y decidiría continuar para que al menos hubiese servido de algo. Ahora que el barro, el torno e incluso ella estaban mojados, estaba convencida de que todo iría mejor y volvería a sentarse para seguir adelante.
Una vez más volvería a accionar el torno, esperaría a que este tomase un poco de velocidad y acercaría las manos a la empapada masa de barro. Esta vez sus dedos sí se deslizarían por la humedecida superficie sin problemas, apartando el exceso de agua a su paso y trazando pequeños surcos en la masa conforme esta giraba entre ellos.
Así pasaría unos minutos. Tanteando el barro con las manos tal y como había visto hacer a Gael en alguna ocasión y hundiendo los dedos en el mismo para ablandarlo todo por igual hasta que convertirlo en la maleable masa que necesitaba. No estaba muy segura aún de qué hacer con ella, pero la sensación del barro húmedo deslizándose entre sus dedos era bastante agradable, por lo que tampoco tenía mucha prisa.
-Y ahora qué hago. –Pensó dejando que el torno redujese un poco la velocidad. -Tiene que haber algo aquí lo bastante sencillo para que hasta yo pueda hacerlo.
Mientras pensaba esto, Nyla examinaría poco a poco los estantes que la rodeaban en busca del objeto más simple que pudiese encontrar. No esperaba poder igualar ni la perfección de los hechos por Gael ni mucho menos sus relieves o adornos, pero al menos sí alguna forma sencilla. Y al fin daría con lo que buscaba en una de las estanterías más cercanas.
Se trataba de una jarra, o quizás un florero, la verdad es que Nyla no estaba muy segura. Pero lo importante era que tan solo se trataba de un simple cilindro hueco con la base plana. Algo tan simple que estaba segura de que hasta ella podría hacer, salvando claro está los relieves con que Gael había decorado su pieza.
Con un modelo en el que basarse, y las ideas ya claras, la Shamshir se pondría al fin manos a la obra y comenzaría el laborioso trabajo de intentar convertir aquella informe masa de barro en un objeto útil. Algo nada sencillo como pronto comprobaría, pero que estaba dispuesta a conseguir costase lo que costase.
Al principio el barro se resistía a tomar la forma que ella quería y lo único que conseguía era moverlo de un lado a otro por todo el torno. Sus manos apretaban demasiado la masa rompiéndola, o poco dejando que tomase la forma que quisiese al girar, y el trabajo no avanzaba precisamente.
Poco a poco, sin embargo, Nyla iría acostumbrándose a cómo manejar el barro y al cabo de un rato conseguiría al fin lo que quería. Aunque con dificultad, sus manos irían modelando el barro hasta darle la forma de cilindro que buscaba y sus dedos ascenderían poco a poco levantándolo. Con el giro del torno y las manos colocadas en forma de semicírculo, el barro se adaptaba por si solo a ella siempre que no apretase demasiado y no tardaría en conseguir un cilindró más o menos como el que buscaba. No tan liso y perfecto como el de Gael, por supuesto, pero al menos era un comienzo. Claro que esto dejaba todavía un “pequeño” detalle por solucionar.
-Ya decía yo que se me olvidaba algo. Y ahora… -Mientras pensaba esto, Nyla apoyaría ambas manos en el torno y se levantaría hasta mirar el cilindro desde arriba. -¿Cómo se supone que voy a dejarlo hueco?
Por más vueltas que le diese, Nyla era incapaz de pensar en cómo podría conseguir que aquel cilindro quedase tan hueco como debería estarlo una jarra. Lo único que se le ocurría era vaciarlo a mano, pero sabía que eso no funcionaría y se quedaría pensando un rato mientras seguía puliendo la superficie del cilindro con las manos. O al menos así fue hasta que…
-¿Nyla?.
La voz de Gael llegó de pronto a los oídos de Nyla y esta levantaría de golpe la cabeza para mirar a la puerta. El Leoran acababa de entrar y la miraba desde la puerta aún abierta, visiblemente sorprendido por encontrarla allí y, por su cara, también por lo que esta estaba haciendo. Aunque en su rostro no había rastro alguno de enfado ni nada parecido, lo que tranquilizaría un poco a la joven Shamshir que no estaba muy segura de qué decir o hacer en aquella situación.
