Camino al Paraíso (relato corto)

Con el verano ya despidiéndose casi os comparto este relato que, como siempre, espero que disfrutéis. Un grato saludo...


Camino al Paraíso


– Tan solo una mochila, bolsa o saco de tamaño razonable, si se quiere llevar más se incrementa el precio a pagar – la áspera voz con la que aquel tipo les hablaba no hacía más que acrecentar el nerviosismo de Ousmane que se esforzaba por aparentar todo lo contrario.

Se sentía además cansado y hambriento, ya que desde su llegada a Marruecos tres días antes había preferido no gastar demasiado y emplear el poco dinero restante en comprar agua y comida para los días que tuviera que estar en el mar antes de pisar Europa. Y es que gran parte de lo que duramente había conseguido ahorrar durante los dos últimos años estaba destinado a un minúsculo hueco en una vieja embarcación que sería su «hogar» y el de una docena más de personas de camino a una nueva vida.

Al amparo de la noche y con una velocidad endiablada dos hombres, que por el acento debían ser senegaleses como él mismo, iban acomodando de mala manera a todos los allí reunidos, previo pago eso sí de la cantidad estipulada. Le reconfortó al menos notar que todos parecían igual de asustados, ilusionados sí, pero con ese pellizco en el estómago provocado por la incertidumbre de lo que les esperaba hasta llegar a su destino, si es que llegaban claro…

– Tú tranquilo hombre – le dijo un chico que no debía tener más de quince o dieciséis años justo a su espalda mientras golpeaba amistosamente su hombro –. Esto es como un crucero solo que con habitación compartida.

– Nunca viene mal una actitud positiva – respondió el joven a su descarado nuevo amigo.

– ¿Desde dónde vienes?

– Soy de Senegal – su respuesta fue algo seca, ya que prefería pecar de desconfiado que de inocente, nunca sabía uno las intenciones que puede tener alguien del todo, aunque ese alguien sea tan solo un adolescente.

– ¡Joder tío! Vienes de lejos, yo vengo de una larga tradición de bereberes. Mis antepasados ya andaban por la tierra que pisas hace siglos, pero a mí me gusta el turismo, ¿sabes?

No pudo evitar que se le escapara una sonrisa al escuchar la ocurrencia del chaval, pero ni siquiera eso lograba tranquilizarle del todo. Mientras le daban paso casi a empujones a su lugar en el cayuco su mirada desfilaba entre los distintos ocupantes del mismo, mayoritariamente hombres de edades alrededor de los veinte, aunque también había uno algo mayor y un par de mujeres, una de ellas con un bebé.

¿Cómo debería ser el día a día de aquella chica como para arriesgar no solo su propia vida, sino también la de su hija en un viaje tan peligroso? Ese pensamiento no se le iba de la cabeza, la desesperación que debían vivir todos los allí presentes, la necesidad…

El ruido producido por el pequeño motor lo saco de sus cavilaciones. Al parecer los encargados del viaje le habían dado unas vagas instrucciones al tipo más mayor sobre como debía actuar para dirigirse hacia la costa sur de España, asegurándole que no faltaría combustible.

Pocas horas después ya estaban en mitad de la nada, sumidos en una oscuridad casi total debido a que el cielo nocturno estaba además encapotado. Casi ni hablaban, tan solo algunas palabras o comentarios esporádicos y rezos pidiendo a Alá que les guardara durante su viaje.

– ¡Hey! – dio un respingo al escuchar de nuevo la voz del chaval marroquí –. ¿Estas dormido?

– Obviamente si lo hubiera estado habrías conseguido sacarme del sueño – aquel chico parecía no pillar las indirectas muy bien.

– Si hablamos esto se hará más corto, ¿no crees?

Otro pasajero le llamó la atención por el volumen de su voz, pero lejos de persuadirlo para que se callara tan solo consiguió que continuara en un tono algo más bajo.

– ¿Cuál te gusta más de las dos?

– ¿Cómo? – en realidad no tenía ni idea de a qué se refería ni tampoco la maldita razón por la cual parecía caer tan bien a aquel pesado.

