El beso de los espiritus. Capítulo 10: Aemza

Capítulo 10: Aemza


Aquella sería una noche peculiar para la mayor parte del poblado Leoran. Corta para aquellos que sabían lo que traería el nuevo día y habrían preferido evitarlo, interminable para los que lo desconocían, y solo tan tranquila como de costumbre para dos de sus habitantes. Uno de ellos, la joven líder de los Leoran cuya mente era probablemente la única que comprendía su decisión en aquellos momentos. Y el otro, por extraño que pudiese parecer, era precisamente aquel sobre quien había recaído dicha decisión.
Ikiba no había dado más problemas a sus guardianes en lo que quedaba de noche y tampoco lo haría esa mañana. El Leoran seguía dormido como si estar en la celda le trajese sin cuidado, tumbado sobre las sábanas en lugar de bajo estas pese a que toda su ropa descansaba tirada junto a la cama y ligeramente girado hacia un lado. Era una posición extraña incluso para un Leoran, a medio camino entre boca arriba y de costado, y a esto se sumaba la extraña posición en que descansaban sus brazos.
Ambas extremidades estaban estiradas hacia el mismo lado que se había girado. Una de ellas perpendicular a su cuerpo de forma que recorría todo el colchón partiendo de su hombro, y la otra con el codo ligeramente doblado de forma que su mano reposaba más abajo, a unos treinta centímetros de su cintura. Algo extraño para los Leoran pues estos solían dormir apoyando la cabeza en sus propios brazos y que le daba un aspecto desconcertante, como si estuviese sujetando algo entre sus brazos.
Fuese por la razón que fuese, tanto su tranquilidad como aquella extraña postura no tardarían en desaparecer esa mañana. Apenas unos minutos después del amanecer, algo caería de golpe sobre la cara del Leoran y este se despertaría bruscamente sentándose de un salto sobre la cama.
Pasa la sorpresa inicial, sin embargo, y tras apartar con una mano la ropa que acababan de tirarle encima, este miraría ya más tranquilo hacia la puerta y se encontraría con dos de sus compañeros. Ambos sonriendo todavía a causa de la broma y que, tras darle unos minutos para despejarse, le señalarían la ropa que acababan de tirarle sugiriéndole que se la pusiese.
Ikiba les dirigiría una mirada no demasiado amistosa y volvería su atención hacia la ropa que descansaba sobre la cama. Era distinta a la que solían llevar tanto él como sus compañeros. Estaba mucho más cuidada que la de sus desgastadas ropas de entrenamiento, la tela parecía bastante más cuidada y, sobretodo, resultaba extremadamente ligera. Tanto que, más allá del aspecto estético que esta pudiese dar, parecía hecha a posta para no resultar ni pesada ni un obstáculo para sus movimientos.
Lejos de aceptar sin más la ropa, sin embargo, Ikiba suspiraría con resignación tras mirarla, sacudiría la cabeza y volvería a arrojarles la ropa a sus compañeros al tiempo que decía una única palabra: “Naer”. Gesto fácil de comprender para estos últimos y que los haría mirarlo un tanto serios… durante un par de segundos.
Por desgracia para su compañero, lejos de dejarle tranquilo como este quería ambos se mirarían por un momento, asentirían el uno hacia el otro y se acercarían a él. Ambos contaban ya con qué Ikiba hiciese algo parecido y aquello no los preocuparía en absoluto, al contrario, los dos seguirían mostrándose totalmente tranquilos mientras se sentaban uno a cada lado del joven, colocaban una mano sobre cada hombro de este, y le dirigían una sombría sonrisa.

-Fadat –Murmuró Ikiba mirándolos de reojo y apretando ambos puños con fuerza, seguro ya de sus intenciones.
-Zaer, zaer. –Asintieron los dos dándole aparentemente la razón con la misma sonrisa, como si aquello fuese una broma entre los tres.

Ikiba suspiró una vez más, cerró los ojos por unos segundos… y puso fin a la tranquilidad que había reinado en la casa durante toda la mañana. El alboroto que seguiría a las últimas palabras de los tres jóvenes se escucharía incluso en el exterior, pero ni siquiera a los guardias que aún vigilaban la puerta se les ocurriría entrar. Ambos se quedarían en sus puestos mientras el sonido de golpes, empujones y otros nada pacíficos sonidos resonaban en el interior de la casa. Hasta que, al fin, todo quedaría en calma de nuevo y los tres saldrían de la casa por su cuenta.
Los primeros en hacerlo serían los dos compañeros de Ikiba, ambos frotándose distintas partes del cuerpo visiblemente doloridos pero sin poder evitar reírse ligeramente a pesar de todo. Y detrás de ellos, con una expresión malhumorada y totalmente contraria a la de sus compañeros, el propio Ikiba saldría refunfuñando para sí mismo. Sin rasguño alguno o muestras visibles de dolor como los demás, pero vestido con las ropas que estos le habían traído.
La parte superior era poco más que una fina tela blanca con bordados de múltiples colores destinada a cubrir su pecho y atada a su espalda por varios cordones color turquesa. Tarea esta última nada sencilla tanto por la estrechez de la tela que apenas llegaba a sus costados, como por la musculatura del propio joven. Algo que se acentuaba aún más en la parte superior donde, lejos de llegar hasta el cuello, la tela se detenía bajo sus clavículas en el centro del pecho y trazaba una amplia diagonal hacia abajo en sus laterales dejando totalmente al descubierto la parte frontal de los hombros así como parte del mismo pecho. Lo que obligaba a un nuevo par de cordones a sostenerla a modo de tirantes.
Las otras prendas eran igual de sencillas y mantenían la misma estética: Unos pantalones de la misma tela blanca que la parte superior, aparentemente bastante holgados y con la peculiaridad de que el lateral de cada pierna estaba completamente abierto salvo en la cintura y en sus extremos; Una especie de cinturón formado por dos finas cintas de color verde entre las que volvía a aparecer el mismo patrón multicolor de los bordados y servía para ajustar el pantalón; Un par de cintas decoradas también con el diseño de los bordados y destinadas a ajustar el extremo de los pantalones un poco más debajo de sus rodillas; Y por último unas sencillas sandalias con la suela blanca y las tiras que sujetaban el pie del mismo color que el resto de adornos.
Juntas, todas aquellas prendas formaban un conjunto cuyo aspecto se alejaba bastante del de la ropa corriente de los Leoran. Tanto por la predominancia del blanco en una raza de cultura tan colorista, como por la delicadeza de las telas que dejaban claro que no se trataba de ropa de uso normal.
Una vez todos estuvieron fuera, la expresión de los dos Leoran cambiaría por completo y la seriedad volvería a sus rostros como si de pronto hubiesen recordado para qué estaban allí realmente. Todo rastro de alegría se esfumaría de sus rostros casi al mismo tiempo que el enfado desaparecía de la mirada de Ikiba y ambos se girarían hacia él una última vez.

