Sé que se llama igual que un juego que saldrá para la 360, pero yo tengo mi título desde hace más de cinco años
En fin, es un proyecto al cual he dedicado muchas horas de mi vida. Fantasía épica medieval. Empezó como argumento para un juego de rol, pero empezó a crecer en mi mente y se convirtió en una novela. Llevo 140 páginas y subiendo. Hace poco mi hermano me puso en contacto con unos que hacen comics y series para la TV (estaban implicados de alguna manera en Silvan, que recuerdo malísimos) y están interesados en adaptarlo a cómic. En fin, son los dos primeros capítulos, si alguien tiene la santa paciencia de leerlos se lo agradeceré, y más aun una crítica.
CAMBIO
1.EL VISITANTE DE NEGRO
-Siempre igual. En cada conquista o ataque tiene que echar su discursito.-le susurró Casdam a Phan. Los dos eran soldados de elite del ejército real de Polaa. Todos los integrantes de este ejército eran los mejores de todo el reino, sin excepción, depurados por un duro proceso de selección. Entre todos eran más de tres mil, pero estaban desperdigados por todo el reino para proteger, y atacar en caso necesario, a cualquier enemigo. La guarnición más poderosa tenía su sede, evidentemente, en la capital, Polaa. El resto del ejército regular se formaba, en casos de emergencia, por más de veinte mil tropas, contando a la sección montada y los arqueros y alabarderos especializados.
El reino de Polaa estaba formado por Polaa, Diisskan, Siidh, Nar y Kandar. Polaa contaba el Castillo Real, y el mayor pueblo y mercado que se había visto nunca entre muros. Esos muros salvaguardaban la vida y obra de más de dos millones de habitantes, dando lugar a una concentración inusual dado el gran espacio del que disponía el reino para fundar poblaciones satélites. Polaa estaba construida en el gran valle que formaban dos montañas menores, no muy pronunciadas y distantes entre sí, llamadas Adarg y Alib. El resto eran poblaciones menores, no tan pobladas como Polaa, más intimistas aunque aun así muy dignas de salir en los mapas. De todas las poblaciones del reino de Polaa, la más pequeña sin duda era Siidh, no muy lejana al este de Polaa capital Pueblo esencialmente comercial, era el lugar ideal para encontrar las extrañas mercancías traídas de los reinos y territorios del este por razas y mercaderes también extraños según los humanos cánones que reinaban en Polaa. Al norte de Siidh estaba Kandar, que incluso contaba con muros y un pequeño castillo, rodeado de interminables tierras de cultivo labradas por campesinos propietarios. Al oeste de Polaa capital aparecía la imponente fortaleza de Diisskan, vieja, muy vieja, construida por los primeros habitantes de esta región del mundo. La Fortaleza de Diisskan era incluso más antigua que el Castillo Real, también llamado Higgandar por alguna razón ya perdida en las arenas del tiempo. Aunque Diisskan había sido en parte reconvertido para albergar a población civil, también era el lugar donde estaba la Academia Militar Kordan, encargada de la formación de los duros jóvenes (y no tan jóvenes) integrantes del ejército. Entre sus altos muros se gestaba la futura defensa del reino. La última población era Nar, al sur-oeste de Polaa capital. Ésta era la población más lejana, y era hogar de innumerables familias y negocios artesanales. Nar tenía cerca el mar Lues, y un puerto ya desde tiempos inmemoriales, aunque reparado varias veces. Nar se encargaba de aprovisionar de pescado al resto del reino, además de ser cuna de los más deliciosos dulces de quizás todo el continente Oeste. Nar estaba rodeado además por los más bellos y frondosos jardines del reino, tan siquiera comparables a los que adornaban las inmediaciones del Castillo Real, Higgandar. El resto del reino estaba cubierto por verdes llanuras y frondosos bosques, especialmente frondosos y fértiles los que nacían a los pies de los muros del norte de Polaa capital, e iban a morir casi a orillas del mar, a lo lejos. Este bosque, llamado Bosque Medio, partía en dos el reino, ya que la ruta natural si querías ir de Kandar o Siidh hacia las poblaciones del oeste, ya fuese Nar o Diisskan, era pasando por el sur de Polaa, describiendo una U para no tener que atravesar el bosque, que según la leyenda, confunde al viajero descuidado, pero ayuda a aquel despreocupado. De montañas el reino de Polaa no entendía mucho: sólo se permitía una pequeña cordillera en el límite sur con Aasad, el reino vecino. Y de ríos, sólo uno a destacar en tamaño y caudal: el río Aghún, que nacía en unos manantiales de agua fría y pura en el corazón del Bosque Medio, rodeaba Polaa por el este e iba a parar al mar Lues, relativamente cerca de Nar. Básicamente, esa era la estructura del reino.
Ahora, la mitad del ejército real estaba en la plaza que hay delante de Higgandar, formando impecables filas de armaduras relucientes. La plaza era enorme, redonda, y sus adoquines formaban dibujos de runas de un color terroso, antiguas e indescifrables para la mayoría de transeúntes que las pisaban día a día. La plaza daba a las puertas de Higgandar; a los lados conectaba con los jardines que rodeaban al castillo (y que al mismo tiempo conectaban la parte sur de la capital con la parte norte, pues el castillo también tenía casas por detrás, debido al espectacular incremento de la población). En el extremo sur, la plaza tenía un gran paseo que iba a parar directamente con las grandes puertas de los muros exteriores: un gran paseo de más de un quilómetro. Por supuesto, todo este camino también estaba pavimentado.
Era un caluroso día de principios de verano, y el sol del norte irradiaba todo su esplendor sobre las losas, techos y ciudadanos de Polaa. El rey estaba en el balcón que había sobre las puertas de Higgandar, arengando a sus tropas más fieles, pues habían sido convocados para que el rey Farador en persona les comunicara sus órdenes. Según les había explicado hasta ahora, debían partir inmediatamente hacia Kandar, pues desde hacía ya dos semanas no llegaba ninguna noticia, ni correo, ni nada de nada. Quizás el rey sabía algo más de lo que decía, pues enviar casi la mitad de su ejército real, más de mil quinientos hombres, era para algunos demasiado exagerado.