– No te hagas el tonto, de las dos mujeres claro – Ousmane optó por guardar silencio pero esa táctica tampoco fue efectiva y él continuó –. Llámame loco, pero me encantan las tías mayores que yo, ¡y sin son madres mejor!

– ¿Te debo felicitar por ello?

Durante esa primera noche casi nadie pudo conciliar el sueño, y tampoco vio a ninguno de sus compañeros comer, ni tan siquiera la madre dio nada a la pequeña, que debía tener poco más de un año quizá. Con el amanecer algunos de los ocupantes se cubrieron con telas que llevaban en el equipaje para protegerse de un sol de justicia que parecía haber ahuyentado todas las nubes que los acompañaban desde que salieron de la costa africana.

Trataba de no pensar en las historias que había escuchado de otros viajes como el suyo, viajes en los que solían morir personas, le paralizaba pensar que algunos de los ocupantes no llegaría a pisar tierra, o quizá el mismo, quién sabe si todos ellos…

A pesar de la pésimas condiciones de la travesía todo parecía ir como debía, cada cierto tiempo corregían al dirección valiéndose de una brújula para orientarse, y el viejo motor parecía ir tirando de ellos lentamente pero sin pausa.

– Aún tenemos una buena reserva de diésel – tranquilizaba el hombre que había asumido la responsabilidad de la embarcación y al que chistosamente ahora todos llamaban «capitán».

Fue durante la segunda noche a bordo cuando las cosas comenzaron a cambiar, de un modo bastante acelerado además. Ya de por sí Ousmane albergó extraños sueños a lo largo de esas horas, en los que trataba de caminar, de correr incluso, pero algo lo agarraba por detrás, y no quería mirar pero notaba como cada vez iba más lento, lastrando su camino.

Despertó dando un grito tal que todos lo miraron, sintiendo a la vez una tremenda vergüenza y también alivio al liberarse de tan sofocante pesadilla. Lo que no esperaba es que el panorama fuera aún más oscuro en la embarcación que en su sueño.

Al parecer uno de los chicos había muerto durante la noche mientras todos dormían, y nadie se había percatado hasta el amanecer. Su mirada vacía dirigida al cielo con una mueca desencajada encogía el corazón de todos los ocupantes, razón por la cual las mujeres e incluso un par de los hombres preferían permanecer bajo las telas para evitar tanto el sol como tan terrorífica visión.

– Parecía sano, un tipo robusto sin problemas de salud.

– Quizá fue el hambre lo que se lo llevó, pero yo le vi comer.

– A saber cómo serían sus últimas semanas antes de salir de la costa…

– Sea como sea, Alá ya lo tenía escrito, no hay nada que debamos decir en contra.

Rezaron por el alma del desgraciado y arrojaron el cuerpo al mar tras lo cual repartieron las pocas posesiones que dejaba atrás en una descolorida mochila. Nadie sentía muchas ganas de hablar tras tan fatídico acontecimiento, hasta su amigo parecía demasiado afectado como para mostrar su habitual uso del ingenio.

Por más que había tratado de prepararse para un momento así durante los meses posteriores a decidirse por intentar cruzar hasta un mejor porvenir, por muy probable que le pareciese siempre esa posibilidad, sin duda ahora sabía que vivirlo resultaba mucho más desagradable y duro, sintiendo como la muerte había estado justo a su lado, a escasos metros.

De mala gana se obligó a comer algunas galletas y una naranja de sus vituallas justo antes del atardecer y no pasó mucho rato hasta que sus párpados empezaron a parecer más pesados. Tampoco aquella noche pudo sacudirse de extraños sueños, aunque al despertar no acertaba a recordar casi nada de los mismos salvo un detalle, una voz que lo llamaba, tan dulce y sosegada que daban ganas de seguirla a cualquier lugar hasta alcanzarla pero a la vez algo dentro de sí mismo que le decía que no acudiera a su encuentro, que no se acercara más…

– Despierta… – susurraba el chaval mientras le zarandeaba por el brazo levemente.

