CAPITULO 30
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Daniel cabalgó durante tres días después de abandonar el bosque de las niñas perdidas. Atravesó un desierto en el cual no había alimento ni agua. Daniel se mantuvo fuerte gracias a las provisiones que las jóvenes le suministraron antes de partir y la inestimable ayuda de no tener que ir andando. A la mañana del tercer día divisó la gran masa de agua que había visto ya desde la cumbre de la montaña más alta de la cordillera.
Por tres días más continuó Daniel; caminó debido a que su caballo se encontraba débil por el calor del desierto y la falta de agua y comida. Seguía divisando esa enorme extensión azul en el horizonte, pero no conseguía llegar hasta ella.
Todo le pareció diferente a la mañana que contaba el séptimo día tras abandonar el bosque de las niñas perdidas. Daniel subió a una colina y desde allí distinguió unos árboles cargados de frutos; el tamaño de los árboles no era muy elevado y Daniel se dijo que podría alcanzarlos fácilmente.
- ¡Vamos Aetel! –gritó Daniel entusiasmado arreando al caballo.
Daniel corrió hasta donde se encontraban los árboles, se alimentó de los dulces frutos de estos, de color rosado y dio de comer a su caballo. El duro caminar por el desierto había hecho mella en Daniel quien se durmió bajo la sombra de los árboles agotado.
Por un rato permaneció Daniel dormido en aquel lugar, cuando despertó no vio a su caballo. Dirigiendo la vista hacia el noreste divisó de nuevo esa gran extensión de agua, mucho más cerca ya de lo que Daniel se había imaginado. Al ver esto Daniel echó a correr con nuevas fuerzas hacia esa dirección. La árida tierra que por tanto tiempo había pisado Daniel se convirtió ahora en suave hierba fresca, la humedad en el ambiente aumentaba conforme avanzaba en sus pasos.
Tras subir una pequeña elevación Daniel contempló el horizonte que se abría ante él. En primer término el terreno descendía hasta llegar a la orilla de aquella gran extensión de agua. Había una especie de camino que, zigzagueando, se adentraba en aquella masa de agua; el camino terminaba en una pequeña plataforma de piedra, sentada sobre la cual parecía encontrarse una figura humana mirando en dirección al agua. Una gran estructura de color celeste se levantaba sobre la plataforma, contaba con cuatro pilares que se unían en la parte central a gran altura. Algo llamó la atención de Daniel más allá de aquel descenso y de la persona que allí se encontraba, elevó la vista a aquel cielo color azul oscuro en el que se divisaban varias esferas de gran tamaño que, a juzgar por su apariencia eran planetas. Daniel estaba atónito, no comprendía como era posible que tuviera esa visión del espacio, no concebía en qué latitud estaba ni que significaba lo que veía.
Finalmente decidió bajar por la ladera. Alcanzó la parte baja y se dirigió decidido hacia el camino que, zigzagueando, penetraba en el mar. Una ligera brisa fresca corría, la quietud en el lugar era prácticamente absoluta, el único sonido que se oía era el de movimiento suave de aguas.
Daniel llegó al comienzo del camino; observó que la figura que antes vio era casi con toda seguridad la de una mujer, que se encontraba de espaldas a él. En ella sólo se apreciaba su pelo negro y el fino vestido blanco que vestía. Daniel avanzó por el camino, con paso lento pero decidido.
Poco a poco se fue aproximando a la mujer. Daniel llegó al final del camino; subió los tres escalones de piedra que conducían hasta la plataforma y se detuvo. La mujer permanecía en silencio; Daniel continuó de pie observándola. El relajante sonido del agua era lo único que se podía escuchar en aquel lugar repleto de paz.
- Hola –dijo Daniel rompiendo el silencio tras varios minutos.
La mujer se incorporó y se dio la vuelta; su altura era similar a la de Daniel, por lo que sus ojos quedaron frente a los de él, unos ojos celestes que destacaban en su rostro sereno y apagado; la mujer aparentaba tener unos treinta años, sin embargo el gesto facial de ella transmitía experiencia y madurez.
- Hola joven –contestó ella–. Mi nombre es Sasmalá, ¿qué te trae por el mar del olvido?
- Busco la fortaleza de las tinieblas –le aclaró Daniel mirándola a los ojos.
- Muchos la buscaron pero sólo ellos saben donde está su fortaleza, siempre en las sombras, siempre en la oscuridad de la eterna penumbra. Ellos llevan las sombras allí donde les place, su poder es inmenso y oscuro.
Daniel escuchó atentamente las palabras de Sasmalá, pero seguía sin conocer la respuesta a la principal pregunta que atormentaba a su mente. Necesitaba encontrar la fortaleza de las tinieblas; el tiempo de Shela se agotaba. Él sabía que seguía viva pero igualmente presentía que debía encontrarla antes de que la perdiera para siempre.