-Según mis consejeros, -prosiguió el rey, tosiendo para encontrar fuerzas con las que potenciar su voz-son los orcos otra vez. Criaturas inmundas y estúpidas, sin inteligencia, bestias que merecen ser eliminadas para borrar de este mundo sus feas caras. Como ya sabéis, desde hace unos dos años se han intensificado sus ataques, e incluso la inteligencia de sus ataques. Espero que saquéis algo en claro de esto, y... volved vivos.
El ejército entero saludó al rey poniendo la mano derecha debajo del codo izquierdo, teniendo las dos palmas extendidas, en señal de respeto. El rey (que se había vestido con sus mejores galas rojas, que ya empezaban a apolillarse en sus armarios) se giró, y caminó hacia sus aposentos, pasando entre las finas cortinas rojas que adornaban hoy las puertas del balcón. Desapareció entre ellas. Entonces, todo el ejército empezó a desfilar por la calle principal hacia las puertas de salida de Polaa, con paso marcial y bien marcado por el ruido metálico que hacían las tres mil botas al pisar al unísono. Todo el gran paseo estaba ahora cubierto por capas y más capas de gente saludando y vitoreando, orgullosos de ser capaces de despedir a la flor y nata del ejército de su reino.
-Esto es lo que más me gusta de ser soldado, Phan. Que todo el mundo te aprecie y confíe en ti.-dijo Casdam Podd mientras saludaba a la muchedumbre. Los dos se parecían mucho, ya que ambos eran de estatura mediana, ojos oscuros y cabello castaño. Los rasgos de Casdam eran mucho más afilados que los de Phan, cosa que a éste le daba un aspecto quizás infantil en ciertas ocasiones. Más de una vez habían pasado por hermanos en distintas aventuras que ahora no vienen al caso, aunque la gran diferencia era la cicatriz que surcaba la mejilla derecha de Casdam, fruto de una pelea en una taberna, aunque se enorgullecía en presentarla como fruto de un duro combate contra un orco tiempo atrás. Además, los dos habían nacido con apenas dos semanas de diferencia en lugares distintos hacía ya veinticuatro años.
-Pues lo que más me gusta a mí es poder volver vivo de todas las misiones. Eso es lo que te asegura un futuro.- le contestó Phan, mirando a izquierda y derecha, buscando algún rostro conocido entre tanta cara risueña.
-Vamos con los mejores, y vas pensando eso. Tranquilo, será otra de esas misiones aburridas de eliminar un par de orcos perdidos en algún rincón. Ya lo verás. Te lo aseguro.
-No lo creo.-replicó Phan- Entonces no nos habrían reunido a tantos…
Una mujer salió de las filas de espectadores de los lados, y se abrazó a uno de los soldados que tenían delante, que recibió alegremente la muestra de afecto.
-¿Lo ves? Eso sólo pasa si eres soldado.-dijo Casdam con una sonrisa pícara.
Phan lo miró, y los dos rieron. Se habían conocido hace siete años, en la Academia Militar allá en la Diisskan. De los ochenta y uno que eran, sólo tres lograron pasar todas las pruebas de su promoción. Desde entonces ellos casi siempre habían estado destinados a la misma guarnición, lo cual había hecho surgir una profunda amistad consolidada con el hierro ardiente de la batalla, y la necesidad de algunos momentos. Aunque Polaa no había tenido una guerra abierta en mucho tiempo, las misiones contra los ataques de orcos en los últimos tiempos habían puesto en situaciones feas a algunas guarniciones, entre ellas a la de Phan y Casdam. Muchas veces se habían salvado la vida el uno al otro.
Poco después, salían por las puertas del Polaa. Las portones eran de madera sólida, traída hacía siglos del bosque Badhac, y tallada artesanalmente por los mejores carpinteros del reino de Aasad. El tiempo las había oscurecido, pero las había hecho más majestuosas al mismo tiempo. Ninguna clase de musgo se atrevía a aflorar pos los recovecos de esa madera. Un hombre con los brazos extendidos no lograría abarcar todo el filo de la puerta, así de ancha era. Sus siete metros de altura la convertían en la digna protección que necesitaba Polaa. Resistentes a cualquier embiste, estaban talladas con la historia pasada de Polaa, desde el primer rey que habitó esos muros hasta la consolidación final del reino. Además, el excelente sistema de bisagras lograba hacerla liviana: un hombre era capaz de abrirlas o cerrarlas sin ningún esfuerzo. En cuanto al cierre, dos grandes barras de hierro que habitaban en el interior de las puertas se anclaban firmemente en tierra cuando se movían las cadenas que estaban en la base de la torre de vigilancia que tenía al lado la puerta.
Pero quizás todo esto no era suficiente para el rey. Se decía que recientemente se había instalado un extraño escudo: un escudo mágico, que protegía las puertas contra cualquier ataque fuese físico o no. Quienes lo habían visto activado, decían que era como un gran globo de energía, de color verdoso. Aunque por supuesto, todo eran rumores. Poca gente creía en la magia hoy en día, y quienes lo hacían estaban considerados como locos. Phan se alejó mirando los sólidos y majestuosos muros, como cada vez que abandonaba la capital, ya que nunca sabía si volvería a verlos.
Después de media hora de sofocante camino hacia Kandar, vieron venir la carreta por el horizonte, veloz. Detrás de ella dejaba una estela de polvo, que el viento disipaba rápidamente. Casdam le dio un golpecito a Phan en el hombro, y le señaló la carreta.
-Esa es la carreta del Hombre de Negro. Viene sólo para visitar al rey, y le da regalos mágicos. No habla con nadie más, y se marcha después de hablar con él por donde ha venido.
-¿El Hombre de Negro?-le preguntó Phan, extrañado.
-¿No lo has visto? ¿Ni has oído hablar de él?-le preguntó Casdam, con el ceño fruncido como si no pudiera creerse que su mejor amigo no supiera nada. Phan negó con la cabeza.
-¿Has estado viviendo en una cueva de dragón abandonada estos últimos tiempos? Viene a visitarlo desde hace casi dos años, y cada vez que viene, le da al rey algún artefacto mágico. Lo extraño es que aparentemente, el rey no le da nada a cambio. Se le llama así porque lleva una túnica negra, que le cubre todo, y nadie le ha visto la cara nunca, dicen que tan siquiera el mismo rey.
