Imagen (relato corto)

Saludos a todos... Comparto este nuevo relato esperando que sea de vuestro agrado...


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Atrapar un momento exacto, en un lugar determinado, poder plasmarlo en papel baritado, manteniéndolo inmutable para que otros muchos puedan disfrutar, incluso en repetidas ocasiones, de esa misma sensación que ella tuvo al captar la instantánea. Aunque no todo valía y, a pesar de ser tan solo una bonita afición, intentaba que la imagen fuera perfecta, tanto en lo técnico como en lo artístico, exigiéndose al máximo para lograr quedar completamente satisfecha una vez que terminaba de revelarla.

– ¿Dónde te has metido en esta ocasión? – el dependiente de la tienda de fotografía siempre trataba de sacarle algo de charla.

– Ningún lugar realmente especial… – cortó rápidamente, conocedora de que no se le podía dar mucha confianza a aquel tipo de mirada sucia.

– Te veo ya mucho menos por aquí. Sabes que si te puedo ayudar en lo que sea…

Pero Farah ya no prestaba ninguna atención, simplemente recogió de manera casi automática el material que necesitaba para su cámara analógica. Casi había abandonado el uso de la tecnología digital y, aunque en principio le resultó algo complicado el cambio, ahora estaba totalmente adaptada a un sistema que creía más artístico, tan tradicional que te obligaba a vigilar hasta el último detalle, sin tratamiento ni filtros que pudieras usar a posteriori para corregir pequeños errores, tan solo la imagen tal cual la veía el fotógrafo.

Después de cerrar la puerta de casa y meterse en la pequeña habitación que usaba como estudio, volvió a observar aquellas extrañas fotos, pertenecientes a la última sesión realizada en aquella dichosa mansión abandonada. Sabía que no debería darle la menor importancia, estaba claro que se trataba de un fallo del carrete o puede que una mala exposición de la lente al tomar las fotografías… pero resultaban cada vez más desconcertantes.

Y es que no era la primera vez que le sucedía. No en tantas fotos, quizá no viéndose «algo» de manera tan evidente, pero venía ocurriendo desde meses atrás, no osando compartirlo con nadie por miedo a lo que podrían pensar, y a pesar de que aquello estaba comenzando a afectarle más de lo que le gustaría reconocer.

Fue al empezar a frecuentar lugares abandonados para tomar sus fotos. Hasta ese momento se había dedicado más bien a paisajes abiertos, ya fueran naturales o urbanos, algún que otro retrato e intentos de fotografía abstracta; pero un día, volviendo de tomar unas cuantas panorámicas del edificio Gallagher, se cruzó con una pintoresca vivienda de planta baja, a la salida de un callejón. Se trataba de una casa abandonada que, en su día, debió mostrar vivos colores tanto en fachada como en interior, pero que ahora se mostraba completamente desvencijada; sin embargo ese contraste captó poderosamente su atención y decidió agotar lo que restaba de carrete inmortalizando la vieja construcción, tanto por fuera como por dentro.

Tras ese primer contacto, del que obtuvo unas imágenes especialmente satisfactorias en lo artístico, decidió repetir la experiencia en sitios similares con la intención de volver a lograr, si no tan excelentes resultados, sí al menos unos similares. Un viejo sanatorio en las afueras, las clausuradas oficinas de la compañía de telégrafos, decenas de viviendas por toda la ciudad y, sobre todo, la antigua mansión encima de la colina: una histórica y bonita construcción, pero en lamentable estado de conservación debido al elevado coste que supondría rehabilitarla según el ayuntamiento.

Notaba una atracción sorprendente por estos lugares, un interés difícil de explicar, y las fotografías que tomaba en ellos eran siempre de una belleza algo alternativa, desconcertante, incluso inusual, pero Farah no tenía ninguna duda de que se trataban de las mejores que había logrado a lo largo de los muchos años que llevaba pulsando el disparador. Aunque, tras observarlas con detenimiento, pudo comprobar como algunas de ellas mostraban cosas bastante extrañas, cosas que, aunque no desentonaban con el ambiente captado en las fotos, no debían aparecer allí.

– ¡Joder! Esto es muy fuerte.

– ¿Me lo dices o me lo cuentas? – contestó mientras su amiga seguía ojeando con sumo interés la selección de «fallos de cámara» que había preparado.

– A ver, no digo que sean… ni digo que no sean… me refiero a que…

– Te lo pido por favor: ni una palabra. Necesitaba una segunda opinión, y creo que eres la única con la que podía contar para esto.

– No te preocupes – la tranquilizó –. Una cosa es que me haya quedado con la boca abierta al verlas y otra que sea una bocazas.

