Aquí van 2 capítulos más de mi libro, yo mientras vea visitas lo seguiré publicando.
CAPITULO 28
[align=left]Por cuatro días permaneció Daniel en ese lugar, todas las mañanas salía a buscar a Rosjer y, tras volver para almorzar, volvía a buscarlo. En ocasiones ni siquiera regresaba para la comida, sino que no volvía hasta la noche. Yirsal insistió en acompañarlo en su búsqueda.
La noche del cuarto día Daniel tuvo un sueño aterrador, en el que visualizaba como los mendhires mataban a Shela hasta diez veces de diferentes maneras. Daniel se levantó en medio de la noche, sentía que estaba entreteniéndose demasiado y que no podía permanecer allí por más tiempo.
Daniel fue al exterior, por varias horas anduvo por el bosque; cuando los primeros rayos de sol comenzaban a iluminar tenuemente entre los árboles Daniel llegó a una parte en la que los rayos de sol no penetraban. La frondosidad del lugar era increíble, había musgo y enredaderas por todos lados, multitud de helechos adornaban el camino. Finalmente vio una cascada, la belleza de esta era indescriptible: un gran peñón totalmente cubierto de plantas se erguía frente a Daniel; el agua caía desde arriba de este hasta un pequeño lago; el rostro de Daniel se reflejaba en el agua cristalina del lago; un aroma a tierra mojada impregnaba el aire.
Daniel se lanzó al lago, nadó hasta donde caía el agua de la cascada y prosiguió hasta llegar a la cueva que se hallaba oculta tras la cascada. Una luz blanca brillaba en el fondo de la cueva. Daniel se acercó a ella, esta comenzó a centellear; Daniel se detuvo a cierta distancia.
- Sabia Silmirar –dijo Daniel en un tono bajo de voz.
- Bienvenido a la cascada de los deseos Daniel –respondió el hada haciéndose visible, su apariencia era similar a la de la otra hada, resplandeciente, luminosa, inmaculada–. Sé por qué vienes aquí, muchas ideas atormentan tu corazón y te encuentras perdido y sin rumbo. No sabes si seguir buscando a Rosjer o por el contrario, continuar tu camino para rescatar a Shela.
- Sí, no sé qué hacer. ¡Guíame por favor! –rogó Daniel.
- Tú y solo tú puedes decidir tu destino, debes hacer lo que tu corazón te dicte; pero dime, ¿cuál es tu mayor deseo Daniel? ¿Qué anhela tu corazón sobre todas las cosas? –inquirió Silmirar.
Daniel bajó la cabeza.
- Mi mayor deseo sería salvar a Shela y vivir con ella por el resto de mi vida –dijo él, sin mirar directamente al hada.
- ¿Por qué te avergüenzas de tu deseo? –le preguntó Silmirar–. ¿Piensas que es egoísta de tu parte que anheles eso sobre todo lo demás?
Daniel no respondió nada pero sus ojos eran como un libro abierto para Silmirar.
- Tratas de autoconvencerte de que lo fundamental en tu viaje es proteger el futuro del valle de la luz, pero en lo profundo de tu corazón sabes que Shela es el motivo por el que iniciaste tu camino.
Daniel permanecía en silencio, era incapaz de hablar ante aquella criatura que tan fácilmente captaba lo que él sentía en sus adentros.
- Debo decirte algo Daniel, si llegas hasta el final tendrás que tomar una difícil decisión. Tendrás que elegir entre el pueblo del valle de la luz o Shela. Sé que eres un joven de buen corazón y yo concedo deseos a las personas buenas –dijo Silmirar con su mágica voz–, si está en mi mano trataré que tu deseo se haga realidad; sin embargo muchas fuerzas escapan a mi control. Nunca olvides que debes seguir tu corazón.
Daniel le agradeció a Silmirar sus palabras y se volvió hacia la casa a paso ligero.
Dos horas después llegó Daniel. Yirsal se encontraba fuera, esperándolo.
- ¿Dónde fuiste? –le preguntó ella–. Estaba muy preocupada por ti.
- Tenía que averiguar algo –respondió Daniel.
- Pensé que te habías ido como se fue Rosjer –dijo Yirsal con un tono triste en la voz.
- No, pero hoy partiré. No puedo permanecer aquí por más tiempo –le respondió Daniel.