-Ikiba… –Dijo uno de ellos adelantándose para acercarse a él al tiempo que se llevaba el puño al pecho golpeándose ligeramente y, a continuación, lo colocaba frente a él con el dorso sobre el que descansaba su runa hacia Ikiba. –Lariad.

El joven de cabellos color cobre no dudaría esta vez en responderle. Con una ligera sonrisa, asentiría con la cabeza repitiendo el mismo gesto que su compañero y colocaría su puño en la misma posición. Ambos entre el pecho de ambos jóvenes, dorso contra dorso y solo distintos por el hecho de que la de Ikiba seguía cubierta por aquella vieja tela.

-Lariad. –Repetiría el otro Leoran en cuanto ambos se separaron y repitiendo el mismo movimiento con su brazo.
-Idreat –Respondería Ikiba devolviéndole también el mismo gesto.

Hecho esto, ambos Leoran volverían a colocarse uno a cada lado de Ikiba actuando una vez más como una escolta y los tres se pondrían en marcha. Despacio, aparentemente sin prisa alguna mientras cruzaban la ciudad en dirección a la puerta y todos, desde el más pequeño al más anciano de los habitantes de la ciudad, se apartaban a su paso bajando ligeramente la cabeza.

Mientras tanto, no muy lejos de allí una escena parecida tenía lugar con la otra protagonista de lo que estaba a punto de suceder esa mañana. Al igual que con Ikiba, la luz del amanecer no sería suficiente para despertar a Nanouk tras una noche en la que solo la nana del Leoran había conseguido que se durmiese y serían otros los encargados de hacerlo. Aunque en su caso no se trataría de aquellos extraños Leoran de ojos bicolores sino de las mismas mujeres que ya la habían atendido durante su convalecencia.
Al abrir la puerta las tres Leoran la encontrarían en el mismo sitio en que se había dormido por la noche. Todavía hecha un pequeño ovillo bajo el tragaluz, con la espalda apoyada en la pared y los brazos abrazando sus piernas para traer sus rodillas hacia ella. Era una imagen triste incluso para sus cuidadoras, especialmente para la que se había ocupado de ella incluso tras su recuperación, pero el tiempo de preocuparse por la Harumar había pasado.
Tenían unas órdenes esa mañana y, aunque no todas ellas compartiesen del todo las ideas de la joven jefa, ninguna dudaría en confiar en su juicio y seguir adelante. Por eso, en lugar de dejarla tranquila como habrían deseado, dos de ellas se acercarían a despertarla mientras la tercera dejaba sobre la cama las prendas que acababan de traer para ella.
Ambas esperaban una reacción no muy amistosa por parte de la joven Harumar y la despertarían con cuidado, empujando suavemente uno de sus hombros hasta conseguir hacerla reaccionar pero sin acercarse demasiado. Y cuando al fin lo consiguieron, cuando esta levantó pesadamente la cabeza para mirarlas, se encontrarían con algo aún más triste que su aspecto: sus ojos.
La mirada de Nanouk hacía casi daño. Sus ojos estaban enrojecidos de tanto llorar y el suave tono verde-azulado de sus pupilas parecía haberse oscurecido. Como si una sombra los cubriese por completo apagando de tal forma su mirada que ninguna de las Leoran podía ver emoción alguna en ella, solo el vacío dejado por sus lágrimas. Y su actitud encajaría dolorosamente con aquella desolada mirada.
Lejos de protestar o mostrar cualquier tipo de rebeldía como de costumbre, Nanouk dejaría que la ayudasen a levantarse sin decir nada y caminaría lánguidamente hacia la cama dónde la esperaba la otra cuidadora. Estaba cansada de darle vueltas a todo, cansada de llorar, de repetirse una y otra vez a si misma algo que ya no era capaz de creer y que las palabras de Nyla seguían recordándole una y otra vez.
Lo único que quería ahora era que todo pasase cuanto antes. Le daba igual lo que fuese a sucederle, pero la incertidumbre de lo que sus acciones podían haber acarreado a alguien más que ella la estaba destrozando por dentro y ya no tenía fuerzas para nada más. Solo para seguir las indicaciones de aquellas mujeres que, a pesar de cómo había traicionado su confianza intentando huir, seguían tratándola con el mismo cuidado de siempre y mirándola con compasión.
Habían traído ropa para ella y las tres sabían ya por ocasiones anteriores que no sería precisamente de su agrado, por eso le darían unos segundos para mirarla esperando una reacción, pero no la tendrían. Pese a que con un simple vistazo bastaba para darse cuenta de que era precisamente el tipo de ropa que jamás habría llevado por voluntad propia, esa mañana su mente estaba demasiado lejos para preocuparse por nada salvo aquello que había quebrado su voluntad la noche anterior y no diría nada.
Esto apenaría aún más a las tres Leoran, pero de alguna manera sentían que era mejor así y decidirían seguir adelante con lo que debían hacer. Puesto que ella no parecía tener voluntad esa mañana para hacer nada, serían ellas quienes la ayudarían a vestirse y esta se dejaría llevar como si fuese un simple muñeco en manos de las tres mujeres.
Ellas no la tratarían como tal sin embargo. Una de ellas recordaba aún su mirada aquel primer día que le había llevado la ropa, el brillo de sus ojos mientras apretaba con fuerza la sábana contra su pecho negándose a dejar que se la quitase pese a ser también una mujer, y por eso ese día tampoco lo haría aunque ella no fuese a impedírselo.