La carreta se aproximaba, y Phan la miró con más curiosidad, una vez que supo la historia que acarreaba. Conforme se acercó, vio que el cochero tenía pinta de ser un esclavo: famélico, la mirada distante, sus ropajes raídos y postura desgarbada, desesperanzada. Los dos caballos eran completamente negros, incluso sus ojos. Eran caballos muy grandes y altos, con los músculos muy marcados en todo el lomo y en sus patas, y con la larga crin azabache ondeando al viento, al paso que ellos imponían. Se movían con asombrosa sincronización, moviendo las poderosas patas al unísono. Sin duda, las caballerizas de esos caballos conocían técnicas de cruce, alimentación y entrenamiento muy diferentes a las de Polaa, más incluso: a las de todos los reinos del norte. El carruaje era también negro, aunque cubierto de polvo claro, fruto de muchas jornadas de intenso viaje. Las ruedas giraban con vertiginosa velocidad, casi invisibles en su volar sobre el camino. Al pasar por su lado, Phan vislumbró entre el cortinaje que cubría la ventana al hombre de negro, sólo fue un instante fugaz, pero sintió un escalofrío que le recorrió la columna hasta calarle todos los huesos. Quizás jugó papel importante su imaginación, quizás no, pero algunos de ellos, pensó, debieron de sentir lo mismo, ya que hubo murmullos por toda la fila de soldados. La carreta se alejó ahora por el camino ya hecho. Poco después, la perdieron de vista. No le dieron más importancia. Por ahora.
-Mi señor...debe firmar estas actas del Senado. Mi señor...
-Las actas...siempre las actas. ¿Por qué debo mantener al Senado, Biagg? Dime por qué, porque mi entendimiento no alcanza a ver tal fin.
El Rey de Polaa observaba a través de los grandes ventanales de la biblioteca de Higgandar toda la parte sur de su ciudad. Estaba pensativo, de espaldas a su contable y consejero. Tenía las manos anudadas a la espalda, y no llevaba ningún ropaje que denotara su real rango. Era sólo un anciano, empequeñecido ante la vista que tenía ante él. La gente, su gente, aparecían como marionetas en la distancia. De hecho, el gran ventanal tenía a lado y lado unos igualmente grandes cortinajes pulcramente recogidos, acentuando la sensación de estar viendo una inmensa y grotesca obra de marionetas, fruto del más retorcido y calculador marionetista. Si miraba hacia abajo, podía ver a los últimos rezagados del mercado de la plaza real, recogiendo sus avios hasta que un nuevo día les reclamase a su puesto. El sol se empezaba a poner y Polaa se preparaba para recibir la noche. Los viejos ojos de Farador se posaron en las cúpulas de mármol blanco que sobresalían del perfil de la ciudad allá al sur, no muy lejos del portón de entrada. El sol tardío las teñía de rojo anaranjado. En Polaa, todos los atardeceres tenían ese cariz rojizo, muy característico. Las cúpulas que observaba correspondían al edificio del senado. Bajo esas cúpulas, la Cámara de los Cuarenta y tres, con sus correspondientes asientos, le enfrentaban cada semana a todo tipo de exigencias de todo tipo de personas. Familias acomodadas y comerciantes venidos a más; soldados retirados y sabios excéntricos; representantes de las partes más pobres y representantes del colectivo agrario (los menos). Cada uno con sus quejas, sus exigencias, sus consejos. Escucharlos y complacerles era como intentar casar con un buen nudo dos cuerdas, de aproximadamente un palmo de largas, que están firmemente sujetas a dos rocas separadas por dos quilómetros de distancia.
-Es por el pueblo, mi señor Farador.- le respondió Biagg finalmente, con su voz arrastrada y cansina. Era evidente que dudaba si esa era la respuesta que quería su interlocutor, su rey.
-Ah, por el pueblo…Pero yo ya estoy gobernando por el pueblo. Si me dejaran simplemente conducirlo todo a mi gusto, si me dieran la oportunidad de reinar este reino como rey que soy... No lo entienden. Es imposible complacer a sectores tan dispares de población y sociedad. Me pregunto como es posible que un mismo pueblo sea tan diferente…Parecen extraños separados por un océano negro de dudas. Y para colmo, las luchas y guerras contra los orcos me vienen a atormentar precisamente ahora… Aunque les protegeré al cualquier precio. No sabes lo duro que es ser rey, Biagg. No lo sabes. No sé por qué mi padre reinstauró el Senado después de tanto tiempo…
-Mi señor, ¿qué es lo que usted propondría?
-Simplemente, que me dejaran en paz. Tus oídos mismos han escuchado las cosas que dicen en la Cámara.
-Pero…-Biagg dudó si acabar la frase. Pareció sacar coraje de algún modo.- Es bueno tener un senado. Le hace más cercano al pueblo. Le hace ver los problemas y lo que conlleva estar por encima, mi señor.
-Yo nunca pedí estar por encima…Además, en una cadena tan larga, toda humanidad queda borrada, desgastada por el uso. Me pregunto si…
En ese momento, las puertas de la biblioteca se abrieron suavemente. Con el viento, la única vela encendida de la sala (en la mesa donde estaba Biagg con sus pergaminos) se apagó. Farador se giró y miró a la figura que había entrado.
-Habla, Dorna.
Dorna hizo una pequeña reverencia. Era una muchacha joven, con la piel blanca y delicada, el pelo rojo y recogido en una larga coleta. Al hacer la reverencia, su traje de seda lila, que daba un poco de volumen a su delgado cuerpo, ondeó de forma grácil. Dorna miró directamente al Rey con sus ojos grandes y verdes. Tenía una mirada melancólica, pero fuerte y decidida.
-Mi Señor, ha llegado. Debe prepararse sin más demora…Le está esperando en su Sala del Trono. Ya le he preparado sus ropajes en sus aposentos.