- ¿Por qué? –preguntó Yirsal.
- Debo continuar mi misión.
- ¿Y Rosjer? ¿No vas a seguir buscándolo? –inquirió ella.
- Rosjer eligió marcharse, si quiere curarse sabrá que tiene que volver aquí; pero yo aquí no tengo ya nada por lo que quedarme.
Yirsal tomó a Daniel de la mano.
- ¿Tampoco por mí? –le preguntó Yirsal con un cara de súplica, la tristeza se percibía en esos ojos verdes.
- Lo siento mucho Yirsal, pero debo continuar –le respondió Daniel.
- Estoy enamorada de ti, no me dejes ahora. He descubierto que solo puedo ser feliz contigo a mi lado –suplicó Yirsal.
A Daniel se le formó un nudo en la garganta; le apenaba mucho que esa situación se hubiera producido.
- Si no continúo mi camino –explicó Daniel casi sin voz–, puede que ni siquiera este bosque sea un lugar seguro para vivir.
Yirsal comenzó a llorar, no podía reprimir las lágrimas y solo sabía que quería pasar el máximo tiempo posible con Daniel antes de que se fuera.
Daniel reemprendió su viaje después del almuerzo. Aprovechó para cargarse con las provisiones que las jóvenes gustosamente le ofrecieron. Yirsal y Misaré lo acompañaron, le dieron un caballo a Daniel y montaron ellas otros dos.
Unas pocas horas después llegaron al límite noreste del bosque. Los tres desmontaron de sus caballos y se despidieron.
- Gracias por todo –dijo Daniel dirigiéndose a Misaré.
- Cuídate mucho –le contestó Misaré.
- Cuídate tú también, y cuida de las chicas –le pidió Daniel.
- Te echaré mucho de menos –confesó emocionada Yirsal a Daniel.
- Yo a ti también, eres una chica maravillosa –respondió Daniel dándole un abrazo.
Daniel montó de nuevo en Aetel, el caballo negro que le habían dado las jóvenes y se alejó a paso lento, dejando atrás los árboles del bosque de las niñas perdidas.
CAPITULO 29
Tras bastantes días de búsqueda, denuncias y confusión en el valle de la luz llegó el día señalado para que los extranjeros se presentaran en el Keshtal.
Tander se encontraba junto a Umser, el antiguo sabio mayor, en el castillo real. Un joven se presentó rápidamente ante ellos.
- Los extranjeros ya están en el Keshtal; también han venido algunos hombres diciendo que han visto otros extranjeros que no se han presentado –informó el joven - ; su voz denotaba el esfuerzo físico que había hecho para llegar allí lo más pronto posible.
- Gracias, puedes retirarte –respondió Tander.
La lluvia caía sobre el valle de la luz; hacía ya bastantes días que el sol no brillaba. Una carreta tirada por caballos llevó a Tander y Umser al Keshtal. Una extraña sensación se adueñó de Tander cuando atravesó los pasillos del edificio. Finalmente llegó hasta la habitación de reunión de los sabios; un gran sillón que se encontraba en alto le esperaba. Los sabios lo observaban expectantes, buscaban el menor indicio de cambio en él; todos ellos lo conocían de su etapa en el Keshtal, pero todos esperaban diferencias en él, como si fuera un hombre diferente el que se encontraba ante ellos.
Tander tomó asiento, seguidamente uno de los sabios, el que había reemplazado al sabio mayor, se levantó y tomó la palabra.
- Majestad, comparecen en primer lugar los extranjeros.
Un hombre de mediana edad entró en la habitación, vestía ropas largas y sencillas, similares al tipo de vestimenta acostumbrada para los hombres en el valle de la luz aunque ligeramente desgastadas. Tenía pelo negro y barba del mismo color, no muy abundante.
- Se presenta Jamler, hijo de Remlar –declaró el hombre en voz alta.
- ¿Cuál es el propósito de tu presencia en esta tierra? –inquirió Tander.
- Yo vivía en la llanura de Misbaral, dentro del límite del valle. Oí que cierta sombra avanzaba en nuestra tierra y vi en varias ocasiones a extraños hombres, completamente vestidos de negro merodear por mis tierras. La inquietud se apoderó de mí y decidí abandonar mis tierras y venir a Ralen.
Tander no halló maldad ni mentira en sus palabras.
- Que pase el siguiente –ordenó.