Por desgracia para ella, sin embargo, sería precisamente al relajarse de aquella forma cuando las cosas empeorarían. Al no prestar atención a sus manos, dos de sus dedos se hundirían demasiado en el cilindro y, conforme este giraba, abrirían un gran surco en la mitad del mismo que acabaría por seccionarlo arrojando así parte del barro al suelo.
-Lo siento. –Se disculpó rápidamente Nyla nada más ver esto y la cara de resignación que acababa de poner Gael. –Yo… esto no era lo que quería….
Lejos de terminar ahí sus desgracias, mientras Nyla titubeaba retrocediendo lentamente para alejarse del torno, esta tropezaría torpemente con una de las estanterías y el chasquido de varios jarrones entrechocándose resonaría por toda la casa por unos segundos. Lo que conseguiría no solo asustarla, sino que se quedase quieta de golpe y no moviese un solo músculo por temor a acabar rompiendo algo.
Para sorpresa de la joven Shamshir, sin embargo, lejos de enfadarse la reacción de Gael volvería a ser la de siempre. El Leoran sonreiría ampliamente como si aquello le divirtiese, sacudiría la cabeza y se acercaría tranquilamente a ella.
Para cualquier otra extranjera su sonrisa, especialmente los afilados colmillos que esta dejaba entrever, habría resultado igualmente preocupante, pero no para Nyla. Su mirada seguía transmitiéndole la misma tranquilidad que la primera vez que le había visto, la misma que esa mañana tanto había echado de menos al verle preocupado, y al mirarle sentía cualquier cosa menos miedo.
-Sourer raed. –Dijo con la voz amable y tranquila que ella había aprendido a apreciar durante aquellos días.
-Lo siento. –Repitió Nyla tratando de disculparse en un lenguaje que sabía que él no entendería.
-Zaer, zaer. –Le sonrió él de nuevo como si no pasase, dándole además una pequeña palmada en la cabeza como si fuese una niña pequeña. –Rurer.
Al tiempo que pronunciaba aquella última palabra, Gael señaló con una de sus manos hacia el centro de la habitación y retrocedió hasta allí. Un gesto que Nyla entendería de inmediato y la llevaría a hacer rápidamente lo mismo acompañándole hasta estar lejos del torno y la mayoría de los jarrones.
-Solo quería ayudarte con algo. –Insistió Nyla en cuanto ambos estuvieron de nuevo cara a cara. –No sé qué hacer aquí, yo no puedo hacer las cosas que hacen las Leoran. No os conozco lo suficiente para eso.
Como de costumbre, Gael no entendería una sola palabra de aquello y Nyla lo sabía perfectamente. Pero la Shamshir también conocía a aquel muchacho, sabía lo bien que se le daba a él y a todos los de su raza interpretar las emociones de quien les hablaba solo por sus miradas y la expresión de su rostro. Por eso no se sorprendería al ver que, por desconocidas que fuesen aquellas palabras para él, Gael sí reaccionaría a ellas.
Podía ver fácilmente el arrepentimiento y la tristeza en la mirada de Nyla. Y esto, unido a lo que acababa de intentar hacer, le permitía hacerse una idea de lo que pretendía la joven. Lo que no significaba en absoluto que fuese a dejarla acercarse de nuevo al torno, pero sí lo ayudaría a buscar otra posible solución.
-Rurer. –Dijo de nuevo invitándola a seguirle esta vez hasta la pequeña mesa arrinconada en una de las esquinas de la casa, justo bajo una de las ventanas.
-No voy a romper nada. –Protestó Nyla creyendo que intentaba apartarla de sus trabajos. –Pero supongo que me lo merezco. Después de eso es normal que me trates como a una cría.
Pese a sus palabras, Nyla no dudaría en seguirle y, cuando él así se lo indicó con una mano, sentarse a aquella mesa. Algo que parecería complacer al Leoran cuya sonrisa se acentuaría de nuevo. Hecho esto Gael le alcanzaría un paño para que pudiese limpiarse las manos aún llenas de barro, le pidió con un gesto de su mano que esperase allí y se alejó por un momento regresando al fondo de la habitación.
Nyla no sabía muy bien qué esperar en esos momentos, pero al menos no se había enfadado a pesar del desastre y con eso le bastaba. Por eso siguió esperando pacientemente en aquella mesa hasta que, al fin, Gael terminó de buscar entre sus jarrones y regresó con ella trayendo un par de objetos en la mano.