Farador asintió y empezó a caminar pesadamente. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
-¿Cuántos quieres ahora?-le preguntó el Rey de Polaa a la figura ominosa del Hombre de Negro. La voz le surgió irregular, con tonos demasiado agudos para la estirpe real que ostentaba. El miedo salía en forma de palabras por entre sus viejos y arrugados labios, intentando aparentar una tranquilidad e indiferencia que no sentía para nada. Al rey le intimidaba demasiado aquella figura negra que tenía delante de él, vestida con una antigua y extraña capa negra compuesta por jirones de tela oscura, una capa sobre otra, cada una más antigua que la anterior, hasta perderse en pliegues interminables. De hecho, parecía imposible que un cuerpo tangible habitara bajo todas aquellas telas de hombros caídos. Al menos, eso pensaba el rey, y su mente asustadiza le ayudaba en ese argumento de forma eficaz. Jugaba con los dedos nerviosamente sobre los brazos de su viejo trono, buscando cada surco con las uñas y repasando los mimos hasta la saciedad. La verdad, nunca debería haber aceptado el primer trato. Pero parecía demasiado tentador, demasiado fácil y beneficioso para su paranoico ego. De hecho, era beneficioso. Sólo eran unos cuantos…el mundo estaba lleno de ellos. Aseguraría la seguridad de su gente (y porqué no, su propia seguridad) pagando un mínimo precio. Pero bueno, eso había sido hacía tiempo. Ahora el asunto era diferente. Estaba atrapado por un puño de hierro, que se cerraría aprisionándolo si su respuesta era una negativa. Era prisionero en su propio castillo. Era prisionero entre sus ejércitos, entre sus propios muros, entre sus torres y sus lanzas. Qué ironías disponía la vida. No se había dejado engañar; eso no. Pero ahora sí estaba a merced de una voluntad que no era la suya. El rey deseó haber hecho caso a su padre, Nerador, el antiguo rey de Polaa: “Déjate aconsejar por los que tienes a tu lado, pero nunca mires más allá de tus fronteras para ello.” Siempre estaba a su sombra, siempre intentaba igualar sus acciones pero siempre había algo que torcía sus actuaciones. Se sentía impotente, con un peso a sus espaldas imposible de cargar para sus viejos y decrépitos hombros. El rey de Polaa no confiaba en nadie, y menos en sí mismo. Toda la ilusión con que había recibido el trono el día que su padre había decidido retirarse parar morir en paz se había desvanecido en el viento que los años habían traído a sus tierras. No quedaba nada de su joven espíritu entre sus ropajes antaño elegantes sobre sus hombros. Era como si un tipo de muerte desconocida para el mundo entero hubiese hecho mella en él. Farador volvió de pronto a la realidad. Miró con ojos cansados a la figura negra que estaba ante él. Aunque él mismo estaba sobre el trono, y sobre el pedestal sobre el que reposaba su trono, el Hombre de Negro era el más altivo y poderoso de los dos interlocutores.
-Unos cuarenta.- respondió con su voz ronca el Hombre de Negro, después de un tiempo indeterminado. Cuando tenía sus encuentros con él, a Farador todo le parecía diferente, extraño. El tiempo, la temperatura, incluso su misma sala del trono parecían cambiar y arremolinarse para adaptarse al aura de venenoso misterio que acarreaba la figura. Era tan irreal…
-Pero...no puedo conseguir tantos en tan poco tiempo.-dijo asustado y sorprendido el rey. Era la primera vez que le pedía tantos de una sola vez y con un plazo de entrega tan limitado. Era completamente imposible cumplirlo sin levantar sospechas, como hasta ahora. - Eso es...
-No me importa.-le interrumpió airado el Hombre de Negro. Parecía impaciente.- Los quiero para la fecha acordada. No me gustaría estar en tu piel si no cumples tu parte del trato. -añadió, con una maliciosa sonrisa en el rostro.- Además, querrás estar preparado por si las crecientes huestes de los orcos en el este te atacan.- terminó la frase con una media sonrisa. La boca era la única parte del cuerpo visible. Cubierto con una capucha, a juego con el resto de sus ropajes, sus ojos siempre estaban envueltos en la penumbra, como en las profundidades de una cueva que nunca hubiera recibido la luz del sol. Nadie le había visto los ojos nunca. La asustadiza mente de Farador le decía que no había tales ojos entre aquel agujero negro, aunque intentaba apartar esos siniestros pensamientos mientras estaba en su presencia. Tan siquiera la luz de las velas circundantes lograba llegar a tales sitios.
-Lo...lo intentaré. Sí, yo lo…intentaré.- terminó el rey tartamudeando. Miró nervioso a su alrededor, pero no encontró a nadie en quien consolarse. Sus reuniones con el Hombre de Negro eran a solas, ya que él exigía que todos, incluso los guardianes personales del rey, saliesen de la inmensa sala del trono. Aunque esto era una ventaja para el rey Farador, porque así ninguno de sus súbditos, ni sus consejeros ni su guardia personal, verían sus momentos de miedo y debilidad ante el Hombre de Negro.
-De momento, aquí tienes un adelanto.-dicho esto, el Hombre de Negro, movió un brazo y docenas de armaduras aparecieron en el suelo, con un siseo y una niebla fantasmagórica. Las armaduras eran negras y puntiagudas, con cantos afilados. De las hombreras nacían unas protuberancias que semejaban dientes, también negros por supuesto.
-Gra...gracias. Muchas gracias.-dijo el Rey. De repente, tenía la sensación de que la temperatura había bajado mucho, demasiado. El Hombre de Negro se giró y salió con su paso impetuoso de la sala del trono. El Rey suspiró tranquilo, y una gota de frió sudor bajó por su rostro hasta perderse en las pobladas y descuidadas barbas.
2. SIIDH Y CALISTA
A los dos días de tranquila marcha, ya divisaron a lo lejos el pequeño pueblo de Siidh. Eran unas cien casas plurifamiliares reunidas en torno a una gran plaza, un lugar de paso de Polaa a Kandar, ocupado por comerciantes y personas que querían alejarse del ajetreado ritmo de vida que imponía la populosa capital. Era un pueblo bastante plural en cuanto a razas. La verdad es que era el único pueblo de Polaa donde habitaban razas que no eran humanos. O los extranjeros no deseaban ir, o los locales no deseaban aceptar al resto de localidades de Polaa.
-Nunca había estado aquí-le confesó Phan a Casdam-la verdad es que sólo he estado en Polaa, en Nar y en Diisskan. No he visto mucho mundo, la verdad.
-Yo tampoco he estado, pero sí pasé una vez cuando le llevé un mensaje importante de parte de nuestro rey Farador al virrey de Kandar.
-¿Conociste al virrey de Kandar?
-Sí. Pero no te pierdes nada, es una marioneta de nuestro rey. El mensaje que le llevé eran instrucciones de cómo manejar su castillo.-le dijo Casdam a la vez que acariciaba la empuñadura de su espada reglamentaria. Phan se había fijado que siempre lo hacía, lo cual los había metido en problemas más de una vez, ya que normalmente si se acaricia la empuñadura de la espada no se tienen muy buenas intenciones, según los criterios universales. Casdam parecía no entender esto, y además tenía una cicatriz para demostrarlo.
