Vergüenza. Esto es el que sentí este viernes al contemplar esta lamentable escena. Vergüenza de ser catalán. Vergüenza de compartir país con esta pandilla de energumenos incapaces de disfrutar de una celebración deportiva sin meter por el medio su intolerancia y su fundamentalismo político. Vergüenza de ver tantos compatriotas míos convertidos en poco más que zombis programados después de tantos años de adoctrinamiento político desde medios de comunicación e instituciones educativas por parte de la oligarquía mafiosa catalana, que reaccionan como los perritos de Pavlov ante un estímulo externo adecuado, o como la gente de Oceanía al ver a Goldstein a la pantalla durante los 2 minutos de Odio tal como describió Orwell en la excelente 1984.
¿Por qué esta horda de energumenos no reaccionó igual ante Artur Mas, responsable de todos los recortes que están destruyendo la sanidad y educación públicas en Cataluña, desmantelando de facto el Estado del Bienestar que tantos años de lucha nos costó obtener, y que también estaba en la tribuna disfrutando del partido mientras su país continúa hundiéndose en la miseria gracias a la excelente gestión de su casta?
Queda claro que la pitada no iba en contra del rey. Iba en contra de España. A esta gente les da igual que el rey sea un ladrón, les da igual todos los escándos protagonizados por la casa Real. Lo que les molesta del rey es que es Rey de España. Si tuvieran un rey catalán que fuera igual de ladrón y vividor que el borbón, en lugar de pitarle lo aplaudirían como buenos súbditos sumisos que son, igual que hacen con Mas y compañía. Lo que es vio el viernes, al igual que en anteriores ediciones de la Copa, no era un rechazo a la monarquía, sino un rechazo a España, un insulto a nuestra nación y todo el que representa, y un insulto a millones de Españoles sólo por el hecho de haber nacido españoles, y entre ellos a todos los catalanes que también nos sentimos españoles y creemos que sentirse arraigado a Cataluña y su cultura y tradición no tiene por qué excluir el sentirse parte de una realidad más grande que es España.
Vergüenza, por lo tanto, de este país de intolerantes e ignorantes que son incapaces de comprender que hay gente que no comparte sus radicalismos esteriles, y que desconocen las más básicass normas de educación para vivir en una sociedad civilizada. Si este es el futuro de Cataluña, que Dios nos coja confesados.