Uno de ellos parecía un florero o algún tipo de jarrón decorativo. La forma era sencilla, pero tanto el asa como el borde de su abertura superior estaban cuidadosamente adornados con pequeños relieves y filigranas que lo hacían demasiado valioso para un jarrón corriente.
El otro, el que más sorprendería a Nyla, era un extraño aparejo formado por ocho pequeños cuencos de madera unidos entre sí. Seis de ellos llenos de pintura de distintos colores, uno con agua y el último vacío todavía. Además de esto, en un pequeño surco entre las dos filas de cuatro cuencos descansaban un par de pinceles que dejaban más que clara la función de aquello y lo que Gael quería proponerle.
-Wedare ganur?. –Preguntó dejando el jarrón frente a ella en la mesa y ofreciéndole las pinturas.
-¿Quieres que pinte esto?. –Comprendió Nyla sin demasiados problemas ante lo obvio de aquellos gestos. –Está bien, supongo que no puede ser tan difícil como hacer cosas con barro.
Más por no defraudarle que por voluntad propia, Nyla aceptó las pinturas que Gael le ofrecía y notaría un pequeño salto en su propio pecho al ver de nuevo cómo él le sonreía. Ambos se habían entendido perfectamente conociesen o no el idioma del otro y eso los alegraba a los dos, especialmente al joven Leoran cuya preocupación parecía haberse esfumado por completo desde esa mañana.
Solucionado eso, y con Nyla ya entretenida con algo menos dañino para su casa, Gael regresaría a su lugar de trabajo para solucionar el pequeño desastre organizado por la Shamshir y la dejaría sola por un rato. Nyla nunca había pintado nada desde que era pequeña, pero por otro lado tampoco había intentado hacer nunca nada con barro, así que esto no era excusa para no intentarlo al menos y no tardaría en ponerse manos a la obra.
La luz de la ventana y el poder ver el exterior desde ella la ayudarían a encontrar rápidamente algo que dibujar sobre aquel delicado jarrón. Y con un poco de trabajo, paciencia… y repasar muchas veces cada cosa para borrar todos los errores que iba cometiendo, no tardaría en dar un poco más de vida a aquella pieza de barro. Substituyendo con sus pinceles el ocre tono tierra del barro por el azul del lago, el blanco de las nubes y los brillantes tonos del árbol que dibujarían sus pinceles.
No era nada demasiado complicado, apenas un bosquejo del lago y su planta de luz con el cielo de fondo, pero tan bien representado que el propio Gael se sorprendería al regresar y ver el resultado. Los ojos del muchacho observarían desconcertados la facilidad con que alguien tan aparentemente torpe como Nyla había conseguido decorar aquel jarrón. Algo que no solo la alegraría sino que, para su sorpresa, la haría sentirse orgullosa de ser útil… de serle finalmente de ayuda también a él.
Por desgracia para ella, sin embargo, no todo era tan sencillo y pronto descubriría que Gael aún tenía algo más que decirle. Estaba claro que el dibujo le gustaba, pero tras mirarlo una última vez suspiraría con cierta resignación como si algo fuese mal y, lejos de decir nada, se alejaría una vez más para buscar algo.
Cuando regresó de nuevo traería varios objetos consigo. Esta vez todos eran jarrones, unos más grandes, otros más o menos elaborados, pero todos similares en su diseño y, además, todos terminados. Aquellos jarrones estaban todos pintados y le servirían para mostrarle a Nyla el por qué no estaba del todo de acuerdo con su dibujo a pesar de que este le había encantado.
Ninguno de ellos presentaba dibujo real alguno. Simplemente habían sido decorados con símbolos de varios tipos: cuadrados, triángulos, círculos y otras formas que se entrecruzaban entre sí formando patrones, líneas y diversos adornos para dar un aspecto tribal a los jarrones que los hacía completamente diferente al suyo. Tanto por el significado que seguramente tendrían aquellos símbolos en su cultura, como por el aspecto general de los mismos.
-Ya entiendo. –Refunfuñó Nyla señalando a los jarrones y, a continuación, a un jarrón aún sin pintar de las estanterías. –Quieres que los pinte todos como esos, ¿Verdad?.
-Zaer. –Asintió Gael comprendiendo sus gestos.
-Está bien. –Aceptó Nyla con cierta desgana. –Pero así será muy aburrido pintarlos.
