Cap. 41 "Las Sombras del Valle de la Luz"

El momento del final se acerca, después de este capítulo quedarán 4 capítulos.

CAPITULO 41
[align=left]
Daniel abrió los ojos, incomprensiblemente estaba vivo. No lo hubiera creído después de la caída desde la torre mayor de la fortaleza de las tinieblas. Sintió el viento en su piel, se encontraba tumbado sobre una superficie suave y cálida, sus ojos solo veían el azul luminoso del cielo.
Daniel volvió la vista hacia el otro lado, vio a Shela con los ojos cerrados. Ambos se encontraban sobre el vasstor herido por Rosjer que Daniel cuidó en las montañas. Evidentemente el animal los había recogido en su caída antes de que llegaran al suelo y ahora volaba velozmente en dirección suroeste.
- ¡Eso es, Ismael! ¡Llévanos rápidamente al valle de la luz! –lo alentó Daniel, quien se interesó rápidamente por el estado de Shela.
- ¿Me oyes Shela? ¿Puedes sentir mi mano? –inquirió Daniel preocupado tomándola de la mano.

La apariencia de Shela era preocupante, su rostro estaba demacrado, multitud de cortes y heridas se apreciaban en su piel. La apariencia del rostro de Shela era muy pálida, un color que Daniel solo había visto antes en una persona: Ashla. Estaba convencido de que los mendhires habían tocado a Shela y que aunque había logrado escapar por el tejado, el efecto del poder de los mendhires seguía debilitándola.
Daniel tocó su cuello, su pulso era muy débil y su piel se enfriaba con el paso de los minutos. Daniel trató de protegerla con su cuerpo del frío viento que corría a esa altura.

Un rato después Shela comenzó a mover ligeramente la cabeza hacia un lado y otro.
-¿Puedes oírme Shela? –inquirió de nuevo Daniel que seguía agarrando su mano.
Shela abrió los ojos lentamente pero no conseguía abrirlos del todo, era como si su energía se desvaneciera sin remedio.
- Daniel –susurró Shela con un fino hilo de voz.
- Dime mi amor –respondió él.
- ¿Qué ocurrió con la piedra plateada? –inquirió ella casi inconsciente.
- La piedra plateada fue destruida, los mendhires murieron y nunca volverán –le aclaró Daniel con una media sonrisa en su rostro.
- Bien, el valle de la luz al fin será libre –dijo Shela con una voz cada vez más apagada cerrando los ojos.
Daniel percibió que la vida de Shela se desvanecía.

- ¡Desciende! ¡Rápido! –ordenó Daniel al vasstor. El animal comenzó a descender en su vuelo hasta aterrizar suavemente en el claro de un bosque. Daniel distinguió el lugar, era el bosque de los orcires. El vasstor se detuvo junto a un pequeño lago de agua cristalina, estaba amaneciendo y los primeros rayos de sol se reflejaban en el agua, creando una gran cantidad de tonalidades luminosas. Daniel descendió del vasstor y depositó a Shela con mucho cuidado sobre la hierba.

- Aguanta Shela, te pondrás bien –le dijo Daniel mientras retiraba el fino pelo del rostro de Shela.
Shela abrió los ojos lentamente y miró a Daniel con ojos agotados.
- Mi vida llega a su fin, los mendhires me torturaron y los efectos de lo que me hicieron afloran ahora con más intensidad –confesó Shela que ni siquiera podía mantener la cabeza levantada para mirar a Daniel.
Daniel sostuvo la cabeza de Shela; el verla tan débil y pronunciando esas palabras le producía un sentimiento desgarrador.
- No digas eso, te recuperarás y viviremos juntos para siempre. En una casa en la llanura de Misbaral, bajo la cumbre nevada del Kirsel. ¿Recuerdas que así lo hablamos un día? –le preguntó Daniel con lágrimas en los ojos.
- Sí, lo recuerdo –respondió Shela–. Recuerdo todos nuestros proyectos, todas nuestras ilusiones. Hubiera sido realmente bello vivir a tu lado, sentir tu amor cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo. Siempre te amaré, aunque mi vida se extinga soy feliz por haberte conocido. Tú me hiciste creer que existía el amor verdadero, que una persona puede amar a otra sin reservas, que puede sentirse tan unida a ella como a su propio cuerpo y que nada puede apagar ese amor. Siento no poder ser la persona con la que compartas tu vida. Adiós Daniel.