A pesar de la molestia que esto suponía para las tres, las Leoran desnudarían a Nanouk con el cuidado que solo una madre habría dedicado a su hija entre los humanos y, además, lo harían manteniéndola siempre cubierta con una de las sábanas de la cama como sabían que ella habría hecho. Hasta que, unos minutos después, esta estuvo vestida de nuevo y retiraron la sábana para terminar de ajustarle la ropa.
El vestido era tan peculiar como el traje de Ikiba, incluso compartía sus mismos colores, y como Nanouk habría podido comprobar de haberse preocupado siquiera por mirarse en el espejo de la casa, totalmente opuesto a los gustos de la joven. No solo en cuanto a cantidad de tela, sino también a la forma en que cada una de las piezas del mismo parecía destinada a acentuar las ya de por sí sensuales curvas de su cuerpo en lugar de ocultarlas como ella solía hacer.
La parte superior no era muy distinta a la que llevaba el propio Ikiba salvo por los obvios ajustes para adaptarse al cuerpo de una mujer. La tela era también blanca y con el mismo bordado multicolor en los bordes, pero esta comenzaba apenas unos centímetros sobre su ombligo formando un arco hacia ambos lados y se detenía poco después de sobrepasar el borde de sus pechos. Allí, la tela se tensaba por encima del exuberante valle de su busto para formar un sensual escote recto y se dirigía hacia los costados pasando por debajo de sus brazos. Al igual que con Ikiba, la tela no llegaba a cubrir el costado de la joven sin embargo y allí, una vez más, eran varios cordones color turquesa los encargados de ajustarla. Aunque en esta ocasión no lo harían rodeando el torso de la joven, sino uniéndola a una ligera banda de tela que cubría precisamente su espalda. De esta forma, con los cordones trazando un complicado zig-zag entre ambas telas hasta terminar por unirse en sendos lazos en la parte inferior, la prenda se ajustaba perfectamente y sus costados quedaban además semidesnudos salvo por el diseño trazado por los cordones.
Dada la forma de la tela y su ligereza, sin embargo, la tensión de los cordones no era del todo suficiente para mantenerla en su sitio y dos finos tirantes ataban la parte frontal a su cuello asegurándolo en su sitio. Ambos decorados con el mismo patrón multicolor que los bordados y con la parte central hecha no con tela, sino con varias anillas plateadas y doradas entrelazadas entre si.
La falda del vestido no era mucho mejor en cuanto a ajustarse a los gustos de Nanouk se refería. Estaba formada por tres piezas con el mismo diseño que el resto del vestido y que juntas no llegaban siquiera a aproximarse a lo que realmente debería ser una falda en términos humanos.
Una de ellas, la más sencilla, era un cinturón de tela como el de Ikiba que servía como anclaje a las otras dos. De estas últimas, la más pequeña era un alargado triángulo de tela atado a la parte frontal del cinturón y que cubría por completo los muslos de la joven llegando su extremo más afilado casi a la altura de sus rodillas. El otro, mucho más grande, era también un triangulo pero con la base tan ancha que, pese a que su centro estaba atado a la parte trasera del cinturón, llegaba a rodear con sus extremos las piernas de Nanouk y estos se ataban en la parte frontal justo bajo la otra pieza de la falda. Desgraciadamente, y pese a que era también lo suficientemente largo para que su pico llegase en la parte posterior hasta más allá de sus rodillas, su tela no había sido ni tensada ni tampoco atada a los costados del cinturón, lo que significaba que allí caía hacia abajo formando dos amplios arcos por los que podía entreverse perfectamente la sensual curva de sus caderas.
Además del vestido, las Leoran también le habían traído unas sandalias como las de Ikiba y varios adornos como pulseras y pequeños anillos atados en los extremos de la tela de su falda que le daban un aspecto más que vistoso. Pero de nuevo esto era algo que Nanouk, por fortuna, no notaría esa mañana y cuando estuvo lista simplemente se dejó llevar una vez más hacia la puerta para salir.
La Leoran que más tiempo había pasado con ella desde su llegada la detendría entonces por unos segundos y la miraría a los ojos. Era la misma que la había enseñado a ponerse su ropa, la misma que aquella noche le había dado la bebida, y también la misma a la que la jefa había llamado el día anterior antes de su decisión. Y tal vez por esto último, o simplemente por el afecto que sentía hacia ella tras tantos días cuidándola, no podría evitar darle un pequeño abrazo antes de dejarla salir.
Sabía que ella no respondería, podía ver en sus ojos que ni siquiera estaba allí con ellas en aquel momento, pero no lo hacía por Nanouk sino por ella misma. Una vez finalizado su abrazo, se apartaría finalmente de la puerta y dejaría que sus compañeras saliesen llevándose a la joven Harumar consigo. Ella no las seguiría sin embargo, se quedaría allí, sentada en la cama sobre la que la había cuidado durante aquellos días y preguntándose a si misma si aquella era realmente la única solución.