Cómo si también hubiese entendido esto, Gael sonrió burlonamente al ver la mirada de niña desilusionada que Nyla acababa de poner y le indicaría de nuevo con la mano que esperase mientras él iba a por algo. Esta vez no tardaría mucho, apenas lo justo para acercarse a una estantería cercana, recoger cuatro jarrones aún sin pintar y dejárselos en la mesa a Nyla. Pero no sería lo único que haría.
Nada más dejar aquellos jarrones, volvería a alejarse hasta el fondo de la habitación y regresaría con algo más. Esta vez lo haría mucho más despacio sin embargo puesto que, lejos de un pequeño jarrón, lo que traería consigo sería una enorme ánfora de casi un metro de altura que dejaría al lado de la mesa de Nyla.
-¿También quieres que pinte eso?. –Se sorprendió Nyla mirando la enorme pieza de cerámica que tenía delante.
A modo de respuesta, y lejos de decir nada, Gael señaló con la mano al jarrón que acababa de pintar Nyla y, a continuación, volvió a señalar al ánfora. Detalle que Nyla no entendería en un principio pero que, cuando Gael repitió la operación señalando esta vez a uno de los jarrones pintados por él y luego a los que acababa de traerle a Nyla, esta acabaría por entender.
-¿Puedo pintar ese como quiera?. –Preguntó con una sonrisa que iluminaba de pronto todo su rostro. -¿Es eso?.
-Zaer. –Asintió Gael tomando su entusiasmo como una prueba de que le había comprendido.
-Estupendo.
Dicho esto, Nyla se giró rápidamente hacia el ánfora y acercó una mano a ella, pero Gael sacudiría en ese momento la cabeza y esta lo comprendería antes incluso de que hiciese nada más.
-Ya sé, ya sé. –Refunfuñó volviendo a girarse hacia la mesa. –Antes tengo que pintar estos cuatro. ¿Verdad?.
Gael asintió de nuevo dándose cuenta de que lo había entendido todo y la dejaría al fin tranquila para que siguiese con su trabajo. Contento no solo por tener ayuda en algo que, a decir verdad, venía necesitando desde hacía tiempo, sino también por verla ocupada y alegre con algo.
Así pasarían el resto del día los dos jóvenes. Uno moldeando nuevos jarrones y cuencos con sus manos en el torno, y el otro pintando con cuidado aquellas piezas en las que Gael ponía tanto esfuerzo. Tan ensimismados ambos en su trabajo, y en compartir por una vez el día con el otro, que apenas se darían cuenta del paso del tiempo y solo pararían un momento al mediodía para comer. Hasta que, al fin, la noche llegaría una vez más al volcán de los Leoran y, con ella, la hora de detener su trabajo para Nyla y regresar a su cobertizo. No porque quisiera o estuviese cansada, sino porque no podía ver en la oscuridad como los Leoran y eso era lo único que podía hacer en aquellos momentos.
Tras despedirse de Gael, Nyla saldría de la casa para dirigirse a su pequeño cobertizo y pasar allí la noche como de costumbre. Se sentía alegre a pesar de todo lo sucedido aquella mañana, pero también sentía algo más que no alcanzaba a entender del todo. A pesar del tiempo que llevaba allí y de todas las noches que había pasado en su pequeña cama del cobertizo, esa noche Nyla se sentía extrañamente sola.
Era una sensación distinta a la que había sentido su primer día en el poblado sin embargo. No era una soledad aterradora como la de aquella primera noche, sino algo mucho más sutil… casi triste. Y esto la haría detenerse por unos segundos frente a la puerta del cobertizo suspirando ligeramente ante la presión de todas aquellas emociones.
Sería precisamente en ese instante cuando Nyla lo escucharía. Al principio apenas lo había notado pues parecía un susurro del mismo viento, pero al detenerse sus oídos habían empezado a captar las suaves notas de una lejana melodía y la Shamshir se giraría sorprendida buscando su fuente. Provenía de algún lugar del volcán, de eso estaba segura, pero no se parecía a ninguna de las melodías que había escuchado tocar a los Leoran durante la fiesta.
Ni siquiera conseguía identificar el instrumento que tocaba aquellas notas. Eran tan suaves, tan sutiles entre la brisa nocturna, que el mismo viento podría haber sido fácilmente quien las entonaba. Pero Nyla sabía que no era así, todas encajaban con demasiada perfección, estaban demasiado bien hiladas para formar aquella melodía como para ser solo el viento. Y tras un rato escuchándola en silencio su curiosidad podría una vez más con ella empujándola a buscar su fuente.