Shela cerró los ojos. Daniel la seguía sosteniendo mientras multitud de lágrimas corrían por sus mejillas.
- Tú eres mi sol, mi luna y mis estrellas. Eres el aire que me da la vida. Mi corazón no puede latir sin ti. Por favor Shela no me dejes, no puedo vivir sin tu amor –exclamó Daniel desesperado mientras trataba de que Shela abriera sus ojos.
- No puedes morir, te amo más que a mi propia vida –dijo Daniel mientras la abrazaba fuertemente.
Shela no daba ninguna señal de vida, Daniel tocó su cuello y no sintió pulso. La desesperación se adueñó de Daniel, dejó a Shela sobre la hierba, desenvainó su espada y, poniéndola sobre su corazón, se dispuso a infligirse un golpe mortal, una estocada que acabara con su existencia, con todo el dolor que había soportado gracias a una esperanza que ahora se había desvanecido.

De repente, un gran resplandor lanzó a Daniel al suelo, él se levantó y buscó la espada en dirección opuesta a la luz. Daniel se afanó en buscarla pero no la vio.
- ¿Por qué quieres cometer esa locura contra ti mismo? –inquirió una voz que sonó de entre la luz.
- Mi vida ha perdido su significado, sólo la muerte aliviará mi dolor –contestó Daniel con una voz apagada, su tono de voz era como el de Rosjer cuando se encontraba atado en la garganta de Rizpá–Malpá, la voz de alguien cuyas ilusiones habían desaparecido.
- Una vez me confesaste, en la cascada de los deseos, que tu mayor deseo era el de salvar a Shela y vivir con ella por el resto de tu vida –relató la voz mientras la luz disminuía en intensidad y se comenzaba a distinguir la figura del hada.
- Sabia Silmirar –exclamó Daniel arrodillándose ante ella–. Ese es mi mayor deseo sobre todas las cosas.
- Tú cumpliste tu comisión, has demostrado ser un hombre noble. Los mendhires ya no son y sin embargo el rastro de su poder sigue matando, te prometí que si estaba en mi mano trataría que tu deseo se hiciera realidad –recordó Silmirar.

El hada lanzó un gran resplandor hacia Shela, la luz la levantó del suelo, la mantuvo algunos segundos en el aire y la volvió a depositar sobre la hierba. Daniel observó perplejo como Shela levantaba su cabeza y miraba hacia él; en su rostro se habían borrado todas las heridas causadas por los mendhires. Daniel corrió al instante hacia Shela, ambos se abrazaron, contemplaron sus ojos llenos de lágrimas de alegría y se besaron tiernamente. Los rayos del sol llegaban a ellos entre las ramas de los árboles, la quietud del bosque era total y toda la ansiedad y dolor que habían sufrido Daniel y Shela desapareció de sus corazones.
Silmirar se desvaneció. Daniel y Shela, quienes aún no se terminaban de creer que al fin todo hubiera acabado, permanecieron allí un largo rato. El estar juntos para ellos era ahora algo extraordinario, un tiempo precioso que debían aprovechar.

- Te quiero y nunca te dejaré –exclamó Daniel después de un rato.
Shela volvió a derramar lágrimas de alegría y besó a Daniel.
- Eres todo lo que siempre deseé, amo tu ser, el sólo sentirte junto a mí es una sensación mucho más maravillosa que cualquier otra que pueda existir en este u otro mundo –afirmó Shela–. Siempre seré tuya, no quiero volver a estar lejos de ti ni por un instante.
- No volveremos a separarnos jamás –le dijo Daniel acariciando su pelo.

Varias horas después Daniel y Shela montaron en el vasstor y reanudaron el vuelo hacia el valle de la luz.
[/align]
0 respuestas