-¿Y fuiste sólo? Siempre te encomiendan misiones extrañas y secretas...
-Sí, me lo ordenó el rey en persona. A mí, un simple soldado raso del ejército real.-dijo orgulloso.
-Eres demasiado pelota del rey. Además, eres del ejército real. Es normal que te mande cosas así.
-Fiel. Fiel, no pelota.-le amonestó Casdam-además, es el rey. Se debe hacer todo por él. Somos su ejército. Para eso estamos aquí, y a eso dedicamos nuestra vida.
-Tú mismo lo has dicho, Casdam. Nuestra vida, no la suya.-murmuró Phan.
Caminaron un rato en silencio. Phan miró a los otros soldados. La mayoría de ellos tenían cara de cansados. Por alguna extraña razón, el rey no era partidario de un ejército con caballos, pero él siempre se desplazaba en uno. Había oído decir que también por dentro del castillo iba montado, aunque Phan no se lo creía. O no quería creérselo, quizás no era señal de una buena salud mental. Cogió su cantimplora reglamentaria y bebió un poco. El agua estaba muy fresca. Ésa era una de las cosas que supuestamente le había dado el Hombre de Negro a su rey: millares de cantimploras mágicas. Se preguntó cual seria el precio de una de esas cantimploras. Se la volvió a colgar del cuello, y miró otra vez Siidh. Era un pueblo agradable, a primera vista. Los tejados de las casas eran de un ligero color verde, lo cual contribuía a la armonía con su entorno, y además hacía más difícil que un dragón lith se interesara por ellos. Todas las casas eran muy grandes, con tres pisos de altura, y tenían muchos ventanales panorámicos, que dejarían entrar bien la luz solar por las mañanas, y de noche iluminarían bien el exterior.
Llegaron a Siidh dos horas antes de que anocheciese, y su capitán les dijo que pasarían la noche allí. Les dieron permiso para hacer lo que quisieran, mientras no se metieran en líos ni se alejaran demasiado. Los soldados se desperdigaron alegres, y Phan y Casdam fueron al mercado del pueblo, a mirar lo que allí se vendía. La multitud era de lo más variopinta; enanos (pocos), incluso algún que otro bandh, extrañas criaturas que provenían de muy lejos, al sur, aunque su expansión por todos los territorios era ya un hecho consumado. Los bandh eran criaturas bajas, poco más altas que un enano, con un tono de piel pálido y cuatro brazos que terminaban dos de ellos en garras, y los otros dos en ágiles manos. Sus cabellos solían ser negros y largos, y sus facciones muy parecidas a las de los humanos. Tenían colmillos salidos, rasgo orco, aunque la similitud entre esas dos razas era muy casual. Los bandh tenían una extraña capacidad para el comercio, ya que convencían a cualquiera de que su producto era el mejor. Cierta gente decía que su asombrosa capacidad era fruto de su poder hipnótico, pero los bandh negaban tener esta cualidad. Quizás todo se debía al arte de la retórica, que los bandh cultivaban como parte de su cultura.
El mercado se llenaba ahora con suaves músicas exóticas y embriagadores olores de todos los tipos de especia, fruta y carne que se pueda imaginar. Los dos se dirigieron a una parada hecha de troncos y tela, que tenía fruta y varios utensilios de cocina, colgando del tronco superior. Se veía bastante abarrotada, aunque en cierto modo, acogedora.
-Mira, fruta del hambre.-le dijo Casdam a Phan mientras le daba un codazo y señalaba algo parecido a unos melocotones- Me voy a comprar un par para el viaje de mañana.
Casdam empezó a rebuscar en su bolsa de viaje colgada al cuello, y Phan miró a la dependienta. Se le cortó la respiración. Era la chica más fantástica que había visto nunca. Tenía el pelo negro y muy largo, sujeto en una laboriosa trenza que llevaba por encima del hombro, y le caía hacia adelante. Su cara tenía los rasgos finos y bronceados, unos ojos azules y profundos, y una sonrisa dulce, que casi siempre lucía. Phan notó un golpe en el brazo.
-...se te note tanto.
-¿Qué?-dijo Phan saliendo de su aturdimiento.
-Que disimules, porque viene hacia aquí-le dijo Casdam.- Se te cae la baba...aunque no es para menos- añadió para si mismo Casdam.
Phan la miró y vio que efectivamente se estaba dirigiendo hacia ellos. Bajó la vista, avergonzado, y simuló estar examinando la fruta.
-Son siete costos.-le dijo la dependienta a Casdam, con la sonrisa todavía luciendo en su rostro.
-Ten. -le dijo al tiempo que le daba una moneda de diez costos-Quédate con el cambio. Ese de ahí también quiere comprar algo.
Phan levantó la vista sorprendido, y la tenía ante él, sonriendo.
-¿Que desea, buen señor?
-Eh...yo...no sé.-balbuceó Phan.
-Tenemos melocotones, manzanas, naranjas, fruta del hambre, peras, nuuguy... lo que quiera.
-Peras por favor.- dijo Phan. Se sentía increíblemente estúpido, paralizado. Normalmente solo se sentía así al ver una araña. “Peras por favor”. Realmente, no le salía nada más. Estúpido…
Ella se giró y empezó a coger las mejores peras que tenía, moviendo y acariciando la fruta con manos expertas, acostumbradas. A lo lejos se escuchó el rugido nasal de un limbol, una bestia de carga parecida a un enorme lagarto con la cola corta, escamas grandes y muy duras y un color grisoso, apagado, aunque era capaz de cambiar levemente de color como mecanismo de defensa. Era increíblemente lento, quizás por eso podía cambiar de color: para no ser bocado fácil para algún dragón, nalf o bestia similar hambrienta. Pero aun así, los limboles eran muy resistentes a largas jornadas de trabajo. Eran capaces de estar sin probar bocado, tan siquiera beber, cerca de un mes. Se decía que era por una especie de glándulas que tenia el limbol en la espalda, que eran capaces de condensar la humedad del aire para obtener así el agua necesaria.
La noche ya empezaba a caer, y las luces que salían de los enormes ventanales de las casas animaron aún más el concurrido mercado. Los graznidos de las aves yendo a sus nidos se dejó oír entre el alboroto del mercado.