Provenía del lago, o al menos eso creía pues el viento soplaba de aquella dirección y las notas llegaban con la brisa húmeda del río. Pero antes de dirigirse allí Nyla daría un pequeño rodeo para comprobar algo que daba vueltas en su cabeza.
La música era demasiado extraña, demasiado distinta a la del resto de los Leoran… exactamente igual que alguien que conocía. Por eso, o simplemente por el hecho de que sentía al escucharla la misma sensación que al mirarle a él, su primer destino no sería el lago sino la cárcel de Ikiba. Y al llegar allí se encontraría exactamente con lo que ya había supuesto: estaba vacía.
La puerta estaba abierta, los dos guardias tumbados inconscientes a ambos lados de la misma y la celda de su interior completamente vacía. Lo que, por un lado, confirmaría sus sospechas y, por otro, la confundiría aún más al no entender en absoluto el comportamiento de aquel muchacho.
Segura ya de a quién encontraría allí, Nyla se pondría en marcha de nuevo sin preocuparse por los guardias que dejaba tras ella y no tardaría en llegar al borde del agua. La cristalina superficie del lago se había convertido como cada noche en el deslumbrante espejo de luz del árbol. Un anillo sobre el que la pálida luz azul de la planta tejía enrevesadas líneas con el reflejo de sus ramas y la luz de sus raíces hasta crear un deslumbrante entramado luminoso. Como si todo el lago fuese una piedra preciosa y aquellas ramas, aquellas raíces de luz, delicados hilos de plata que se entretejían decorándola como la más hermosa de las filigranas.
Pero la atención de Nyla esa noche no se dirigiría al gran árbol, ni siquiera a su reflejo en el lago. Había ido allí en busca de alguien, del responsable de de aquella suave melodía que acariciaba sus oídos tentándola a cerrar los ojos y dejarse mecer por el viento que la transportaba. Y también sabía dónde encontrarle.
Ikiba estaba exactamente dónde ella esperaba: en el centro mismo del lago. El joven Leoran se encontraba justo a los pies del árbol, de pie sobre una de sus raíces al borde mismo del agua y con los ojos cerrados mientras tocaba lentamente su melodía. Era una imagen extraña, casi irreal a los ojos de alguien como Nyla.
La luz del árbol a su espalda le daba un aspecto extraño, como si no fuese una criatura de su mismo mundo. Sus cabellos ahora sueltos y no recogidos en una coleta como de costumbre flotaban ligeramente a su espalda entremezclándose con la luz azul de la planta como centelleantes hilos de cobre. Su cuerpo todavía húmedo brillaba entre las sombras trazadas por sus cabellos y sus propios músculos, fundiéndose solo con la noche allí dónde sus pantalones y las ajustadas telas que cubrían parte de sus brazos ocultaban su piel. Y su rostro…
Era tan sereno, tan apacible, como si estuviese tan lejos de todo lo que lo rodeaba que nada podía alcanzarlo. Solo la luz de aquella planta que lo iluminaba allí dónde sus cabellos no lo ocultaban con su sombra dejando entrever parte de sus mejillas, sus labios y sus ojos ahora cerrados.
Tenía además una flauta en las manos, aunque era distinta a cualquiera de las que Nyla había visto en Thalan pues parecía tocarse en horizontal, no en vertical como las que ella conocía. Fuese o no distinta, sin embargo, seguía siendo un instrumento musical y labios del joven la acariciaban junto a sus dedos haciendo brotar de ella las notas de la melodía que la había llevado hasta allí.
-Una flauta. –Susurró Nyla dejándose envolver por la brisa que le traía aquella melodía. –Eso era lo que estaba haciendo con la pata de aquella silla. Es un músico…
Mientras pensaba esto, y casi sin darse cuenta, Nyla seguiría adelante hasta que el agua llegó hasta sus rodillas y solo entonces se detendría de nuevo por unos segundos. No sabía por qué estaba allí, ni siquiera cómo podía alguien que hasta entonces había estado encerrado en una celda estar tan tranquilo como para pararse a tocar de aquella manera. Y sin embargo ninguna de estas preguntas la preocupaban en absoluto.
La música parecía alejar cualquier pensamiento incómodo que pudiese quedar en su mente, como si cada nota la invitase a relajarse y olvidar por un momento tos sus problemas. Lo que la llevaría a intentar acercarse aún más a él, algo que no hacía desde sus primeros días en el poblado cuando era el único al que no temía.