Daniel bajó la mirada; un sentimiento de impotencia y soledad lo invadía al darse cuenta de que esa mujer no le podía ayudar a encontrar la fortaleza de las tinieblas. Daniel se dirigió hacia el final de la plataforma; observó el mar que se abría ante él y lloró desconsoladamente recordando unas de las últimas palabras que le dijo a Shela antes de partir: ‘Es lo que más anhela mi corazón, compartir mi vida contigo’. Por primera vez en su viaje comenzaba a dudar de que ese deseo se convertiría en realidad; sentía que, de alguna forma, ese imponente mar que se abría ante él era el fin de todo, que no tenía ninguna guía en un extraño mundo que no conocía.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de Daniel durante largo rato. Sasmalá parecía permanecer ausente ante aquel dolor y angustia.
Unas palabras vinieron a la mente de Daniel, unas palabras que él mismo había dirigido a Shela en el sobrenatural sueño que tuvo al pie de las cordilleras montañosas, más allá del pantano de la oscuridad: ‘No hay nada en este mundo que sea capaz de separarme de ti’’. Daniel se secó las lágrimas y se volvió hacía Sasmalá.
- ¿Qué hay más allá de este mar? –inquirió Daniel en un tono en que se denotaba el deseo de mantener viva la esperanza.
- Las tierras abandonadas –respondió ella–. Hace mucho que nadie se dirige hacia allí. Los recuerdos de todos se borraron tras este mar, nadie sabe lo que habita en esas tierras. El Señor del Agua ha mantenido a todos alejados de ellas desde hace ya mucho tiempo; si intentas llegar hasta ellas nunca las alcanzarás; él te lo impedirá.
Daniel meditó en lo que Sasmalá le había dicho. Finalmente decidió lanzarse al mar del olvido en busca de la respuesta a la pregunta que Sasmalá no le pudo responder.
Sasmalá observó como Daniel se alejaba, nadando lentamente hasta confundirse con las ondas del mar del olvido.
[align=center]CAPITULO 31
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La mañana estaba tranquila en el bosque de las niñas perdidas. Mashilá se bañaba en el río cuando oyó ruidos entre unos arbustos cercanos.
- ¿Quién anda ahí? –preguntó con tono curioso.
Nadie respondió a su pregunta, por lo que continuó bañándose tranquilamente. Una vez que hubo terminado y se hubo vestido salió del río y se dirigió hacia la casa. De repente, algo salió de entre la maleza y se abalanzó sobre ella. Mashilá solo tuvo tiempo a ver un rostro humano de color negro antes de caer y perder el conocimiento.
Yirsal se encontraba en la casa, oyó el ruido de llamar a la puerta. Corrió hacia la puerta pensando que, ya que ninguna de ellas llamaba antes de entrar, podía ser que Daniel hubiera regresado. Sin embargo, una fuerte impresión le esperaba al abrir la puerta. Frente a ella se encontraba un irreconocible Rosjer, con gran parte de su cuerpo calcinado, su rostro estaba negro y arrugado por el efecto de las quemaduras en su piel; este llevaba en brazos a Mashilá, quien permanecía inconsciente.
- ¿Qué le has hecho? –preguntó Yirsal aterrada, señalando a Mashilá y temiendo al hombre que se encontraba frente a ella.
- Fue un accidente, ¡necesito vuestra ayuda por favor! –suplicó Rosjer dejando a Mashilá suavemente sobre el suelo.
Yirsal permanecía atónita ante la calamitosa apariencia de Rosjer, se quedó paralizada sin saber que hacer.
- ¡Ayudadme por favor! –pidió Rosjer hincándose de rodillas en el suelo y tomando la mano de Yirsal, que sintió el tacto rugoso y áspero de su piel quemada.
Yirsal retiró la mano y salió corriendo en busca de Misaré.
Misaré cortaba leña en el bosque cuando Yirsal llegó hasta ella. Yirsal trató de explicarle lo que había ocurrido pero estaba tan nerviosa que Misaré apenas entendió nada.
- ¡Vamos! –ordenó Misaré–, ya veré que pasa cuando llegue.
Misaré emprendió la carrera hacia la casa, Yirsal la seguía a la distancia que podía.
Misaré divisó la cabaña. Mashilá se encontraba inconsciente sobre el suelo junto a la puerta de entrada. Su rostro estaba muy pálido; esto asustó a Misaré que corrió rápidamente hacia ella.
- Hermana, ¿me puedes oír? –preguntó mientras trataba de levantarla con la mayor delicadeza posible.
Mashilá no contestó. Yirsal llegó a donde se encontraban.
- ¿Qué ha ocurrido aquí? –inquirió Misaré con voz de rabia.
Yirsal, quien seguía muy nerviosa, se limitó a señalar en la dirección que se encontraba a la espalda de Misaré. Esta se volvió y descubrió la figura carbonizada de Rosjer.
- ¡Tú! –gritó Misaré señalando a Rosjer–. No te bastó con tratar de devorarnos en Rizpá–Malpá ¿verdad? Tenías que volver a por nosotras.
Yirsal no daba crédito a lo que oía, ese hombre al que habían estado cuidando fue uno de los que acordaron que su destino debía ser servir de alimento para el pueblo de Rizpá–Malpá.