Una vez fuera, Nanouk y las dos mujeres seguirían el mismo camino que antes habían recorrido Ikiba y sus compañeros. No habría palabras entre ellas, ni gesto alguno por parte de Nanouk salvo los pesados pasos con que seguía la dirección indicada por ambas Leoran. Se dejaba llevar sin resistencia alguna, algo impensable en ella el día anterior, y ambas mujeres la premiaban con un silencio que parecía extenderse a todo el pueblo.
Nanouk conocía bien aquel camino. Era la calle que llevaba hacia la salida de la ciudad, la misma que ella había recorrido una y otra vez durante los días anteriores buscando la forma de acercarse sin ser vista. Ahora las cosas habían cambiado sin embargo, la calle estaba vacía y los pocos Leoran que aún quedaban en esa parte de la ciudad se mantenían cerca de las casas bajando la cabeza a su paso como si no quisiesen cruzarse con ella.
A lo lejos podía ver la gran puerta de la ciudad. Estaba abierta, como burlándose de ella al mostrarle de nuevo la imagen que durante los últimos días había sido su esperanza, su ilusión, su razón para seguir adelante por encima de todo. Pero ahora le traía sin cuidado y ni siquiera ver que se dirigían hacia allí la haría reaccionar. Su prisión ya no eran las paredes del volcán, sino ella misma, por eso cruzar aquel umbral de nuevo no significaría nada para ella. Tan solo un paso más en su lento desfile hacia el destino que le habían preparado los Leoran.
No lo cruzaría sola en esta ocasión sin embargo. Antes de llegar a la puerta se encontrarían con una larga comitiva que se dirigía también hacia allí y sus dos acompañantes le indicarían que debía unirse a ella. Algo que tampoco la sorprendería demasiado tras ver quién la formaba.
Al frente iba la responsable de todo aquello. La joven jefa de los Leoran caminando de la mano de aquel muchacho de cabellos color azabache a quien había elegido como compañero. Tras esta, formando dos hileras perfectas una detrás de cada uno de ellos, se encontraban los extraños Leoran de ojos bicolores que tanto habían llamado su atención hacía tiempo. Aunque su aspecto era totalmente distinto en esta ocasión.
Todos iban armados, cada uno con dos espadas gemelas que pendían de su espalda y de su cintura respectivamente, y estaban mortalmente serios. Era algo extraño en ellos pues siempre parecían estar bromeando salvo cuando entrenaban, pero no eran los únicos así.
Más atrás, y ataviados con vistosos trajes de gala en lugar de los toscos uniformes que solían llevar en sus patrullas, dos filas de guardias continuaban la comitiva con la misma mirada en sus rostros que aquellos jóvenes. Todos también en silencio, dejando que solo el eco de sus sincronizados pasos los rodease mientras continuaban su camino.
Por último, en la cola de la comitiva, se encontraba aquel a quien Nanouk esperaba no haber tenido que ver allí: Ikiba. El joven Leoran caminaba tras los últimos guardias junto a sus dos compañeros, algo que llevaría a Nanouk a levantar ligeramente la cabeza para mirarle, pero que tampoco cambiaría nada.
La Harumar no podía ver nada salvo sus largos cabellos color cobre y tampoco estaba segura de querer ver su rostro en ese momento. Prefería seguir así, dejándose llevar sin más, y eso haría mientras las dos Leoran la guiaban hacia la fila colocándose justo tras Ikiba y sus compañeros.
Con las tres ya allí, varios guardias se colocarían por último tras ellas para cerrar la comitiva y esta seguiría su camino hacia la puerta. La pared vegetal que la cubría había sido apartada para dejarles pasar y poco a poco todo iría cobrando forma frente a los apagados ojos de la Harumar.
La joven jefa y su compañero serían los primeros en entrar y continuarían hasta llegar poco antes del borde de la catarata. Los Leoran de ojos bicolores los seguirían formando dos filas, una pegada a la orilla oeste del río y otra unos metros más hacia la izquierda. De forma que, cuando ambos grupos se detuvieron y se giraron los unos hacia los otros, dejarían una especie de pasillo entre ambos que conducía a sus dos líderes.
A continuación entrarían los guardias, pero ellos no seguirían el mismo camino que los demás. En lugar de seguir adelante, cada guardia se giraría en sentido opuesto al de su compañero nada más cruzar la puerta y ambos se separarían caminando hasta recorrer todo el borde de la pequeña terraza de roca en la que se encontraban. Así, uno tras otro, irían formando una especie de muro en torno a los demás con la catarata como única abertura.
Tras ellos entrarían Ikiba y sus compañeros. Los tres seguirían adelante tras cruzar la puerta y recorrerían el pasillo formado por los demás, pero no llegarían a acercarse a ninguno de los dos líderes. En lugar de eso, girarían hacia la izquierda una vez llegados al final del pasillo y se colocarían a un lado esperando algo más.
Ese algo era precisamente Nanouk. Ahora que habían cruzado la puerta, las dos mujeres la guiarían también por el pasillo entre los dos grupos de Leoran y ésta las seguiría sin levantar la mirada. Entonces Ikiba podría verla también a ella, y como los demás notaría de inmediato el cambio en su mirada.
Aún recordaba la molesta curiosidad con que aquellos ojos del mismo color que el bosque habían buscado los suyos la noche de la fiesta. Tampoco había olvidado el brillo de la rabia que los había iluminado el día anterior tras recibir su golpe. Por eso el cambio era quizás más evidente para él que para cualquier otro Leoran, y ese día no sería tampoco lo único que notaría en ella.
El cambio en su vestuario no pasaría precisamente desapercibido para ninguno él, especialmente por la forma en que este acentuaba algunos de sus rasgos más femeninos. Aquellos de los que la joven se empeñaba en avergonzarse y que, ahora, atraerían la mirada del mucho tal y como su rostro había hecho aquella noche. Y también como aquella noche, Ikiba notaría algo que no muchos eran capaces de ver con solo mirarla.
Mientras sus ojos recorrían lentamente las curvas del cuerpo de la joven a cada paso de ésta, atraídos ya no por su mirada sino por rasgos mucho más “físicos”, este notaría en su aspecto lo mismo que había visto en su rostro aquella noche. Era hermosa, sí, quizás lo suficiente para rivalizar con la radiante belleza de la joven jefa Leoran… pero no era ella.
Aquel día lo había notado al mirarla mientras dormía, y ahora de nuevo volvía a ver lo mismo en su cuerpo. No había nada que acompañase a su aspecto, ninguna emoción o gesto que se correspondiese con la imagen que la joven transmitía. Era como mirar a una muñeca de porcelana, y esta era tal vez la sensación que más confundía al joven Leoran de aquella extraña muchacha.
No tendría mucho tiempo para seguir mirándola de todas formas. Una vez cruzado el pasillo, Nanouk y sus compañeras continuarían hacia su jefa en lugar de girar también hacia la izquierda como ellos y se detendrían un instante frente a la Leoran más joven.