Rieron juntas, pero ni siquiera eso consiguió tranquilizar a la chica durante demasiado tiempo. Inconscientemente, al mirar en soledad las instantáneas que ella misma había tomado, trataba de no prestar atención a las manchas, a los distintos orbes luminosos y, sobre todo, a aquellas oscuras siluetas, creyendo que la sugestión le hacía ver algo que, en realidad, solo existía dentro de su impresionable mente. Pero allí, junto a Gail, no solo pudieron comprobar que ambas observaban lo mismo al mirarlas, sino que también lograron localizar en muchas de las imágenes lo que parecían ser unas tétricas caras que miraban hacia la cámara.

– Al menos sé que no me estoy volviendo loca.

– No, pero esto acabará con tu salud como sigas así. ¿Te has visto esas ojeras?

– Me resisto a dormir – confesó –. Tengo pesadillas casi todas las noches, con esas malditas caras, acechándome, y cada vez más cerca… justo como parece suceder en las fotos.

– ¿Totalmente descartado entonces que sea un fallo continuado de alguno de tus «juguetitos»?

– He cambiado de marca de carretes, incluso los he comprado en lugares distintos y todo ha seguido igual. Tampoco es posible que sea de la cámara, en la última sesión también utilicé la digital que tenía guardada, y capta las mismas anomalías en formato electrónico.

– Esos lugares a los que vas…

– Ya no solo sucede allí… – la cortó Farah –. Llevo un par de semanas sin ir a ninguno de esos sitios, pero esta misma mañana revelé las fotos que hice en casa de mi hermana el otro día, durante el cumpleaños de mi sobrina.

Con lágrimas descendiendo por sus mejillas, sacó otras imágenes que pasó a Gail, y en las que se podía ver a unos sonrientes niños de alrededor de cinco años frente a una gran tarta de nata y fresa, y alrededor de ellos hasta cuatro rostros que parecían mirar de forma amenazadora en dirección a la cámara.

– De alguna manera… esas cosas me siguen – sollozaba desconsolada –. Y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

– ¿Y si les cortas el grifo? – chasqueó los dedos mientras miraba a la fatigada joven.

– No acabo de pillar lo que dices.

– Es a través de las imágenes que tomas como, supuestamente, te encontraron y te siguieron ¿no? – Farah la observaba asintiendo en silencio –. Pues se acabó toda clase de fotografía para ti guapa.

Tenía la impresión de que aquello no serviría para nada, como si de algún extraño modo ya se sintiese «condenada», quién sabe por qué razón. Pero se encontraba demasiado cansada y desanimada como para llevarle la contraria a Gail, por lo que no opuso la menor resistencia cuando se empeñó en reunir todas las fotos que tenía en casa y las empaquetó junto a las numerosas cámaras del estudio.

– Y para acabar… – con unos adhesivos tapó, tanto la lente de su portátil, como las dos de las que disponía el móvil –. Chica, no necesitamos selfies para comprobar lo que ya sabemos: ¡estamos realmente buenas!

Pasara lo que pasara, no se le podía negar que la había conseguido animar un poco y, a su modo, intentaba mejorar la situación, echarle una mano. Se despidió afectuosamente de Farah, con la caja de cartón llena hasta los topes, y haciéndole prometer que la llamaría en caso de sentirse peor o necesitar compañía.

Una vez sola optó por pasar tranquila lo que restaba de día y, siendo la cocina una de las cosas que más le relajaba, encendió la televisión, donde un tipo bastante destartalado exponía revolucionarias teorías sobre la cara oculta de la luna, y colocó una olla con agua y algo de sal al fuego. Sorprendentemente ninguno de los tres cuchillos de cocina estaban en su base de madera, y tuvo que cortar con uno menos afilado las aceitunas y el jamón que utilizaría para preparar la salsa.

– ¿Qué coño le pasa a esto?

La tele se había apagado sola por tercera vez en media hora, lo que le llevó a pensar que quizá hubiera activado sin querer el temporizador de desconexión, aunque juraría que se avisaba en pantalla cuando esa opción estaba activa.

Pasando de los televisivos misterios del espacio, se sentó a disfrutar de su deliciosa pasta en silencio, aunque unos golpes provenientes de la zona del baño acabaron prematuramente con aquella paz. Probablemente sus vecinos estarían moviendo muebles, o quizá echando el piso abajo, porque menudo estruendo estaban montando, y encima a aquella hora. Por suerte, cesaron de repente, de la misma manera que habían aparecido.

Recogió los platos y, al ver los tres cuchillos de cocina en su lugar de siempre, se cruzó de brazos, observándolos durante unos segundos y pensando en lo estúpida que era a veces. La falta de sueño hacía que no diera pie con bola, sintiéndose despistada y torpe, necesitaba descansar sin más dilación y cargar las pilas para afrontar con energía sus problemas.