Ahora las cosas habían cambiado y no estaba muy segura de por qué se sentía así al mirarle. Tal vez simplemente por qué seguía viéndole como a alguien parecido a ella y eso aliviaba la sensación de soledad que había vuelto a sentir esa noche al dejar la casa de Gael, o solo por el hecho de que él había sido quien la había liberado. Pero fuese como fuese, sabía que quería llegar hasta él y pensaba hacerlo. Aunque fuese solo para poder escuchar mejor aquella hermosa melodía.
El lago no era muy profundo salvo en los dos canales abiertos por la entrada y la salida del río, al menos no lo suficiente para no poder cruzarlo sin saber nadar y Nyla no lo dudaría. Tras regresar a la orilla para dejar su calzado, emprendería el camino hacia el centro del lago y poco a poco se iría adentrando en sus aguas sin mayores problemas. O al menos así fue hasta que el nivel del agua rebasó su cintura.
Sus ropas eran ligeras y no le molestaban demasiado incluso mojadas, pero conforme el agua subía Nyla empezaba a preguntarse si no habría calculado mal la profundidad y no tardaría en encontrarse con otro problema. Aunque el agua no parecía pasar de su cuello ni siquiera en la zona más profunda, al adentrarse en el lago Nyla había olvidado un pequeño detalle: el árbol.
Aquella planta había extendido sus raíces por todo el fondo del lago hasta tejer una verdadera red. Algo que en la zona exterior no era un gran problema pues estaban tan dispersas que Nyla podía evitarlas fácilmente, pero que conforme se acercaba a él se hacía más y más complicado hasta obligarla a caminar por encima de ellas. Y esto no tardaría en darle un buen susto.
Mientras caminaba poco a poco, con el agua ya cerca de la barbilla y bastante preocupada, uno de sus pies resbalaría de pronto al pisar el resbaladizo borde de una raíz y esta se sumergiría de golpe. El pánico se apoderaría de ella en ese mismo instante, la joven chapotearía desesperadamente tratando de ponerse en pie para volver a la superficie y sus pataleos empeorarían aún más su situación.
Cuando ya había conseguido enderezarse y trataba de alcanzar la superficie, un tirón en su pierna la detendría de golpe y esta notaría con horror que ya no podía moverla. En sus esfuerzos por recuperar la verticalidad, su pie se había deslizado entre dos raíces y ahora su tobillo estaba aprisionado impidiéndole ponerse completamente derecha.
Nyla se asustaría aún más al darse cuenta de que no podía soltarse por más que tirase. Sus manos chapotearían en la superficie intentando inútilmente impulsarla hacia arriba y trataría de sacar al menos la cabeza del agua para tomar aire, pero nada funcionaba. La superficie estaba a centímetros de su rostro, tan cerca que parte de su cabeza llegaba incluso a salir del agua, y esto la desesperaba aún más haciéndola gastar sus pocas fuerzas en movimientos tan bruscos que solo conseguían apresarla aún más.
Cuando todo parecía acabar para la joven Shamshir y sus fuerzas se agotaban al igual que su aire, sin embargo, algo inesperado sucedería. De pronto Nyla notaría como algo tiraba de su ropa por la espalda y todo su cuerpo sería izado rápidamente hacia la superficie. Sin tirones, ni golpes bruscos ni nada parecido, tan solo tirando de ella poco a poco de forma que las raíces cedieron su presa naturalmente y su pie quedó libre sin más daño que una pequeña magulladura en el tobillo.
Una vez fuera del agua, Nyla respiraría hondo tratando de recuperar el aire perdido y durante unos largos segundos sería incapaz de dejar de jadear. Justo los que tardaría en darse cuenta de que no solo había sacado la cabeza del agua, en realidad su cuerpo flotaba en el aire con el agua por la cintura y esta se giraría rápidamente en busca de la razón de aquello. Pero lo que vería nada más mirar hacia atrás la sorprendería aún más.
Allí estaba el muchacho al que intentaba alcanzar. El mismo Leoran que la miraba fijamente con el rubí y el zafiro que formaban sus ojos y sacudiría la cabeza con cierta resignación al tiempo que comenzaba a caminar llevándola aún con él. Una vez más el joven parecía caminar sobre el agua como otros lo harían sobre el suelo, incluso con ella colgando de un brazo por la espalda del vestido. Y por extraño que esto resultase, la Shamshir preferiría no hacer ni decir nada hasta estar de nuevo en tierra firme.