– ¿Pero qué…? – el cielo aún estaba oscuro –. ¿Por qué demonios me despiertas?

– ¡Calla! – le espetó –. Creo que otro de los pasajeros ha muerto.

La expresión del chico era todo un poema, en realidad era casi un crío y se notaba que estaba afectado. Antes de que tuviera ocasión de responderle señaló en dirección a la popa del cayuco donde Ousmane pudo observar como uno de los chicos descansaba en una posición demasiado forzada.

Con pasos lentos y cuidadosos se acercó con miedo pero también con la convicción de saber si aquel muchacho se encontraba bien y se trataba solamente una falsa alarma que recriminar al impresionable chaval marroquí, pero al contemplarlo desde más cerca comprobó bajo la leve luz que le proporcionaba una luna creciente que no parecía haber vida en aquel cuerpo.

– ¡Despertad! ¡Ha vuelto a suceder! – acertó a decir sin evitar que cada palabra destilara el nerviosismo que le inundaba.

Todos se miraban unos a otros perplejos, sabiendo de algún modo que todo aquello no era para nada normal: dos muertes en los dos primeros días de viaje, de dos hombres en principio sanos, incluso se podría decir que los más corpulentos del grupo.

– No puede ser casualidad – el «capitán» parecía hablar más para sí mismo que para el resto –. Llevamos algo con nosotros, una enfermedad, algo que se contagia, que pasa de unos a otros…

– ¡Ni el ébola mata tan rápido! – protestó otro pasajero.

– ¿Y si es algo nuevo? – intervino Ousmane –. Me parece bastante lógica esa explicación.

– ¿Y si alguno se está dedicando a matar a los otros? – se creó un leve silencio tras las palabras de la mujer más joven.

– Pa… pa… parece que ese otro tampoco se mueve – interrumpió el chaval de nuevo fuera de sí.

El llanto repentino de la niña, probablemente con hambre y desvelada por las voces de todos sirvió de desquiciante fondo sonoro mientras levantaban una tela de color verde bajo la cual descubrieron el que era ya el tercer cadáver de aquella nociva expedición.

– ¡Hay un asesino a bordo! – la mujer parecía completamente ida –. ¡Ya os lo decía!

– Seamos razonables – trató de nuevo de poner coherencia el capitán al ser la persona de más edad del grupo –. Nadie está matando a nadie, estos cuerpos no tienen signos de violencia.

– ¿Entonces qué? –preguntó Ousmane.

– Como dije antes creo que se trata de alguna infección extraña, que de algún modo se pasa de unos a otros…

– ¡La comida! ¡Nos repartimos su comida!

– Pues sí, tiene mucho sentido lo que dice el crío.

Tácitamente todos parecieron aceptar aquella hipótesis por buena a falta de otra mejor, o más bien casi todos, ya que la chica joven no dejaba de mirarnos a unos y otros con sumo recelo. Decidieron, como ocurriera la noche anterior, arrojar los cadáveres por la borda, así como la comida y posesiones que pertenecieran a los tres fallecidos para evitar cualquier riesgo; incluso se tomó la decisión de cubrirse la boca y la nariz con alguna prenda para tratar de frenar el posible contagio.

El ambiente estaba realmente enrarecido, y el mar por primera vez desde su partida parecía haberse alborotado, como si deseara poner su granito de arena en el caos general en que se estaba convirtiendo el viaje. Sin embargo tanto el día como la noche siguientes pasaron sin ningún sobresalto inesperado, lo que provocó que el ambiente se volviera un poco más distendido, incluso Kareem, que así se llamaba su pequeño e insoportable amigo, se atrevía ahora a volver a bromear e incordiar al resto del grupo.

Según le dijo el capitán a última hora del día siguiente probablemente en un par de días más, o a lo sumo tres, llegaran a la costa europea, dejando atrás sus vidas pasadas y también las atrocidades que estaban marcando su éxodo particular. Con esa dulce idea se fue Ousmane a dormir, la de ese deseado futuro mejor, aunque fuera lejos de su tierra.