-¿Cómo te llamas?-dijo por fin Phan después de hacer acopio de voluntad.
-Calista.
-¿Cuando acabas?-preguntó Casdam para ayudarle a romper el hielo.
-Dentro de media hora, más o menos.- respondió ella llevando las peras a la balanza, y sonriendo. Evidentemente, entendía el significado que entrañaba esa pregunta- ¿por qué?
-Me preguntaba...si...
Casdam le animó con un gesto de cabeza, y un empujoncito disimulado.
-...si te gustaría salir conmigo esta noche.-terminó Phan.- O sea, no salir, quiero decir, quedar para hablar y...
-Oh. Bueno, tendré que decirle a mi novio que se espere, porque...
Phan abrió mucho los ojos, y frunció el ceño cuando ella se echó a reír jovialmente.
-Era una broma, tonto. Me gustaría mucho, pero no puedo. Tengo que cuidar de mis hermanos. Y de unos cuantos niños mas...es algo que no puedo eludir, lo siento. Es mi responsabilidad Pero de verdad me encantaría. Nunca he mantenido una conversación con un soldado, y tengo curiosidad.
-Vaya...-dijo un desilusionado Phan.
-Pero podéis venir a cenar a mi casa si os apetece y no tenéis otra cosa que hacer, claro. No es ninguna molestia. Además, me vendrá bien tener entretenidos a los niños. ¿Qué decís?
-Iremos encantados.-dijo Casdam por Phan. Este se limito a sonreír de forma bobalicona.
Calista ató el saquito de las peras, y se lo dio a Phan. Él empezó a rebuscar en su bolsa de viaje, pero ella negó con la cabeza.
-Invita la casa, pero tráelas para cenar.-dijo ella dijo al tiempo que empezaba a atender el encargo de otro cliente. Les dedico una breve mirada, y señalo la dirección en la que estaba su casa. Phan y Casdam se alejaron del puesto.
Ya habiendo anochecido, después de dar una vuelta por todo el mercado, llegaron a casa de Calista. Era una casa especialmente grande, y tenía un gran patio lleno de pequeñas y delicadas flores muy bien cuidadas. Bordeando todo el perímetro del patio había un muro, con una reja metálica bastante sólida y oxidada como puerta. Casdam y Phan advirtieron que las otras casas no tenían tales medidas de seguridad. En una parte al fondo del patio había grandes y frondosos árboles frutales. Quizás parte de la fruta de la parada de Calista salía de esos árboles. Llegaron ante la puerta, y llamaron.
-¿Nervioso?-pregunto Casdam, con una sonrisa irónica en el rostro.
-Ya me conoces...-le respondió Phan, jugueteando nervioso con el ramo que le había comprado a Calista en un puesto tardío. Le daba mucha vergüenza dárselo. Se preguntaba porque siempre se regalaban flores. Se supone que se queda bien y no da muchos quebraderos de cabeza a la hora de decidirse. Suponía que era mas la ilusión del detalle que las flores en si, porque es algo que se seca a los dos días, marchitando la ilusión con la que se ha regalado...pero bueno, ahí estaba él, con el ramo en sus sudorosas manos.
-Tranquilo, siempre te pasa lo mismo. Piensa que aunque mujeres, también son seres humanos, Phan. No muerden. Sé tú mismo. Incluso cuando nos daban permiso en la academia tan de tarde en tarde, nunca te decidías...
-Es que pienso que para tener alguna relación con alguien, hay que conocerlo primero.
-¡Exactamente!-dijo Casdam, al tiempo que volvía a llamar a la puerta, esta vez más insistentemente. – Alguna vez hay que empezar a conocer, Phan. Por algo se empieza. Esa parte es la que no llegas a asimilar. Que siempre se empieza de cero. Siempre hay que dar un primer paso.
-Eso es más fácil de decir que de hacer... en fin...-suspiró Phan, mientras la puerta se abría. El alboroto de la casa, indudablemente provocado por niños, se dejo oír en la noche.
-¿El qué es mas fácil de decir que de hacer?-preguntó Calista.- Bienvenidos. Pasad, estamos muy ocupadas con la cena. Entrad al salón, si es que podéis pasar entre la marea de niños...espero que os gusten. Los niños, quiero decir.
-Esto es para ti.-dijo Phan al tiempo que sacaba el ramo, torpemente y con un romanticismo que rozaba peligrosamente la nulidad. La situación se veía increíblemente forzada. Casualmente, las flores eran del mismo color que el sencillo traje que llevaba Calista, azul claro.
-Oh, muchas gracias. No tendrías que haberte molestado...-dijo Calista, dirigiéndose hacia la cocina, la primera puerta que se encontraba a la derecha, y con su habitual sonrisa brillando en el rostro. Desde allí les gritó- ¡Echad el cerrojo!
Phan lo hizo. Se encaminaron hacia lo que parecía el salón, la primera puerta de la izquierda, justo al lado de las escaleras que conducían al piso superior. Era la única puerta que tenia luz aparte de la cocina, y la única de la que salían todo tipo de ruidos infantiles.
-Ni caso al ramo...
-No te desanimes, está ocupada. Tranquilo, respira hondo.- le recomendó Casdam. Otra vez, acariciaba la empuñadura de su espada.
-Ja ja. Muy gracioso.
Entraron al enorme salón. Phan y Casdam quedaron impresionados al ver lo que había allí. Unos cincuenta niños gritaban, saltaban, jugaban, escalaban, y muchos otros verbos que tendrían que ser inventados para describir la algarabía humana a reducida escala que atormentaba el desafortunado salón.
-Vaya, parece que los padres de Calista han estado ocupados...
-Vaya espectáculo, ¿eh?- dijo Calista, apareciendo de nuevo.
-¿Quiénes son?-pregunto Casdam.
-Dos de ellos mis hermanos. Todos los otros son niños de la mayoría de familias de aquí. Incluso hay alguno de Kandar. Me es imposible recordar los nombres de todos...
-¿Pero... que hacen aquí?-preguntó Phan. Calista puso un semblante mas serio y bajo la voz, aunque no hacia falta ya que el ruido ambiental era suficientemente alto como para que no los oyeran.