La muchacha miraría a la Harumar por unos segundos, sostendría con sus ojos de felino el triste vacío que podía ver en los de Nanouk, y simplemente asentiría con la cabeza. Gesto ante el que la Harumar tampoco reaccionaría, pero al que sí responderían las dos mujeres llevándola de nuevo con ellas.
Su destino era diferente al de Ikiba sin embargo. En lugar de llevarla hacia un lado, las dos continuarían hacia delante siguiendo la corriente del río y se detendrían unos centímetros antes del borde mismo del precipicio. Allí los Leoran habían colocado un gran tablón que cruzaba sobre el río, justo en el punto en que este se convertía ya en catarata y comenzaba su largo descenso hacia el bosque. Y ese sería precisamente el lugar al que llevarían a Nanouk.
Esto era más que suficiente para que la Harumar supiese al fin lo que estaba pasando. Incluso para una extranjera como ella, las intenciones de los Leoran estaban más que claras desde el momento en que la habían colocado al borde de la catarata y ya no le quedaba ninguna duda: aquello era una ejecución. Eso era aemza, y ahora entendía la razón por la que todos habían reaccionado con tristeza al oír aquella palabra el día anterior. Pero su reacción no sería en absoluto la que cabría esperar de alguien en su situación.
Aquello no cambiaba nada para ella, en realidad tan solo lo hacía todo mucho más fácil. Solo tenía que dejarse llevar y todo acabaría pronto, ya no tendría que seguir pensando o preocupándose por nada. Por eso no miraría a la corriente con tristeza o miedo, tan solo con la misma pasividad con que esa mañana lo había observado todo hasta llegar allí. Aunque no todo era tan sencillo como le gustaría pensar.
Algo en ella había cambiado desde el día anterior. No sabía si por lo que Nyla le había dicho, o simplemente por que había tenido tiempo para pensar, pero lo cierto era que ya no tenía fuerzas para poner fin a todo ella misma. Desde aquel lugar, y con solo las dos mujeres para vigilarla, saltar al vacío le habría sido extremadamente sencillo de haber querido. Y aún así no podía hacerlo, su cuerpo se negaba a obedecer un pensamiento que el día anterior habría seguido sin dudar, por eso solo podía esperar a que ellos pusiesen fin a todo por ella.
Los preparativos aún no habían terminado sin embargo. Ella no había sido la última en entrar y, aunque hasta entonces los había ignorado, los guardias que la seguían todavía tenían un papel en todo aquello. Dos de ellos, los últimos de la comitiva, serían los encargados de finalizar el círculo que habían comenzado sus compañeros ocupando precisamente el lugar de la puerta por el que habían entrado. Y los dos primeros, aquellos que habían caminado justo detrás de Nanouk hasta entrar, llevarían algo a los dos jefes.
Esto último sería precisamente lo que atraería la atención de la Harumar. A diferencia de sus compañeros, ambos guardias llevaban uniformes de un color mucho más oscuro, casi negro, y se acercarían a los dos jefes atravesando el pasillo.
Una vez frente a ellos, los dos mirarían a la joven como buscando su aprobación y uno de ellos extendería ambos brazos hacia delante para mostrarle algo. Era difícil saber qué era puesto que estaba cubierto con un fino paño rojo, pero estaba claro que ella sí debía saber de qué se trataba y que los dos esperaban una respuesta suya.
No la hubo. Para sorpresa de ambos guardias e incluso del compañero de la joven, ésta pareció dudar en ese instante y se daría la vuelta de pronto para mirar a la catarata. Desde allí podía ver como el agua comenzaba su interminable caída hacia la jungla y por un momento la miraría con temor, insegura de si era o no la única salida tal y como se había convencido a si misma el día anterior. Pero ella no estaba sola, no necesitaba enfrentarse a su decisión de aquella forma y él pronto se lo haría notar.
Tal vez no estuviesen del todo de acuerdo en un principio, pero él había aceptado su decisión y ahora sería su mano la que se posaría sobre el hombro de la joven ayudándola a recuperar la confianza. No habría dudas esta vez en la mirada del muchacho de cabellos de azabache cuando ella giró la cabeza para mirarle, solo la firmeza y la confianza que su compañera necesitaba en ese instante. Por eso, cuando él asintió con la cabeza animándola a seguir adelante, ella tampoco lo dudó más.
Tan repentinamente como les había dado la espalda, la joven jefa se dio de nuevo la vuelta hacia ellos y haría un gesto con su mano al tiempo que asentía con la cabeza. Exactamente lo que ambos estaban esperando.
Nada más ver esto, los dos se dirigieron hacia dónde estaba Ikiba y los compañeros de este último se apartarían de él dejándoles paso. Algo que llamaría inmediatamente la atención de Nanouk y la haría mirar al fin con atención y no con indiferencia lo que estaba a punto de suceder.
Con toda la calma que la situación les permitía, uno de los guardias apartaría ceremoniosamente el paño de las manos del otro descubriendo una reluciente espada corta y ambos se girarían hacia Ikiba. El Leoran seguía tan tranquilo como siempre, en realidad ni siquiera parecía preocuparse por el brillo de la espada o lo que podía estar a punto de sucederle. Todo lo contrario, irónicamente, que los propios guardias.
Ikiba no opondría resistencia alguna en ningún momento, ni siquiera cuando uno de ellos lo sujetó por ambos brazos en previsión de cualquier problema. Incluso permitió tranquilamente que soltasen su pelo hasta entonces recogido en una coleta, pero ahí cambiaría todo.
En el momento en que el segundo guardia reunía con una mano su melena tirando de ella hacia un lado, levantaba la espada apuntando a la misma y le indicaba que se inclinase para poder hacer su trabajo, Ikiba sonreiría sombríamente y diría algo que solo este podría escuchar.
Nadie más sabría que había dicho, pero fuese lo que fuese bastaría para que el guardia se detuviese en seco y se girase rápidamente hacia los dos Leoran que habían escoltado al joven hasta allí. Algo que no le serviría de mucho puesto que, lejos de ayudar, ambos se negarían rotundamente a acercarse siquiera a Ikiba en aquel momento y este no tendría más remedio que hacerlo por su cuenta.
Por suerte para el guardia, Ikiba continuaría siguiendo sus instrucciones como si nada y pronto se inclinaría hacia delante como le habían pedido permitiéndole colocar su pelo completamente en horizontal. Momento en que, finalmente, el guardia levantaría la espada de nuevo, apuntaría a los largos cabellos color cobre del muchacho, y volvería la mirada hacia su jefa esperando una orden.
Esta tardaría sin embargo, los ojos azules de la muchacha miraban a Ikiba con una mezcla de emociones que hacía aún más desconcertante la tranquilidad de este último y no parecía decidirse. Pero ella no era la única nerviosa en ese momento.
Nanouk había seguido todo lo que sucedía con Ikiba desde el principio y su corazón ya no podía contener todos los sentimientos que se agolpaban en él.