Para alegría de la joven, el Leoran parecía haberse dado cuenta de lo que pretendía y no la llevaría de vuelta a la orilla sin embargo. En lugar de eso, regresaría al árbol con ella y la dejaría sobre sus raíces antes de regresar al mismo sitio que antes para continuar con su melodía.
Nyla se sentiría extremadamente estúpida en esos momentos. No solo la había salvado de una muerte bastante ridícula, por su mirada también podía deducir que la veía como poco más que una niña torpe, y esto no la alegraba precisamente. Tampoco la enfurecía, algo extraño pues algo así habría provocado en ella una más que iracunda reacción en Thalan, tan solo la hacía sentirse ligeramente ridícula… avergonzada. Aunque este era un sentimiento que, por extraño que le resultase hacía tan solo unos días, ahora empezaba a serle familiar y ya no la confundiría tanto.
En lugar de darle más vueltas, simplemente aprovecharía la oportunidad que ahora tenía de escucharle de cerca y se acercaría un poco a él mientras tocaba. Allí la música parecía envolverla por completo, como si el viento que la transportaba al resto del poblado naciese precisamente allí y la envolviese con remolinos en que la melodía la acunaba suavemente como invitándola a relajarse. Y como pronto comprobaría, ella no era la única que lo notaba.
El árbol mismo parecía reaccionar a la melodía de Ikiba. El agua que fluía por su interior latía como si se tratase de un corazón y sus corrientes se movían al son de aquella extraña canción. Desde sus raíces más profundas, hasta las lejanas ramas que el viento mecía al son de la misma música, la luz viajaba siguiendo el ritmo marcado por los dedos del Leoran en un espectáculo que la dejaría sin respiración.
Era una sensación abrumadora, casi sofocante al ver como un gigantesco ser vivo como aquella planta se fundía con aquella melodía y los rodeaba a ambos con su luz. Incluso el agua parecía verse afectada y su superficie, tranquila y perfecta como un espejo en el resto del lago, se ondulaba alrededor del árbol sin razón aparente.
Esto último llamaría de nuevo la curiosidad de Nyla y la llevaría a acercarse un poco al borde de las raíces para mirar el agua con más calma. Frente a ella podía ver su propio reflejo danzando en el agua, una copia exacta de si misma que aquellas cristalinas aguas creaban a partir de sus pies y le devolvía su propia sonrisa. Algo que le daría de pronto una idea.
Ya que desde allí solo podía ver la espalda del muchacho mientras tocaba de cara al lago, Nyla decidió aprovechar el espejo en que se habían convertido aquellas aguas para poder verle tocar y se acercó un poco más a él buscando su reflejo. Sin embargo sería precisamente al hacer esto cuando la joven se llevaría una nueva sorpresa: ¡El Leoran no tenía reflejo!.
Los ojos de la Shamshir estaban mirando justo frente a él y podían ver una imagen allí, sí, pero esta no era la del muchacho. Aunque partiese exactamente desde sus pies y ocupase el lugar que le correspondería a su reflejo, la imagen que observaba a aquel Leoran desde el lago no era una copia exacta de la suya como sucedía con la de Nyla. Ni siquiera se le parecía en nada.
La borrosa silueta que la Shamshir podía ver frente al muchacho era mucho más pequeña y sus curvas no dejaban lugar a dudas. Aquella era la silueta de una mujer, no sabía de qué raza pues la imagen se difuminaba constantemente con las ondulaciones del lago y el reflejo de la luz la cegaba desde aquel ángulo, pero no era Leoran, ni siquiera una Harumar como Nanouk. Y cuando Nyla se acercó un poco más, poniéndose casi de puntillas en el borde del agua para intentar verla con más claridad, la cabeza de la imagen se giraría de pronto hacia ella y la Shamshir daría un pequeño respingo al encontrarse con sus ojos.
No sabía qué significaba aquello, pero los ojos que acababan de mirarla tampoco eran humanos y el susto haría que de nuevo estuviese a punto de caerse al agua. Afortunadamente para ella, sin embargo, la mano de Ikiba volvería a cogerla por la espalda en ese momento y tiraría de ella ayudándola a recuperar el equilibrio.