-Veréis...desde hace algún tiempo, casi dos años creo, vienen desapareciendo niños. Principalmente aquí, en Siidh, pero también desaparecieron algunos en Kandar. Poco a poco, de forma casi disimulada...pero es un hecho. Empezó con niños de familias más pobres, sin casa, o de comerciantes itinerantes. De los más desprotegidos. Los casos fueron surgiendo poco a poco. Con el tiempo, se hizo más evidente, y desaparecieron más niños, del mismo centro del pueblo, zonas más protegidas…la gente empezó a tener miedo, a estar intranquila.
-¿Quién fue?
-No lo sabe nadie. Después de que desaparecieran del mismo centro del pueblo se descartó que fuera alguna bestia salvaje, así que en una asamblea se decidió buscar un sitio seguro, donde aquellos padres ocupados o enfermos puedan dejar a sus hijos. Como mi casa era una de las más antiguas y seguras, y por descontado la más grande, pues nos decidimos por ésta. A mí no me molesta. Alegran un poco esto, ya que por las noches...se me hacia un tanto solitario.
-¿Y estás sola al cuidado de todos?-le preguntó Phan.
-No, no. Eso sería imposible. ¿No los has visto? Nada más por hacer la comida ya estaría todo el día en la cocina. Hoy tengo a dos voluntarias en la cocina, y otras dos cuidando, aparte de mí. Venga, venid, os presentaré.
Los tres entraron en el salón, y los niños se callaron de repente.
-Estos son...
-Phan y Casdam-concluyó Phan.
-Un soldado...-dijo uno de los niños.
-Otro soldado...-dijo otro.
De repente todos se abalanzaron sobre ellos, tocándoles la espada, preguntando, mirando...Pasados unos minutos, Calista acalló a los niños, y se llevó a Phan y Casdam hacia una habitación más tranquila en el piso de arriba. Toda la casa estaba caliente, debido a la gran chimenea central, que subía por los tres pisos. Por las escaleras vieron tapices tejidos a mano, muy bellos y de alegres colores. Adornaban toda la pared, sin duda fruto de muchas y laboriosas horas de dedicación y trabajo. Representaban escenas bucólicas, y a pesar del colorido tenían un cierto halo de tristeza entorno a ellos.
-¿Quién los ha hecho? Son muy bonitos.-observó Phan.
-Los hizo mi madre.-dijo ella, sin mirar atrás. Portaba una pequeña lámpara para iluminar los escalones, que crujían con cada paso que daban.
-¿Donde está?
-Mis padres murieron en un asalto de soldados cuando yo era pequeña.-dijo, casi recitándolo, con un tono monótono y sin emoción alguna. Phan supuso que había tenido que contestar a esa misma pregunta un millón de veces, por lo que la respuesta ya era sólo un tropel estudiado palabras, sin ningún sentimiento real. Ya ni pensaba en ello, ni lo asociaba realmente al hecho. Seguramente en su corazón estaba esta profunda mella, guardada egoístamente y herméticamente contra cualquiera que quisiera saberlo. Phan decidió, por experiencia propia, no indagar más sobre su pasado. De momento. Más tarde, lamentaría esta demora.
La cena fue abundante, y excelente. Los más de cincuenta comensales comieron en una gran mesa de madera, entre un alboroto increíble. Incluso se levantó una batalla aérea de comida, interrumpida por Calista y sus ayudantes. Después de cenar, Phan y Casdam les enseñaron a los niños algunos movimientos con la espada, de ataque y defensa. Eso les mantuvo con la boca abierta un rato. Al haberse enfrentado ya a la ardua tarea de acostarlos, las dos ayudantes cocineras se fueron, y se quedaron las otras dos en la habitación dormitorio para vigilar un rato. Phan, Casdam y Calista, bajaron a la sala de estar inmensa, que sin niños no era más que cuatro paredes desnudas, sin vida. Se sentaron en los sofás viejos y raídos, alrededor de una pequeña mesa que no aguantaría mucho más el azote de los niños. Era un milagro que continuara con vida.
-Bueno, ésta es la mejor velada que os puedo ofrecer- dijo Calista con una sonrisa, mientras se deshacía la trenza. Se la veía notablemente cansada, debido al enorme peso que tenia sobre sus espaldas con la tarea encomendada. Se recostó contra el sofá para estar más cómoda. No obstante, sus ojos eran vivarachos, con alegría de estar donde estaba y hacer lo que hacía. Ese peso no lograba apagar su brillo.
-Tranquila. Entendemos que es tu deber, y alguien tiene que hacerlo. Tú lo haces bien.-le dijo Phan con sinceridad.
-¿Tú crees? A veces pienso que esta vida tan cansada me va a matar pronto. Es muy extenuante...y es cada día.
-No nos podemos quedar mucho más. –interrumpió Casdam.-No se tienen noticias de Kandar desde hace tiempo, y debemos estar frescos para mañana.
-Así que por eso habéis parado en Siidh. Ahora que lo dices..., los padres de seis niños debían estar aquí anteayer para recogerlos, pero no han llegado todavía. Y creo que no ha llegado ningún correo a caballo, nos habría llegado alguna noticia. No le dimos importancia al asunto... ¿Creéis que ha pasado algo malo?
-Para eso vamos.-le respondió Phan, mirando la chimenea ensimismado. Hubo unos instantes de silencio, sólo roto por el fuerte crepitar de las llamas. Una silla de madera arrastrada se dejo oír a través del techo, y luego una puerta.
-Por cierto...-empezó Calista.
-¿Sí?
-No sé si tenéis rango o autoridad para esto...pero por intentarlo que no quede. De hecho, sois soldados reales. –dijo con un suspiro, animándose a si misma.
-¿De qué se trata?
-Me gustaría que le pidieseis al rey, de parte del pueblo de Siidh, una investigación con respecto a la desaparición de los niños. Nosotros sólo somos ciudadanos de a pie, y vemos al rey como algo demasiado lejano. No nos haría caso. Pero quizás, viniendo de sus soldados...Además, por la insignia sois del Ejército Real.
-Está bien, se lo diré. Te lo prometo. En cuanto volvamos de Kandar. –juró un decidido Phan.
-Gracias, Phan.-le dijo Calista, con una mirada de profunda gratitud y quizás algo mas.
-No es nada...al fin y al cabo, para eso estamos los soldados.
-Bueno Phan, creo que deberíamos irnos ya. El capitán pasará lista en el campamento de aquí a poco. No te gustaría faltar otra vez a la cita...-ironizó Casdam.
-Tienes razón. Calista...gracias por todo. De verdad.-dijo al tiempo que se levantaba. Casdam y Calista le imitaron. Empezaron a caminar hacia la puerta. Casdam la abrió.