-El pelo… -Susurró de pronto sorprendiendo a las dos mujeres que aun la acompañaban. -…ven a cortárselo… -comprendió recordando lo que había observado en el poblado. -por eso le apartaron… también van a ejecutarle… solo quieren quitarle su rango antes de hacerlo.

La mente de Nanouk ya no podía más. Sus pensamientos eran un caos en el que lo que estaba viendo se mezclaba de pronto con el pasado y con las palabras de Nyla para destrozarla por dentro como jamás había creído posible.

-Tú no eres como yo… –Repetía la voz de Nyla en su cabeza clavándose también en su corazón como una aguja. –…yo soy a la que no le importa destrozarlo todo, no tu.
-¡Yo no se lo pedí!. –Respondía su propia voz con una excusa que ella misma ya no era capaz de creerse.
-¿Ni siquiera te preocupa un poco?. –Volvía a repetir la voz de Nyla, haciendo más y más daño con cada palabra. –Tú no eres así.

Nanouk ya no sabía que hacer, ni siquiera que pensar ante aquella avalancha de emociones. Sentía como todo se venía abajo a su alrededor una vez más, como las palabras de Nyla escarbaban en su corazón sacando a la luz cosas que ella había intentado enterrar con todas sus fuerzas para poder olvidar, para poder seguir adelante de alguna forma. Y así, casi sin darse cuenta, comenzaría a temblar mientras algo húmedo recorría lentamente una de sus mejillas haciéndola reaccionar al fin.
Las dos Leoran se sorprenderían tanto que apenas harían nada por detenerla. Tan solo la soltarían en cuanto ella dio el primer tirón para zafarse de ellas y se llevo la mano a la cara buscando algo: una lágrima.
Había llorado mucho aquellos días y la última noche ni siquiera sabía por qué, tan solo sentía una profunda tristeza que oprimía su corazón y no tenía nada que ver con su propio destino. Pero ahora lo sabía, conocía perfectamente la razón por la que aquella pequeña lágrima había nacido en sus ojos, y no dejaría que se desperdiciase.