Hecho esto, y antes de que una sonriente Nyla pudiese agradecérselo con alguna palabra, la mano del Leoran soltó su vestido y le propinó a continuación una pequeña palmada en la parte trasera de la cabeza.
-Sourer raed. –Dijo sin abrir los ojos siquiera ni apartar los labios o su otra mano de la flauta.
-“Ten cuidado”. –Susurró para si misma Nyla recordando que no era la primera vez que escuchaba aquellas palabras. –Lo sé lo sé, ya me estoy quieta.
Aunque todavía curiosa por saber qué misterio ocultaba el reflejo de aquel muchacho, Nyla decidiría no molestarle más y se alejaría del agua para refugiarse junto al tronco del árbol. Una vez allí, buscó un rincón lo más cómodo posible y simplemente se sentó a escuchar la melodía que el Leoran seguía tocando.
Era tan suave y relajante que la Shamshir no podía evitar sentirse tranquila escuchándola. Por distinta que fuese a todo lo que había escuchado nunca seguía siendo música y, aunque al principio Nyla no se había dado cuenta, ahora sabía de qué tipo: era una nana. Algo tan incomprensible viniendo de un guerrero como aquel Leoran como todo lo demás que estaba sucediendo, pero que el corazón de Nyla agradecería poder escuchar.
Hacía años que no escuchaba ninguna, desde que apenas era capaz de hablar y vivía aún con sus verdaderos padres, tal vez por eso la atraía tanto la melodía. Y no era la única del poblado que se sentía así.
Mientras la Shamshir cerraba los ojos y dejaba que todo su cuerpo se envolviese en aquella música, al otro lado del lago la brisa había llevado también la melodía a la otra extranjera y sus notas eran lo único que conseguiría calmarla esa noche. No sabía qué era ni de dónde venía aquella música, pero su sonido traería al fin algo de paz al abatido corazón de Nanouk y, tras un buen rato escuchándola, se dormiría lentamente hecha un ovillo bajo el tragaluz por el que entraba la melodía.
Algo parecido ocurriría también con la Shamshir. Apenas sin darse cuenta, su conciencia se deslizaría suavemente en el mundo de los sueños y esta se dormiría junto al tronco del árbol mientras Ikiba seguía extendiendo su melodía por todo el poblado. Hasta que, horas más tarde, el Leoran dejaría finalmente la flauta a un lado y abriría los ojos para encontrarse con la brusca realidad que lo aguardaba.
Su huida no había pasado inadvertida, aunque él tampoco lo había pretendido, y dos de sus antiguos compañeros de entrenamiento lo esperaban junto al lago. Ninguno le interrumpiría ni se acercaría a buscarle, pero sabía lo que significaba su presencia y ya no tenía nada más que hacer allí. Además, ellos no eran los únicos que aguardaban algo junto al lago.
Gael también estaba allí. Había salido a llevarle la cena a Nyla y, al no encontrarla en su cobertizo, se había acercado hasta el lago seguro de que estaría allí. Algo que haría sonreír a Ikiba que, antes de regresar, cogería con un brazo a Nyla echándosela al hombro tal y como ya había hecho con Nanouk en su día y regresaría a la orilla.
Sus pies caminaban por el agua sin problema como siempre, incluso con el peso de la Shamshir sobre su hombro, y se dirigiría hacia Gael ignorando a sus viejos compañeros por un momento. Una vez frente a él, dejaría a la todavía dormida Shamshir en sus brazos y colocaría también la flauta sobre el pecho de la joven.
-Eyirala.
Aquellas fueron sus únicas palabras para Gael, pero este le entendería perfectamente y asentiría con la cabeza. Algo que parecería bastar también para Ikiba puesto que esta ya no le diría nada más, simplemente le daría una pequeña palmada en el hombro y se daría la vuelta para ir con sus compañeros.
Los dos estaban allí para buscarle, pero ninguno haría nada ni aún cuando él estuvo cerca de ambos. Tan solo lo acompañaron de vuelta a su celda, caminando como tres compañeros en lugar de cómo guardianes y prisionero. Hasta que, una vez más, este estuvo dentro y la tranquilidad de la noche envolvió finalmente todo el poblado ahogando con su silencio las últimas notas de aquella melodía.
P.D Mis disculpas a los que leen la historia por el paréntesis tras el ultimo capítulo, pero por cuestiones de tiempo no he podido dedicarle tiempo hasta hace poco. Ea ea, que la disfrutéis^ ^.