Desgraciadamente la pesadilla real que parecía olvidada ya volvió a aflorar al amanecer, cuando mientras se desperezaba observó al pequeño marroquí temblando, abrazado a sus rodillas y pegado contra su cuerpo. Siguió su mirada casi por inercia y observó tres cuerpos apilados, más o menos en mitad de la desgastada cubierta, como si se tratara de despojos inertes, despojos que horas atrás respiraban, sentían, vivían.

Por instinto trató de retroceder impactado, estando a punto de caer al mar y provocando que el cayuco se desestabilizara un poco, lo que provocó que los demás se despertaran también. ¿Qué coño estaba pasando allí? No entendía nada, pero no creía que ninguna enfermedad de este mundo pudiera causar tan tremendos estragos.

Nadie acertaba a decir nada, ni siquiera el capitán traté en esta ocasión de tranquilizarlos con alguna posible explicación, nada podía explicar aquello. Algo se los estaba llevando, poco a poco, y al parecer iba en aumento, y no tenía pinta de detenerse.

– Estamos malditos, no hay salvación ni perdón para nosotros… – el tono de la joven fue en esta ocasión calmado, totalmente resignado, provocándole a Ousmane un escalofrio que recorrió su espina dorsal.

Volvieron a deshacerse de los cuerpos y, con bastante poca fe, también de todo el equipaje de las tres nuevas bajas, en un absoluto silencio, como si se tratara de un verdadero sepelio, y es que en realidad lo era, uno múltiple y en un lugar en el medio de la nada, abandonados a su suerte, y al parecer ésta no les era nada favorable.

Tan solo quedaban siete y la niña, casi la mitad de los que empezaron el viaje. En la mente de casi todos crecía una urgencia, la de llegar a tierra cuanto antes posible, y ya no solo por comenzar una nueva e incierta andadura en un país extraño, sino sobre todo por salvar la vida, ya que tenían bien claro que nadie allí estaba a salvo, preguntándose quién serían los próximos en caer.

– Yo ya no sé qué pensar – el capitán tampoco era inmune a ese miedo que se había adueñado de todo –. Pero pienso que si es durante la noche cuando suelen suceder las muertes, quizá deberíamos hacer turnos para vigilar.

– ¿Vigilar qué capitán? ¿De quién desconfías? – exclamó con ira uno de los pasajeros restantes.

– La verdad es que desconfío hasta de mí, estoy muy perdido con todo esto – el hombre parecía abatido –. Pero sea como sea, creo que si pasamos la siguiente noche llegaremos a nuestro destino, y no se me ocurre mejor idea de velar por nuestra seguridad más allá de rezarle al maestro para que nos proteja de este mal invisible.

Ninguno de los presentes protestó, incluso la madre de la niña dio su conformidad desde debajo del tejido negro que las protegía a su hija y a ella de los potentes rayos solares. Solo una noche más, se repetía Ousmane, mientras también trataba de animar a Kareem, que parecía hacer quedado en un estado semicatatónico.

Flaqueaban las fuerzas por la escasez de comida y agua ya, lo que hacía aún más complicado mantener la calma, pero haciendo un esfuerzo lograron pactar los turnos nocturnos de vigilancia que serían dobles. Ousmane lo debería hacer junto a Kareem de cuatro a seis de la mañana, justo el último de ellos, pero tenía pensado mantenerse en vela toda la noche ya que no se fiaba de ninguno de los otros ocupantes, y que Alá lo perdonara, pero ni siquiera pondría la mano en el fuego por el pobre Kareem.

El primer turno les cayó en suerte al capitán y uno de los muchachos restantes, y consiguió mantener los ojos abiertos un buen rato pero, finalmente y sin darse cuenta, el cansancio hizo demasiada mella en él y cayó en los brazos de Morfeo antes de que éstos dieran el relevo.

Una serie de gritos encadenados y un gran tumulto lo arrancó de su sueño, repentinamente, activándolo de un modo casi automático, como la presa que se sabe en peligro.