Ya metida en la cama intentó no pensar en nada, liberar su mente y quedarse dormida… pero no pudo. Comenzó a sentir una extraña sensación, un desasosiego que, por otra parte, ya había vivido antes, pero no en la seguridad de su hogar, sino en los múltiples edificios abandonados por los que había pasado durante sus sesiones fotográficas.

Casi sin tiempo de plantearse nada, los extraños ruidos que había escuchado minutos antes volvieron a hacer acto de presencia y, aunque ahora eran mucho menos potentes, Farah juraría que procedían justo del pasillo que llevaba hasta su dormitorio.

– ¿Quién… quién hay ahí? – preguntó con voz temblorosa, intentando autoconvencerse de que se trataba tan solo de su sugestión, tratando de jugarle una mala pasada.

Pero entonces escuchó algo, justo debajo de su cama, el nítido sonido de una respiración, lenta, profunda y que, por supuesto, no se trataba de la suya. Su cuerpo comenzó a estremecerse, sin que pudiera hacer nada para evitarlo, y percatándose de que, poco a poco, eran más los jadeos, lamentos y suspiros que oía, llegando a ella desde distintos lugares de su cuarto.

Con una mano temblorosa acertó dificultosamente a llamar a Gail, pero su desesperación fue total al comprobar que su terminal se encontraba apagado o fuera de cobertura. Y fue cuando la curiosidad superó su miedo, retirando la pegatina que cubría la cámara trasera de su teléfono y tomándose una foto ella misma.

Al mirar en la pantalla la imagen captada, bajo la supuesta protección que le daba el edredón de su cama, quedó tan impactada que experimentó la desagradable sensación de que le faltaba el aire, de que no podía respirar. Mientras, comenzó a sentir como si decenas de manos empezarán a tirar del colchón, de las sábanas, de sus propias extremidades… Entonces gritó, absolutamente fuera de sí, sabiendo que «ellos» ya nunca la dejarían en paz, consciente de que nunca más podría descansar.



Tras salir del cine y encender de nuevo el teléfono, Gail puedo ver el intento de llamada de su amiga, y trató de ponerse inmediatamente en contacto con ella, aunque sin ningún éxito. Por lo que, un tanto preocupada, tomó un taxi que la llevó directamente al piso donde, tras llamar repetidas veces al timbre sin respuesta, decidió entrar con la llave que Farah le había confiado tiempo atrás por si surgía alguna emergencia.

– ¿Farah? Soy yo… ¿Estás ahí? – asustada avanzaba por el pasillo en dirección a la habitación.

Cuando finalmente llegó allí, y se armó de valor para retirar el nórdico, pudo ver el cuerpo sin vida de su amiga, tumbada sobre la cama, con una mueca de horror tan grotesca, que quedaría instalada en sus más macabros recuerdos a lo largo de toda su vida.

En la mano, aún sostenía su teléfono móvil, que mostraba la aterrorizada cara de su amiga rodeada de una decena o más de pálidos y fantasmagóricos rostros, cerca, muy cerca del suyo y que, en esta ocasión, no miraban directamente a la cámara… sino a la propia Farah.
Editado por Zekisoft. Razón: Spam
Muy bueno. Felicitaciones [plas]
Gracias, me alegro de que te haya gustado. Como apunte adicional te diré que, aunque obviamente adornado, esta historia se la prometí a una amiga que captó accidentalmente algo "raro" en una fotografía que me facilitó, hecho en el que me basé para escribirla...

Saludos...
Me ha gustado MUCHO. Es realmente tenso y tiene sea parte de misterio que deben tener todas las historias de terror. Si aceptas un par de consejos de alguien que no es nadie para aconsejar pero que le gusta mucho leer, yo creo que tu relato mejoraría con 3 cositas:

1. Hazlo un poco más largo. La segunda parte de la historia parece un poquito apresurada. Pasamos del misterio al susto en muy poco tiempo.
2. Lo que ocurre desde que la protagonista se queda sola me parece un poco genérico (tele que se apaga, ruidos del baño...), no sé, yo haría algo un poco más concreto.
3. Daría algún detalle escabroso más de las fotos, quizá alguna descripción más a fondo de las caras.

Y ahora, voy a leerme los otros que has subido jeje, a ver si están tan bien como este.
Lo primero, perdona por no haber contestado antes, pero llevaba varios días sin entrar...

Y segundo, muchas gracias por tu comentario, es agradable saber que has disfrutado de la lectura del relato.

Acepto las críticas, y quizá si esté un poco «suavizado» por así decirlo, y se quede un poquito corto en el desenlace. Al final, en relatos posteriores seguro que no tengo esos fallos pero sí otros, que espero que podáis perdonarme y soportar los compañeros del foro.

Un saludo grande y, de nuevo, gracias por leerme y comentar... :)
4 respuestas