Diez hombres más pasaron por la sala; las historias de estos fueron muy similares y ninguno de ellos realmente era de más allá de los límites del valle.
- ¿Qué te parece Umser? ¿Había falsedad en sus palabras? –preguntó Tander.
- Yo pienso que no, todas sus historias parecieron ciertas –respondió el antiguo sabio mayor.
- También yo opino igual –añadió Tander–. ¿Qué hay de los que dicen conocer a los extranjeros que no han acudido a nuestra llamada?
- Esperan fuera –aclaró el sabio mayor.
- ¿Cuántos son? –inquirió Tander.
- Dos.
- Haz pasar al primero de ellos –ordenó Tander.
Un hombre que no llegaría a los cuarenta años entró en la sala.
- Se presenta Treslemar, hijo de Marlet.
- ¿Qué dices saber sobre el asunto que nos concierne? –preguntó Tander.
- Sé que aquí mismo en Somper se esconden al menos dos hombres de una apariencia extraña, yo los he visto con mis propios ojos. Van siempre vestidos de negro con unas ropas largas que casi llegan al suelo; nunca dirigen la palabra a nadie y tratan de no llamar la atención. Siempre salen de noche y su andar es prácticamente imperceptible.
La sala se mantuvo en silencio durante unos cuantos minutos.
- ¿Sabes donde se ocultan? –inquirió Tander rompiendo el silencio.
- Siempre que los he visto ha sido junto a la salida hacia Tudmin y ya puesto el sol.
Tander hizo un gesto al sabio mayor. Este hizo salir al hombre y mandó llamar al siguiente.
- Se presenta Tirsé, hijo de Meltaré –exclamó el hombre que acababa de entrar. La apariencia de este último sugería que tendría unos treinta años.
- ¿Qué tienes que decir sobre la cuestión que nos atañe? –inquirió Tander.
- Hay varios extranjeros en Somper –comenzó el joven con tono decidido–. Son hombres altos, con apariencia poderosa y a la vez lánguida; se mueven ágilmente bajo las sombras de la noche y no tienen contacto con nadie.
Umser hizo un gesto a Tander quien le respondió haciendo un gesto afirmativo.
- ¿Cómo sabes tanto de esos hombres, hijo? –preguntó Umser interrumpiendo el relato de Tirsé.
El joven se mantuvo unos segundos en silencio.
- Mi sueño no es muy profundo. En muchas ocasiones no puedo dormir y cuando ocurre esto salgo a la calle y camino un rato; varias veces me he encontrado con estos hombres a altas horas de la noche.
- Continúa con tu relato –le indicó Tander.
- No conozco mucho más de ellos, siempre visten largas ropas negras y yo diría que sus ojos despiden luz. Su apariencia no es monstruosa ni oscura, tienen rostros inmaculados y resplandecientes. Suelen andar cerca del camino que va a Tudmin, parece que viajan a las otras poblaciones del valle.
El sabio mayor hizo salir a Tirsé de la sala.
- Sin lugar a dudas los mendhires se han introducido en nuestra tierra –dijo Tander desolado–. Ellos contribuyen al ambiente de maldad y egoísmo que se incrementa día tras día. ¿Qué crees que sería oportuno hacer Umser?
Umser permaneció algún tiempo en silencio; los sabios permanecían expectantes ante la esperada respuesta.
- Quizás tenerlos vigilados nos pueda ayudar; no creo que podamos hacer mucho más ante el poder de seres sobrenaturales –opinó finalmente Umser.
Un pequeño murmullo se escuchó en la sala; los sabios difícilmente aguantaban sin expresar sus opiniones sobre tan crucial cuestión.
- Tiene la palabra la asamblea –declaró Tander.
Todos los sabios expresaron su opinión sobre la actuación que debían tomar. La mayoría se mostró prudente aunque algunos sugirieron que debían atacar a los mendhires y echarlos de allí. La mente de Tander divagaba en sus pensamientos, se preguntaba en qué condiciones se encontraría Shela en ese momento y dónde estaría Daniel. Tander sentía una gran impotencia y Umser pareció percibir su estado.
- Seguro que el joven Daniel cumplirá su comisión –le dijo tratando de tranquilizarlo.
Tander finalmente resolvió que se vigilara a los mendhires. Puso en la misión a varios hombres, entre ellos Tirsé.
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