V
Daev se obligó a calmarse. Se sentó al borde del gran ventanal y pensó. Pensó porqué todo aquello parecía imposible y sin embargo era tan real. ¿Porqué?. ¿Cómo era posible que toda una civilización, tan tecnológicamente avanza hubiera desaparecido? Reparó en que tenía que volver. ¿Pero como?. Se giró y vio allí quieta, la extraña nave en la que había venido. Entró. Ahí se encontraba la respuesta, si bien es cierto que no demasiado clara, pero por fin alguna indicación. Le habían dejado una especie de maleta extraña, de un metal extremadamente ligero, parecía que fuera a romperse. Encima una nota escrita con caracteres que nunca había visto. La cogió. En el momento en que sus dedos rozaron la nota las letras empezaron a cambiar y a transformarse en la escritura de los humanos. La nota era corta y tajante: “El relevo a sido entregado. Nuestra civilización ya no tiene cabida en la historia. Nos hemos ido. Todo lo nuestro, es para vosotros. Aprended y dejad vuestro legado”. Nada más. Eso era todo lo que ponía. Daev dobló la nota y la introdujo en uno de los bolsillos de la coraza. Reparó en la especia de maleta. La sostuvo unos momentos y comprobó que no pesaba nada. La depositó y apretó una especie de botón que había en un lateral. Automáticamente la maleta se abrió lentamente dejando ver, poco a poco y a medida que la luz se deslizaba sobre el fondo, lo que contenía. Se trataba de ropa, enrollada junto a un casco. En otro lado tres llaves. A cuál más extraña. La primera era la que más se podría asemejar a una llave humana. La segunda era cuadrada, con la leyenda “llave2” escrita encima también en caracteres humanos, y la tercera era la más extraña. Era grande y pesada. Tenía un asa en un extremo y en el otro una especie de tridente. En ella solamente podía leerse una palabra. Y nada más. Aquello era todo.
Se puso las ropas. Estaban hechas a su medida y para el tipo de cuerpo de un humano. Se lo habían hecho especialmente para él. Era realmente cómodo y ligero y tenía la sensación de ir desnudo. El casco era difícil de poner. Tardó en descubrir que tenía dos partes, media de delante y media de atrás. Cuando se lo encajó sobre la cabeza notó un par de pinchazos sobre la frente y ambas partes parecieron fundirse y se perdió la marca que las dividía. Lo que veía a través del cristal parecía normal. Ni marcas de distancia, ni números ni objetivos. Nada. Miró por la ventana. Vio allá a lo lejos la torre más alta del palacio. Reparó en su parte más alta hasta que se fijó en el detalle de un extraño pajarillo posado en la cima. Tenía todo el plumaje liso y escurridizo y de cerca veía Daev dos pequeñas protuberancias óseas bajo el pico blanco. ¿De cerca? Daev reparó en que veía al animal como si lo tuviera a medio metro. ¡El casco había hecho zoom hasta allí para que Daev lo viera! Tardó un par de horas en controlarlo. Se terminó por dar cuenta de que el casco obedecía a su voluntad, seguramente tuvieran algo que ver en ello los pinchazos que sintió al ponérselo. Lo que hacía era aumentar la vista y el oído de formas sobrenaturales. Y el zoom que hacía era realmente potente. Lo puso a prueba y llegaba extremadamente lejos. Con este descubrimiento probó a ver qué más cosas hacía obedeciendo su voluntad.
El trabajo era largo. Salió hacia el palacio. En el camino descubrió dos cosas más del traje, podía caminar y correr a velocidades muy superiores a las normales, y saltar a grandes alturas. El traje le hacía tremendamente poderoso, y eso en parte le hacía sentirse muy nervioso. Decidió no enseñarlo a nadie hasta que no lo necesitara. Se recorrió la ciudad en pocas horas, terminó de reunir el resto de comida que tenía en la habitación, bajó a lo que parecía una sala de guardia, buscó alguna armería y se llevó varias armas. Regresó al edificio donde estaba la nave y se volvió a introducir en ella. Se giró hacia lo que parecían los controles. En una ranura habían escrito “llave2”. La extrajo de la maleta, la introdujo en la ranura y la esfera se cerró, se elevó en el aire. Daev se recostó en el respaldo. No había controles. Pero pronto la nave comenzó a hacer los movimientos que él quería. Otra vez el traje. La nave se movía con su pensamiento, y así, a una velocidad como nunca había sentido antes, la verde esfera en la que viajaba surcó el espacio rumbo al planeta de encuentro para hablar con sus hombres de los descubrimientos.
Arahe se refugió en el bosque todavía dos días más. Vigilaba como un felino desde las copas de los árboles los movimientos de alrededor. Cuando pareció que nadie iba a ver que sucedía a los soldados, bajó hasta el valle. El bosque terminaba justo en la intersección de las estribaciones de dos montañas. Allí, el hermoso paraje verde empezaba a tornar en uno con tierra más yerma, con desperdigados brotes de arbustillos sobre una hierba amarillenta. Giró a la derecha internándose en una de las montañas, siguiendo un sendero desconocido para la mayoría desde hacía años. Una de las cosas en las que Theis había insistido en sus alumnos, y en la que Arahe tenía especial habilidad, era en desenvolverse como una sombra en la naturaleza, sirviéndose de ella. Así avanzó muy rápido, saltando por las rocas de vez en cuando para acortar el sendero.
Así llegó a la parte más septentrional de la montaña, donde la falda caía lenta de forma suave. En frente otra montaña más se alzaba, todavía más poderosa, y entre las estribaciones de estas dos se encontraba el Lago del Tiempo. Tan hermoso, tan grande. La luz del sol se estrellaban contra él y el cielo y las montañas se pintaban exactos en su reflejo. Bajó corriendo la montaña y corrió por uno de los laterales del lago, saltando a los pequeños animales que se acercaban hasta allí para beber. Corrió con el viento lamiéndole la cara y en ocasiones se permitió desviar su pensamiento hasta tiempos más felices y olvidar por un momento la horrible amenaza que se cernía sobre Sía y sus habitantes. Cuando llegó hasta el final de aquel lago casi era noche cerrada y le pareció poco seguro acampar a sus orillas. Era un espacio demasiado abierto. Remontó un poco la colina que nacía ahora al otro lado del lago y entre unos árboles pequeños se tapó con una manta de ramas hasta que perceptiblemente, desapareció. Nadie que hubiese mirado durante largo tiempo hacia aquél lugar hubiese podido asegurar que allí había alguien. Pero lo había, entre las hojas el menudo cuerpo de Arahe se mantenía totalemente quieto, ni siquiera la respiración movía las hojas. Desde las sombras, entre dos troncos de árbol, sus penetrantes ojos escrutaban el lago y alrededores, hasta que con la visón de la segunda luna reflejada sobre el lago se quedó dormida.
A la mañana siguiente no había rastro de nadie. Solo alcanzó a ver a lo lejos un par de vehículos sobre la primera montaña. Se deslizó como un felino acechando una presa entre la elevada vegetación y remontó lo que había perdido de lago cuando tuvo que subir a la colina. En esa parte es donde desembocaba el río que alimentaba las aguas del lago. Lo remontó río arriba mientras a sus lados empezaban a naces dos grandes paredes rocosas que parecían escoltar hacia el este todo el largo camino de aquel inmenso río.