Relato: El árbol del conocimiento

Hola a todos,
Esta mañana estaba un poco aburrido y me ha dado por escribir un (mini) relato después de desayunar. Aquí os lo dejo para que lo leáis y me digáis que os parece:

El árbol del conocimiento

El astronauta Richard F. Longman no esperaba sobrevivir a su caída accidental al interior de un agujero negro primordial; pero ahí estaba, dentro de una inmensa claridad blanca, donde las distancias carecían de sentido. Daba igual cualquier dirección en que se mirara: arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda, cerca o lejos; era inútil fijar un rumbo, no había puntos de referencia. Pero, de pronto, vio algo que se acercaba en la lejanía.

Richard había sido seleccionado por la ONU para la primera expedición de exploración a las cercanías de un agujero negro. Descubierto más allá de la órbita de Plutón, el viaje hasta allí llevaba más de cinco años. Pero a él la duración le daba lo mismo. Era viudo y le había costado superar el duelo de la muerte de su mujer y de su único hijo, un pequeño ángel de cuatro años de edad. Ambos fallecieron en un desafortunado accidente de coche, en el que el vehículo contrario era conducido por un borracho irresponsable, al que solo condenaron a cinco años de cárcel.

El objeto estelar había sido clasificado por los astrónomos como un agujero negro primordial, un remanente del Big Bang. Richard, en excedencia hasta entonces, pidió el reingreso en la NASA, alentado por la importancia del descubrimiento y porque él, sin una familia que lo esperase, podía sacrificar una década de su vida viajando por el frío y oscuro sistema solar exterior. Además, le acompañaban tres androides en su viaje y el brillante, pero ya anciano, profesor en Física, Stephen R. Thomson. El catedrático, pese a su edad, aguantó bastante bien el viaje hasta la llegada al agujero negro. Como Richard, nada tenía que perder, tras una vida llena de logros, y mucho que ganar en el intento.

Cuando llegaron a su destino, estuvieron seis semanas analizando el agujero negro, hasta que llegó el turno de mirarlo más de cerca. Podrían haber enviado a un androide, pero el profesor quería información de primera mano sobre los efectos de las fuerzas de marea en el organismo. Richard se ofreció voluntario, sabiendo que el viejo cuerpo de Stephen no aguantaría una visita a las inmediaciones de ese oscuro monstruo gravitatorio. La cápsula, con capacidad para una sola persona, se acercó todo lo que pudo y estableció una órbita lejana y levemente inestable alrededor de ese extraño objeto estelar.

Todo parecía ir bien, pero antes de volver a la nave Richard intentó forzar los límites de la cápsula y de su propio organismo acercándose lo máximo posible al agujero negro. Al acercarse, descubrió que ese enorme pozo gravitatorio poseía una singularidad con una altísima rotación y que formaba un pequeño anillo, en vez de un punto infinitesimal de profundidad inalcanzable. Eso lo convertía en un portal que se podía atravesar, como estaba a punto de descubrir. Al intentar retomar su órbita inicial, más alta, los cohetes de la cápsula fallaron y la nave empezó a descender siguiendo un camino espiral con una velocidad cada vez más alta. La única solución para sobrevivir era usar los propulsores auxiliares para entrar por el anillo, como así hizo.

El último recuerdo de Richard, antes de acceder a ese inmenso espacio vacío y blanco en el que se encontraba, era el de un flash blanco y luminoso, justo al atravesar el horizonte de sucesos. Ahora, una inmensa puerta se acercaba a él y junto a ella un ser antropomórfico, sin rasgos definidos, que irradiaba una intensa luz blanca.

—Hola, Richard, te estaba esperando —le dijo el ser que se alzaba delante de él.
—Hola, ¿cómo debo llamarte?
—Puedes llamarme, el Todo, o el Guardián del Conocimiento, pues detrás de esta puerta se encuentra toda la sabiduría del universo.
—¿A qué has venido?
—Son pocos los que transitan el camino que tú has elegido y vengo a ofrecerte una simple elección. Quedarte en esta inmensidad blanca, un poco aburrida por cierto como ya te habrás dado cuenta, o atravesar la puerta y acceder a la fuente del infinito conocimiento.
—¿Esto me devolverá la felicidad?
—Quizás, lo único seguro es que te hará más sabio.
—De acuerdo, entraré.
—Tuya es la elección y sus consecuencias —dijo el ser etéreo al tiempo que con un gesto de su brazo indicaba a la puerta que se abriera.

El conocimiento total es inefable, por definición. Quizás la imagen que más se le aproximase es la de un infinito árbol fractal donde uno podía dedicar una eternidad a explorar sus inabarcables ramas. Pero ello no desanimó a Richard, que al final encontró lo que buscaba.

—Para en esta área de servicio —le dijo Richard a su mujer mientras su hijo dormía en su sillita del coche.
—¿Quieres descansar un poco? A mí también me apetece —contestó ella.

Estando el coche de Richard aparcado en el área de descanso, un turismo, que iba haciendo eses, pasaba por la carretera vacía. Así lo observó el Guardián del Conocimiento mientras asentía con su luminosa cabeza.
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