Rosjer clavó las rodillas en la tierra y juntó sus manos en gesto de súplica.
- Fue un accidente, lo juro por mi alma. Fui a pedirle ayuda pero tropecé y caí sobre ella, no quería causarle ningún daño.
- No creo en ninguna palabra que salga de tu boca –agregó furiosa Misaré dirigiéndose a Rosjer–. Iremos a Silmirar, ella decidirá que hacer.
Misaré montó a Mashilá sobre un caballo y se dirigió junto con Yirsal y Rosjer hacia la cueva del hada Silmirar.
Varias horas después llegaron a la cueva del hada.
- Tú espera aquí –ordenó Misaré a Rosjer con voz áspera.
Misaré cogió a Mashilá y entró en la cueva, Yirsal la siguió y entró tras ella. La luz del hada estaba apagada, no parecía haber nadie allí.
- Sabia Silmirar –comenzó Misaré–, Mashilá ha sufrido un ataque.
El hada comenzó a emitir luz, haciendo así visible su presencia.
- No ha sido un ataque impetuosa Misaré, el hombre cayó desesperado sobre ella tratando de conseguir su ayuda y compasión –respondió Silmirar.
- ¿Entonces por qué se marchó cuando le ofrecimos nuestra ayuda y hospitalidad? Creo que sus motivos son oscuros, fue uno de los que quería comernos hace diez años en Rizpá–Malpá –objetó Misaré.
- Su conciencia le atormentaba por la razón que has mencionado. No podía soportar que sus cuidadoras fueran las niñas que él estaba dispuesto a matar y devorar –explicó el hada.
- ¿Y por qué vuelve ahora? –inquirió Misaré de nuevo con tono desconfiado.
- Se muere –le confesó Silmirar en un tono bajo de voz–. Ha intentado huir, olvidarlo todo y morir en paz, pero por primera vez en mucho tiempo tiene algo por lo que vivir: siente que está en el deber de ayudar a Daniel en su misión.
Misaré bajo la cabeza, pensaba en todo lo que Silmirar le había dicho y no comprendía como el hada podía justificar a Rosjer. Yirsal miraba a Mashilá intranquila.
- ¿Qué ocurrirá con ella? –inquirió Yirsal señalando a Mashilá.
- No os preocupéis, su estado no es grave, solo ha recibido un golpe pero yo la haré despertar –anunció el hada.
Silmirar comenzó a resplandecer fuertemente; su luz blanca invadió toda la cueva. El resplandor fue cesando poco a poco y cuando Misaré y Yirsal se dieron cuenta de ello Mashilá se encontraba de pie, junto a ellas. Ambas la abrazaron y comprobaron que Mashilá estaba perfectamente.
- Muchas gracias ama del bosque –dijo Misaré inclinándose ante Silmirar.
- ¿Qué hay de mi? –interrumpió una voz que sonó detrás de ella.
Misaré se volvió y vio a Rosjer arrastrándose por el suelo, estaba aún mas desfigurado que cuando lo vio junto a la casa. Mashilá se llevó la mano a la boca, sobrecogida y asustada por el estado de este.
- Por favor, ayudadme. Voy a perecer ante vuestros propios ojos –suplicó Rosjer agonizando en el suelo.
- Puedo curarlo si vosotras lo deseáis. Si veo en vuestro corazón perdón sincero evitaré que fallezca. Si en vuestro interior deseáis su muerte no podré hacer nada –comentó Silmirar.
Rosjer miró hacia Mashilá con gesto de súplica; el rostro de ella denotaba la gran compasión que sentía por él y el deseo de que el hada lo curara; el mismo deseo se apreciaba en el rostro de Yirsal. Rosjer volvió su mirada hacia la de Misaré, y pudo ver todo el dolor que el pueblo de Rizpá–Malpá, incluido él, le habían causado. Rosjer comenzó a sentir como si su corazón comenzara a secarse, a dejar de recibir y bombear sangre, no quedaba ya fuerza en él. Rosjer cerró los ojos y perdió el conocimiento, quedando tendido sobre la fría piedra de la cueva.
Un minuto después despertó Rosjer, miró sus manos y brazos y vio que habían recuperado su color y tacto normal; Misaré, Yirsal y Mashilá le observaban con caras dispares, de seriedad la primera y de ilusión y alegría las otras dos.
- Muchas gracias –dijo Rosjer dirigiéndose a las tres jóvenes.
- Vamos, es hora de volver –instó Misaré a las otras dos chicas.
Misaré se llevó a Mashilá y Yirsal, por el contrario Rosjer permaneció en la cueva.
- Gracias gran sabia –dijo Rosjer–. No merezco vivir pero gracias a tu compasión y al buen corazón de esas jóvenes me hallo aquí.
- Sé que has cambiado hombre de Rizpá–Malpá y sé que deseas ayudar a Daniel en su lucha contra el mal. Por lo tanto ve y continúa tu camino, camina hacia el noreste y puede que encuentres a tu amigo.
Rosjer tomó algunas provisiones que Silmirar le suministro y puso rumbo en dirección noreste.
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