-No… -Murmuró observando la humedad en sus dedos. –No puedo seguir así… no quiero ser así.

Al tiempo que decía esto, Nanouk se giró hacia dónde estaba Ikiba y trató de decir algo, pero…

-Ikiba. –Dijo en ese momento la joven jefa interrumpiendo de golpe todos sus pensamientos. –Darniran. –Continuó al tiempo que giraba ahora la cabeza hacia Nanouk y levantaba ligeramente un brazo. -...aemza.

La última palabra brotaría casi como un susurro de sus labios, pero no sería esto sino el gesto que la acompañaría lo que todos esperaban. En el momento en que la joven bajaba el brazo de golpe todo daría comienzo y esta cerraría los ojos como si sus propias palabras le estuviesen haciendo daño. Aquella era la última parte de la ceremonia y con ese gesto, con sus últimas palabras, cruzaba el punto sin retorno en su decisión.
Nada más oírla, todos los Leoran bajarían la cabeza al unísono aceptando sus órdenes sin protestas y el guardia se prepararía para dar el golpe sobre el pelo del muchacho. Sin embargo, los Leoran no eran los únicos en aquel lugar esa mañana.

-¡BASTA!. –Gritó de pronto Nanouk sorprendiéndolos a todos, especialmente a si misma al notar la fuerza de su propia voz. –Ya basta, soltadle, soy yo la que intentó huir esto no tiene nada que ver con él. No pienso dejar que le hagáis nada a nadie por mi culpa, ¿Me oís?, ¡Yo no soy así!.

La voz de Nanouk sorprendería absolutamente a todos. Desde el propio Ikiba, que la miraría con cierta curiosidad, hasta la misma jefa cuyos ojos buscarían los suyos de inmediato y centellearían al encontrarse con lo que antes había buscado. La mirada de Nanouk brillaba de nuevo con la indomable vitalidad que recordaba, incluso mientras dos de los guardias la rodeaban y traban de sujetarla, exactamente como ella recordaba.
Algo que, por extraño que pudiese parecer en ese momento, haría que la joven Leoran sonriese ligeramente y mirase a su compañero por unos segundos como si supiese que él también entendía lo que pensaba. Aunque esto duraría apenas unos segundos ya que, como pronto comprobarían, Nanouk no era la única que no estaba de acuerdo con aquello.
Ikiba había estado completamente tranquilo hasta entonces, pero todo aquello cambiaba ligeramente los planes que él mismo tenía para esa mañana y no tardaría en reaccionar. Y entonces sería cuando el resto de Leoran entendería el por qué del nerviosismo de aquel guardia.

-Daera. –Dijo mirando al guardia que sostenía la espada y su pelo. –Aranna naer et daran.

Las palabras del Ikiba sorprenderían al guardia tanto como el sombrío brillo con que sus ojos lo mirarían en ese mismo instante y este trataría de reaccionar, pero demasiado tarde. Antes de que ninguno de los dos supiese realmente que estaba pasando Ikiba saltaría hacia atrás girando por encima del guardia que lo apresaba y obligándolo a soltar sus brazos, derribaría de un codazo en el rostro al que aún sostenía su pelo y correría hacia la catarata sin que el otro guardia moviese un músculo para intentar detenerle. Exactamente lo mismo que harían el resto de sus compañeros que miraban al guardia derribado haciéndole notar por qué ninguno había querido ocupar su lugar.
Sin nadie que le detuviese, ni siquiera el jefe Leoran que se mantendría en todo momento al lado de su compañera pese a que Ikiba pasaría justo junto a ellos, el joven llegaría fácilmente junto a Nanouk y se detendría frente a ella. Algo que, pese a lo que ella misma acababa de decir, no acabaría de tranquilizar a esta última.
En esos momentos tenían más cosas de qué preocuparse sin embargo. Aunque los compañeros de Ikiba no se moviesen, el resto de guardias si se acercarían a la orilla del río estrechando el cerco y ambos comprenderían que no había posibilidad de huir. O al menos eso creería Nanouk en un principio.
Lejos de rendirse, Ikiba se giraría hacia ella con la misma sombría sonrisa con que había mirado al guardia y esta podría ver de nuevo aquel extraño ojo del color del cielo. El único que sus cabellos ahora sueltos y alborotados le permitían ver, pero también el único que necesitaba para sentirse de pronto mucho mejor. Había algo extraño en su ojo que la hacía relajarse, como si al mirarlo todo lo que la rodeaba despareciese por completo, y por unos segundos los dos se mirarían sobre aquel tablón mientras el viento sacudía los cabellos de ambos mezclando las sedas de cobre y plata de ambas melenas.
Sabían que no podían quedarse allí mucho tiempo sin embargo e Ikiba pronto desviaría su mirada hacia la catarata. Nanouk haría lo mismo esperando ver algo allí que se le hubiese escapado la primera vez, pero tan solo vería el mismo precipicio y ambos volverían a mirarse una vez más. Momento en que, para sorpresa de una desconcertada Nanouk, Ikiba extendería ambos brazos cogiéndola por los hombros y le dirigiría una desconcertante sonrisa.

-Enate. –Dijo tranquilamente Ikiba con un tono que una vez más no parecía encajar con aquella situación.

