En la esquina de la calle, con el sol ya morado,
una prostituta decía: “Hoy no estoy tan mal, he ganado”.
Pero al lado, en un carrito, con su risa tan sabrosa,
un hombre ofrecía: "¡Chorizos de Cantimpalos, que son cosa gloriosa!"
Ella, cansada de la vida y con poca fe en el amor,
dijo: “Dame un chorizo, que me hace falta un sabor".
Y él, con su mirada pícara, le ofreció el manjar,
“Te doy tres, mujer, y hasta un cuarto te puedo regalar”.
Con los chorizos en mano y una sonrisa en el rostro,
la prostituta olvidó sus penas, ya no era un desgusto.
"¡Esto sí que es negocio!", gritó con gran fervor,
“Chorizos y amor, ¡quién puede pedir algo mejor!"