– ¡Es una bruja! ¡La madre del demonio! – gritaba entre oraciones desesperadas alejándose del lugar donde la madre y la niña se agazapaban asustadas.

Al echar un vistazo a su alrededor, comprobó que tanto Kareem como los dos muchachos yacían en el fondo de la embarcación, presumiblemente muertos, también muertos, parecía ser el destino escrito para todos los ocupantes de aquella maldita barca. El capitán sin embargo estaba de pie, entre las dos mujeres, tan indeciso como estaba también él.

– ¡Hay que matarla! – su frenesí resultaba grotesco, sin duda aquella mujer había perdido completamente la cabeza.

– ¡No hemos hecho nada malo! – sollozaba la madre –. Ha enloquecido en mitad de nuestra guardia, ella mató al niño y a los demás…

– Muéstranos a tu hija ahora – ordenó firmemente el capitán mientras sacaba un cuchillo de uno de los bolsillos de su pantalón.

– ¡Dejad a mi hija en paz!

Sin atender la demanda de la mujer, el capitán acompañado de la chica joven se dirigieron decididos hacia ella con la intención de hacer lo que tenían pensado hacer por la fuerza si era necesario. Ousmane tuvo la certeza en ese momento de que ambos eran los responsables de las muertes, el motivo lo desconocía, pero sin duda ellos dos habían sido los causantes de tanta muerte, de tanta miseria durante aquellas noches.

Sin pensarlo demasiado te arrojó con fuerza contra el capitán, tratando de arrancar el cuchillo de su puño pero ofreciendo el hombre una resistencia salvaje. Tras unos largos minutos de enfrentamiento se pudo hacer con el arma, y al tratar de recuperarla con fiereza el hombre Ousmane la clavó en el pecho del hombre mientras trataba de protegerse de su acometida.

Los lamentos de la chica joven le hicieron ser consciente de lo que acababa de hacer, arrepentido del desenlace pero comprendiendo que no tenía otra opción en una situación tan extrema.

– Prefiero que me trague el mar a que me lleve el demonio – dijo mientras se arrojaba al mar antes de que pudiera detenerla, dejando que su cuerpo se hundiera en las oscuras aguas nocturnas del Mediterráneo.

Tardó unos segundo en reaccionar, pero tras ellos se acercó a la madre y a la niña, ahora eran los únicos pasajeros con vida a bordo junto con el agonizante capitán. La mujer emitía un extraño sonido, al principio le pareció un sollozo, pero conforme se acercaba se percató de que era una risa, una risa nerviosa y malévola.

Sorprendido contempló a la niña que sostenía en brazos, en realidad era la primera vez que la veía, y juraría que tan solo la chica joven había logrado contemplar tal aberración. Y es que no se trataba de un bebé, o al menos no de uno corriente, sino de un ser con la piel de un gris pálido, antinatural, y unos ojos de depredador, fijos en él, ningún niño podría mirar de aquella manera, ni siquiera un adulto podría albergar esa mirada.

Pero sin duda lo que más le aterró, a la vez que la risa de la madre se hacía más y más potente, era aquello colmillos en la boca de la criatura, unos colmillos desproporcionados para su tamaño, de un blanco reluciente, pero manchados de un líquido escarlata que no podía ser otra cosa sino sangre, la sangre de todos aquellos a los que había devorado, secándolos hasta la muerte.

Era demasiado tarde, no cabía duda, pero ahora comprendía el llanto hambriento que escuchaba en algunas ocasiones, un hambre infernal, que solo se saciaba con almas. Estuvo a punto de desmayarse, maldiciendo su mal juicio, su torpeza al dejarse engañar por aquella mujer y por aquella criatura de la noche.

– ¿Sabes? – le susurró la mujer una vez que finalmente dejó de reír –. Deberías haber hecho como esa perra y tirarte al mar, seguro que te hubieras ahorrado bastante sufrimiento…

En ese momento aquel monstruo saltó de sus brazos y se arrastró a una velocidad indescriptible por la cubierta de la embarcación hasta llegar a él, clavando profundamente esos afilados colmillos en su cuello y succionando con una fuerza inimaginable.



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