Nanouk tenía demasiadas cosas en la cabeza para pensar en qué podía significar aquello, empezando en por qué la había sujetado así, pero Ikiba tampoco le habría dado tiempo a hacer nada de todas formas. Antes de que Nanouk pudiese siquiera abrir la boca para decir algo, Ikiba doblaría las rodillas, tensaría de pronto todos los músculos de sus piernas y saltaría de golpe hacia la catarata llevándosela con él ante las sorprendidas miradas de todos los guardias.
Ambos caerían en picado nada más tocar el agua. Los dos cogidos aún, descendiendo a una velocidad cegadora gracias no solo a la gravedad sino también a la arrolladora fuerza del agua que los empujaba hacia la jungla. Y Nanouk apenas sabía que estaba pasando, casi no podía ver con tanta agua metiéndosele en los ojos, le costaba respirar pues a menudo tragaba más agua que aire al abrir la boca y había perdido completamente el sentido del equilibrio. Pero ni siquiera todo esto le impediría hacer lo único que tenía en la cabeza en ese instante:

-¡¡Estúpido!!. –Gritó tratando de no tragar agua y golpeando de pronto a un sorprendido Ikiba en el pecho con uno de sus puños. -¿Por qué tenías que hacer eso?. Lo único que quería es que no matasen a nadie por mi culpa, ¿Por qué tenías que saltar tú también?.
-¡Darua!. –Le devolvió el grito Ikiba tratando de mantener el control de la caída a pesar de sus golpes.
-¡Tu no tenías que estar aquí!. –Repitió Nanouk sin preocuparse todavía por ella misma. -¡Imbécil!, no tenías que morir, ¡Nadie más tenía que morir por mi culpa!.
-¡Darua!. –Insistió Ikiba mirando hacia abajo y tratando desesperadamente de conseguir que se estuviese quieta. -¡Itere!.

Nanouk estuvo a punto de replicarle de nuevo al escuchar otra vez aquellas palabras, pero de pronto se daría cuenta de algo. Aunque apenas podía ver, había notado que Ikiba miraba continuamente hacia abajo y, cuando ella hizo lo mismo, sus ojos se abrirían de golpe al darse cuenta de por qué.
En medio de la catarata había un saliente de roca, como una delgada aguja pétrea que sobresalía un metro de la pared, y sus zarandeos los habían hecho dirigirse hacia ella. Nanouk obedecería en ese mismo instante y se quedaría completamente quieta a pesar de no entender en qué los ayudaría sobrevivir unos segundos más, pero por desgracia ya era tarde.
Mientras ambos giraban violentamente dentro de la catarata, Ikiba conseguiría moverse lo suficiente a un lado para conseguir librarla a ella del golpe, pero no tendría la misma suerte. En pleno giro, su cabeza chocaría contra el lateral de la roca y la sangre teñiría de pronto su rostro mientras los dos eran arrojados hacia un lado dirigiéndose hacia fuera de la corriente.
Nanouk se quedaría totalmente en blanco en ese instante. No sabía que hacer y tampoco sabía por qué alguien que estaba a punto de morir había hecho, pero sus sorpresas aún no habían terminado. Aún herido y con los ojos cubiertos de sangre y agua, Ikiba notaría que se dirigían hacia el exterior del torrente de agua y reaccionaría una vez más.
No pensaba permitir que saliesen del agua y para evitarlo ya solo le quedaba un arma: sus propias garras. La pared del volcán era de roca pura, pero tenía que intentarlo por doloroso que esto fuese… y así lo hizo. Aún con los ojos cerrados, el Leoran soltaría uno de los hombros de Nanouk, cerraría el puño sacando sus garras y golpearía con fuerza la pared en la dirección contraria a la que se movían.
El golpe contra las rocas fue brutal. A la velocidad que se movían, el contacto entre la roca y sus garras haría que estas últimas saltasen en pedazos astillándose hasta la base y lo haría gritar de dolor, pero funcionaría. Para sorpresa de Nanouk, los dos dejarían de pronto de moverse hacia un lado y seguirían la corriente hacia el inevitable final que los esperaba en el suelo de la jungla.
Aquello sería lo último que Ikiba podría hacer por ella en su caída. El Leoran perdería el conocimiento en ese mismo momento a causa del golpe anterior y Nanouk notaría como este dejaba de sujetarla y se separaba poco a poco de ella en la corriente. Pero algo más sucedería en ese instante.
Antes de que llegasen siquiera a alcanzar las copas de la jungla, el torrente de agua cobraría vida de pronto frente a sus ojos y la sorprendida Nanouk vería algo que jamás había creído posible. Frente a ella el agua se movería como si tuviese vida propia, la catarata entera se doblaría sobre ellos como una colosal serpiente de agua y Nanouk vería como la cabeza de la misma descendía rápidamente hacia ellos.
Era algo imposible, Nanouk lo sabía perfectamente, pero estaba sucediendo y no podía hacer nada. Solo mirar mientras el pequeño lago al que se dirigían se acercaba cada vez a mayor velocidad y, sobre sus cabezas, la colosal cabeza de la serpiente de agua en que toda la catarata se había convertido descendía rápidamente hacia ellos. Hasta que, al fin, justo cuando ambos estaban a punto de chocar contra la superficie del lago y Nanouk cerraba los ojos notando como su conciencia se desvanecía también ante ella, las fauces de la serpiente se cerrarían sobre ellos engulléndolos por completo y esta golpearía el lago a la vez que los dos jóvenes en un gigantesco chapoteo que sacudiría la propia jungla.
0 respuestas