-Bueno, Calista, nos veremos algún día, espero.- le dijo Casdam, hizo una breve reverencia, y salió con su paso impetuoso de la casa nodriza. Phan se giró y en la semi-penumbra del recibidor miró a Calista a los ojos. Por la puerta abierta entraba aire un tanto fresco, y también olores que habían dejado los puestos de comida flotando en el ambiente.
-Bueno, supongo que esto es la despedida...soldado.-le dijo ella. Unos instantes más de silencio.
-Sí, supongo que sí.- dijo él, después de pensarlo mucho. Más silencio. El paso metálico de Casdam fuera, rompiendo la quietud. Miradas furtivas. Situaciones embarazosas.
-En fin...-dijo Calista. Se adelantó, y con un suave movimiento de cabeza beso a Phan en la mejilla. Éste sintió el contacto, apenas unas décimas de segundo, pero se le quedó grabado a fuego en su mente. El rápido contacto de sus labios...inició algo dentro de él indescriptible. La mirada de Calista sobre sus ojos, su alma asomando a esas dos ventanas abiertas hacia un futuro esperanzador...quizás con el.
(No puedo...no debo...pero...)
Phan se giró y salió por la puerta.
-Casdam...intenta que esta noche el capitán no note mi ausencia. Confío en ti.
-Vaya vaya... ¿el siempre responsable Phan haciendo una locura? No me lo creo. Está bien, haré eso por ti. Pero me debes una ¡eh!- le dijo Casdam mientras se alejaba con un saludo. Phan se giró y entró otra vez en la casa para encontrarse con una sonriente Calista, mirándole profundamente, con aspecto enternecedor y angelical, apoyada en el vano de la puerta del salón. Jugueteaba con los dedos del pie en el suelo, ya que estaba descalza para estar más cómoda. Su pelo ondeaba ingrávito al viento nocturno que entraba por la puerta abierta.
-No pensaba que los soldados podíais escaquearos tan fácilmente.
-Y no podemos.
-¿Entonces? ¿Qué haces aquí conmigo?
-Tu misma has dicho la palabra clave. Contigo.-le dijo Phan, acercándose a ella.
-¿Estas intentando ligar conmigo?
-No. Simplemente conocerte.
-Vaya, eres toda una caja de sorpresas.-dijo ella con una sonrisa.- Nadie me había dicho eso antes. ¿Sabes qué? Salgamos a hablar al patio trasero. Allí estaremos mucho más cómodos. –Calista se encaminó hacia el fondo del pasillo y Phan la siguió. Una vez en el patio, se sentaron en unas sillas bastante grandes y cómodas que había allí. El patio era pequeño pero muy acogedor. De forma cuadrada, una parte la ocupaba la fachada trasera de la casa. Las otras tres estaban ocupadas por una valla alta hecha de maderos, notablemente vieja. Aunque había muchas jardineras con flores y vegetación decorativa, se notaba que hacia tiempo que no se cuidaba debidamente. Tenía muy poca iluminación, cosa que permitía ver perfectamente el cielo nocturno. Tampoco se oían excesivos ruidos provenientes de la calle principal, al otro lado de la casa. Seguramente porque era ya tarde. Solo el mugido de algún limbol en algún establo cercano rompía el silencio. Verdaderamente, el patio era un refugio para la vida cotidiana.
Calista miro a las estrellas, titilantes sobre ellos, ajenas a cualquier actividad de los humanos, o de cualquier otra raza. Simplemente, existiendo para ellas mismas. Quizás así se vivía mejor...
-Cuéntame algo...-dijo Calista.
-¿Qué quieres que te cuente?-dijo Phan. Se acomodó en la silla, que estaba justo al lado de la de Calista, y después de mirarla elevó la vista hacia las estrellas también.
-No sé...algo de tu vida. No sé nada de ti.
-Quizás no hay mucho que saber...desde hace quizás demasiado tiempo mi vida gira en torno al estilo militar. No tengo gran cosa interesante que contarte, aparte de incontables entrenamientos, guardias, o luchas. ¿Sabes una cosa? Empiezo a estar harto de esto. Sé que soy joven y no he visto mucho mundo, pero creo que me he estancado en la evolución de mi vida. Me he aferrado a ello mucho tiempo... Y creo que es hora de empezar a pensar por mi mismo.
-¿Y porque no lo dejas?
-Porque ahora mismo es lo único que conozco y lo único que tengo. Es mas cómodo así...Pero cuéntame tú algo. Lo de tus padres...
-Ya te lo he contado. No me hagas pasar por eso otra vez, por favor. No hace falta. No lo necesito.
-Muy bien, como quieras...-Phan abandonó el tema.
Siguieron mirando las estrellas. Una mano errante, vagabunda, se acercó indecisa a la de Phan, que descansaba sobre el brazo de la silla. Poco a poco, se fue acercando. Primero sintió el calor de sus dedos, y luego el contacto, temido y deseado, anhelado. Cautelosamente, casi por casualidad, los dedos de uno y otro se entrelazaron, hasta formar un nudo de dos manos, tan ajenas y tan cercanas a la vez, tan deseosas la una de la otra.
-Mírame...-dijo Calista. Ya no le interesaban las estrellas, al parecer.
-¿Qué quieres?-dijo Phan.
-Ya lo sabes. No seas tonto.
-No...
Se miraron más y más. Los minutos pasaron interminables, uno detrás del otro. Los ojos fijos transformándose en ojos esquivos.
-Verás cuando se lo cuente a mis amigas, en especial a Mena. Se va a reír. Esto parece sacado de La Princesa del Castillo de Cristal. El príncipe que no se atreve a besar a la princesa...pensaba que hombres así sólo existían en los cuentos. ¿Qué le pasa, milady?
-No me pasa nada, sólo que no es justo...-protestó Phan.
-¿El qué no es justo?
-Que tenga que ser yo el que da el primer paso, por culpa de la convención social.
-Si a mí me importara la convención social, no habría hecho algunas cosas. Venga tonto. Esta situación es ridícula.
Más miradas. Poco después, el momento tan anhelado para los dos, llegó. No lo vieron, pero una estrella fugaz iluminó el cielo unos segundos.
A partir de ese momento, Phan Boreanaz se hizo esclavo de ese beso, que quizás nunca debió ser dado, por el bien de ambos.