Relato corto: Niebla y muerte (1)

Acurrucado en la oscuridad que el miedo produce, tiritan los huesos. La carne parece arder, mientras que las gotas del sudor de la duda caen heladas por la cara del chico que en un par de minutos va a morir... (junto con todos nosotros)

El camión del ejercito se tambalea, ninguno de los soldados sabe porqué están ahí, sentados, a punto de desatar una ira absurda que ni ellos mismos conocen. Yacen muertas en el suelo jeringuillas con restos de un diazepam que ahora quema en la sangre de los soldados. Un par de lágrimas y el sonído de vómitos nerviosos caen al suelo, dibujando una atmósfera de silencio sepulcral.

La mano de nuestro chico tiembla. Ninguno de los presentes sabe el porqué un niño de 15 años tiene que presenciar su propia muerte... Nadie quiere saber su nombre... En unos minutos dará igual como te llames, dará igual tu pasado...
En unos minutos, todos habrán perdido el miedo a la muerte.
A nuestro chico le acaba de dar una arcada, y ha roto a llorar. Silencio cerrado, todos le miran, unos con cara de padre y otros con cara de odio hacia el mundo, con odio (si, porqué no decirlo, por muy típico que sea) a esta estúpida guerra.
Un golpe sacude el camión, el chico cae al suelo, rodeado de vómitos y de agua condensada, las puertas del furgón se abren, y a estas les siguen un brillo cegador... llamado ira... llamado estupidez... llamado estupidez humana.

Todos los soldados salen corriendo, unos gritando, otros gritando también, pero con lágrimas en los ojos. Algunos caen desmayados al suelo... pero no hay vuelta atrás para ninguno de esos soldados...
El chico tiene un número tatuado en la sien... como el resto de sus compañeros. El número es 8063. Quizas sea para facilitar el reconocimiento de su cadaver a la hora de quitar sus restos del suelo desfigurado por las bombas y granadas. Quizas sea para que nadie sufra al oír el nombre de ese pobre chico, o quizás sea simplemente por no perder tiempo a la hora de pasar lista. Él solo sabe que ha de salir al exteriór, con su rifle en mano, y hacer como que odia al mundo, salir al escenario en su última actuación.

Sale corriendo, dejando la humedad del camión para respirar el aire metálico y apolvorado de la extensión gris azulada que ante sus ojos se abre paso, mezclada con niebla y con sangre saltando de aquellos que se llaman enemigos entre sí.

Un anciano vacía su mente mientras suelta su último pellizco de aire, la sangre corre como ríos por los senderos y una última mirada vacía de vida junto con una expresión de pena apuntan hacia los ojos del chico, que se ha quedado parado delante del pobre anciano.
Sisean las balas por el aire, las bombas moldean irónicamente el suelo que nadie volverá a pisar jamás. Unos mueren, otros lloran, otros se odian a si mismos al ver una bala de su rifle perforar la cabeza de otro ser humano... se odian, por ser obligados a matar a alguien. Pero quizás sea mejor esta muerte que la que ellos saben que van a tener.
Un hombre bajo una piedra que aprisiona sus piernas, entre sollozos, brillos de su alma en los ojos y agua en forma de vapor que se escapa de su boca. El chico le mira, sin saber siquiera qué está mirando. Y el hombre le descubre.

Se quedan los dos mirandose, entre balas que vuelan buscando objetivos, entre lágrimas de acero que caen a su alrededor. Entre trozos de metal que vuelan al explotar un tanque. Entre el frío fuego que la lluvia (que acaba de empezar a caer) intenta sofocar.

Se míran, y los dos saben cuál es el problema.

Sus uniformes son distintos.

(Continuará)
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